Imagen: Google Imágenes / José Ignacio Munilla |
La Iglesia guipuzcoana trata de curar sus heridas tras su primer escándalo de abusos sexuales. El estupor provocado por el caso de Juan Cruz Mendizabal ha dado paso a una confusa mezcla de sentimientos entre la comunidad cristiana.
Javier Guillenea | El Diario Vasco, 2017-01-21
«¿Qué más quieres que diga? Es que ya basta, estamos sufriendo un calvario, una tortura. ¿Por qué aumentar el sufrimiento que estamos pasando?» La bronca es repentina, inesperada, pero llevadera. Es una bronca eclesiástica, de las que el pastor dedica a sus corderos. El sacerdote pide perdón mientras riñe. No es nada personal. Es que los católicos guipuzcoanos viven en el dolor desde hace más de una semana.
Su calvario empezó el pasado día 10, cuando la Diócesis de San Sebastián hizo público un comunicado en el que revelaba que Juan Cruz Mendizabal, 'Kakux', exvicario general de Gipuzkoa, había sido condenado eclesiásticamente por tocamientos deshonestos a dos menores. El escándalo que levantó esta revelación aumentó dos días después, cuando el obispo, José Ignacio Munilla, compareció ante la prensa para anunciar la existencia de un posible tercer caso de abusos, al que se le otorgaba «un alto grado de verosimilitud», atribuible al mismo sacerdote.
Ha pasado más de una semana y la desazón que estas informaciones provocaron entre la comunidad cristiana se ha convertido en un magma en el que bullen el estupor, la decepción, el dolor y también algo parecido a la rabia. La Iglesia guipuzcoana tiene abierta una herida que ahora se apresta a cerrar, si es que se puede. «Las heridas se curan yendo al médico, hay que desinfectarlas y eso duele, pero yo creo que esto no se va a curar del todo; es un drama que quedará para la historia, una cicatriz que no desaparecerá», dice Javier Hernáez, párroco de Altza y Larratxo, en San Sebastián.
Los pasos para la sanación los expuso Munilla durante su intervención ante los medios de comunicación. El obispo expresó su «petición más vehemente de que afloren cualquier tipo de abusos sexuales cometidos contra menores en el seno de nuestra Iglesia». Este paso, añadió, «sería especialmente beneficioso para todos: para las víctimas, porque les ayuda a sanar: para los agresores, porque desenmascara la mentira de su vida y les llama a la conversión; para la Iglesia, porque requiere de nosotros una profunda revisión; y para el conjunto de la sociedad, porque estamos ante un problema del que no está exento nadie». El prelado también lanzó otro mensaje por lo que pueda venir. «La verdad es buena para todos. No tenemos miedo alguno a que algunos sectores vayan a aprovechar esta ocasión para denigrar la labor de la Iglesia en su conjunto».
«Pérdida de confianza»
El caso de Juan Cruz Mendizabal ha marcado un antes y un después en la Iglesia guipuzcoana, que ha visto caer una de sus supuestas señas de identidad. Ya no es distinta a las demás. «Después de la sorpresa se ha producido la constatación de que tampoco en términos eclesiales somos un oasis, de que aquí ocurre lo mismo que en otras partes», afirma el sociólogo Víctor Urrutia, que fue director de Asuntos Religiosos con Rodríguez Zapatero.
Urrutia cree que la aparición del primer escándalo de abusos sexuales en la Iglesia guipuzcoana ha inoculado «un virus» que puede llevar a la desmovilización de sus bases. «Cuando en una institución religiosa se pierde la confianza, recuperarla es muy difícil. La confianza es lo más sagrado de una comunidad cristiana y eso se ha quebrado», afirma. Es una pérdida que «afecta a todos, a sacerdotes y a laicos, porque el capital de la Iglesia es predicar y dar testimonio», insiste Víctor Urrutia. Y cuando la confianza se ha roto es muy fácil que surja la sospecha.
En su homilía del pasado domingo, José Ignacio Munilla anunció que el Obispado exigirá a los sacerdotes y monitores que traten con menores un certificado de penales. Lo que dijo no era ninguna novedad porque desde julio de 2015 la Ley de Protección de la Infancia y la Adolescencia exige a todos los profesionales que trabajan con niños demostrar que no han cometido delitos sexuales. El obispo recordó que esta medida ya había sido puesta en marcha en la Diócesis de Gipuzkoa «antes de la crisis», pero no parece que hasta ahora haya tenido mucho recorrido.
«Pureza de sangre»
«¿Que yo tengo que pedir un certificado de penales? ¿Para qué? En la Edad Media se exigía la pureza de sangre», se queja el sacerdote de la bronca eclesiástica, que pide que no aparezca su identidad. «Lo que digo me sale de la rabia, por eso prefiero que no digas mi nombre», explica.
Lo que dice este cura es que «la transparencia y el conocimiento de la verdad no significa sobreexposición pública» como, a su juicio, ha ocurrido con el caso de Juan Cruz Mendizabal. «No digo que no se tenga que conocer lo ocurrido, pero ya basta», insiste el sacerdote, que también recalca una y otra vez, para que no quede ninguna sombra de duda, que no defiende «lo que es indefendible». «El ser humano es capaz de lo peor y lo que ha hecho 'Kakux' está mal, muy mal, es algo que hay que cortar en seco».
Pero eso no quita para que tenga la impresión de que lo ocurrido ha sido aprovechado por algunos «para atacar a la Iglesia». «Me pregunto por qué esta animadversión visceral hacia nosotros», afirma el párroco, que no se muerde la lengua cuando habla de una posible pérdida de confianza en la comunidad cristiana. «Yo llevo varias décadas entregándome a los demás, si pierden la confianza que la pierdan, no tengo que hacer nada para recuperarla. No me importa que no crean en mí, a nosotros siempre nos han enseñado que no hay que creer en los curas sino en Dios, no vamos a hacer ninguna cosa distinta».
En estos días de zozobra hay quien ha esgrimido la Biblia para demostrar que la Iglesia siempre ha sido inflexible con los casos de abusos a menores. En el evangelio de Lucas se lee: 'Dijo a sus discípulos: Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen! Más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino y sea arrojado al mar, que escandalizar a uno de estos pequeños'.
«Lo ha hecho, que lo pague y se acabó, ya está. Ha pasado más de una semana, ya vale; solo falta que saquen un cartel de busca y captura. Yo también lo estoy pagando y no tengo porqué hacerlo. Los que no me conocen pueden decir que todos los curas somos iguales, unos pederastas». Después de la pequeña y llevadera bronca. Javier Hernáez se muestra tan inflexible como el Nuevo Testamento con Juan Cruz Mendizabal, un cura al que conoce bien y al que a partir de ahora siempre recordará «como el hombre que hizo». «No sé si volveré a verle o si regresará a Gipuzkoa, solo sé que 'Kakux' lo está pagando en serio. Pero una cosa es que te dé pena y otra que igual necesita pagarlo más. Si tiene que ir a la cárcel, que vaya. Ya está».
«Camino de sanación»
Tras los consabidos reproches constructivos, un cristiano de base que también prefiere permanecer en el anonimato mantiene la esperanza de que lo que ha ocurrido «quede ahí» y no se extienda la sospecha entre la Iglesia guipuzcoana. «Este escándalo ha consternado al clero y a los cristianos, sobre todo a los más comprometidos. Todos se han dado cuenta de que el País Vasco tampoco es una isla», señala.
Ahora llega el momento de reparar los desperfectos desde una actitud de «tolerancia cero». «No hay que encubrir este tipo de casos, es necesario terminar con el mutismo y en este sentido el obispo Munilla ha actuado bien». Este cristiano comprometido sostiene que para cerrar la herida «se necesita abrir un proceso de cercanía a las víctimas y de búsqueda de un camino de sanación al pederasta». «En el fondo -afirma- la pederastia es una ocasión para reformar la Iglesia no solo en lo relativo al celibato sino también en la participación de las mujeres, en una mayor cercanía a la gente y en la reactualización doctrinal, porque tenemos muchos dogmas».
Su calvario empezó el pasado día 10, cuando la Diócesis de San Sebastián hizo público un comunicado en el que revelaba que Juan Cruz Mendizabal, 'Kakux', exvicario general de Gipuzkoa, había sido condenado eclesiásticamente por tocamientos deshonestos a dos menores. El escándalo que levantó esta revelación aumentó dos días después, cuando el obispo, José Ignacio Munilla, compareció ante la prensa para anunciar la existencia de un posible tercer caso de abusos, al que se le otorgaba «un alto grado de verosimilitud», atribuible al mismo sacerdote.
Ha pasado más de una semana y la desazón que estas informaciones provocaron entre la comunidad cristiana se ha convertido en un magma en el que bullen el estupor, la decepción, el dolor y también algo parecido a la rabia. La Iglesia guipuzcoana tiene abierta una herida que ahora se apresta a cerrar, si es que se puede. «Las heridas se curan yendo al médico, hay que desinfectarlas y eso duele, pero yo creo que esto no se va a curar del todo; es un drama que quedará para la historia, una cicatriz que no desaparecerá», dice Javier Hernáez, párroco de Altza y Larratxo, en San Sebastián.
Los pasos para la sanación los expuso Munilla durante su intervención ante los medios de comunicación. El obispo expresó su «petición más vehemente de que afloren cualquier tipo de abusos sexuales cometidos contra menores en el seno de nuestra Iglesia». Este paso, añadió, «sería especialmente beneficioso para todos: para las víctimas, porque les ayuda a sanar: para los agresores, porque desenmascara la mentira de su vida y les llama a la conversión; para la Iglesia, porque requiere de nosotros una profunda revisión; y para el conjunto de la sociedad, porque estamos ante un problema del que no está exento nadie». El prelado también lanzó otro mensaje por lo que pueda venir. «La verdad es buena para todos. No tenemos miedo alguno a que algunos sectores vayan a aprovechar esta ocasión para denigrar la labor de la Iglesia en su conjunto».
«Pérdida de confianza»
El caso de Juan Cruz Mendizabal ha marcado un antes y un después en la Iglesia guipuzcoana, que ha visto caer una de sus supuestas señas de identidad. Ya no es distinta a las demás. «Después de la sorpresa se ha producido la constatación de que tampoco en términos eclesiales somos un oasis, de que aquí ocurre lo mismo que en otras partes», afirma el sociólogo Víctor Urrutia, que fue director de Asuntos Religiosos con Rodríguez Zapatero.
Urrutia cree que la aparición del primer escándalo de abusos sexuales en la Iglesia guipuzcoana ha inoculado «un virus» que puede llevar a la desmovilización de sus bases. «Cuando en una institución religiosa se pierde la confianza, recuperarla es muy difícil. La confianza es lo más sagrado de una comunidad cristiana y eso se ha quebrado», afirma. Es una pérdida que «afecta a todos, a sacerdotes y a laicos, porque el capital de la Iglesia es predicar y dar testimonio», insiste Víctor Urrutia. Y cuando la confianza se ha roto es muy fácil que surja la sospecha.
En su homilía del pasado domingo, José Ignacio Munilla anunció que el Obispado exigirá a los sacerdotes y monitores que traten con menores un certificado de penales. Lo que dijo no era ninguna novedad porque desde julio de 2015 la Ley de Protección de la Infancia y la Adolescencia exige a todos los profesionales que trabajan con niños demostrar que no han cometido delitos sexuales. El obispo recordó que esta medida ya había sido puesta en marcha en la Diócesis de Gipuzkoa «antes de la crisis», pero no parece que hasta ahora haya tenido mucho recorrido.
«Pureza de sangre»
«¿Que yo tengo que pedir un certificado de penales? ¿Para qué? En la Edad Media se exigía la pureza de sangre», se queja el sacerdote de la bronca eclesiástica, que pide que no aparezca su identidad. «Lo que digo me sale de la rabia, por eso prefiero que no digas mi nombre», explica.
Lo que dice este cura es que «la transparencia y el conocimiento de la verdad no significa sobreexposición pública» como, a su juicio, ha ocurrido con el caso de Juan Cruz Mendizabal. «No digo que no se tenga que conocer lo ocurrido, pero ya basta», insiste el sacerdote, que también recalca una y otra vez, para que no quede ninguna sombra de duda, que no defiende «lo que es indefendible». «El ser humano es capaz de lo peor y lo que ha hecho 'Kakux' está mal, muy mal, es algo que hay que cortar en seco».
Pero eso no quita para que tenga la impresión de que lo ocurrido ha sido aprovechado por algunos «para atacar a la Iglesia». «Me pregunto por qué esta animadversión visceral hacia nosotros», afirma el párroco, que no se muerde la lengua cuando habla de una posible pérdida de confianza en la comunidad cristiana. «Yo llevo varias décadas entregándome a los demás, si pierden la confianza que la pierdan, no tengo que hacer nada para recuperarla. No me importa que no crean en mí, a nosotros siempre nos han enseñado que no hay que creer en los curas sino en Dios, no vamos a hacer ninguna cosa distinta».
En estos días de zozobra hay quien ha esgrimido la Biblia para demostrar que la Iglesia siempre ha sido inflexible con los casos de abusos a menores. En el evangelio de Lucas se lee: 'Dijo a sus discípulos: Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen! Más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino y sea arrojado al mar, que escandalizar a uno de estos pequeños'.
«Lo ha hecho, que lo pague y se acabó, ya está. Ha pasado más de una semana, ya vale; solo falta que saquen un cartel de busca y captura. Yo también lo estoy pagando y no tengo porqué hacerlo. Los que no me conocen pueden decir que todos los curas somos iguales, unos pederastas». Después de la pequeña y llevadera bronca. Javier Hernáez se muestra tan inflexible como el Nuevo Testamento con Juan Cruz Mendizabal, un cura al que conoce bien y al que a partir de ahora siempre recordará «como el hombre que hizo». «No sé si volveré a verle o si regresará a Gipuzkoa, solo sé que 'Kakux' lo está pagando en serio. Pero una cosa es que te dé pena y otra que igual necesita pagarlo más. Si tiene que ir a la cárcel, que vaya. Ya está».
«Camino de sanación»
Tras los consabidos reproches constructivos, un cristiano de base que también prefiere permanecer en el anonimato mantiene la esperanza de que lo que ha ocurrido «quede ahí» y no se extienda la sospecha entre la Iglesia guipuzcoana. «Este escándalo ha consternado al clero y a los cristianos, sobre todo a los más comprometidos. Todos se han dado cuenta de que el País Vasco tampoco es una isla», señala.
Ahora llega el momento de reparar los desperfectos desde una actitud de «tolerancia cero». «No hay que encubrir este tipo de casos, es necesario terminar con el mutismo y en este sentido el obispo Munilla ha actuado bien». Este cristiano comprometido sostiene que para cerrar la herida «se necesita abrir un proceso de cercanía a las víctimas y de búsqueda de un camino de sanación al pederasta». «En el fondo -afirma- la pederastia es una ocasión para reformar la Iglesia no solo en lo relativo al celibato sino también en la participación de las mujeres, en una mayor cercanía a la gente y en la reactualización doctrinal, porque tenemos muchos dogmas».
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