Imagen: El País / Concha Laje |
Mujeres rurales crean una marca con producto vendido solo por ganaderas y a precios justos para reivindicar su trabajo.
Sonia Vizoso | El País, 2017-01-04
http://ccaa.elpais.com/ccaa/2017/01/04/galicia/1483536178_858236.html
Begoña Pardellas cría y ordeña vacas sin descanso desde hace 27 años, pero su nombre solo consta en los papeles como cotitular de su granja desde menos de una década. Esta ganadera de Guntín (Lugo) es una de las miles de mujeres que lideran explotaciones lácteas en Galicia y cuya faena, silenciada siempre entre las paredes del establo, ha inspirado el nacimiento de Rural Muller, la primera marca que solo embotella leche comprada a productoras.
“En los supermercados tienen que ver que estamos aquí y que llevamos las riendas de muchas explotaciones, como cualquier hombre”, reivindica Begoña. “Necesitamos una marca así de simbólica porque a las ganaderas se nos suele encerrar en los establos, fuera de ellos nunca se nos reconoce”. La Federación de Asociacións de Mulleres Rurais de Galicia (Fademur), creadora de la marca, vende de momento solo leche fresca en establecimientos de Lugo pero mantiene negociaciones con la industria y las distribuidoras para comenzar a lo largo de este trimestre a envasar en tetra brik y tomar los estantes de los supermercados.
Las botellas de Rural Muller acristalan la historia de una virulenta crisis, la de las familias ganaderas gallegas, que en unos años ha aupado a las mujeres al frente de la mitad de las 8.500 explotaciones que perviven en Galicia. Parece la cúspide de un empoderamiento, pero no lo es. Ha sido la incesante caída de precios la que, como en su día la emigración, las ha dejado a ellas a cargo del pobre negocio de la leche mientras los hombres han salido de casa para buscar un empleo más industrializado que reflote las finanzas del hogar.
La federación gallega de mujeres rurales quiere darle la vuelta a este reparto de roles nacido del sexismo y convertirlo en una oportunidad para el progreso de las ganaderas y de sus vecinos. Ellas son las que se han quedado dirigiendo las granjas más pequeñas y vinculadas al pastoreo, a una producción pegada al territorio y ecológica. “Queremos que sea una leche de consumo masivo pero que nunca pierda ese sello ambiental y social que las convierte en motores de la economía de las aldeas y que garantice que en su producción nadie avasalla a nadie”, subraya Rosa Arcos, presidenta de Fademur.
Como apunta Arcos, la cadena de producción de la leche también encierra la historia de una imposición, la de los precios, en la que los ganaderos siempre han cobrado lo que la industria y las superficies comerciales mandan. A finales de 2015, con la bendición del Gobierno, todos los implicados en el proceso llegaron a un acuerdo que establecía por primera vez criterios objetivos para fijar lo que debe percibir cada uno por su trabajo. “No se está cumpliendo”, lamenta Arcos. “La Xunta acaba de reconocer que hay más de 600 explotaciones que cobran menos de 22 céntimos por litro cuando el acuerdo no permite precios por debajo de 31”.
Rural Muller quiere ser una leche de precios justos, con la que el consumidor tenga garantías de que lo que paga en el supermercado por encima de una marca blanca va a parar a la ganadera. Que llega a los bolsillos de esa campesina gallega con fama de matriarca, que se subía con poderío al tractor cuando en otras zonas de España las mujeres de campo eran enclaustradas en la cocina pero que, entre otras desigualdades, sigue ausente de los órganos de decisión de las cooperativas y asociaciones agrarias y carga sobre sus hombros todas las tareas y cuidados domésticos. Como Begoña Pardellas, que además de a sus vacas, crió dos hijos entre la sala de ordeño y los establos, y atendió a tres ancianos.
Las botellas de Rural Muller acristalan la historia de una virulenta crisis, la de las familias ganaderas gallegas, que en unos años ha aupado a las mujeres al frente de la mitad de las 8.500 explotaciones que perviven en Galicia. Parece la cúspide de un empoderamiento, pero no lo es. Ha sido la incesante caída de precios la que, como en su día la emigración, las ha dejado a ellas a cargo del pobre negocio de la leche mientras los hombres han salido de casa para buscar un empleo más industrializado que reflote las finanzas del hogar.
La federación gallega de mujeres rurales quiere darle la vuelta a este reparto de roles nacido del sexismo y convertirlo en una oportunidad para el progreso de las ganaderas y de sus vecinos. Ellas son las que se han quedado dirigiendo las granjas más pequeñas y vinculadas al pastoreo, a una producción pegada al territorio y ecológica. “Queremos que sea una leche de consumo masivo pero que nunca pierda ese sello ambiental y social que las convierte en motores de la economía de las aldeas y que garantice que en su producción nadie avasalla a nadie”, subraya Rosa Arcos, presidenta de Fademur.
Como apunta Arcos, la cadena de producción de la leche también encierra la historia de una imposición, la de los precios, en la que los ganaderos siempre han cobrado lo que la industria y las superficies comerciales mandan. A finales de 2015, con la bendición del Gobierno, todos los implicados en el proceso llegaron a un acuerdo que establecía por primera vez criterios objetivos para fijar lo que debe percibir cada uno por su trabajo. “No se está cumpliendo”, lamenta Arcos. “La Xunta acaba de reconocer que hay más de 600 explotaciones que cobran menos de 22 céntimos por litro cuando el acuerdo no permite precios por debajo de 31”.
Rural Muller quiere ser una leche de precios justos, con la que el consumidor tenga garantías de que lo que paga en el supermercado por encima de una marca blanca va a parar a la ganadera. Que llega a los bolsillos de esa campesina gallega con fama de matriarca, que se subía con poderío al tractor cuando en otras zonas de España las mujeres de campo eran enclaustradas en la cocina pero que, entre otras desigualdades, sigue ausente de los órganos de decisión de las cooperativas y asociaciones agrarias y carga sobre sus hombros todas las tareas y cuidados domésticos. Como Begoña Pardellas, que además de a sus vacas, crió dos hijos entre la sala de ordeño y los establos, y atendió a tres ancianos.
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