Imagen: Deia / Juan Kruz Mendizabal y José Ignacio Munilla |
José Ramón Blázquez | Deia, 2017-01-12
http://blogs.deia.com/desmarcados/2017/01/12/pederastia-o-el-silencio-como-arma-de-destruccion-masiva/
Esta es una mirada implacable sobre un asunto delicado, precisamente uno de esos casos en los que hay ser especialmente valientes, abandonando prejuicios y miedos heredados de otros tiempos. Es casi un tema tabú: la pederastia de los sacerdotes católicos. El suceso ya lo conocéis: por primera vez, la diócesis de San Sebastián, regida por el simpar obispo Munilla, ha condenado en procedimiento eclesiástico a quien fuera vicario general de la diócesis, Juan Kruz Mendizábal, sobre quien recaía la acusación de dos casos de abusos sexuales a menores, hechos ocurridos entre 2001 y 205, es decir, hace más de una década. Los hechos están probados y aceptados por el pederasta y ocurrieron en el entorno de la parroquia de San Vicente, en la parte vieja de Donostia, dentro de las actividades del grupo de tiempo libre “Xirimiri Gazte Taldea”. Es la historia de siempre: las excursiones de los niños se convierten en el perfecto escenario para los delitos sexuales y la violencia contra los menores, entre juegos y risas los canallas afloran sus maldades.
El caso no ha tenido escenario judicial, solo eclesiástico, lo que constituye el primer escándalo. Los niños denunciaron al cura el pasado año (después de más de diez años) en el ámbito parroquial, sin trascender a los juzgados. Como consecuencia del procedimiento de régimen interior, el cura pederasta fue destituido de los cargos de vicario general y de párroco de San Vicente, siendo excluido también de la parroquia de San Ignacio de Gros. Cuando se realizó la destitución, se comunicó que la salida del sacerdote abusador de niños obedecía a que éste se tomaba “un año sabático”. Según creo, el octavo mandamiento católico es “no mentirás”. Y aquí se ha mentido descaradamente a la gente, a católicos y no católicos.
Pese a los graves delitos que pesan sobre Mendizábal, éste sigue de sacerdote y hace sus misas en un convento de monjas y también en la iglesia de Gros. Nos han contado que las víctimas no quisieron denunciar los hechos en los juzgados. Eso parece, pero hay que aclararlo. Aún así, el obispo, ante el conocimiento de un delito de semejante gravedad, debió personarse en los juzgados o en la comisaría de la Ertzaintza, porque, según el Código penal, toda persona que tenga conocimiento de que se ha cometido un delito tiene la obligación, sin opción, de denunciarlo. Y Munilla no lo hizo, lo que implica el presunto delito de obstrucción a la justicia y la ocultación de una grave responsabilidad. Ya vamos tres escándalos en uno: el caso se ventila solo en el reducto religioso, se miente a la población y se encubre el delito ante la justicia civil.
¿Y por qué no se denunció el caso en los juzgados? El obispado se esconde tras la voluntad de las víctimas de callar ante la justicia. Y de que finalmente hicieron públicos los hechos porque apareció una tercera víctima y, según dicen, pensaron que era el momento para que otras víctimas pudieran salir a la luz. A mí esto de eludir la responsabilidad del obispado y cargarla sobre las víctimas no me gusta nada. Se parece a la cobardía. O a eso tan típico de la Iglesia, durante siglos, de echar una manta de silencio sobre los pecados de los curas.
No es menos grave que la diócesis se decidiera a relatar los hechos tras saber que los afectados habían decidido hacerlo público. O sea, que Munilla no se hubiera movido si los chicos no salen de su silencio. Esto es muy grave. La Diócesis de San Sebastián cree que su reino no es de este mundo, y que los pecados de sus curas, nada menos que de pederastia, deben estar al margen de lo que acontece más allá de los muros de los templos y también de lo que queda debajo de las sotanas. Nos cuenta el obispado que el cura pederasta ha expresado su “profundo arrepentimiento por los hechos cometidos”, y que “ha acogido con espíritu sacerdotal la pena impuesta” y que sigue “un proceso terapéutico psicológico y espiritual, colaborando en la reparación de lo ocurrido”. ¿Y qué nos importa a la sociedad su arrepentimiento y su proceso terapéutico? Usted, señor cura, es un delincuente, un sujeto peligroso que debe estar lejos de la gente y específicamente de los niños. Y debe responder ante los tribunales por su grave delito. Se ha dicho, esta misma tarde, que ha sido desterrado fuera de Euskadi y que se le obliga a ir acompañado por otro cura como parte de la penitencia. ¿Y para qué se le destierra? ¿Para que vaya a violar a niños en otros lugares?
Difundido el suceso en prensa, la fiscalía de Gipuzkoa ha anunciado diligencias de investigación. Supongo que, al menos, se tendrán en cuenta dos posibles delitos: los abusos a menores y la ocultación de los hechos ante los tribunales, el primero contra el pederasta Mendizábal y el segundo contra Munilla. Estamos ante dos delitos públicos ante lo cual no hace falta que exista denuncia previa, sino la iniciativa, de oficio, por parte de la fiscalía. Ya nos amenazan con la posibilidad de que los delitos de pederastia, cometidos hace más de una década hayan prescrito. ¡Ya salió la injusticia de la prescripción! Me pregunto cuándo los legisladores, es decir, nuestros políticos, van a declarar que los delitos de violencia machista y los de abusos sexuales a menores, dada su profunda gravedad, no prescriban, como no prescriben los de terrorismo o los de lesa humanidad. ¿Qué hay más grave que matar en vida a un niño abusando sexualmente de él en sus años de inocencia? No os imagináis las profundas huellas, para toda la vida, que dejan los abusos y violaciones a niños. Es una tragedia humanitaria.
Los abusos sexuales a menores, la pederastia, es el gran secreto de la Iglesia católica y su peor pesadilla. Son siglos y, más recientemente, décadas de silencio y miles los niños violentados. En Euskadi necesitamos nuestro ‘Spotlight’, nuestra historia de investigación y verdad, aunque hayan transcurrido muchos años, para que se haga honor a tantos pobres niños humillados, ultrajados y violentados por sacerdotes. ¿Memoria histórica? Esta es mucho más importante. La retórica argentina del Papa Francisco ha quedado en evidencia: mucho hablar, poco hacer. El silencio como arma de destrucción masiva, niño a niño, inocencia a inocencia. Sin piedad.
El caso no ha tenido escenario judicial, solo eclesiástico, lo que constituye el primer escándalo. Los niños denunciaron al cura el pasado año (después de más de diez años) en el ámbito parroquial, sin trascender a los juzgados. Como consecuencia del procedimiento de régimen interior, el cura pederasta fue destituido de los cargos de vicario general y de párroco de San Vicente, siendo excluido también de la parroquia de San Ignacio de Gros. Cuando se realizó la destitución, se comunicó que la salida del sacerdote abusador de niños obedecía a que éste se tomaba “un año sabático”. Según creo, el octavo mandamiento católico es “no mentirás”. Y aquí se ha mentido descaradamente a la gente, a católicos y no católicos.
Pese a los graves delitos que pesan sobre Mendizábal, éste sigue de sacerdote y hace sus misas en un convento de monjas y también en la iglesia de Gros. Nos han contado que las víctimas no quisieron denunciar los hechos en los juzgados. Eso parece, pero hay que aclararlo. Aún así, el obispo, ante el conocimiento de un delito de semejante gravedad, debió personarse en los juzgados o en la comisaría de la Ertzaintza, porque, según el Código penal, toda persona que tenga conocimiento de que se ha cometido un delito tiene la obligación, sin opción, de denunciarlo. Y Munilla no lo hizo, lo que implica el presunto delito de obstrucción a la justicia y la ocultación de una grave responsabilidad. Ya vamos tres escándalos en uno: el caso se ventila solo en el reducto religioso, se miente a la población y se encubre el delito ante la justicia civil.
¿Y por qué no se denunció el caso en los juzgados? El obispado se esconde tras la voluntad de las víctimas de callar ante la justicia. Y de que finalmente hicieron públicos los hechos porque apareció una tercera víctima y, según dicen, pensaron que era el momento para que otras víctimas pudieran salir a la luz. A mí esto de eludir la responsabilidad del obispado y cargarla sobre las víctimas no me gusta nada. Se parece a la cobardía. O a eso tan típico de la Iglesia, durante siglos, de echar una manta de silencio sobre los pecados de los curas.
No es menos grave que la diócesis se decidiera a relatar los hechos tras saber que los afectados habían decidido hacerlo público. O sea, que Munilla no se hubiera movido si los chicos no salen de su silencio. Esto es muy grave. La Diócesis de San Sebastián cree que su reino no es de este mundo, y que los pecados de sus curas, nada menos que de pederastia, deben estar al margen de lo que acontece más allá de los muros de los templos y también de lo que queda debajo de las sotanas. Nos cuenta el obispado que el cura pederasta ha expresado su “profundo arrepentimiento por los hechos cometidos”, y que “ha acogido con espíritu sacerdotal la pena impuesta” y que sigue “un proceso terapéutico psicológico y espiritual, colaborando en la reparación de lo ocurrido”. ¿Y qué nos importa a la sociedad su arrepentimiento y su proceso terapéutico? Usted, señor cura, es un delincuente, un sujeto peligroso que debe estar lejos de la gente y específicamente de los niños. Y debe responder ante los tribunales por su grave delito. Se ha dicho, esta misma tarde, que ha sido desterrado fuera de Euskadi y que se le obliga a ir acompañado por otro cura como parte de la penitencia. ¿Y para qué se le destierra? ¿Para que vaya a violar a niños en otros lugares?
Difundido el suceso en prensa, la fiscalía de Gipuzkoa ha anunciado diligencias de investigación. Supongo que, al menos, se tendrán en cuenta dos posibles delitos: los abusos a menores y la ocultación de los hechos ante los tribunales, el primero contra el pederasta Mendizábal y el segundo contra Munilla. Estamos ante dos delitos públicos ante lo cual no hace falta que exista denuncia previa, sino la iniciativa, de oficio, por parte de la fiscalía. Ya nos amenazan con la posibilidad de que los delitos de pederastia, cometidos hace más de una década hayan prescrito. ¡Ya salió la injusticia de la prescripción! Me pregunto cuándo los legisladores, es decir, nuestros políticos, van a declarar que los delitos de violencia machista y los de abusos sexuales a menores, dada su profunda gravedad, no prescriban, como no prescriben los de terrorismo o los de lesa humanidad. ¿Qué hay más grave que matar en vida a un niño abusando sexualmente de él en sus años de inocencia? No os imagináis las profundas huellas, para toda la vida, que dejan los abusos y violaciones a niños. Es una tragedia humanitaria.
Los abusos sexuales a menores, la pederastia, es el gran secreto de la Iglesia católica y su peor pesadilla. Son siglos y, más recientemente, décadas de silencio y miles los niños violentados. En Euskadi necesitamos nuestro ‘Spotlight’, nuestra historia de investigación y verdad, aunque hayan transcurrido muchos años, para que se haga honor a tantos pobres niños humillados, ultrajados y violentados por sacerdotes. ¿Memoria histórica? Esta es mucho más importante. La retórica argentina del Papa Francisco ha quedado en evidencia: mucho hablar, poco hacer. El silencio como arma de destrucción masiva, niño a niño, inocencia a inocencia. Sin piedad.
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