Eva Dallo | YoDona, El Mundo, 2017-02-04
http://www.elmundo.es/yodona/lifestyle/2017/02/04/5891f6cfe5fdea8f3f8b4678.html
La escena es típica, retratada en decenas de viñetas y películas humorísticas de los años 50 y 60 por las que no había pasado la lija de la igualdad de género. Pero no era ningún filme: "Durante varios meses estuvieron arreglando la fachada de un edificio frente al de mi trabajo", relata Susana, fotógrafa de Barcelona, "normalmente voy en bicicleta, a veces con falda, y para alguno de los que llevaban a cabo la reforma era, parece ser, como ver a un marciano aterrizando ante sus narices. Casi cada mañana tenía que oír algo, hasta que un día me harté y contesté. Fue aún peor. Al final cambié de sitio la bici. Cuando se marcharon sentí un auténtico alivio".
Lo que algunos interpretan todavía hoy como piropo, aunque en realidad sea una versión alejada y sexista del dicho breve con el que se pondera una cualidad de alguien (RAE), puede constituir para las mujeres un auténtico martirio que limita su libertad y sus movimientos. Por eso, el Ayuntamiento de Barcelona sopesa actualmente multar a aquellos que insulten o acosen por la calle a terceros motivados por diferentes cuestiones, entre otras el género y la orientación sexual.
Es una medida pionera que busca también combatir la islamofobia, y que podría contribuir a evitar situaciones como la vivida por la periodista de El Mundo Sandra Jiménez, que relataba al propio periódico y reflejaba en un vídeo, y con la que muchas mujeres se sentirán identificadas: "Volvía a casa un viernes en el Cercanías. Era medianoche y el vagón iba vacío. [...] Paró el convoy y entró un grupo de jóvenes pasados de vueltas. Fue verles e intuir los problemas. Se reinició la marcha y empezaron: 'Rubia, estás guapísima, me has enamorado, ¿puedo hacerte una pregunta?' '¿Eres de aquí?' '¡Solo quiero hacer amigas, nada más!' [...] El grupo se envalentonó y se acercó. Al final, la cosa no fue a mayores. Pero el mal rato me dura aún".
De costumbre a delito
Un viaje en transporte público, un paseo por determinados barrios en verano, la playa o el trayecto al trabajo pueden convertirse en un auténtico viacrucis de testosterona verbalizada para una mujer sola o, en menor medida, acompañada por otras. La directora de la Fundación Mujeres, María Soleto, es rotunda en su percepción del mal llamado piropo. Afirma que es mentira que gusten o se hayan tolerado en ningún momento, "más bien hemos sobrevivido a ellos, al sobresalto y, a veces también, al miedo que dan", dice Soleto "Las mujeres de los años 50 y 60 salían siempre en grupo o llevaban en el bolso un alfiler de sombrero. Mi generación apretaba la carpeta de los apuntes del instituto contra el pecho y pasaba a la carrera por los edificios en construcción, por ejemplo. Alguna vez también hemos contestado al baboso de turno con alguna palabra malsonante, que obtiene automáticamente el consabido, feaputabolleramalfollá... ¡Viva la gracia española!".
Soleto cree más que demostrado que hace falta regular el acoso verbal en la calle. Existen varios países cuya legislación ya incluye esta figura: en Portugal, tras dos años de debate, se llevó o a cabo una reforma de ley a principios de 2016 que tipifica el abuso verbal callejero como un delito cuyas penas pueden ir de los 120 euros de multa hasta un año en prisión, que aumenta a dos si la persona objeto del delito es menor.
Bélgica fue pionera en imponer sanciones específicas para el acoso verbal. Sucedió en 2014, en parte gracias a la repercusión que tuvo en toda Europa ‘Femme de la Rue’, documental realizado por una estudiante de cine belga que muestra el día a día de la realizadora en un barrio multiétnico de Bruselas, donde cada vez que pisaba la calle era interpelada por hombres que se permitían todo tipo de comentarios (¿piropos?), lo que la llevó a cambiar su forma de vestir, de moverse, e incluso a preguntarse si era culpa suya.
También influenciado por el activismo de la asociación peruana ‘Paremos el Acoso Callejero’, y de su vídeo denuncia 'Sílbale a tu madre', Perú ha aprobado recientemente una ley que define el acoso como aquel acto que impacta la libertad y la dignidad de movimiento o cualquier otro derecho a la integridad física y moral de una persona, ofensas que conllevan penas de hasta 12 años de cárcel. En Argentina, mientras tanto, tres proyectos de ley buscan prevenir el "hostigamiento" a las mujeres en la calle.
La generación 2.0 ha convertido las cámaras ocultas y las redes sociales en un método para defenderse del acoso verbal callejero. Con aquellas se graban vídeos como el que la periodista Sandra Jiménez publicó en El Mundo o el que protagonizó la actriz neoyorquina Shoshana Roberts y que colgó después en YouTube, donde podía verse cómo es un paseo por la ciudad para una mujer joven sola: un agobio que pocos hombres aguantarían. Acumula ya más de 43 millones de visitas y demuestra que el fenómeno es, por desgracia, universal.
España está todavía a las puertas
España no está en este grupo. Tampoco se ha contemplado iniciativa legislativa en dicha dirección durante la última legislatura, tal y como confirman a Yo Dona desde el Ministerio de Justicia. La última vez que tuvo lugar una propuesta gubernamental para tratar este asunto fue en 2011, de manos de la entonces directora general de Igualdad, Bibiana Aído, que trabajó en la elaboración de un protocolo de atención a las mujeres que fueran objeto de piropos en la vía pública, contemplando aplicar las sanciones establecidas en la Ley de Igualdad de Género. Sin embargo, poco después la gaditana dejaría su puesto y la propuesta no llegaría a buen puerto.
De hecho, hasta el verano pasado en España ni siquiera estaba tipificado el delito de acoso, 'stalking' en el argot. "Íbamos muy retrasados. Ha sido un gran avance porque hasta esta reforma existían numerosos comportamientos que era complicado incluir en los tipos de amenaza o coacción", explica Ana García Mayayo, abogada de la Asociación Clara Campoamor. "La figura del acoso creada por el nuevo Código Penal ya se criminalizó en Estados Unidos en los 90 y está regulada en países de nuestro entorno. [...] Se refiere a situaciones como la de alguien que envía insistentemente cartas, regalos, sms, y agobia al receptor. Antes, para tomar medidas había que demostrar que representaba una amenaza. Lo que más repercusión ha tenido de esta nueva reforma es que el delito de acoso se amplía a cualquier persona; puede ser un vecino que se dedique a tocar el timbre con intención de molestar", añade.
Pero en esta celebrada -aunque tardía- reforma no hay ni rastro del acoso verbal callejero. "Se limita a los ámbitos del trabajo, docente y de la prestación de servicios", explica la letrada. "Los improperios por la calle podrían encuadrarse quizá en otro título del Código, en el VII, que habla de las torturas y delitos contra la integridad moral", continúa, si esas expresiones son de tal índole que se demuestra que producen un trato degradante a nuestra persona y que atentan contra la integridad moral, podría ser". Suena complicado. "Rizando un poco el rizo es posible considerarlas injurias, entendiendo estas como agravios, ultrajes... Algo que lesiona la dignidad. Pero con el nuevo Código Penal ya no sería posible, porque la falta de injurias está despenalizada cuando estas se cometen entre particulares", concluye.
Aceptado en la cultura española
Sobre si la aceptación que existe en la cultura española de los supuestos piropos podría ser una de las causas de que se esté tardando tanto en regularizar los abusos verbales callejeros, García Mayayo cree que sí. "Los piropos supongo que son una consecuencia más del sistema patriarcal machista en el que los hombres, por serlo, se creen con derecho consolidado sobre nosotras para evaluarnos por nuestro aspecto públicamente, sin importarles si nos apetece o no. Es machismo callejero vendido de forma bonita, aunque de agradable para nosotras no tiene nada", argumenta la abogada.
Únicamente la penalización no acabará con este fenómeno en las calles, y será necesaria una labor de educación, pero considerar el acoso verbal callejero un delito no solo ayudaría a garantizar la libertad de las mujeres, sino también de otros colectivos como el LGBT y algunas minorías, defienden las asociaciones.
De momento Rocío, trabajadora de una ONG en la capital catalana, seguirá con su rodeo habitual para llegar al despacho: "Trabajo en el Raval, en Barcelona, y la ruta más corta pasaría cerca de la calle Robadors, donde hay prostitución. Pero por no oír eso de 'eres lo más bonito de la calle', 'qué bien te han hecho' o aguantar que te desnuden con los ojos, prefiero caminar más. Siempre vas mirando al suelo y sin pararte. Y de esperar a alguien en la calle en esa zona ni hablamos. ¿Piropos? Son groserías, sin más".
Lo que algunos interpretan todavía hoy como piropo, aunque en realidad sea una versión alejada y sexista del dicho breve con el que se pondera una cualidad de alguien (RAE), puede constituir para las mujeres un auténtico martirio que limita su libertad y sus movimientos. Por eso, el Ayuntamiento de Barcelona sopesa actualmente multar a aquellos que insulten o acosen por la calle a terceros motivados por diferentes cuestiones, entre otras el género y la orientación sexual.
Es una medida pionera que busca también combatir la islamofobia, y que podría contribuir a evitar situaciones como la vivida por la periodista de El Mundo Sandra Jiménez, que relataba al propio periódico y reflejaba en un vídeo, y con la que muchas mujeres se sentirán identificadas: "Volvía a casa un viernes en el Cercanías. Era medianoche y el vagón iba vacío. [...] Paró el convoy y entró un grupo de jóvenes pasados de vueltas. Fue verles e intuir los problemas. Se reinició la marcha y empezaron: 'Rubia, estás guapísima, me has enamorado, ¿puedo hacerte una pregunta?' '¿Eres de aquí?' '¡Solo quiero hacer amigas, nada más!' [...] El grupo se envalentonó y se acercó. Al final, la cosa no fue a mayores. Pero el mal rato me dura aún".
De costumbre a delito
Un viaje en transporte público, un paseo por determinados barrios en verano, la playa o el trayecto al trabajo pueden convertirse en un auténtico viacrucis de testosterona verbalizada para una mujer sola o, en menor medida, acompañada por otras. La directora de la Fundación Mujeres, María Soleto, es rotunda en su percepción del mal llamado piropo. Afirma que es mentira que gusten o se hayan tolerado en ningún momento, "más bien hemos sobrevivido a ellos, al sobresalto y, a veces también, al miedo que dan", dice Soleto "Las mujeres de los años 50 y 60 salían siempre en grupo o llevaban en el bolso un alfiler de sombrero. Mi generación apretaba la carpeta de los apuntes del instituto contra el pecho y pasaba a la carrera por los edificios en construcción, por ejemplo. Alguna vez también hemos contestado al baboso de turno con alguna palabra malsonante, que obtiene automáticamente el consabido, feaputabolleramalfollá... ¡Viva la gracia española!".
Soleto cree más que demostrado que hace falta regular el acoso verbal en la calle. Existen varios países cuya legislación ya incluye esta figura: en Portugal, tras dos años de debate, se llevó o a cabo una reforma de ley a principios de 2016 que tipifica el abuso verbal callejero como un delito cuyas penas pueden ir de los 120 euros de multa hasta un año en prisión, que aumenta a dos si la persona objeto del delito es menor.
Bélgica fue pionera en imponer sanciones específicas para el acoso verbal. Sucedió en 2014, en parte gracias a la repercusión que tuvo en toda Europa ‘Femme de la Rue’, documental realizado por una estudiante de cine belga que muestra el día a día de la realizadora en un barrio multiétnico de Bruselas, donde cada vez que pisaba la calle era interpelada por hombres que se permitían todo tipo de comentarios (¿piropos?), lo que la llevó a cambiar su forma de vestir, de moverse, e incluso a preguntarse si era culpa suya.
También influenciado por el activismo de la asociación peruana ‘Paremos el Acoso Callejero’, y de su vídeo denuncia 'Sílbale a tu madre', Perú ha aprobado recientemente una ley que define el acoso como aquel acto que impacta la libertad y la dignidad de movimiento o cualquier otro derecho a la integridad física y moral de una persona, ofensas que conllevan penas de hasta 12 años de cárcel. En Argentina, mientras tanto, tres proyectos de ley buscan prevenir el "hostigamiento" a las mujeres en la calle.
La generación 2.0 ha convertido las cámaras ocultas y las redes sociales en un método para defenderse del acoso verbal callejero. Con aquellas se graban vídeos como el que la periodista Sandra Jiménez publicó en El Mundo o el que protagonizó la actriz neoyorquina Shoshana Roberts y que colgó después en YouTube, donde podía verse cómo es un paseo por la ciudad para una mujer joven sola: un agobio que pocos hombres aguantarían. Acumula ya más de 43 millones de visitas y demuestra que el fenómeno es, por desgracia, universal.
España está todavía a las puertas
España no está en este grupo. Tampoco se ha contemplado iniciativa legislativa en dicha dirección durante la última legislatura, tal y como confirman a Yo Dona desde el Ministerio de Justicia. La última vez que tuvo lugar una propuesta gubernamental para tratar este asunto fue en 2011, de manos de la entonces directora general de Igualdad, Bibiana Aído, que trabajó en la elaboración de un protocolo de atención a las mujeres que fueran objeto de piropos en la vía pública, contemplando aplicar las sanciones establecidas en la Ley de Igualdad de Género. Sin embargo, poco después la gaditana dejaría su puesto y la propuesta no llegaría a buen puerto.
De hecho, hasta el verano pasado en España ni siquiera estaba tipificado el delito de acoso, 'stalking' en el argot. "Íbamos muy retrasados. Ha sido un gran avance porque hasta esta reforma existían numerosos comportamientos que era complicado incluir en los tipos de amenaza o coacción", explica Ana García Mayayo, abogada de la Asociación Clara Campoamor. "La figura del acoso creada por el nuevo Código Penal ya se criminalizó en Estados Unidos en los 90 y está regulada en países de nuestro entorno. [...] Se refiere a situaciones como la de alguien que envía insistentemente cartas, regalos, sms, y agobia al receptor. Antes, para tomar medidas había que demostrar que representaba una amenaza. Lo que más repercusión ha tenido de esta nueva reforma es que el delito de acoso se amplía a cualquier persona; puede ser un vecino que se dedique a tocar el timbre con intención de molestar", añade.
Pero en esta celebrada -aunque tardía- reforma no hay ni rastro del acoso verbal callejero. "Se limita a los ámbitos del trabajo, docente y de la prestación de servicios", explica la letrada. "Los improperios por la calle podrían encuadrarse quizá en otro título del Código, en el VII, que habla de las torturas y delitos contra la integridad moral", continúa, si esas expresiones son de tal índole que se demuestra que producen un trato degradante a nuestra persona y que atentan contra la integridad moral, podría ser". Suena complicado. "Rizando un poco el rizo es posible considerarlas injurias, entendiendo estas como agravios, ultrajes... Algo que lesiona la dignidad. Pero con el nuevo Código Penal ya no sería posible, porque la falta de injurias está despenalizada cuando estas se cometen entre particulares", concluye.
Aceptado en la cultura española
Sobre si la aceptación que existe en la cultura española de los supuestos piropos podría ser una de las causas de que se esté tardando tanto en regularizar los abusos verbales callejeros, García Mayayo cree que sí. "Los piropos supongo que son una consecuencia más del sistema patriarcal machista en el que los hombres, por serlo, se creen con derecho consolidado sobre nosotras para evaluarnos por nuestro aspecto públicamente, sin importarles si nos apetece o no. Es machismo callejero vendido de forma bonita, aunque de agradable para nosotras no tiene nada", argumenta la abogada.
Únicamente la penalización no acabará con este fenómeno en las calles, y será necesaria una labor de educación, pero considerar el acoso verbal callejero un delito no solo ayudaría a garantizar la libertad de las mujeres, sino también de otros colectivos como el LGBT y algunas minorías, defienden las asociaciones.
De momento Rocío, trabajadora de una ONG en la capital catalana, seguirá con su rodeo habitual para llegar al despacho: "Trabajo en el Raval, en Barcelona, y la ruta más corta pasaría cerca de la calle Robadors, donde hay prostitución. Pero por no oír eso de 'eres lo más bonito de la calle', 'qué bien te han hecho' o aguantar que te desnuden con los ojos, prefiero caminar más. Siempre vas mirando al suelo y sin pararte. Y de esperar a alguien en la calle en esa zona ni hablamos. ¿Piropos? Son groserías, sin más".
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