Imagen: El País / Iván Repila |
'Prólogo para un a guerra' es una fábula simbólica con los movimientos sociales —refugiados, indignados, emigración o simples ocupaciones ciudadanas— como telón de fondo.
Carlos Zanón | El País, 2017-02-08
http://cultura.elpais.com/cultura/2017/02/06/babelia/1486393838_506841.html
‘Prólogo para una guerra’ es la tercera novela de Iván Repila (Bilbao, 1978). Ha sido publicada en un sello fuerte como Seix Barral después del éxito internacional de su anterior novela, ‘El niño que robó el caballo de Atila’, y que tuvo traducción al inglés, francés, italiano, coreano y persa. Esa novela, como la primera del escritor vasco, ‘Una comedia canalla’, fue publicada por el añorado editor Gonzalo Canedo para Libros del Silencio. El fallecimiento de Canedo al poco de echar a andar ‘El niño que robó el caballo de Atila’ fue quizá la causa de que, más allá de buenas críticas y el boca a boca librófago, el libro no tuviera la repercusión que se merecía.
En esta novela, una suerte de fábula simbólica con los movimientos sociales —refugiados, indignados, emigración o simples ocupaciones ciudadanas— como telón de fondo, Repila narra el trayecto de dos personajes, el arquitecto Emil Zarco y El Mudo, un solitario. Uno hacia la oscuridad y el otro a la redención. El primero recibe el encargo de un proyecto urbanístico que él sueña faraónico y egomaniaco. Está casado con Oona, que le relaciona de una forma a priori misteriosa y, a medida que avanza el relato, inexplicable e inexplicada. Es probable que el personaje de Oona acabe siendo un símbolo, una presencia, una goma elástica que une y tensa a los dos antagonistas y eso baste a autor y lector. Emil y El Mudo coinciden en una misma ciudad, pero en distintos planos de su existencia. Ambos tienen un lastre que los lleva en direcciones contrarias como dos pesos unidos por una misma cuerda. El lastre del arquitecto, ese dolor le va hundiendo y Emil trata de destruirlo, destruyéndose a él y a todo lo que le rodea mientras que el indigente opta por la vía ascética del silencio absoluto, de esconderse en la propia ciudad, desaparecer. Sólo la solidaridad de otros seres adánicos le rescata del solipsismo y le redime en cierto modo.
La novela en otro plano también simbólico representa los procesos de un proyecto urbano desde el dibujo, el anteproyecto, el proyecto de ejecución, construcción y ocupación, así como un anexo de poemas que corre parejo al proyecto de la propia narración.
El planteamiento de Iván Repila tiene un claro contenido literario. Urde una partitura musical respecto del estilo en el que se nos narran personajes y argumento. Una partitura de fábula que nos sitúa lejos de lo verosímil —un acierto— y que da el tono de cómo nos quiere servir su novela breve, el latido del narrar de Repila, personal y de riesgo. Es sólo subjetivo que moleste la profusión de metáforas o imágenes descoyuntadas —es su estilo: lo tomas o lo dejas—, pero el problema es que, al igual que las hay acertadas, hay muchas, demasiadas en el mejor de los casos, audaces y, en el peor, incomprensibles, sólo palabras que suenan. Ese sobreesfuerzo estilístico se echa de menos en tratar de hacernos sentir el dolor de los protagonistas que los lleva a situaciones extremas —la reclusión, la negación de hablar, la inmolación, el aislamiento—, en la asunción de ideas novedosas, ya que las de la multitud de buenos salvajes, la policía represora, el urbanismo como campo de concentración y Europa como fraude y cementerio de ideales no dejan ya de ser lugares comunes. Repila podría haber llevado su partitura a algo más loco o habernos hecho plantearnos un relato menos maniqueo y mucho más desasosegante. Talento, maneras y ambición formal —hurtarnos momentos emocionales facilones es otra bondad estilística del libro— no le faltan en ninguna de las tres novelas escritas hasta ahora, pero en esta ocasión la partitura se queda en un tono personal, pero el resto no consigue mucho más que reconocer la valía del cantante.
En esta novela, una suerte de fábula simbólica con los movimientos sociales —refugiados, indignados, emigración o simples ocupaciones ciudadanas— como telón de fondo, Repila narra el trayecto de dos personajes, el arquitecto Emil Zarco y El Mudo, un solitario. Uno hacia la oscuridad y el otro a la redención. El primero recibe el encargo de un proyecto urbanístico que él sueña faraónico y egomaniaco. Está casado con Oona, que le relaciona de una forma a priori misteriosa y, a medida que avanza el relato, inexplicable e inexplicada. Es probable que el personaje de Oona acabe siendo un símbolo, una presencia, una goma elástica que une y tensa a los dos antagonistas y eso baste a autor y lector. Emil y El Mudo coinciden en una misma ciudad, pero en distintos planos de su existencia. Ambos tienen un lastre que los lleva en direcciones contrarias como dos pesos unidos por una misma cuerda. El lastre del arquitecto, ese dolor le va hundiendo y Emil trata de destruirlo, destruyéndose a él y a todo lo que le rodea mientras que el indigente opta por la vía ascética del silencio absoluto, de esconderse en la propia ciudad, desaparecer. Sólo la solidaridad de otros seres adánicos le rescata del solipsismo y le redime en cierto modo.
La novela en otro plano también simbólico representa los procesos de un proyecto urbano desde el dibujo, el anteproyecto, el proyecto de ejecución, construcción y ocupación, así como un anexo de poemas que corre parejo al proyecto de la propia narración.
El planteamiento de Iván Repila tiene un claro contenido literario. Urde una partitura musical respecto del estilo en el que se nos narran personajes y argumento. Una partitura de fábula que nos sitúa lejos de lo verosímil —un acierto— y que da el tono de cómo nos quiere servir su novela breve, el latido del narrar de Repila, personal y de riesgo. Es sólo subjetivo que moleste la profusión de metáforas o imágenes descoyuntadas —es su estilo: lo tomas o lo dejas—, pero el problema es que, al igual que las hay acertadas, hay muchas, demasiadas en el mejor de los casos, audaces y, en el peor, incomprensibles, sólo palabras que suenan. Ese sobreesfuerzo estilístico se echa de menos en tratar de hacernos sentir el dolor de los protagonistas que los lleva a situaciones extremas —la reclusión, la negación de hablar, la inmolación, el aislamiento—, en la asunción de ideas novedosas, ya que las de la multitud de buenos salvajes, la policía represora, el urbanismo como campo de concentración y Europa como fraude y cementerio de ideales no dejan ya de ser lugares comunes. Repila podría haber llevado su partitura a algo más loco o habernos hecho plantearnos un relato menos maniqueo y mucho más desasosegante. Talento, maneras y ambición formal —hurtarnos momentos emocionales facilones es otra bondad estilística del libro— no le faltan en ninguna de las tres novelas escritas hasta ahora, pero en esta ocasión la partitura se queda en un tono personal, pero el resto no consigue mucho más que reconocer la valía del cantante.
Y TAMBIÉN…
La insólita historia de éxito de Iván Repila.
El escritor publica en España su tercera obra tras triunfar en el extranjero.
Alejandro Martín | El País, 2017-01-20
http://cultura.elpais.com/cultura/2017/01/19/actualidad/1484835580_379913.html
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