domingo, 11 de diciembre de 2016

#hemeroteca #testimonios | Sexo, mentiras y pasiones: yo fui el amante de Yves Saint Laurent

Imagen: Vanity Fair / Fabrice Thomas e Yves Saint Laurent
Sexo, mentiras y pasiones: yo fui el amante de Yves Saint Laurent.
En 2013 hablamos en exclusiva con Fabrice Thomas y nos reveló su idilio con el gran modisto. Esta es la historia que nos contó. Un gran reportaje de la revista, ya completo en la web.
Eva Lamarca | Vanity Fair, 2016-12-11
http://www.revistavanityfair.es/la-revista/articulos/quien-es-fabrice-thomas-amante-de-yves-saint-laurent-pierre-berge/23198

Cuentan los periódicos que el hombre que me espera en un hotel de Berlín, asediado por una tormenta líquida que durará tres días con sus tres noches, es un ladrón. Que antes de ser lo que fue, era el chófer de Yves Saint Laurent, el diseñador fallecido en 2008. Que en los noventa vivió junto a él una historia de amor. Y no se sabe bien cuándo, ni por qué, le robó al costurero más de 300 dibujos, algunos de ellos eróticos, que hasta hoy han permanecido ocultos. Dicen además los medios que el estafador pidió por ellos una suma desmesurada de dinero, que no pudo venderlos y decidió, antes de esconderse en un lugar recóndito, regalárselos a su amigo del alma, el único que evitó que se quitara la vida en un momento de absoluta desesperación.

Hoy el propietario de esos bocetos trata de exponerlos y venderlos, pero alguien, tal vez uno de los hombres más poderosos del mundo, se lo impide. Asegura que las obras son robadas y ha interpuesto una denuncia por hurto, tentativa de extorsión y falsificación. Su nombre: Pierre Bergé, heredero de un emporio que creó y amasó junto al modisto Saint Laurent, su pareja oficial durante décadas; presidente de la fundación que lleva su nombre; gran mecenas de las artes y la cultura (exdirector del Teatro de l’Athénée y de la Ópera Nacional de París); amigo personal de François Mitterrand y Ségolène Royal; dueño desde hace tres años del prestigioso vespertino francés Le Monde, junto a sus dos socios, el empresario de Internet fundador de Free, Xavier Niel, y Matthieu Pigasse, banquero de la Banca Lazard y propietario del semanario Les Inrockuptibles. Bergé ha sido claro y contundente en el diario WWD: “Es imposible que Yves diera cientos de dibujos a su chófer. Quizá uno o dos, pero no 300. Fueron robados”.

El conductor, acusado de timador, ha permanecido todo este tiempo en silencio. Hasta hoy. No ha sido fácil convencerlo ni hacerlo llegar hasta aquí, una ciudad europea alejada de su guarida en Canadá, el lugar donde vive desde hace diez años en solitario. Rodeado tan solo de osos grizzlies. Sin embargo, a la hora prevista, ahí está: levita negra de cuello mao, gorro de estibador, gafas de sol de carey y rostro curtido por el tiempo. Una mezcla entre el actor Ed Harris y el músico Leonard Cohen. Hace 20 años Fabrice Thomas era joven, atrevido y se parecía a Marlon Brando: un guapo de mirada poderosa dispuesto a comerse el mundo.

—Ahora mi alma tiene millones de años y mi cuerpo, 52 —dice cuando le recuerdo las fotos antiguas que he visto.

Se sienta en una esquina del café, mira por el enorme ventanal y suspira. El inicio de su historia es de película. No ha olvidado ninguno de los guiños del destino. Un relato que poco tiene que ver con lo que hasta ahora han contado los medios. ¿Será Fabrice Thomas un estafador, un hombre enfrentado al poder o un rencoroso justiciero?

El 14 de noviembre de 1961, el día que el joven modisto Yves Saint Laurent, el mejor de los diseñadores de Dior y su sucesor, se atrevía a abrir, gracias al empuje de su pareja de entonces y socio Pierre Bergé, su propia ‘maison’, acababa de venir al mundo Fabrice. Lo hacía exactamente en la casa al lado del local donde se trasladó la sociedad YSL, un pequeño hotel en la 30 Bis Rue Spontini de París que había servido de atelier del pintor Jean-Louis Forain.

“Desde muy pequeño yo jugaba en los pasillos de las oficinas de YSL”, relata Thomas. Su abuela, Henriette, crió al pequeño y enfermizo Fabrice mientras ella trabajaba como mujer de la limpieza en el taller del diseñador: “Mis padres vivían en las afueras y yo necesitaba cuidados médicos, así que me quedé con mi abuela en el centro de la ciudad”. Fue así como Yves y él se conocieron. “Un día me topé con las piernas de Saint Laurent. Estaba preparando una de sus colecciones y se quedaba hasta muy tarde. Se paró. Recuerdo que me hizo dos o tres monerías y se puso a hablar con mi abuela: ‘¿Cuántos años tiene?’, preguntó él. ‘Ocho acaba de cumplir’. ‘Oh, pero eso es fantástico, Henriette. Nació el mismo año que yo creé mi firma. Eso le traerá suerte en la vida”.

Fabrice mira con ojos de alucinado, incrédulo de su fortuna: “Veinte años después yo vivía con Yves. ¿Se lo puede creer?”. Una incógnita que él todavía no parece haber terminado de descifrar.

El padre de Fabrice Thomas, Michel, también empezó a trabajar en la sociedad YSL. Era su chófer. Yves Saint Laurent y Pierre Bergé se habían conocido en 1958 y diez años después estaban instalados en un fantástico dúplex en la 55 Rue Babylone. “Mis padres se separaron y mi padre empezó a vivir en el mismo edificio que Yves y Pierre, en uno de los estudios que había en el piso de arriba. Como no conducía las 24 horas, a veces me recogía y me llevaba a su apartamento. Recuerdo 
perfectamente estar merendando en su cocina con Christian, el chef, y Bernard y Albert, los criados”.

Francia, 1968: París arde. Revueltas estudiantiles, drogas, sexo... Yves Saint Laurent traduce la revolución de mayo del 68 al lenguaje que conoce: la innovación en el diseño. El sastre ya ha inaugurado en 1966, junto a su musa, Catherine Deneuve, la primera boutique Saint Laurent Rive Gauche. Y Bergé ha encontrado nuevos accionistas como Richard B. Salomon, presidente de la marca de cosméticos Charles of the Ritz, con quien lanzan su primer perfume. El emporio crece. "Por esa época mi madre estaba muy enferma y me internaron en el colegio Saint Philippe en Meudon hasta los 16 años”, dice Thomas, y, de repente, enmudece, como si estuviera guardándose el mejor de los secretos. Se incorpora y dispara: “Yves, Bergé y mi padre ya eran amantes. Los tres conformaban un trío. Me lo contó Bergé muchos años después”.

Al salir del internado Fabrice quería trabajar en YSL. “Mi madre había muerto tras una larga enfermedad. Yo sentía que tenía algo que hacer en la empresa. Pero mi padre no quiso saber nada de mí. No me cogía ni el teléfono. Yo había suspendido todo y a él le parecía un inútil. Me fui a vivir con mi hermano a Deauville”. Claude, uno de los hermanos de Fabrice, se había instalado en la ciudad normanda después de que su padre trabajara algún tiempo como guarda del Château Gabriel, la casa que, en los setenta, Yves y Bergé habían comprado en Benerville-sur-Mer, al lado de Deauville. “Durante ocho años hice pequeños trabajos. Mi padre seguía sin hablarme, así que un día llamé a Bergé y le conté la situación. Me pidió que fuera a París a ver a René Pitet, su jefe de personal”. Pero cuando Thomas aterrizó en las oficinas de YSL, Pitet no le recibió. “Me volví muy cabreado a Deauville. No lo comprendía. Un año después, volví a llamar a Bergé”.

—¿Dónde estás ahora?— le preguntó Bergé.
—En Deauville —respondió Fabrice.
—Coge un tren, te espero en París.

Cuando Fabrice llegó, Bergé había convocado al jefe de personal. “Le echó una buena bronca por no haberme atendido cuando él se lo pidió”. En 1984, con 24 años, Fabrice Thomas empezó a trabajar como chico para todo en el departamento de prensa de YSL. “Llevaba a casa de las estrellas los vestidos para una fiesta o una película. Mi entrada molestó un poco a mi padre y a casi todo el mundo. Yo era joven, naíf, y ellos tenían mil problemas de los que ocuparse”. El mayor de ellos: Yves Saint Laurent.

Con 20 años Saint Laurent había alcanzado la gloria. Con 40, se sentía viejo y solo. Bergé y él se habían separado en 1976, y el empresario se había instalado en una habitación del hotel Lutetia y había iniciado una nueva relación con un joven americano, Madison Cox. “Yves estaba triste, ansioso. Le aterraba la responsabilidad, pensar que no tenía más que ofrecer. Cada colección era un martirio para él”, recuerda Thomas. Su médico de entonces, Philippe Abastado, le confesó a la autora de ‘Saint Laurent, mauvais garçon’, Marie-Dominique Lelièvre: “Estaba angustiado más que depresivo, una angustia llevada hasta la parálisis. Y para huir, adoptaba conductas adictivas”. Alcohol, drogas, somníferos… Saint Laurent sufrió un coma etílico que le dejó secuelas neurológicas. La mezcla de whisky, tranquilizantes y cocaína le dio a su rostro un aire abotargado.

Bergé, sin embargo, había dirigido hasta 1981 el Teatro de l’Athénée. Había aupado a su amigo Mitterrand al poder. Y en 1988 empezaba a dirigir la Ópera Nacional de París. “Yo le hacía de chófer en esas ocasiones especiales. Le llevaba a cenar a La Gargouille con el presidente o le acercaba a la Ópera”. Bergé, que había acogido bajo su ala protectora a Fabrice, le daba dinero para vivir. “Pero aquello me costaba siempre demasiado caro”. El cielo deja pasar los rayos de un sol licuado. Los camareros preparan el salón para la hora de comer. El lugar es grande, decorado en un color rosa estridente.

—Yo empezaba a llevar una vida normal. Tenía trabajo, dinero, una casa, formaba parte del equipo de uno de los mejores diseñadores del mundo... Así que tuve relaciones sexuales con Pierre Bergé. Cuando le llevaba en coche se las arreglaba para que acabáramos en una habitación de hotel. No podía soportarlo, pero no se lo conté a nadie.

Fabrice Thomas dice que se sentía humillado. Cinco años después pudo “escapar” de él. Un día de 1990 Saint Laurent le pidió a su asistente, Nicole, que Fabrice le llevara un encargo a su casa. “Cuando llegué me pidió que fuera discreto, pero que necesitaba que le llevara por las noches a donde él precisara”.

—¿En qué consistían esas salidas?
—Bueno… Eso…. Él salía por las noches y luego yo lo recogía. A veces tenía incluso que cargarlo a la espalda porque no se encontraba en muy buen estado.

Esta mañana Fabrice Thomas elige recordar solo algunas cosas. Al fin y al cabo, él busca en su pasado para dar sentido a su presente y plasmarlo en un texto que terminará convirtiéndose en un libro. De hecho, ha venido a Berlín, entre otros motivos, para cerrar un posible acuerdo editorial. Días después de nuestro encuentro me pedirá volver a conversar para recordar algunos detalles más. No desea contarlo todo aún, pero quiere que se sepa la verdad. Se resiste a ser clasificado. “Yo no fui solo un chófer ni soy un ladrón. Bergé trata de borrarme del mapa, pero como me dijo una vez el exsecretario de Yves, Christophe Girard, yo tengo un capítulo en su vida. Y lo voy a contar”.

Víctima voluntaria de una relación en la que Bergé utilizaba el poder para tener sexo y Thomas el sexo para obtener poder, le tentó el espejismo de un amor que, con el tiempo, sería destructivo y engañoso. “Una mañana de 1990 Pierre me llamó a su despacho —me cuenta Thomas—. Estaba muy serio. De repente soltó: ‘Yves quiere tener una historia contigo. ¿Aceptas o no?’. Después del shock, dije sí, casi inmediatamente. Sabía que eso suponía escapar de sus fauces. Él estaba enfadado. Se acababa de enterar de que yo salía con Yves por las noches. Me dijo que era una serpiente… Le enfadaba todo lo que escapaba a su poder y a su control”.

El imperio comercial de YSL estaba en plena expansión y Bergé trataba de ocultar los graves problemas psíquicos del indomable creador. Cuenta Marie-Dominique Lelièvre cómo la periodista Claude Brouet, de ‘Marie Claire’, al final de una entrevista, le pidió al diseñador un dibujo inédito. “Saint Laurent le muestra sus manos temblorosas: ‘Si fuera capaz…’. La puerta de la oficina se abre brutalmente y detrás un Bergé furioso amenaza: ‘¡Cállate, Yves!”.

Thomas lo confirma: “Bergé controlaba todo. Había aislado a Yves de sus amigos, con quienes, decía, perdía el control. Era una etapa de mucha tensión entre ellos. Saint Laurent tenía problemas con las drogas y el alcohol. Su padre acababa de morir, estaba muy triste y no hacía caso a nadie”.

“¿Cómo ser amigo de un tipo que se cae encima del plato en medio de una cena?”, le relató el exsecretario de YSL, Christophe Girarad, a Lelièvre. Una noche, acompañado de un amigo, el diseñador entró en el restaurante Caviar Kaspia. A mitad de la velada, la cabeza de Yves se descolgó sobre su pecho. “La sala se petrifica”, escribe la periodista.

“El amigo del que habla Lelièvre era yo”, desvela Fabrice, que para entonces había pasado ya a ser, oficialmente, el asistente personal de Yves. “Era catastrófico, tomaba tantos medicamentos...”. Solo el ímpetu de Fabrice logró que lo hospitalizaran: “Se había roto el tobillo. Lo llevé a urgencias. Le hicieron unas radiografías y le pincharon un tranquilizante. Me hizo caso y aceptó ingresar en el hospital americano de Neully”.

Saint Laurent fue trasladado a una clínica en Garches donde siguió un programa de desintoxicación: “Iba a verle todos los días. Llevaba a su madre, al fotógrafo François-Marie Banier. Los medios de comunicación no se enteraron porque Pierre logró controlar a la prensa. Aquello podía alarmar a los accionistas y hundir el negocio”. Fue en la clínica de Garches donde el modisto le pidió que se fuera a vivir con él. “Vente conmigo —me dijo—, haré que preparen una gran habitación para ti”.

“Recuerdo perfectamente el día que salió de la clínica. Era verano de 1990, fui a recogerlo con Paul, su chófer, y ya no nos separamos. Durante dos años y medio compartimos cada minuto. Yves no iba a ningún sitio sin mí. Yo era su novio, su amigo, su asistente. Todo el mundo en la empresa lo sabía, igual que años antes se enteraron de mi relación con Amalia, la top model. Con Yves tuve una amistad muy profunda donde los dos aprendimos a conocernos. Yo le daba fuerzas para continuar y él me daba todo lo demás…”. Por primera vez Fabrice se ríe con ternura. “Es que era así, me lo daba todo”, reconoce.

—Siempre se ha dicho que los arrebatos de amor de YSL eran excesivos y teatrales. Y, como el niño mimado que era, la desilusión llegaba fulminante.
—Yves fue generosísimo conmigo. Sin límites. Se le había metido en la cabeza que yo fuera su hijo adoptivo. Me regaló tres coches, una casa a las afueras de París, otra en el Midi. Quiso comprarme una mansión, de la que pagó un porcentaje para bloquear la venta porque decía que tenía “una casa de pobre”. Me obsequió con cuadros, relojes Cartier y una tienda de antigüedades en el mercado de las pulgas de París. Una locura. Llevábamos una vida increíble de la que me costó mucho desprenderme de un día para otro”.

Las fotos que me mostrará más tarde Fabrice Thomas son personales. Muchas las tomó él mismo. Austria, Japón, Nueva York… Vuelos en el avión privado de Yves; cenas en los mejores restaurantes de París… Señala su joven yo preservado: “Aquí tenía 30 años y él 60, pero nunca pensé en eso porque nos divertíamos como niños. Nos olvidábamos de todo lo que era su trabajo y disfrutábamos”.

Pasaban jornadas enteras en el castillo de Deauville: “Invitábamos a cenar a François Xavier y Claude Lalanne, una pareja de artistas con los que Yves se llevaba muy bien”. Y las vacaciones en la villa Oasis, en el Jardin Majorelle en Marrakech, la antigua casa del pintor Jacques Majorelle, que Saint Laurent y Bergé adquirieron en 1980 para evitar que se convirtiera en un hotel. “Yves estaba completando su colección de arte islámico que luego expondría en Majorelle. Pasábamos los días buscando gangas en los anticuarios. Cuando quería algo era yo quien negociaba, porque los vendedores siempre añadían un cero al precio original cuando le veían entrar por la puerta. 
A él le divertía mucho elegir y verme regatear”.

Fabrice cuenta que durante las estancias en Marrakech era cuando el modisto dibujaba más. “Lo hacía en su habitación. A veces sentado en la cama. Fue ahí cuando esbozó muchos de los retratos que me regaló. Yo mismo posé desnudo para él. La mayoría de esos diseños están dedicados o tienen el membrete de la 55 Rue Babylone, así que Bergé no puede decir que los falsifiqué. Yves me dio unos pocos por aquí, otros por allá… Por supuesto que no me los ofreció todos de golpe como él pretende hacer creer”.

Entre las más de 300 ilustraciones que el creador le regaló hay diseños, un bosquejo de la madre de Saint Laurent, parte de un cuaderno con anotaciones personales, varios autorretratos y algunas pinturas eróticas. “Otras son pornográficas. Bergé no quiere que se conozcan porque, dice, tiene derecho a proteger el honor de Yves”.

—Cuénteme cómo terminó su historia de amor.
—Era el verano de 1992, estábamos en Marrakech... Para mí cada vez era más difícil soportar el carácter de Yves. Yo también había empezado a tomar somníferos y calmantes... Al final vivía como un zombie en una jaula dorada.

Es todo lo que logro arrancarle a Thomas del fin de su relación con Saint Laurent. ¿Tuvo Bergé algo que ver? Tras separarse, Thomas se trasladó a su casa en el Midi donde abrió una tienda de antigüedades. “Seis meses después conocí a Lothar Gallinat. Era cliente de mi tienda y empezamos una gran amistad, para nada sexual. Al mismo tiempo inicié una relación con una mujer. Me casé y me separé, algo que ya terminó de desequilibrarme. Pasar del todo a la nada después de Yves había sido muy difícil. Lothar me ayudó a reconstruirme… Yo tenía una depresión muy profunda, estuve a punto de suicidarme. Lothar me salvó”.

Gallinat fue el apoyo incondicional de Thomas: “Por todo aquello, aunque le parezca extraño, decidí regalarle la mayoría de los diseños de Yves. Me guardé unos pocos, a los que más cariño tenía”. A partir de aquí el relato es confuso y en ocasiones 
contradictorio. Pero ni Gallinat ni Pierre Bergé, han querido ofrecer su versión de los hechos. Según Fabrice Thomas, a finales de los años noventa decidió dejar atrás su pasado y viajar a Estados Unidos para empezar de cero. “Había vendido todas mis 
propiedades y no tenía suficiente dinero. Con Lothar decidimos que iría a ver a Bergé para saber si podía interesarle comprar los dibujos y, en caso contrario, que al menos me firmara la colección, para que quedara constancia de que era mía”.

—Pero si se la había regalado a Lothar Gallinat, ¿por qué fue usted a ver a Pierre Bergé?
—Yo necesitaba dinero para viajar a Estados Unidos. Nunca pensé que esos retratos tuvieran valor, pero Lothar me dijo que podríamos venderlos. Nunca hablamos de dinero, ni pactamos un precio, aunque entendía que me daría algo.

—Bergé dice que le pidió una suma desmesurada de dinero.
—Bergé no conocía la existencia de los dibujos eróticos, pornográficos. Se quedó de piedra cuando los vio. Yves tenía mucho talento. En ellos se reconoce a sus amantes, personas públicas. Y aunque todo el mundo sabía de las historias de Yves, las ilustraciones son la prueba explícita. Hay demasiado sexo en esas imágenes, por eso Bergé quería recuperarlos. Me dijo: “¿Cuánto quieres?” Le pedí tres millones de euros que, tal vez, era demasiado, pero le comenté que algunos expertos lo habían valorado… “¡Qué expertos!”. —Se puso loco— .“¡Yo soy el experto! Y, de todas maneras, si quieres venderlos difícilmente podrás hacerlo de uno en uno, como mucho te darán 500 euros. Y juntos no podrás, porque yo tengo un derecho sobre la moralidad de YSL y no te dejaré hacerlo”.

Hay otra versión de los hechos. Y la desveló el mismo Thomas ante notario en 2008: “A mediados de los años noventa tuve problemas financieros causados por un divorcio que me hizo perder mucho dinero. Entré en contacto con Bergé en París para intentar vender mi colección. Bergé no estuvo interesado y encontró el precio indicado (tres millones de euros) demasiado elevado. […] Hubo varias tentativas más de hablar por teléfono y le expliqué que necesitaría con urgencia dinero y que le había dado la colección como regalo al señor Gallinat. Le di su número de teléfono, así como el de su abogado. Monsieur Bergé me dijo que me calmara y que me iba a ingresar la suma de 20.000 euros en mi cuenta bancaria, algo que hizo. Sé que el monsieur Bergé no intentó hablar ni con Gallinat ni con su abogado. En todo caso, yo le di la colección a mi amigo antes de 1994 y, para ordenar jurídicamente el informe de propiedad, me he desplazado hasta Buehl con él a fin de ver a su abogado y firmar un acuerdo de donación”.

Según este acuerdo, Lothar Gallinat es ahora propietario de más de 300 dibujos que le ha sido imposible vender ni exponer en todo este tiempo. El socio de Gallinat, y amigo personal, Werner Vollert, me mostrará alguna de las cartas que los abogados de Gallinat han enviado en vano a los servicios jurídicos de Bergé con el objetivo de obtener el permiso para la venta y exposición de las obras. Bergé lo ha impedido al negar su certificado de autenticidad: “Atribuir estos esbozos a un artista sin el previo examen de mi cliente constituye una afrenta —escriben los abogados de Bergé a los responsables de la galería Neu en Berlín—. Además, el autor de una obra tiene derechos morales y, entre otros, está el de divulgación. Este consiste en la facultad de un autor de elegir personalmente las creaciones que expone o no. En su caso, el mero hecho de vender o exponer dibujos sin el consentimiento de Pierre Bergé, único heredero de YSL y presidente de la Fundación, constituye una seria ofensa, no solo a los derechos patrimoniales de mi cliente sino también a los morales”.

"Cada vez que Gallinat ha intentado vender o exhibir las obras, Bergé le ha cortocircuitado —me explica Thomas—. Por eso trato de ayudar a mi amigo contando la verdad, cómo Yves me regaló esos bocetos y yo se los di a Lothar. Y más ahora, que Bergé dice que son robados”. La demanda que el 28 de octubre de 2012 Pierré Bergé presentó ante la policía por robo, tentativa de extorsión y falsificación “es una denuncia contra X, porque no tiene pruebas para acusar a una persona en concreto”, desvela Thomas. Este es un procedimiento habitual en el derecho francés. A raíz de la acusación del exsocio de YSL se ha abierto una investigación para esclarecer los hechos.

Mientras, Gallinat y su socio Vollert se afanan por obtener certificados de autenticidad de expertos de arte internacional. Thomas, por su parte, me ofrece una lista de personas que, dice, podrán corroborar su historia, contrarrestar el titánico poder que ejerce Bergé. La mayoría de ellas están muertas (Alberto Pinto, Loulou de la Falaise..) y las que viven (el fotógrafo François-Marie Banier, el político y exsecretario de YSL, Christophe Girard, Karl Lagerfeld...) no han querido hablar en este reportaje ¿o importunar al gran magnate...?

En nuestra última conversación, la voz llega entrecortada. Fabrice Thomas descansa del ajetreo berlinés en su granja de Canadá, la propiedad que compró tras venderlo todo en Francia. “Lo que no se espera Pierre es que este simple chófer, como él me llama, vaya a enfrentársele. Ahora todo el mundo va a saber por qué trata de eliminarme de la foto”.

Thomas no resiste el impulso de arremeter con dureza: “¿Él habla de inmoralidad? ¿Él, que manejó como quiso a Yves? 
¿Él, que fue amante de mi padre y provocó que se separara de mi madre? ¿Él, que pagó los abogados de mi padre mientras mi madre, sin dinero y un buen letrado, perdía la custodia de sus hijos y caía enferma hasta la muerte?”. La rabia le muerde la boca. La voz respira en dos puntos y cae con ímpetu en la siguiente frase: “Mire, nunca pude volver ver a Yves. Le escribí cartas, le llamé, pero Bergé había pedido a los criados que no me dejaran hablar con él. El 5 de junio de 2008, un amigo me dijo que había muerto. Me despedí de él en la distancia. Han pasado 20 años desde que nos separamos y hay muchas cosas que me he callado. Pero no voy a aceptar que me llamen ladrón. No se puede creer únicamente lo que escriben los diarios. Hay cierta mierda que no comeré”. Lo dice citando a E. E. Cummings.

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