Imagen: El País / Colegio de San Basilio de Palenque |
Los 3.000 habitantes de San Basilio de Palenque son descendientes de esclavos que crearon el primer pueblo 'libre' de Latinoamérica.
María José Carmona | Planeta Futuro, El País, 2017-02-01
http://elpais.com/elpais/2017/01/30/planeta_futuro/1485815037_434567.html
A 50 kilómetros de Cartagena de Indias, la que en tiempos de Colón se convirtió en el principal puerto de esclavos del Nuevo Mundo, una pequeña aldea de apenas 3.000 habitantes quiere ser africana.
Hace 300 años un grupo de esclavos cimarrones logró escapar del yugo español y fundar en medio de la nada San Basilio de Palenque, el primer pueblo libre de América. El primero negro, también. Hoy sus descendientes no conocen África, pero sienten suyo ese otro continente. Por eso, no es raro que la cara de Nelson Mandela adorne la pared de la escuela, que en sus móviles suene Soukous, un tipo de música tradicional africana, o que sus mujeres acudan a arreglarse las trenzas al salón de belleza La Reina del Kongo.
La reivindicación de sus raíces africanas no es solo algo anecdótico, constituye su razón de ser. Desde que en el año 2005 la Unesco les declaró Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad, el pueblo se ha volcado en la recuperación de su memoria negra.
Una mezcla de español y lenguas africanas
Cuando en el siglo XVI, los barcos españoles trajeron hasta Cartagena a decenas de esclavos africanos, estos tuvieron que inventar la forma de comunicarse. Cada uno procedía de una región, de una etnia, por eso crearon un lenguaje común. Esta especie de ‘esperanto’ colonial se llamó palenquero. Hoy se cree que es una mezcla entre portugués, castellano y varias lenguas bantú, con origen en África Central y Meridional.
A pesar de estar prohibido, el palenquero logró sobrevivir al imperialismo blanco, pero sucumbió después al paso del tiempo. “Los jóvenes no querían usarlo. Les daba vergüenza, creían que era un español mal hablado”, explica Bernardino Pérez, maestro de lenguaje en la escuela de Palenque. En 2005 consiguieron revivirlo. Fue difícil, solo lo recordaban los más mayores. Desde entonces se ordenó que todos los carteles de la aldea se escribieran en palenquero y las paredes de la escuela se llenaron de frases en su lengua natal. Palabras como ‘ngombe’ (ganado), ‘moná’ (niño, niña), ‘Palenge’ (Palenque) o ‘Gongoroko Kubo’ (te quiero) resucitaron en los muros.
“Actualmente damos tres horas diarias de clase en palenquero y hemos traducido poco a poco varios libros de texto. Hoy todos nos sentimos orgullosos de nuestra lengua”, cuenta este maestro, cuya lucha por conservar las raíces llega al terreno personal. Lo hace a través del nombre de sus hijos: Nakata, Achanti, Nganga y Ndefi. Todos son nombres africanos.
Símbolo de libertad
No es fácil llegar a San Basilio de Palenque. Hay que tomar un autobús en Cartagena en dirección al municipio de Mahates, hasta un punto impreciso de la carretera cuando el conductor te indica que debes bajar. No hay carteles, ni apeaderos. Nada indica la dirección salvo un grupo de jóvenes en moto apeados junto al camino. Son ellos los que se encargan de llevar a los visitantes a través de los campos de yuca hasta un claro donde, por fin, aparece.
A este mismo lugar aislado llegó en 1713 Benkos Bioho, el esclavo que lideró la revolución contra los españoles y fundó el primer pueblo de hombres libres. En realidad, no está del todo claro que sea el primero. De hecho se disputa ese puesto con San Lorenzo de los Negros (México), fundado por otro esclavo africano, Garspar Nyanga. Eso sí, los palenqueros nunca lo reconocerán.
Hoy el torso desnudo de Benkos Bioho alza sus brazos pidiendo libertad en la escultura que preside la plaza del pueblo. Aun tiene los grilletes rotos en sus muñecas. Junto a la estatua, está la Iglesia dedicada a San Basilio. Es el único blanco que vive en Palenque.
Alrededor de esta plaza donde bulle la vida, sobre todo nocturna, del pueblo se extiende el resto de las calles. La mayoría son caminos sin asfaltar, llenos de huecos, intransitables. Las casas no tienen mejor aspecto. Casi todas a medio hacer, con el ladrillo en bruto y la pintura vieja. Parecería una aldea abandonada si no fuera por la vida de sus habitantes, por su música y sus partidas de dominó al fresco. Siempre están fuera, ya sea charlando, bebiendo, cantando. No hay mucho más que hacer. La principal actividad económica siempre ha sido el campo y ahora, después de tres años de sequía, lo único que les da son decepciones. Es curioso, un 76% de los palenqueros vive hoy ‘esclavo’ de la pobreza, lo dice Naciones Unidas.
Son las mujeres las que sostienen la economía local a través del comercio de cocadas: dulces tradicionales, una especie de pasta hecha de azúcar y ajonjolí. Las preparan en los patios de sus casas para venderlas después en Cartagena y alrededores. Se marchan un mes al año, a veces dos. Durante ese tiempo recorren los pueblos ofreciendo sus dulces mientras los aguantan sobre sus cabezas en grandes palanganas. “A mí me gusta. Así trabajo a mi manera, nadie me manda”, cuenta Andrea Cimarra, mientras amasa con esfuerzo esta pasta pegajosa. Otras, al contrario, están cansadas de hacer kilómetros. “Las mujeres tenemos que poder acceder a otro tipo de trabajos, queremos igualdad”, dice Flora Hernández, quien está convencida de que los altos índices de drogadicción y embarazos adolescentes entre los jóvenes de la aldea es consecuencia de que sus mamás están lejos.
La mejor herencia de África
Si hay un nexo que vincula a San Basilio de Palenque con sus hermanos africanos es la música. “El tambor es lo mejor que nos dejaron los africanos”, dice Lionel Torres. Tiene 64 años y es uno de los músicos palenqueros de referencia. Lo suyo es el alegre, un tipo de tambor tradicional. Mide 70 centímetros y tiene forma de cono truncado. Le gusta su sonido porque es una expresión, dice, “de libertad”. Otra vez la libertad. “Empecé a cantar y tocar de niño en la calle, la gente me decía que iba a ser un artista grande”. Desde el año 85 Lionel toca en el grupo Son Palenque, con letras exclusivamente en palenquero. “Mini mini mini kuyo ikele kasa kubo”, recita. Quiere decir: “Ven, ven, ven que quiero casarme contigo”. Es el estribillo de su canción favorita.
Palenque tiene hoy cuatro escuelas de danza y percusión con 150 alumnos. Durante todo el año estudian mapalé, bullerengue, son palenquero y champeta —bailes y músicas tradicionales de la poblaciones afrocolombianas— y se preparan para la gran cita de octubre: el Festival de Tambores y Expresiones Culturales de Palenque. Un evento con repercusión nacional al que cada año invitan a artistas y agrupaciones africanos. “Todo pueblo debe conservar su historia y cultura. Así serán ellos quienes cuenten su propia historia, antes de que lo cuenten otros”, insiste Rodolfo Palomino, presidente de la asociación cultural Kucha Suto (Escúchanos a nosotros).
Es cuestión de identidad pero, no nos engañemos, también de supervivencia. Al final, la cultura, la tradición, la particularidad de su lengua, de su música y gastronomía son los únicos motivos por lo que a día de hoy los turistas (aún pocos) se desvían de Cartagena de Indias para conocerles y, con ello, alivian la débil economía local. Los palenqueros aman a África porque África también les conviene.
El reto ahora es implicar a los jóvenes. El compromiso con sus raíces debe pasar a la generación siguiente. Por eso no les ha quedado otra que actualizar el lenguaje inventando términos como ‘bejuco’ (móvil), ‘chapuela’ (lavadora) o ‘guarumá’ (extranjero). Palabras nuevas para realidades que antes, en época de esclavos, no existían. “Mucha modernidad es esa”, critican los más ancianos mientras juegan al fresco la partida de dominó. Los últimos representantes de la memoria viva de Palenque no lo ocultan. Eso de los ‘guarumá’ no les gusta un pelo.
Hace 300 años un grupo de esclavos cimarrones logró escapar del yugo español y fundar en medio de la nada San Basilio de Palenque, el primer pueblo libre de América. El primero negro, también. Hoy sus descendientes no conocen África, pero sienten suyo ese otro continente. Por eso, no es raro que la cara de Nelson Mandela adorne la pared de la escuela, que en sus móviles suene Soukous, un tipo de música tradicional africana, o que sus mujeres acudan a arreglarse las trenzas al salón de belleza La Reina del Kongo.
La reivindicación de sus raíces africanas no es solo algo anecdótico, constituye su razón de ser. Desde que en el año 2005 la Unesco les declaró Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad, el pueblo se ha volcado en la recuperación de su memoria negra.
Una mezcla de español y lenguas africanas
Cuando en el siglo XVI, los barcos españoles trajeron hasta Cartagena a decenas de esclavos africanos, estos tuvieron que inventar la forma de comunicarse. Cada uno procedía de una región, de una etnia, por eso crearon un lenguaje común. Esta especie de ‘esperanto’ colonial se llamó palenquero. Hoy se cree que es una mezcla entre portugués, castellano y varias lenguas bantú, con origen en África Central y Meridional.
A pesar de estar prohibido, el palenquero logró sobrevivir al imperialismo blanco, pero sucumbió después al paso del tiempo. “Los jóvenes no querían usarlo. Les daba vergüenza, creían que era un español mal hablado”, explica Bernardino Pérez, maestro de lenguaje en la escuela de Palenque. En 2005 consiguieron revivirlo. Fue difícil, solo lo recordaban los más mayores. Desde entonces se ordenó que todos los carteles de la aldea se escribieran en palenquero y las paredes de la escuela se llenaron de frases en su lengua natal. Palabras como ‘ngombe’ (ganado), ‘moná’ (niño, niña), ‘Palenge’ (Palenque) o ‘Gongoroko Kubo’ (te quiero) resucitaron en los muros.
“Actualmente damos tres horas diarias de clase en palenquero y hemos traducido poco a poco varios libros de texto. Hoy todos nos sentimos orgullosos de nuestra lengua”, cuenta este maestro, cuya lucha por conservar las raíces llega al terreno personal. Lo hace a través del nombre de sus hijos: Nakata, Achanti, Nganga y Ndefi. Todos son nombres africanos.
Símbolo de libertad
No es fácil llegar a San Basilio de Palenque. Hay que tomar un autobús en Cartagena en dirección al municipio de Mahates, hasta un punto impreciso de la carretera cuando el conductor te indica que debes bajar. No hay carteles, ni apeaderos. Nada indica la dirección salvo un grupo de jóvenes en moto apeados junto al camino. Son ellos los que se encargan de llevar a los visitantes a través de los campos de yuca hasta un claro donde, por fin, aparece.
A este mismo lugar aislado llegó en 1713 Benkos Bioho, el esclavo que lideró la revolución contra los españoles y fundó el primer pueblo de hombres libres. En realidad, no está del todo claro que sea el primero. De hecho se disputa ese puesto con San Lorenzo de los Negros (México), fundado por otro esclavo africano, Garspar Nyanga. Eso sí, los palenqueros nunca lo reconocerán.
Hoy el torso desnudo de Benkos Bioho alza sus brazos pidiendo libertad en la escultura que preside la plaza del pueblo. Aun tiene los grilletes rotos en sus muñecas. Junto a la estatua, está la Iglesia dedicada a San Basilio. Es el único blanco que vive en Palenque.
Alrededor de esta plaza donde bulle la vida, sobre todo nocturna, del pueblo se extiende el resto de las calles. La mayoría son caminos sin asfaltar, llenos de huecos, intransitables. Las casas no tienen mejor aspecto. Casi todas a medio hacer, con el ladrillo en bruto y la pintura vieja. Parecería una aldea abandonada si no fuera por la vida de sus habitantes, por su música y sus partidas de dominó al fresco. Siempre están fuera, ya sea charlando, bebiendo, cantando. No hay mucho más que hacer. La principal actividad económica siempre ha sido el campo y ahora, después de tres años de sequía, lo único que les da son decepciones. Es curioso, un 76% de los palenqueros vive hoy ‘esclavo’ de la pobreza, lo dice Naciones Unidas.
Son las mujeres las que sostienen la economía local a través del comercio de cocadas: dulces tradicionales, una especie de pasta hecha de azúcar y ajonjolí. Las preparan en los patios de sus casas para venderlas después en Cartagena y alrededores. Se marchan un mes al año, a veces dos. Durante ese tiempo recorren los pueblos ofreciendo sus dulces mientras los aguantan sobre sus cabezas en grandes palanganas. “A mí me gusta. Así trabajo a mi manera, nadie me manda”, cuenta Andrea Cimarra, mientras amasa con esfuerzo esta pasta pegajosa. Otras, al contrario, están cansadas de hacer kilómetros. “Las mujeres tenemos que poder acceder a otro tipo de trabajos, queremos igualdad”, dice Flora Hernández, quien está convencida de que los altos índices de drogadicción y embarazos adolescentes entre los jóvenes de la aldea es consecuencia de que sus mamás están lejos.
La mejor herencia de África
Si hay un nexo que vincula a San Basilio de Palenque con sus hermanos africanos es la música. “El tambor es lo mejor que nos dejaron los africanos”, dice Lionel Torres. Tiene 64 años y es uno de los músicos palenqueros de referencia. Lo suyo es el alegre, un tipo de tambor tradicional. Mide 70 centímetros y tiene forma de cono truncado. Le gusta su sonido porque es una expresión, dice, “de libertad”. Otra vez la libertad. “Empecé a cantar y tocar de niño en la calle, la gente me decía que iba a ser un artista grande”. Desde el año 85 Lionel toca en el grupo Son Palenque, con letras exclusivamente en palenquero. “Mini mini mini kuyo ikele kasa kubo”, recita. Quiere decir: “Ven, ven, ven que quiero casarme contigo”. Es el estribillo de su canción favorita.
Palenque tiene hoy cuatro escuelas de danza y percusión con 150 alumnos. Durante todo el año estudian mapalé, bullerengue, son palenquero y champeta —bailes y músicas tradicionales de la poblaciones afrocolombianas— y se preparan para la gran cita de octubre: el Festival de Tambores y Expresiones Culturales de Palenque. Un evento con repercusión nacional al que cada año invitan a artistas y agrupaciones africanos. “Todo pueblo debe conservar su historia y cultura. Así serán ellos quienes cuenten su propia historia, antes de que lo cuenten otros”, insiste Rodolfo Palomino, presidente de la asociación cultural Kucha Suto (Escúchanos a nosotros).
Es cuestión de identidad pero, no nos engañemos, también de supervivencia. Al final, la cultura, la tradición, la particularidad de su lengua, de su música y gastronomía son los únicos motivos por lo que a día de hoy los turistas (aún pocos) se desvían de Cartagena de Indias para conocerles y, con ello, alivian la débil economía local. Los palenqueros aman a África porque África también les conviene.
El reto ahora es implicar a los jóvenes. El compromiso con sus raíces debe pasar a la generación siguiente. Por eso no les ha quedado otra que actualizar el lenguaje inventando términos como ‘bejuco’ (móvil), ‘chapuela’ (lavadora) o ‘guarumá’ (extranjero). Palabras nuevas para realidades que antes, en época de esclavos, no existían. “Mucha modernidad es esa”, critican los más ancianos mientras juegan al fresco la partida de dominó. Los últimos representantes de la memoria viva de Palenque no lo ocultan. Eso de los ‘guarumá’ no les gusta un pelo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.