Imagen: El Correo / Juan Kruz Mendizabal |
Abre una «reflexión» con los feligreses para «tratar de asimilar la conmoción» por los presuntos abusos a menores del exvicario general de San Sebastián.
Miguel Pérez | El Correo, 2017-01-15
Catarsis. Es la palabra clave que esta semana se escucha en diferentes niveles de la clerecía vasca a raíz de la difusión pública de los presuntos abusos sexuales cometidos sobre dos menores en 2001 y 2005 por el ya exvicario general de San Sebastián Juan Cruz Mendizabal, ‘Kakux’, apartado de su cargo hace seis meses después de que las víctimas denunciaran los hechos ante el obispo José Ignacio Munilla y fuera sometido a un proceso interno ajustado al Derecho canónico.
La catarsis opera en un doble sentido. El primero ya está en marcha. Consiste, e irá en aumento durante las próximas semanas según medios eclesiales, en la apertura de una reflexión conjunta entre la diócesis, los fieles y los movimientos de base para tratar de asimilar la «profunda conmoción» causada por el primer caso de agresión sexual en la Iglesia de Euskadi. Suena fuerte. En una institución muy imbricada en la comunidad vasca y sometida a tensiones ideológicas y de poder, era la única bomba nuclear que quedaba por explotar. Devastadora. De repente, prelados y ciudadanos, una sociedad secularmente exquisita con su Iglesia, descubre que Boston está más cerca de lo que se creía. «La realidad vasca no es una isla en el mundo, sino una realidad en el mundo», expresa el teólogo Javier Vitoria.
La segunda derivada es lo que en cualquier catástrofe viene a denominarse un proceso de contención de daños. «No hay que ocultar los casos, pero tampoco caer en el alarmismo», entiende la jerarquía eclesiástica, que ha iniciado una labor divulgativa en las parroquias guipuzcoanas con el fin de «situar las cosas y tranquilizar a los feligreses». Fuentes diocesanas estiman que el obispo Munilla «está siendo decidido y claro» –ponen como ejemplo la rueda de prensa del pasado jueves, en la que desveló la posible existencia de un tercer caso de «tocamientos»–, en sintonía con las directrices del Papa. «Existe un contacto diario con el Vaticano», afirman.
El terreno de juego invita a ello: la Iglesia cuenta en Euskadi con un potente movimiento juvenil y maneja numerosos campamentos y colonias, donde «hay un desconcierto mayor», señala Xabier Andonegi, párroco en la iglesia de San Pedro de Lasarte-Oria y arcipreste del Antiguo.
En definitiva, la institución tiene depositada la confianza de miles de familias «que hasta ahora vivían muy tranquilas en este aspecto», pero que acaban de ver abrirse las puertas del infierno.
Cabe suponer que tal inquietud ha crecido tras descubrirse que la presunta tercera agresión puesta en conocimiento de la diócesis fue perpetrada durante un campamento en 1994 y que quizá haya un cuarto caso. Lo que sí resulta ahora mismo sorprendente es que, a la vista de estos datos, entre la clerecía aún se le refiera a ‘Kakux’ como «un hombre extrovertido» y «muy conocido y querido entre la gente».
A una celda... monacal
Andonegi es el vicario que el miércoles pidió su destierro. El futuro del sacerdote radica en un monasterio fuera del País Vasco del que no podrá salir sin el permiso de las autoridades eclesiales y siempre bajo vigilancia. Estará en una celda monacal, pero no en una prisión. De momento. «Parecía elemental que, tratándose de una persona pública y conocida, continuar moviéndose en estos ámbitos no iba a ayudar a la situación ni a ayudarle a él», explica el arcipreste sobre la salida forzada de ‘Kakux’.
Sin embargo, en los círculos de base no se comparte la idea de que el proceso canónico resulte suficiente. Patxi Guerrero trabaja desde hace veinte años en las comunidades de base cristianas y ha sido encargado de juventud en Santutxu y Barakaldo, por citar dos ejemplos. Conoció a Mendizabal en un encuentro de jóvenes. Solía acudir a estos cónclaves. Se enteró de la acusación que pesa sobre él a través de un WhatsApp de un muchacho de su grupo. «Lo vivimos con sorpresa e indignación. Los jóvenes siempre preguntan en las reuniones por cómo se responde a la pederastia cuando surge un caso. Es una piedra en el zapato, quizá porque no se ha sabido actuar desde dentro», sugiere.
Desde esa trinchera, Guerrero tiene claro el siguiente paso que debería dar la Iglesia vasca: «Que se haga lo que se está haciendo de sacar todo a la luz, pero no vale solo el castigo eclesiástico: que actúe la Justicia ordinaria. Para dar testimonio de que no se consiente el abuso a menores, hay que denunciarlo, y esa es la línea que marca el papa Francisco. Que no se quede en casa únicamente».
Frases así serán las que escuchen los prelados en algunas parroquias donde han comenzado a reunirse con las familias. «Lo que debemos ahora es recoger las opiniones y reflexiones de todos, desde los grupos de oración hasta los movimientos de jóvenes, para entre todos también entender mejor este asunto y llevarlo lo mejor posible. Esa catarsis es necesaria –observa Andonegi–. Como dijo un amigo, si me cuentan que esto ha ocurrido con un sacerdote de no sé dónde... Pero siendo aquí, todos estamos conmocionados».
Aquí es Atzuola, un pueblo guipuzcoano de apenas 2.100 habitantes, una herida de tejados abierta al fondo de una vaguada donde el exvicario ofició y donde estos días se forman neveros en las almas. Aquí es Bergara. O la parroquia de San Vicente en la Parte Vieja de San Sebastián. Mendizabal ejerció además cargos en la Pastoral de Juventud. Su ordenación como sacerdote tuvo lugar el 4 de julio de 1992, solo dos años antes de la primera supuesta agresión denunciada. Hasta su destitución en julio pasado han transcurrido más de 23 años. Supuestamente nadie sospechó nada.
«Es fundamental extraer toda la información de este caso y determinar si es aislado o existen más. La Iglesia no puede dejarlo aquí. Quizá deba revisar sus cimientos para que todos nos quedemos tranquilos porque, evidentemente, hay un antes y un después», indica un feligrés que confiesa su aversión por el «horror» y la «sordidez» del asunto.
«Los abusos a niños son una lacra terrible, que marca a la gente para toda la vida y nos obliga a ser exigentes contra ellos; la Iglesia con especial celo», exclama el teólogo Rafael Aguirre. A su juicio, el procedimiento canónico desarrollado con Mendizabal, «si no salen más casos», se habrá realizado con «eficacia y contundencia». «Ha sido posible proteger la identidad de las víctimas» y evitado «una etapa de rumores, acusaciones, denuncias y morbo, como ha sucedido en otros lugares. Cuando el caso ha aflorado, ya estaba solucionado y las responsabilidades, dilucidadas», comenta Aguirre, no sin antes recordar cómo una de las características del cristianismo «fue la beligerancia contra la explotación sexual de los niños» en el Imperio Romano.
Queda, sin embargo, dilucidar si habrá una vertiente penal. La Fiscalía investiga si los hechos han prescrito o puede encausar al exvicario por delitos de naturaleza sexual. El sociólogo Víctor Urrutia sospecha que, pase lo que pase, los abusos pueden pasar ya factura a una institución que no destaca precisamente por la saturación de sus seminarios. «El desprestigio que se traslada a la sociedad puede tener un efecto de desmovilización entre la gente que trabaja de buena fe», advierte, tras dejar constancia de que, si «la secularización se ha incrementado» en el resto de España, en la Iglesia vasca lo ha hecho «mucho más».
Los datos, desde luego, no llaman al optimismo. En 2015 se contabilizaron veinte seminaristas en Euskadi –11 en Bizkaia, 7 en Gipuzkoa y 2 en Álava– frente a los 1.357 censados en las demás diócesis españolas. Un balance precario, pero infinitamente mejor que el de 2008, cuando sólo tres estudiantes habitaban el seminario en Bilbao, otro vivía en el de Vitoria y los expertos comenzaban a hablar de la idoneidad de «concentrar» parroquias. «En Euskadi se han dado unos efectos políticos evidentes y lo ocurrido ahora con los abusos pesará en mucha gente, que dirá: ¡Lo que faltaba!», pronostica Urrutia. Y eso, si el diablo no asoma de nuevo debajo de las alfombras.
Entre la ideología y la ética
Cuando el Obispado de San Sebastián anunció el año pasado que Juan Cruz Mendizabal dejaba su puesto de vicario general, muchos lo entendieron como la colisión definitiva entre dos personalidades de ideología bien distinta, la de José Ignacio Munilla y la de un prelado que en 2010 había firmado una polémica carta en contra de su designación como obispo junto a otros 130 religiosos. La anécdota revela dos cuestiones: el hermetismo con que la diócesis logró llevar a cabo el proceso canónico contra Mendizabal por sus supuestos abusos sexuales y el difícil equilibrio de ideas existente en la clerecía vasca, «especialmente en Gipuzkoa». «Se puede hablar de tres países, cada uno con su feudo, en una misma autonomía», dicen fuentes eclesiales.
‘Kakux’ se convirtió en vicario de Pastoral el 14 de abril de 2010, tres meses después de que Munilla fuera designado obispo. La voz del catecismo en Radio María llegó a la capital donostiarra en medio de la oposición de más de un centenar de prelados y curas que le tachaban de un conservadurismo radicalmente alejado de la órbita nacionalista. El propio portavoz del PNV en el Congreso en aquella época, Josu Erkoreka, dijo ver tras el nombramiento «una operación poco evangélica, liderada por Rouco Varela», presidente de la Conferencia Episcopal.
«La situación era muy complicada», recuerda el párroco de Azkoitia, Félix Azurmendi, del sector crítico. Mendizabal habría cumplido así con el encargo de mantener ensamblada la convivencia entre las dos almas al frente de la institución. Azurmendi cree que la Iglesia vasca «tiene los problemas de toda iglesia europea», pero con su «propia especificidad» añadida: «La contribución que tenemos que hacer para la normalización de este pueblo, para engrasar las relaciones y para dar criterio ético y evangélico porque a veces parece que sólo se ponen en la mesa criterios ideológicos y estratégicos».
Víctor Urrutia asegura que ‘Kakux’ fue la «cuota de poder que Munilla cedió al sector nacionalista para firmar la paz» en la diócesis y no cree que ahora su relevo por los supuestos abusos sexuales se transforme en «un arma arrojadiza» contra el obispo. «Todo el mundo, incluidos los nacionalistas, deberán extremar su conducta», prevé, ya que si el ‘caso Mendizabal’ es utilizado como elemento de confrontación, «habrá que ver quién y cómo orquesta esa batalla entre una cuestión ideológica-política y unos hechos que afectan a la ética en su sentido más profundo».
De otro religioso crítico, Xabier Andonegi, parece desprenderse que la sangre no llegará al río. Al revés, el arcipreste afirma que Munilla «nos ha sorprendido y de modo positivo» con su actuación. «Se ha implicado mucho, bien, y en una dinámica en la que ha tenido en cuenta a todos los arciprestes. Y él está muy afectado, aunque lo lleva con fortaleza. Nos ha conmocionado y emocionado. Los conflictos ahí estarán, pero también hay que hacer ejercicios de reconciliación», sugiere.
La catarsis opera en un doble sentido. El primero ya está en marcha. Consiste, e irá en aumento durante las próximas semanas según medios eclesiales, en la apertura de una reflexión conjunta entre la diócesis, los fieles y los movimientos de base para tratar de asimilar la «profunda conmoción» causada por el primer caso de agresión sexual en la Iglesia de Euskadi. Suena fuerte. En una institución muy imbricada en la comunidad vasca y sometida a tensiones ideológicas y de poder, era la única bomba nuclear que quedaba por explotar. Devastadora. De repente, prelados y ciudadanos, una sociedad secularmente exquisita con su Iglesia, descubre que Boston está más cerca de lo que se creía. «La realidad vasca no es una isla en el mundo, sino una realidad en el mundo», expresa el teólogo Javier Vitoria.
La segunda derivada es lo que en cualquier catástrofe viene a denominarse un proceso de contención de daños. «No hay que ocultar los casos, pero tampoco caer en el alarmismo», entiende la jerarquía eclesiástica, que ha iniciado una labor divulgativa en las parroquias guipuzcoanas con el fin de «situar las cosas y tranquilizar a los feligreses». Fuentes diocesanas estiman que el obispo Munilla «está siendo decidido y claro» –ponen como ejemplo la rueda de prensa del pasado jueves, en la que desveló la posible existencia de un tercer caso de «tocamientos»–, en sintonía con las directrices del Papa. «Existe un contacto diario con el Vaticano», afirman.
El terreno de juego invita a ello: la Iglesia cuenta en Euskadi con un potente movimiento juvenil y maneja numerosos campamentos y colonias, donde «hay un desconcierto mayor», señala Xabier Andonegi, párroco en la iglesia de San Pedro de Lasarte-Oria y arcipreste del Antiguo.
En definitiva, la institución tiene depositada la confianza de miles de familias «que hasta ahora vivían muy tranquilas en este aspecto», pero que acaban de ver abrirse las puertas del infierno.
Cabe suponer que tal inquietud ha crecido tras descubrirse que la presunta tercera agresión puesta en conocimiento de la diócesis fue perpetrada durante un campamento en 1994 y que quizá haya un cuarto caso. Lo que sí resulta ahora mismo sorprendente es que, a la vista de estos datos, entre la clerecía aún se le refiera a ‘Kakux’ como «un hombre extrovertido» y «muy conocido y querido entre la gente».
A una celda... monacal
Andonegi es el vicario que el miércoles pidió su destierro. El futuro del sacerdote radica en un monasterio fuera del País Vasco del que no podrá salir sin el permiso de las autoridades eclesiales y siempre bajo vigilancia. Estará en una celda monacal, pero no en una prisión. De momento. «Parecía elemental que, tratándose de una persona pública y conocida, continuar moviéndose en estos ámbitos no iba a ayudar a la situación ni a ayudarle a él», explica el arcipreste sobre la salida forzada de ‘Kakux’.
Sin embargo, en los círculos de base no se comparte la idea de que el proceso canónico resulte suficiente. Patxi Guerrero trabaja desde hace veinte años en las comunidades de base cristianas y ha sido encargado de juventud en Santutxu y Barakaldo, por citar dos ejemplos. Conoció a Mendizabal en un encuentro de jóvenes. Solía acudir a estos cónclaves. Se enteró de la acusación que pesa sobre él a través de un WhatsApp de un muchacho de su grupo. «Lo vivimos con sorpresa e indignación. Los jóvenes siempre preguntan en las reuniones por cómo se responde a la pederastia cuando surge un caso. Es una piedra en el zapato, quizá porque no se ha sabido actuar desde dentro», sugiere.
Desde esa trinchera, Guerrero tiene claro el siguiente paso que debería dar la Iglesia vasca: «Que se haga lo que se está haciendo de sacar todo a la luz, pero no vale solo el castigo eclesiástico: que actúe la Justicia ordinaria. Para dar testimonio de que no se consiente el abuso a menores, hay que denunciarlo, y esa es la línea que marca el papa Francisco. Que no se quede en casa únicamente».
Frases así serán las que escuchen los prelados en algunas parroquias donde han comenzado a reunirse con las familias. «Lo que debemos ahora es recoger las opiniones y reflexiones de todos, desde los grupos de oración hasta los movimientos de jóvenes, para entre todos también entender mejor este asunto y llevarlo lo mejor posible. Esa catarsis es necesaria –observa Andonegi–. Como dijo un amigo, si me cuentan que esto ha ocurrido con un sacerdote de no sé dónde... Pero siendo aquí, todos estamos conmocionados».
Aquí es Atzuola, un pueblo guipuzcoano de apenas 2.100 habitantes, una herida de tejados abierta al fondo de una vaguada donde el exvicario ofició y donde estos días se forman neveros en las almas. Aquí es Bergara. O la parroquia de San Vicente en la Parte Vieja de San Sebastián. Mendizabal ejerció además cargos en la Pastoral de Juventud. Su ordenación como sacerdote tuvo lugar el 4 de julio de 1992, solo dos años antes de la primera supuesta agresión denunciada. Hasta su destitución en julio pasado han transcurrido más de 23 años. Supuestamente nadie sospechó nada.
«Es fundamental extraer toda la información de este caso y determinar si es aislado o existen más. La Iglesia no puede dejarlo aquí. Quizá deba revisar sus cimientos para que todos nos quedemos tranquilos porque, evidentemente, hay un antes y un después», indica un feligrés que confiesa su aversión por el «horror» y la «sordidez» del asunto.
«Los abusos a niños son una lacra terrible, que marca a la gente para toda la vida y nos obliga a ser exigentes contra ellos; la Iglesia con especial celo», exclama el teólogo Rafael Aguirre. A su juicio, el procedimiento canónico desarrollado con Mendizabal, «si no salen más casos», se habrá realizado con «eficacia y contundencia». «Ha sido posible proteger la identidad de las víctimas» y evitado «una etapa de rumores, acusaciones, denuncias y morbo, como ha sucedido en otros lugares. Cuando el caso ha aflorado, ya estaba solucionado y las responsabilidades, dilucidadas», comenta Aguirre, no sin antes recordar cómo una de las características del cristianismo «fue la beligerancia contra la explotación sexual de los niños» en el Imperio Romano.
Queda, sin embargo, dilucidar si habrá una vertiente penal. La Fiscalía investiga si los hechos han prescrito o puede encausar al exvicario por delitos de naturaleza sexual. El sociólogo Víctor Urrutia sospecha que, pase lo que pase, los abusos pueden pasar ya factura a una institución que no destaca precisamente por la saturación de sus seminarios. «El desprestigio que se traslada a la sociedad puede tener un efecto de desmovilización entre la gente que trabaja de buena fe», advierte, tras dejar constancia de que, si «la secularización se ha incrementado» en el resto de España, en la Iglesia vasca lo ha hecho «mucho más».
Los datos, desde luego, no llaman al optimismo. En 2015 se contabilizaron veinte seminaristas en Euskadi –11 en Bizkaia, 7 en Gipuzkoa y 2 en Álava– frente a los 1.357 censados en las demás diócesis españolas. Un balance precario, pero infinitamente mejor que el de 2008, cuando sólo tres estudiantes habitaban el seminario en Bilbao, otro vivía en el de Vitoria y los expertos comenzaban a hablar de la idoneidad de «concentrar» parroquias. «En Euskadi se han dado unos efectos políticos evidentes y lo ocurrido ahora con los abusos pesará en mucha gente, que dirá: ¡Lo que faltaba!», pronostica Urrutia. Y eso, si el diablo no asoma de nuevo debajo de las alfombras.
Entre la ideología y la ética
Cuando el Obispado de San Sebastián anunció el año pasado que Juan Cruz Mendizabal dejaba su puesto de vicario general, muchos lo entendieron como la colisión definitiva entre dos personalidades de ideología bien distinta, la de José Ignacio Munilla y la de un prelado que en 2010 había firmado una polémica carta en contra de su designación como obispo junto a otros 130 religiosos. La anécdota revela dos cuestiones: el hermetismo con que la diócesis logró llevar a cabo el proceso canónico contra Mendizabal por sus supuestos abusos sexuales y el difícil equilibrio de ideas existente en la clerecía vasca, «especialmente en Gipuzkoa». «Se puede hablar de tres países, cada uno con su feudo, en una misma autonomía», dicen fuentes eclesiales.
‘Kakux’ se convirtió en vicario de Pastoral el 14 de abril de 2010, tres meses después de que Munilla fuera designado obispo. La voz del catecismo en Radio María llegó a la capital donostiarra en medio de la oposición de más de un centenar de prelados y curas que le tachaban de un conservadurismo radicalmente alejado de la órbita nacionalista. El propio portavoz del PNV en el Congreso en aquella época, Josu Erkoreka, dijo ver tras el nombramiento «una operación poco evangélica, liderada por Rouco Varela», presidente de la Conferencia Episcopal.
«La situación era muy complicada», recuerda el párroco de Azkoitia, Félix Azurmendi, del sector crítico. Mendizabal habría cumplido así con el encargo de mantener ensamblada la convivencia entre las dos almas al frente de la institución. Azurmendi cree que la Iglesia vasca «tiene los problemas de toda iglesia europea», pero con su «propia especificidad» añadida: «La contribución que tenemos que hacer para la normalización de este pueblo, para engrasar las relaciones y para dar criterio ético y evangélico porque a veces parece que sólo se ponen en la mesa criterios ideológicos y estratégicos».
Víctor Urrutia asegura que ‘Kakux’ fue la «cuota de poder que Munilla cedió al sector nacionalista para firmar la paz» en la diócesis y no cree que ahora su relevo por los supuestos abusos sexuales se transforme en «un arma arrojadiza» contra el obispo. «Todo el mundo, incluidos los nacionalistas, deberán extremar su conducta», prevé, ya que si el ‘caso Mendizabal’ es utilizado como elemento de confrontación, «habrá que ver quién y cómo orquesta esa batalla entre una cuestión ideológica-política y unos hechos que afectan a la ética en su sentido más profundo».
De otro religioso crítico, Xabier Andonegi, parece desprenderse que la sangre no llegará al río. Al revés, el arcipreste afirma que Munilla «nos ha sorprendido y de modo positivo» con su actuación. «Se ha implicado mucho, bien, y en una dinámica en la que ha tenido en cuenta a todos los arciprestes. Y él está muy afectado, aunque lo lleva con fortaleza. Nos ha conmocionado y emocionado. Los conflictos ahí estarán, pero también hay que hacer ejercicios de reconciliación», sugiere.
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