domingo, 15 de enero de 2017

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Imagen: Deia
Shock en la Iglesia vasca.
El primer caso de abusos sexuales a menores en la diócesis de Donostia ha removido los cimientos de la Iglesia vasca que entona el mea culpa. Pero a muchos la justicia divina que castiga los ‘pecados de la Iglesia’ se les queda corta.
Concha Lago | Deia, 2017-01-15
http://www.deia.com/2017/01/15/sociedad/euskadi/iglesia-vasca-shock-en-la

El escándalo de abusos sexuales que ha sacudido esta semana a la Iglesia vasca ha consternado a los miembros del clero y apenado a los cristianos más comprometidos. La mayor lacra en las últimas décadas ha abierto una herida en las diócesis que lo veían como un fenómeno ajeno. Con la condena al exvicario de Donostia, Juan Kruz Mendizabal, los estamentos eclesiales enfrentan su peor fantasma y entonan el mea culpa. “La Iglesia, como cualquier otra institución, tiene sus zonas sombrías y repugnantes”, argumenta Jesús Martínez Gordo, teólogo y profesor de la Facultad de Teología de Vitoria.

Llamados a hacer penitencia, los primeros abusos sexuales a menores reconocidos en el seno de la Iglesia de Euskadi han creado sobre todo desconcierto. “Confundido” se declaraba Sebas Gartzia Trujillo, colaborador del Instituto de Teología de Bilbao (ITPD) para quien estos hechos “forman parte de la parte más oscura que tenemos todos los seres humanos”. También expresaba su desasosiego el teólogo y sacerdote Javier Vitoria. “En estos temas Euskadi tampoco es una isla. Somos seres humanos y la condición humana es así. En Boston, en Australia, en Gipuzkoa o donde sea. Aquí no se había producido pero ha aparecido. Tenemos que lamentarlo y asumir que ha pasado en una persona muy conocida, en un país muy pequeño donde se conoce todo el mundo”, admite con la lógica reserva.

Todos coinciden en que la actitud actual del Vaticano y la ‘tolerancia cero’ auspiciada desde Roma, es lo que marca la diferencia. “Desde que Benedicto XVI apartó a Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, de toda responsabilidad del sacerdocio, después de ser acusado de abusos sexuales contra seminaristas, la Iglesia tomó conciencia de que, ¡por fin!, se había acabado el tiempo de dejar a las víctimas arrinconadas en el olvido y condenadas al silencio. Como también que se había finalizado el mutismo encubridor y cómplice allí donde existiera y, de modo particular, entre sus responsables”, declara Jesús Martínez Gordo.

El caso ha removido los cimientos de las parroquias y ha sacudido conciencias. “Ha sorprendido mucho a todos. Todos teníamos una buena impresión de esta persona. Todo el mundo tenía un concepto positivo. Y era un sacerdote de gran aceptación en Gipuzkoa, fue elegido vicario porque fue el que más apoyos recibió”, afirma Sebas Gartzia Trujillo. Esta denuncia, sin embargo, solo ejemplifica una desgraciada problemática que ha azotado a todo el mundo y que en una década se han traducido en 6.000 denuncias. El Vaticano ha recibido hasta 600 al mes por pederastia que han conllevado la expulsión de un millar de sacerdotes.

“Fagocita la inocencia”
Martínez Gordo no se aventura a indicar si el problema afecta por igual a todas las iglesias. “Mi información no es superior a la que tiene cualquier ciudadano que lee la que aportan los medios de comunicación social. Constato que la mayoría de los casos que están apareciendo se dan en lo que se reconoce como iglesias del llamado Primer Mundo, pero creo que no es un disparate pensar que comportamientos semejantes puedan darse en iglesias de otras latitudes”, afirma.

Lo que sí afirma taxativo es que el Papa Francisco es contundente en el asunto de la pederastia. “No se anda con contemplaciones. El 17 de febrero de 2016 realizó una de las manifestaciones más duras de todo su pontificado. ‘Es una monstruosidad porque un sacerdote es consagrado para llevar a un niño a Dios, y allí se lo come en un sacrificio diabólico. Lo destruye’”. A esta intervención sucedió una decisión, igualmente contundente, el 4 de junio. ‘Los obispos negligentes en relación a los casos de abusos sexuales realizados con menores serán destituidos de su cargo’. Y el pasado 28 de diciembre pidió perdón por este pecado (de omisión de asistencia, de ocultamiento y negación o de abuso de poder) que ‘nos avergüenza porque fagocita la inocencia de nuestros niños y destruye su dignidad’, declara Martínez Gordo.

En su opinión, “éste es el contexto en el que hay que entender la manera como han procedido Monseñor Munilla y sus colaboradores más cercanos; escuchando a las víctimas y, tras comprobar la veracidad de su imputación en contraste con el acusado, recomendarles que denunciaran el caso ante las autoridades civiles y, por voluntad de los afectados, abrir el proceso eclesial. La apertura del mismo, y su resolución, comportó contribuir a reparar el daño causado, apartar a Mendizabal de toda responsabilidad pastoral y posibilitarle el acceso a un proceso terapéutico. Al tener conocimiento de que las dos víctimas habían tomado la decisión de denunciar ante la opinión pública lo sucedido, con la intención de que afloraran otros posibles casos ocultos, la diócesis facilitó el pasado 10 de enero la oportuna información. Y, al presentarse una nueva denuncia contra el sacerdote con visos de verosimilitud, el obispo decreta el 12 del mismo mes, de manera preventiva, prohibir al sacerdote ejercer públicamente como tal, obligarle a residir en un monasterio y seguir con la terapia en curso, además de tener prohibido relacionarse con menores “si no es en presencia de otro adulto”.

“Creo -afirma este teólogo- que el obispo se ha comportado en este asunto de manera correcta. Es, quizá, me atrevería a decir, lo único admisible, de este desgraciado asunto. Eso, y el coraje de las víctimas”.

“Un mundo más tenebroso”
Sin quitar la gravedad que el caso requiere, Gartzia Trujillo introduce un matiz. “Creo que el tipo de formación es un factor a considerar. El exvicario viene del mundo de las órdenes religiosas que ha sido un poco más tenebroso y cerrado que el mundo de los seminarios diocesanos. Yo creo que en el clero diocesano se dan menos casos porque hay una educación más abierta frente a la otra educación más rígida y oscurantista”, señala.

Para Gartzia Trujillo, “la Iglesia ha aprendido cómo abordar estos casos porque de ninguna manera se pueden tolerar este tipo de conductas”. “Obviamente hay que denunciarlo con toda la contundencia y no puede seguir ejerciendo sus funciones ni seguir siendo director de su comunidad. Sin embargo, aboga por la posibilidad de regeneración. “Creo que no hay que cerrarle la posibilidad de reconducir su vida dentro de la comunidad. Es un poco inhumano ser tan cruel y que se convierta en un mono de feria contra el que todo el mundo tira la pelota”.

“Estaba en la web del obispado”
Javier Vitoria, intelectual comprometido y firme defensor de que la Iglesia se abra a los nuevos tiempos, asegura que “lo único que puedo hacer es lamentar estos hechos”. Pero también considera que el caso ha sido abordado de manera adecuada por el obispo. “La información ha salido a través del Obispado. Este Papa ha dicho ‘Tolerancia cero’ y eso se ha demostrado en la página web del Obispado. Porque este señor, no lo olvidemos, no era solo un cura, ha sido el número dos de la diócesis. Sin embargo, el martes ahí estaba, en la web. Y previamente había sido destituido aunque no sabíamos por qué”.

Vitoria no encuentra ninguna equivalencia con el caso denunciado en el colegio Gaztelueta. “En el colegio, el presunto agresor era un laico que niega los cargos, la familia acusa al Obispado de encubrimiento... Aquí estamos ante un caso muy distinto. El acusado lo ha reconocido, asumido, ha sido castigado, y ha intervenido el fiscal”, sentencia Vitoria.

“El problema ha sido encubrirlo”
En las antípodas de estas reflexiones se encuentra Pepe Rodríguez, doctor en Psicología, periodista y autor de ‘Pederastia en la Iglesia Católica’, quien ha hablado con cientos de víctimas que han sufrido abusos en varios países. “La Iglesia española es consciente de los abusos sexuales del clero, pero es especialmente cerril y siempre lo ha ocultado”. “En la Iglesia hay abusos igual que entre otros colectivos. Y no los cometen enfermos ni pedófilos, sino sinvergüenzas. Son adultos normales con pulsión sexual que abusan de los más débiles. Este es el perfil más habitual”, revela uno de los mayores investigadores sobre el tema en España.

Desde su perspectiva, el gran fallo ha sido el encubrimiento aunque admite que las cosas han cambiado. “Ahora los casos han decrecido en todos los países y los curas actuales abusan menos. Empezó a cambiar en Estados Unidos porque cuando una víctima acudía a la justicia cobraba importantes indemnizaciones y algunas diócesis se arruinaron. Estos casos costaron muchísimo dinero a la Iglesia que tuvo que ponerse las pilas y depurar su porquería”. A su juicio, el fenómeno tiene un fundamento claro. “Es que existen dos o tres generaciones de curas mal formadas, personas que ingresaron en los seminarios en los años 50 ó 60. Y una parte no podía controlar su impulso sexual y utilizaba a la gente frágil de su entorno”.

Para Rodríguez, uno de los handicaps para la resolución del problema radica en su abordaje. “El Vaticano cuenta con sus propias leyes y tribunales diferentes a los ordinarios para juzgar y condenar a los culpables de abusos, cómplices y encubridores. Sin embargo aceptamos en nuestras democracias un territorio propio de justicia que es el Derecho Canónico. Eso es absurdo porque incumple como mínimo ocho principios constitucionales básicos”.

Para este experto, estos delitos tampoco deberían prescribir. “Porque la víctima, que está muy desamparada, tarda años en recuperarse y en denunciar. Los chavales atraviesan una situación muy compleja, ya que ni sus propias familias les creen, que explica por qué pueden tardar muchos años en atreverse a enfrentar ese pasado”, precisa. Rodríguez, que declara tener constancia de tres casos en Euskadi, considera que van a seguir aflorando abusos. “De las décadas de los 60, 70 y 80 hay cientos. Casos recientes existen, pero menos”, confiesa.

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