Imagen: Pikara |
Laia M.M. | Pikara, 2018-07-13
http://www.pikaramagazine.com/2018/07/yo-no-quiero-carcel-para-los-miembros-de-la-manada/
Veo a la gente de mi alrededor indignada porque los miembros de «La Manada» han quedado en libertad, a la espera de juicio. En muchas ciudades se organizan concentraciones para denunciar la justicia patriarcal y la noticia que estos hombres estén en la calle. Ante esto, dentro de mí aparecen emociones extrañas y difíciles de compaginar. Evidentemente me repugna el acto que estos hombres cometieron: VIOLAR, en grupo, grabándolo con el móvil, felicitándose por esta miserable acción. Pero me siento incómoda sumándome a la histeria colectiva donde se pide que se les encarcele, que no pisen la calle, donde se afirma que deberían estar en la cárcel.
Pienso que este no es un caso aislado. Es grave, claro que sí, pero no es un caso aislado. La diferencia es que se ha mediatizado y ha tenido mucho eco. Sale por todas las pantallas, a primera página de los periódicos, es el tema central de los debates de la mañana. Pero por desgracia cada día hay mujeres violadas, cada día hay mujeres vejadas, agredidas, violentadas. Convivimos con esta realidad; muchas de nosotras -sino la mayoría- la hemos vivido, y sabemos perfectamente que la indiferencia es la respuesta, a todos los niveles.
Esta visibilización intencionada por parte de los medios, hace que se nos presenten estos hombres como monstruos, el caso como puntual, la mujer agredida como víctima. Y que parte de los hombres implicados tengan vínculos con la guardia civil o con militares facilita su criminalización. Incluso, en medio de este auge independentista en el que ya hace tiempo que nos encontramos, se ataca a la «justicia española», como si la justicia catalana fuera mejor o se basara en parámetros diferentes. Me gustaría poder decir que me sorprende y me escandaliza el hecho, pero no sería sincera. En realidad, entiendo que estos hombres hayan hecho lo que han hecho. Entiendo que hayan cometido este acto atroz. Y lo entiendo porque esta violación no se diferencia de las veces que hombres nos han insistido para que vayamos con ellos en la cama, en que nos han hecho sentir culpables por no querer follar. A veces ha sido alguien que acabábamos de conocer, pero otras veces han sido nuestras parejas. No se diferencia de las veces que hemos notado como una mano nos rozaba el culo, o se mantenía más tiempo del necesario sobre nuestro muslo, o buscaba un contacto artificial y no invitado. A veces llevado a cabo por desconocidos, pero otras veces por amigos. No se diferencia de las veces que hemos sentido el peso de miradas lascivas y babosas sobre nuestro cuerpo. No se diferencia de ambientes hostiles con los que hemos convivido y convivimos, ya sea en el trabajo, por la calle, en el bar o en el autobús, pero también en conciertos de punk o en la asamblea. Todo forma parte del mismo escenario de violencia. He visto en muchos hombres, también hombres de mi alrededor, de grupos en los que he participado, como en situaciones de rabia, de estrés o de suma de emociones que hacen llegar a lo hondo, aparece la sombra negra contra la que dicen y decimos luchar. Sale su machismo, su veneno de dominación y poder. Pero este también puede salir en momentos de máxima comodidad para ellos. Momentos en que aumenta, aún más, su posición de confort y control. Y se sueltan.
Y también entiendo el silencio, la no-intervención. Porque este no posicionamiento, esta complicidad, consciente o inconsciente, también la hemos experimentado y vivido. Se dice que estos hombres hacían bromas por un grupo de móvil donde explicaban orgullosos sus intenciones y proezas, y que el resto no decía nada o incluso les animaba. ¿Pero de qué nos sorprendemos? Cuántas veces en nuestro alrededor se ha restado importancia a lo que han expresado compañeras en relación a cómo se sentían a nivel de grupo. Cuántas veces hemos intentado semijustificar comentarios sexistas o que sabemos que pueden incomodar a otras personas. O por lo menos, restarles importancia o hacer ver que no los hemos oído. Cuántas veces se han dejado pasar conflictos o informaciones que nos han llegado, en relación a problemáticas de género, por falta de recursos en relación a cómo actuar, pero sobre todo por pereza a destinar tiempo a tratar estos aspectos, pereza de dedicar más horas «de las necesarias» que las mínimas para la gestión de un espacio. Pereza de tener discusiones y debates, pereza de asumir responsabilidades, de remover cosas de nuestro interior, de cambiar dinámicas. Pereza a perder privilegios. Pereza, miedo y egoísmo.
Pienso que muchas de las respuestas que está habiendo por el caso de «la manada» no se basan en empoderar a las mujeres ni analizan de manera global y objetiva porqué pasan estos hechos. Sino que de manera simplista se aferran a los mismos mecanismos punitivos de siempre, se aferran a esa misma justicia patriarcal que en teoría denunciamos. Es natural, obvio y saludable que estemos enfadadas, rabiosas, indignadas, por los hechos ocurridos y con las instituciones y estructuras que sostienen y perpetúan el sistema de poder heteropatriarcal, un sistema en el que también se encuentra la policía, las leyes y la prisión.
No tenemos que luchar por el castigo hacia los hombres, sino por la libertad de las mujeres. Y basándonos en discursos donde pedimos más endurecimiento de penas, donde pedimos que se encierre a la gente, para nada estamos fortaleciendo nuestra libertad. Al contrario, damos fuerza y avalamos un sistema y unas instituciones punitivas, las mismas que criticamos.
Pienso que este no es un caso aislado. Es grave, claro que sí, pero no es un caso aislado. La diferencia es que se ha mediatizado y ha tenido mucho eco. Sale por todas las pantallas, a primera página de los periódicos, es el tema central de los debates de la mañana. Pero por desgracia cada día hay mujeres violadas, cada día hay mujeres vejadas, agredidas, violentadas. Convivimos con esta realidad; muchas de nosotras -sino la mayoría- la hemos vivido, y sabemos perfectamente que la indiferencia es la respuesta, a todos los niveles.
Esta visibilización intencionada por parte de los medios, hace que se nos presenten estos hombres como monstruos, el caso como puntual, la mujer agredida como víctima. Y que parte de los hombres implicados tengan vínculos con la guardia civil o con militares facilita su criminalización. Incluso, en medio de este auge independentista en el que ya hace tiempo que nos encontramos, se ataca a la «justicia española», como si la justicia catalana fuera mejor o se basara en parámetros diferentes. Me gustaría poder decir que me sorprende y me escandaliza el hecho, pero no sería sincera. En realidad, entiendo que estos hombres hayan hecho lo que han hecho. Entiendo que hayan cometido este acto atroz. Y lo entiendo porque esta violación no se diferencia de las veces que hombres nos han insistido para que vayamos con ellos en la cama, en que nos han hecho sentir culpables por no querer follar. A veces ha sido alguien que acabábamos de conocer, pero otras veces han sido nuestras parejas. No se diferencia de las veces que hemos notado como una mano nos rozaba el culo, o se mantenía más tiempo del necesario sobre nuestro muslo, o buscaba un contacto artificial y no invitado. A veces llevado a cabo por desconocidos, pero otras veces por amigos. No se diferencia de las veces que hemos sentido el peso de miradas lascivas y babosas sobre nuestro cuerpo. No se diferencia de ambientes hostiles con los que hemos convivido y convivimos, ya sea en el trabajo, por la calle, en el bar o en el autobús, pero también en conciertos de punk o en la asamblea. Todo forma parte del mismo escenario de violencia. He visto en muchos hombres, también hombres de mi alrededor, de grupos en los que he participado, como en situaciones de rabia, de estrés o de suma de emociones que hacen llegar a lo hondo, aparece la sombra negra contra la que dicen y decimos luchar. Sale su machismo, su veneno de dominación y poder. Pero este también puede salir en momentos de máxima comodidad para ellos. Momentos en que aumenta, aún más, su posición de confort y control. Y se sueltan.
Y también entiendo el silencio, la no-intervención. Porque este no posicionamiento, esta complicidad, consciente o inconsciente, también la hemos experimentado y vivido. Se dice que estos hombres hacían bromas por un grupo de móvil donde explicaban orgullosos sus intenciones y proezas, y que el resto no decía nada o incluso les animaba. ¿Pero de qué nos sorprendemos? Cuántas veces en nuestro alrededor se ha restado importancia a lo que han expresado compañeras en relación a cómo se sentían a nivel de grupo. Cuántas veces hemos intentado semijustificar comentarios sexistas o que sabemos que pueden incomodar a otras personas. O por lo menos, restarles importancia o hacer ver que no los hemos oído. Cuántas veces se han dejado pasar conflictos o informaciones que nos han llegado, en relación a problemáticas de género, por falta de recursos en relación a cómo actuar, pero sobre todo por pereza a destinar tiempo a tratar estos aspectos, pereza de dedicar más horas «de las necesarias» que las mínimas para la gestión de un espacio. Pereza de tener discusiones y debates, pereza de asumir responsabilidades, de remover cosas de nuestro interior, de cambiar dinámicas. Pereza a perder privilegios. Pereza, miedo y egoísmo.
Pienso que muchas de las respuestas que está habiendo por el caso de «la manada» no se basan en empoderar a las mujeres ni analizan de manera global y objetiva porqué pasan estos hechos. Sino que de manera simplista se aferran a los mismos mecanismos punitivos de siempre, se aferran a esa misma justicia patriarcal que en teoría denunciamos. Es natural, obvio y saludable que estemos enfadadas, rabiosas, indignadas, por los hechos ocurridos y con las instituciones y estructuras que sostienen y perpetúan el sistema de poder heteropatriarcal, un sistema en el que también se encuentra la policía, las leyes y la prisión.
No tenemos que luchar por el castigo hacia los hombres, sino por la libertad de las mujeres. Y basándonos en discursos donde pedimos más endurecimiento de penas, donde pedimos que se encierre a la gente, para nada estamos fortaleciendo nuestra libertad. Al contrario, damos fuerza y avalamos un sistema y unas instituciones punitivas, las mismas que criticamos.
La resolución de los conflictos, también de agresiones sexuales, a través de delegarlo a una justicia externa, no puede ni podrá servir nunca para ayudar a las mujeres a empoderarse, ni tampoco acabará nunca con el machismo y la violencia. Hay que buscar nuevas maneras de hacer frente a esta lacra, asumiendo que el cambio y la eliminación de esta será lenta, difícil y en la que no veremos resultados inmediatos. No podemos seguir tolerando discursos que nos victimizan, que nos dicen que la única solución es que una supuesta justicia (hecha por hombres y para los hombres) nos ayude, y simplemente aparte de nosotros «el problema», sin tocar ni cuestionar nada más de todo lo que precisamente hace posible la aparición de este “problema”. De qué sirve, cerrar hombres en prisión, mientras seguimos bombardeadas por anuncios y discursos que nos dicen cómo debemos ser y actuar para ser aceptadas, por películas y mensajes que nos encaminan a ser dependientes y sumisas, por una educación que no contempla nuestras necesidades y voluntades, por espacios que nos ignoran, por ambientes basados en la competitividad... ¿De qué sirve meter hombres en prisión, cuando en nuestro día a día, ni nosotras ni nuestro entorno respondemos y afrontamos las violencias, incomodidades y conflictos entorno al género que surgen? Creo que hay que apostar por un cambio radical y transformador en las estructuras sociales, en cómo nos relacionamos, en lo que nos rodea, en el interior de nosotros y nosotras mismas. ¿Y cuanto de transformador y radical es encerrar a alguien en una cárcel?
Recordemos que los miembros de «la manada» habían agotado los dos años en que una persona puede estar en prisión preventiva. Qué es lo que pedimos pues, ¿que sigan encerrados esperando un juicio? No podemos tener discursos en que denunciamos la prisión preventiva y todo lo que conlleva, así como su inutilidad, pero luego chillemos para que estas personas sigan entre rejas sin haber sido juzgadas. Porque entonces, ¿qué pasa?, ¿denunciamos la prisión preventiva sólo cuando nos interesa? ¿En los casos que nos afectan más personalmente o nos tocan más la fibra ya nos parece bien su existencia? A mí esto me recuerda a cuando se aprovecha algún caso mediático para poner de nuevo sobre la mesa la barbaridad de la cadena perpetua. Ahora parece que sea lo mismo pero con la prisión preventiva. Y si nos descuidamos, acabaremos justificando o contemplando la opción de la pena de muerte. Hay quien ya se frota las manos viendo el rumbo que coge esta clase de respuesta social. Esto va de maravilla para plantear leyes más restrictivas, cámaras de vigilancia en las calles, policías, controles, reformas del código penal para endurecerlo, o en este caso, ampliar los tempos de la prisión preventiva, entre otros.
Todos estos hechos brutales y la actitud de las instituciones del Poder, al menos deberían hacernos ver ya de una vez que la discriminación y la situación que padecemos las mujeres no será nunca resuelta de manera externa, ni por los mismos agentes partícipes en esta discriminación.
La cárcel sólo sirve como solución fácil para contentarnos, para no plantearnos otras posibles respuestas, para delegar la gestión de nuestras vidas. La prisión consiste en anular, destruir y despojar a las personas. En degradarlas mediante la jerarquía, la dominación y el autoritarismo. Valores que van en contra de una transformación feminista de la sociedad. Yo no quiero cárcel para los miembros de «la manada», lo que no quiere decir que no esté completamente a favor de una respuesta social, poniendo en el centro qué quisiera hacer la mujer agredida. Hoy he leído, por ejemplo, que en Sevilla distintos grupos feministas están poniendo carteles en las inmediaciones de las casas donde viven estos personajes, de sus lugares de trabajo y de las zonas que frecuentan. También están iniciando una campaña con los comercios de la ciudad para que se posicionen y muestren su rechazo a los violadores de La Manada. Seguro que no son las únicas posibles respuestas para dar salida a nuestra rabia y aplicar la autodefensa como respuesta necesaria e inmediata, pero está claro que me parecen más empoderadoras y efectivas que no el ingreso en prisión.
No quiero cárcel para ellos, ni para nadie.
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