Imagen: Diagonal / Carmen G. de la Cueva |
'Mamá, quiero ser feminista' (Lumen, 2016) es la primera novela de Carmen G. De la Cueva, un relato autobiográfico que suena a conversación y pretende animar a otras mujeres para que también cuenten. Porque lo han vivido.
Jose Durán Rodríguez | Diagonal, 2016-12-02
https://www.diagonalperiodico.net/culturas/32498-entevista-carmen-g-la-cueva-libro-mama-quiero-ser-feminista.html
La periodista Carmen G. de la Cueva (Alcalá del Río, 1986) ha dado un paso más en el camino que comenzó escuchando a su abuela, leyendo en la biblioteca y compartiendo espacios virtuales con otras escritoras y lectoras. ‘Mamá, quiero ser feminista’ (Lumen, 2016), su primera novela, cuenta sus experiencias desde la escuela o la aceptación de su propio cuerpo, entre otras vivencias comunes a muchas mujeres de varias generaciones.
Directora desde 2014 de La Tribu, un lugar de encuentro en torno a la literatura escrita por mujeres, y fundadora de la editorial La Señora Dalloway, entiende su estreno como novelista como un modo de seguir tejiendo comunidad.
En el libro dices que, sin saberlo, desde pequeña habías buscado la manera de ser feminista, ¿lo has conseguido?
Creo que sí, o estoy en el camino. A veces me sorprendo con pensamientos, contradicciones, con ese patriarcado y esas actitudes machistas golpeando, haciéndome sentir culpable o dudar de mí misma. Es un camino largo.
¿Qué supone para ti hoy ese ser feminista?
He intentado que supusiera una creación de espacios y comunidades, lugares donde las mujeres nos pudiéramos reunir, juntar, contarnos, compartir experiencias y lecturas, hacer genealogía, algo muy necesario. Genealogía literaria, por un lado, pero también familiar: dar valor a las voces y relatos de mi bisabuela, mi abuela o mi madre, que tan importantes son. He intentado ejercer un feminismo cultural.
Esas historias que pasan desapercibidas.
La intrahistoria. Para mí fue muy importante crecer con el relato que me contaban mi abuela y mi tía Carmen sobre mi bisabuelo, el último alcalde republicano de Alcalá del Río, que fue represaliado durante la guerra civil y pasó muchos años en la cárcel sin que la familia supiese dónde estaba.
Siempre me habían contado la historia de él. La bisabuela Asunción se había quedado con los niños pero no había sabido mucho más de ella.
Hace muy poco, mientras escribía el libro, me contaron que hacía estraperlo, no sólo cuidaba de los cinco hijos. Qué importante ha sido para mí conocer que una mujer de mi edad se fuera a comprar y vender productos al puerto de Sevilla, arriesgándose a que la detuvieran cuando volvía. Cuánta falta hace el diálogo intergeneracional para seguir descubriendo esos relatos.
¿Hasta qué punto escribir este libro te ha ayudado en ese camino que mencionabas?
Mucho, porque he roto, o he intentado romper, el pudor a contar ciertas cosas. Narro una experiencia de violación, por ejemplo, que me daba mucha vergüenza contar, aunque no la sufriera yo.
¿Cómo encajas ese crear comunidad que decías con el hecho de escribir un libro, que es un acto individual?
Está escrito muy pegado a la oralidad, lo entiendo como una conversación con una amiga. Me están llegando muchos comentarios de mujeres que se sienten identificadas con las historias. Es muy emocionante porque me escriben chicas de 18 años y mujeres de 60. Hay cosas que se siguen repitiendo, hay generaciones de mujeres que pasan por lo mismo. El libro no es un acto para mí, de ser así no habría contado ciertas cosas.
¿Le llegaste a decir a tu madre que querías ser feminista?
Más tarde le dije "mamá, soy feminista". De hecho, mi madre se ha hecho feminista en estos dos últimos años, desde que creé la Tribu, y eso ha sido muy bonito. Había cosas que no veía, y leyendo se ha dado cuenta de cosas. Casi que ella me ha dicho "hija, quiero ser feminista".
¿Podría ser el libro una guía para otras mujeres?
A mí me gustaría que fuera una hoja de ruta para que las mujeres se sintieran menos solas, que es uno de los problemas de la sociedad y lo que el patriarcado quiere: que nos pensemos únicas y solas, que sintamos que lo que nos pasa sólo nos pasa a nosotras y que por eso debemos ocultarlo y silenciarlo.
El hecho de hablar y de leernos así nos puede hacer muchísimo más poderosas. Me gustaría que, al leerlo, muchas chicas y mujeres se animaran a contar, y que también sirva para seguir leyendo.
¿Te consideras excepción más que norma entre las mujeres?
No me gustaría verme como una excepción y creo que el relato no debería ser el de que somos especiales. Nos convencen de que sólo puede haber una, especial. Y lo que hacemos es competir por ese hueco, en lugar de unirnos.
Creo que este libro encaja en una tradición más anglosajona de relato autobiográfico pero espero abrir el panorama y que muchas chicas y mujeres se atrevan a contar su versión, su historia. Creo que en el libro se percibe que lo que me ha pasado a mí les ha pasado a muchas mujeres.
¿Qué valor le das a la parte gráfica del libro, con las ilustraciones de Malota?
No sería igual sin ella. La relación ha sido muy bonita y gratificante. Hemos ido trabajando juntas: yo escribía un par de capítulos y se los mandaba. Ha sido un trabajo común, sus ilustraciones no son nada complacientes. Me interesan sus retratos de mujeres.
En el libro haces una defensa muy clara de las bibliotecas públicas.
Cuando creces en una casa sin libros o tienes acceso a pocos libros, tu descubrimiento es muy accidentado y aleatorio. En las bibliotecas descubrí un universo, no era consciente de que hubiera tantas autoras a las que podía leer, de las que nunca me habían hablado. Hoy me preguntaba una periodista si llegué a la universidad sin saber lo que era el feminismo. Pues sí. A mí nadie me habló en el instituto de Victoria Kent o Clara Campoamor o la Residencia de Señoritas.
En las bibliotecas es donde está el conocimiento cuando vienes de un entorno en el que no tienes la suerte de contar con unos padres ilustrados. Me encanta el discurso del cuarto propio y dinero propio de Virginia Woolf pero para conseguir eso... Tengo treinta años, soy de una generación precaria, con cuarto propio portátil, ¿dónde puedo encontrar ese espacio? En la biblioteca. Hay que reivindicarlas, por supuesto.
Teniendo en cuenta que, desgraciadamente, nos da por votar a partidos como el PP que no fomentan la educación ni el conocimiento y que nos quieren cada vez más tontos y sumisos... Todas estas lecturas están en la biblioteca, te están esperando.
Directora desde 2014 de La Tribu, un lugar de encuentro en torno a la literatura escrita por mujeres, y fundadora de la editorial La Señora Dalloway, entiende su estreno como novelista como un modo de seguir tejiendo comunidad.
En el libro dices que, sin saberlo, desde pequeña habías buscado la manera de ser feminista, ¿lo has conseguido?
Creo que sí, o estoy en el camino. A veces me sorprendo con pensamientos, contradicciones, con ese patriarcado y esas actitudes machistas golpeando, haciéndome sentir culpable o dudar de mí misma. Es un camino largo.
¿Qué supone para ti hoy ese ser feminista?
He intentado que supusiera una creación de espacios y comunidades, lugares donde las mujeres nos pudiéramos reunir, juntar, contarnos, compartir experiencias y lecturas, hacer genealogía, algo muy necesario. Genealogía literaria, por un lado, pero también familiar: dar valor a las voces y relatos de mi bisabuela, mi abuela o mi madre, que tan importantes son. He intentado ejercer un feminismo cultural.
Esas historias que pasan desapercibidas.
La intrahistoria. Para mí fue muy importante crecer con el relato que me contaban mi abuela y mi tía Carmen sobre mi bisabuelo, el último alcalde republicano de Alcalá del Río, que fue represaliado durante la guerra civil y pasó muchos años en la cárcel sin que la familia supiese dónde estaba.
Siempre me habían contado la historia de él. La bisabuela Asunción se había quedado con los niños pero no había sabido mucho más de ella.
Hace muy poco, mientras escribía el libro, me contaron que hacía estraperlo, no sólo cuidaba de los cinco hijos. Qué importante ha sido para mí conocer que una mujer de mi edad se fuera a comprar y vender productos al puerto de Sevilla, arriesgándose a que la detuvieran cuando volvía. Cuánta falta hace el diálogo intergeneracional para seguir descubriendo esos relatos.
¿Hasta qué punto escribir este libro te ha ayudado en ese camino que mencionabas?
Mucho, porque he roto, o he intentado romper, el pudor a contar ciertas cosas. Narro una experiencia de violación, por ejemplo, que me daba mucha vergüenza contar, aunque no la sufriera yo.
¿Cómo encajas ese crear comunidad que decías con el hecho de escribir un libro, que es un acto individual?
Está escrito muy pegado a la oralidad, lo entiendo como una conversación con una amiga. Me están llegando muchos comentarios de mujeres que se sienten identificadas con las historias. Es muy emocionante porque me escriben chicas de 18 años y mujeres de 60. Hay cosas que se siguen repitiendo, hay generaciones de mujeres que pasan por lo mismo. El libro no es un acto para mí, de ser así no habría contado ciertas cosas.
¿Le llegaste a decir a tu madre que querías ser feminista?
Más tarde le dije "mamá, soy feminista". De hecho, mi madre se ha hecho feminista en estos dos últimos años, desde que creé la Tribu, y eso ha sido muy bonito. Había cosas que no veía, y leyendo se ha dado cuenta de cosas. Casi que ella me ha dicho "hija, quiero ser feminista".
¿Podría ser el libro una guía para otras mujeres?
A mí me gustaría que fuera una hoja de ruta para que las mujeres se sintieran menos solas, que es uno de los problemas de la sociedad y lo que el patriarcado quiere: que nos pensemos únicas y solas, que sintamos que lo que nos pasa sólo nos pasa a nosotras y que por eso debemos ocultarlo y silenciarlo.
El hecho de hablar y de leernos así nos puede hacer muchísimo más poderosas. Me gustaría que, al leerlo, muchas chicas y mujeres se animaran a contar, y que también sirva para seguir leyendo.
¿Te consideras excepción más que norma entre las mujeres?
No me gustaría verme como una excepción y creo que el relato no debería ser el de que somos especiales. Nos convencen de que sólo puede haber una, especial. Y lo que hacemos es competir por ese hueco, en lugar de unirnos.
Creo que este libro encaja en una tradición más anglosajona de relato autobiográfico pero espero abrir el panorama y que muchas chicas y mujeres se atrevan a contar su versión, su historia. Creo que en el libro se percibe que lo que me ha pasado a mí les ha pasado a muchas mujeres.
¿Qué valor le das a la parte gráfica del libro, con las ilustraciones de Malota?
No sería igual sin ella. La relación ha sido muy bonita y gratificante. Hemos ido trabajando juntas: yo escribía un par de capítulos y se los mandaba. Ha sido un trabajo común, sus ilustraciones no son nada complacientes. Me interesan sus retratos de mujeres.
En el libro haces una defensa muy clara de las bibliotecas públicas.
Cuando creces en una casa sin libros o tienes acceso a pocos libros, tu descubrimiento es muy accidentado y aleatorio. En las bibliotecas descubrí un universo, no era consciente de que hubiera tantas autoras a las que podía leer, de las que nunca me habían hablado. Hoy me preguntaba una periodista si llegué a la universidad sin saber lo que era el feminismo. Pues sí. A mí nadie me habló en el instituto de Victoria Kent o Clara Campoamor o la Residencia de Señoritas.
En las bibliotecas es donde está el conocimiento cuando vienes de un entorno en el que no tienes la suerte de contar con unos padres ilustrados. Me encanta el discurso del cuarto propio y dinero propio de Virginia Woolf pero para conseguir eso... Tengo treinta años, soy de una generación precaria, con cuarto propio portátil, ¿dónde puedo encontrar ese espacio? En la biblioteca. Hay que reivindicarlas, por supuesto.
Teniendo en cuenta que, desgraciadamente, nos da por votar a partidos como el PP que no fomentan la educación ni el conocimiento y que nos quieren cada vez más tontos y sumisos... Todas estas lecturas están en la biblioteca, te están esperando.
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