Imagen: El Correo / La Otxoa en la entrada de su pub |
El artista vende su histórico pub de la calle Lersundi para «disfrutar de una merecida jubilación». El artista traspasa su histórico pub de Lersundi por el que han pasado muchos famosos y varias generaciones de vizcaínos. El dueño de ‘La Antigua Cigarrería’ se queda con el local, en una operación que confirma la pujanza de la hostelería ‘chic’ en el centro de la ciudad.
Luis Gómez | El Correo, 2017-01-14
José Antonio Nielfa (Bilbao, 1947) empezó vendiendo txikitos en el barrio de San Francisco, en el bar Lecumberri de sus tíos. Tenía 11 años y era tan pequeño que debía subirse a una banqueta para asomarse a la barra. Su sueño siempre fue fichar por el Athletic. Le encantaba el fútbol y no se le daba nada mal. Jugaba de extremo derecha, pero el talento tampoco le alcanzaba para llegar al equipo de sus amores. Así que para disgusto de sus padres, que tenían otro bar –el César–, y soñaban con que les tomase el relevo, se fue a Torremolinos a trabajar y cantar en un pub. De allí saltó a Madrid y Barcelona, donde se preparó como transformista, antes de regresar a Bilbao a mediados de los años 70, donde se presentó como La Otxoa para montar su propio pub y hacer historia a su manera. Casi 60 años después de servir sus primeros vinos, en una zona atestada de cabarés, finiquita su faceta hostelera con la venta del local, el legendario pub de Lersundi que echó a andar en 1985: el popular artista y empresario firmará la próxima semana la operación. Se queda con ‘La Otxoa’ el propietario de ‘La Antigua Cigarrería’ de Astarloa, uno de los puntales del gremio, en una importante operación económica que confirma la pujanza de la calle Heros como zona de poteo fino.
Nielfa pasará página de forma definitiva a finales de mes, cuando baje la persiana. Abandona la noche porque desea disfrutar de «una merecida jubilación», dedicarse a «recorrer» todos los pueblos en los que actuó y hacer «lo que me dé la gana». «He trabajado toda mi vida y tampoco quiero arrastrarme por los escenarios. Quiero disfrutar de lo que no he hecho hasta ahora», relata este artista de la barra y las variedades que jamás ocultó su homosexualidad, incluso «en aquellos tiempos tan difíciles», y que ha hecho de su pub un lugar imprescindible de la noche bilbaína en los últimos 32 años. La fauna más crápula, local y foránea, se concentraba en torno a su barra.
Lo atestigua la ingente cantidad de famosos retratados en unos cuadros que cuelgan de unas discretas paredes, que callan pese a todo lo que han visto: Antonio Banderas, Lola Flores, el seleccionador Julen Lopetegui, Pedro Almodóvar, Rocío Jurado, Julen Guerrero, Sara Montiel, Isabel Pantoja, Pierce Brosnan –fue a tomar un trago junto a todo el elenco artístico y técnico en pleno rodaje del filme de James Bond en Bilbao–, Johan Cruyff, todos los grandes toreros –desde El Juli a Rivera Ordóñez–, los últimos alcaldes de la villla... Allí están todos.
«Venían a pasárselo bien»
Antes de instalarse en la calle Lersundi cantó, actuó y preparó copas, todavía sin peluca y el fulgor de sus añoradas lentejuelas, en el ‘Uomo’, primero, y ‘La Chufa’ después. En el 85, después de las trágicas inundaciones, dejó el Casco Viejo y subió a El Ensanche. «Me dije que nunca volvería a pillarme otra riada», recuerda. Si alguien quería dar con algún rostro conocido o disfrutar de los éxitos más comerciales del momento «y Los Chunguitos», había que pasar por su pub. El nombre lo tomó de un bar cercano al de sus padres, pero como en el mundo gay «enseguida te ponen el ‘la’, a mí me llamaban con el artículo por delante. A diferencia de hoy, que la gente sólo sale a beber, beber y beber, sin control, aquí la gente venía a pasárselo bien y divertirse, aunque luego bebía. Y había un glamour que hoy, desgraciadamente, ha desaparecido», lamenta.
Nielfa jamás sirvió una copa en su local. Era el «alma» que disfrutaba tratando con todo tipo de personal. «Yo era un quitapenas», subraya. Lo ha sido todos los días durante las tres últimas décadas, excepto cuando tenía que actuar, ya convertido en una estrella de los escenarios locales. En su bar lo mismo sonaba el reivindicativo ‘Libérate’ –que abanderó la salida del armario de cientos de gais vascos y con el que deslumbró en la Aste Nagusia de 1979–, que el ‘El Athletic ¡Qué Alegría!’, que acompañó la banda sonora de ‘La muerte de Mikel’.
A La Otxoa siempre le han apasionado los desafíos. Escogió Lersundi porque le encantó el local del número 8, cuando esta céntrica calle era «un cementerio. No había nada más. El Whisky Viejo estaba en una etapa ya bastante demodé», relata. Desde entonces ha disfrutado cada noche convirtiendo su local en un «espacio de libertad. ¿El secreto del éxito? La gente sabía que aquí no había problemas y que cabía todo tipo de personas porque nunca me han gustado los guetos. Si no los quería para mí, tampoco me iba a meter en un sitio donde sólo estuviesen gais», esgrime. A las siete de la tarde era habitual que las colas diesen ya la vuelta a la hoy pujante Heros. Pero Anchoita, como le llamaba la mítica Lola Flores, se retira más que satisfecho. «He conseguido todo lo que deseaba. Llevamos instalados 30 años en el ‘número 1’ de la noche y hemos abarrotado desde el primer día», se felicita.
Nielfa pasará página de forma definitiva a finales de mes, cuando baje la persiana. Abandona la noche porque desea disfrutar de «una merecida jubilación», dedicarse a «recorrer» todos los pueblos en los que actuó y hacer «lo que me dé la gana». «He trabajado toda mi vida y tampoco quiero arrastrarme por los escenarios. Quiero disfrutar de lo que no he hecho hasta ahora», relata este artista de la barra y las variedades que jamás ocultó su homosexualidad, incluso «en aquellos tiempos tan difíciles», y que ha hecho de su pub un lugar imprescindible de la noche bilbaína en los últimos 32 años. La fauna más crápula, local y foránea, se concentraba en torno a su barra.
Lo atestigua la ingente cantidad de famosos retratados en unos cuadros que cuelgan de unas discretas paredes, que callan pese a todo lo que han visto: Antonio Banderas, Lola Flores, el seleccionador Julen Lopetegui, Pedro Almodóvar, Rocío Jurado, Julen Guerrero, Sara Montiel, Isabel Pantoja, Pierce Brosnan –fue a tomar un trago junto a todo el elenco artístico y técnico en pleno rodaje del filme de James Bond en Bilbao–, Johan Cruyff, todos los grandes toreros –desde El Juli a Rivera Ordóñez–, los últimos alcaldes de la villla... Allí están todos.
«Venían a pasárselo bien»
Antes de instalarse en la calle Lersundi cantó, actuó y preparó copas, todavía sin peluca y el fulgor de sus añoradas lentejuelas, en el ‘Uomo’, primero, y ‘La Chufa’ después. En el 85, después de las trágicas inundaciones, dejó el Casco Viejo y subió a El Ensanche. «Me dije que nunca volvería a pillarme otra riada», recuerda. Si alguien quería dar con algún rostro conocido o disfrutar de los éxitos más comerciales del momento «y Los Chunguitos», había que pasar por su pub. El nombre lo tomó de un bar cercano al de sus padres, pero como en el mundo gay «enseguida te ponen el ‘la’, a mí me llamaban con el artículo por delante. A diferencia de hoy, que la gente sólo sale a beber, beber y beber, sin control, aquí la gente venía a pasárselo bien y divertirse, aunque luego bebía. Y había un glamour que hoy, desgraciadamente, ha desaparecido», lamenta.
Nielfa jamás sirvió una copa en su local. Era el «alma» que disfrutaba tratando con todo tipo de personal. «Yo era un quitapenas», subraya. Lo ha sido todos los días durante las tres últimas décadas, excepto cuando tenía que actuar, ya convertido en una estrella de los escenarios locales. En su bar lo mismo sonaba el reivindicativo ‘Libérate’ –que abanderó la salida del armario de cientos de gais vascos y con el que deslumbró en la Aste Nagusia de 1979–, que el ‘El Athletic ¡Qué Alegría!’, que acompañó la banda sonora de ‘La muerte de Mikel’.
A La Otxoa siempre le han apasionado los desafíos. Escogió Lersundi porque le encantó el local del número 8, cuando esta céntrica calle era «un cementerio. No había nada más. El Whisky Viejo estaba en una etapa ya bastante demodé», relata. Desde entonces ha disfrutado cada noche convirtiendo su local en un «espacio de libertad. ¿El secreto del éxito? La gente sabía que aquí no había problemas y que cabía todo tipo de personas porque nunca me han gustado los guetos. Si no los quería para mí, tampoco me iba a meter en un sitio donde sólo estuviesen gais», esgrime. A las siete de la tarde era habitual que las colas diesen ya la vuelta a la hoy pujante Heros. Pero Anchoita, como le llamaba la mítica Lola Flores, se retira más que satisfecho. «He conseguido todo lo que deseaba. Llevamos instalados 30 años en el ‘número 1’ de la noche y hemos abarrotado desde el primer día», se felicita.
- 1977. Artista, showman, «humorista con faldas»... La Otxoa trabajó en el Casco Viejo antes de dar el salto a la calle Lersundi. Arrancó su actividad como hostelero en 1977 y tuvieron que pasar dos años más hasta que salió a relucir su ‘álter ego’ artístico. Un personaje «descarado» que se reía con el público y con el que se labró una fama que le convirtió en el verdadero protagonista de la noche.
- ‘Bilbao, Bilbao’. Un año antes de abrir las puertas de su local, el espectáculo musical ‘Bilbao, Bilbao’, ideado junto a Karraka, disparó la popularidad de un transformista que utilizó los escenarios para superar su timidez. En su local desplegó sus dotes como relaciones públicas. Agradece que la «noche entonces era para todos», incluida para los alcaldes que «cambiaron Bilbao, como José María Gorordo y Josu Ortuondo».
- Hasta en la cárcel. Además de llevar el pub, La Otxoa se convirtió en un habitual de las verbenas vizcaínas. No había pueblo donde no actuase. También cantó para los presos de Basauri. «Fui el primer artista que actué en la cárcel y casi me violan», bromea.
- De todos los colores. Nielfa ha cambiado en infinidad de ocasiones el tono de su pelo. Se le ha visto lógicamente de negro y luego de azul y rojo, hasta llegar al rubio platino actual. «Suaviza las facciones», dice.
«Lola Flores era la más artista, humana y graciosa»
El empresario lamenta la pérdida de pujanza de la noche bilbaína. «Antes había mucho más glamour. Ahora los bares parecen supermercados».
La Otxoa presume de haber trabajado «a tope» toda la vida. Si de niño ya le tocó echar una mano en los bares de sus padres y tíos, en 1972 empezó a ocuparse de la cafetería del Hospital de Cruces. Su familia intentó colocarle antes como operario en una empresa «de recambios», pero era obvio que no daba el perfil. «No me veía de mecánico ni con buzo», ironiza tumbado en la barra del bar donde los combinados llevan corriendo con alegría los últimos 32 años. «Si me pongo de medio lado, parezco la ‘maja de Goya’, sugiere al fotógrafo.
Ha estado al pie del cañón desde el primer día. «No he salido del bar en todo este tiempo», cuenta, aunque los dos últimos años ha sido un sobrino suyo el que ha llevado el peso del negocio. La artrosis le tiene frito desde el pasado verano, pero no pierde el humor. Canturrea, con la camiseta del Athletic puesta, ‘¡Ay, va!... ¡Ay, va!... Ay, babilonio que marea...’, mientras recuerda a algunos de los clientes más famosos que han pasado por su establecimiento. De todos se queda con ‘La faraona’. «Lola Flores era la más artista, humana y graciosa», apunta. En una de sus visitas, la folclórica le recordó la cantidad de homosexuales que se encontraba cada vez que caía por Bilbao. «¿Pero cuántos mariquitas hay aquí? Salen por toneladas», bromeaba. «Es que en vuestra tierra tenéis la fama, pero aquí está la fábrica», le respondió La Otxoa, que siempre ha mantenido la discreción como norma.
Lo que pasaba en su pub quedaba dentro, aunque de lo suyo nunca le ha importado hablar: «Han pasado tantos hombres por mi vida que Liz Taylor a mi lado fue una aprendiz», suelta con una carcajada estruendosa. Su rostro cambia de forma radical cuando se le cuestiona sobre la transformación de la noche bilbaína: «Antes había mucho más glamour y los camareros eran verdaderos profesionales. Hoy los bares parecen supermercados», remata.
Ha estado al pie del cañón desde el primer día. «No he salido del bar en todo este tiempo», cuenta, aunque los dos últimos años ha sido un sobrino suyo el que ha llevado el peso del negocio. La artrosis le tiene frito desde el pasado verano, pero no pierde el humor. Canturrea, con la camiseta del Athletic puesta, ‘¡Ay, va!... ¡Ay, va!... Ay, babilonio que marea...’, mientras recuerda a algunos de los clientes más famosos que han pasado por su establecimiento. De todos se queda con ‘La faraona’. «Lola Flores era la más artista, humana y graciosa», apunta. En una de sus visitas, la folclórica le recordó la cantidad de homosexuales que se encontraba cada vez que caía por Bilbao. «¿Pero cuántos mariquitas hay aquí? Salen por toneladas», bromeaba. «Es que en vuestra tierra tenéis la fama, pero aquí está la fábrica», le respondió La Otxoa, que siempre ha mantenido la discreción como norma.
Lo que pasaba en su pub quedaba dentro, aunque de lo suyo nunca le ha importado hablar: «Han pasado tantos hombres por mi vida que Liz Taylor a mi lado fue una aprendiz», suelta con una carcajada estruendosa. Su rostro cambia de forma radical cuando se le cuestiona sobre la transformación de la noche bilbaína: «Antes había mucho más glamour y los camareros eran verdaderos profesionales. Hoy los bares parecen supermercados», remata.
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