Eclipsadas por los hombres de su entorno, muchas científicas han permanecido en la sombra durante muchas décadas. Recuperar su nombre es importante por justicia, para crear modelos actuales y para acabar con la discriminación que aún existe.
Raquel C. Pico | ctxt · Contexto y Acción, 2017-02-15
http://ctxt.es/es/20170215/Firmas/10860/cientificas-NASA-D%C3%ADa-Internacional-de-la-Mujer-y-la-Ni%C3%B1a-en-la-Ciencia-machismo-mujeres-en-la-ciencia.htm
Existen ciertas creencias en el imaginario colectivo sobre lo que significa ser un científico. Para verlas, se podría pedir a un niño que dibujase a una de las personas dedicadas a esta actividad: seguramente plasmaría en el papel a un genio alocado, un hombre con bata y cabellera alborotada. Por supuesto, ser un científico no es necesariamente así. Es, más bien, a lo que nos hemos acostumbrado cuando se piensa en ellos. Son geniales, son complicados... Y son hombres. En las críticas positivas que ha recibido la película Figuras ocultas en los medios estadounidenses –recupera la historia de las olvidadas mujeres negras matemáticas de la NASA– se destaca su representación del genio matemático no solo como mujeres y negras, sino también como personas que llevan vidas normales al margen de la ciencia. Algo bastante inusual en el cine sobre esta materia, que tiende a crear imaginarios sobre el genio y la locura.
En el ensayo biográfico que desentraña esta historia, titulado también ‘Figuras ocultas’ (HarperCollins Ibérica, 2017), la autora, Margot Lee Shetterly, habla de esos momentos clave en los que se generó la imagen de los científicos de la NASA como hombres blancos, vestidos con camisa y corbata y equipados con un casco. En los comienzos de la carrera espacial, cuando Estados Unidos ponía en órbita sus primeras misiones tripuladas, se filmó un documental que luego se retransmitió masivamente al público. En él, las imágenes capturadas en las salas de comunicación que entablaban conversaciones con los astronautas estaban llenas de esos hombres, aunque esos hombres no fueran todos los científicos que estaban detrás del trabajo que había mandado las misiones al espacio. Por ejemplo, las computadoras –profesionales responsables de los cálculos realizados– eran siempre mujeres.
“En la ciencia ocurre lo mismo que ocurre en cualquier campo: somos ignorantes del papel de la mujer en muchísimos terrenos en los que estuvo presente”, explica, poco después de que su novela llegase a las librerías, Miguel A. Delgado, autor de ‘Las calculadoras de estrellas’ (Destino, 2016). Su libro captura, desde la ficción, a algunas de esas mujeres científicas tan desconocidas para el gran público (aunque no tanto en este caso para el público especializado). Mujeres que durante finales del siglo XIX y principios del XX trabajaron en la Universidad de Harvard para hacer un censo de todas las estrellas del firmamento.
Sus historias y sus descubrimientos han sido muchas veces difuminados o eclipsados por las figuras masculinas de su entorno, por lo que es complicado recuperarlas de las sombras de la historia. “Uno de los motivos es que las primeras mujeres eran ‘hijas de o hermanas’ de algún científico, lo que ha hecho que su trabajo se asocie a la parte masculina”, apunta Teresa Valdés-Solís sobre las razones de este desconocimiento del papel de las científicas. Valdés-Solís es científica en el Instituto Nacional del Carbón, divulgadora científica y una de las personas que está detrás del Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, que se celebra el 11 de febrero y que busca visibilizar el papel de la mujer científica. Fue lo que ocurrió, por ejemplo, con Caroline Herschel, pionera de la astronomía y que solo fue, durante mucho tiempo, la ‘hermana’ de Sir William Herschel; o con Ada Lovelace, la desarrolladora del primer lenguaje de programación y cuyo trabajo fue minimizado frente al que hacía Charles Babbage. Lovelace era en los libros simplemente la hija de Lord Byron.
En las nomenclaturas y los homenajes, algo en apariencia inofensivo, también se puede observar esta realidad. En la Luna, por ejemplo, hasta 1.586 accidentes geográficos llevan el nombre, a modo de homenaje, de alguna persona. De ellas, según apuntan Daniel Roberto Altschuler y Fernando J. Ballesteros en ‘Las mujeres de la Luna’ (Next Door Publisher's y Jot Down Books, 2016), solo 28 son mujeres. “Hay muchas más mujeres en la ciencia”, denuncia Ballesteros, que ese bajísimo porcentaje de mujeres que han logrado entrar en los montes y cráteres de la Luna. “Las mujeres tienen el planeta Venus”, reconoce el autor, pero hasta en ello se puede ver cierto machismo, explica. Solo hay que pensar en qué se basan los nexos de unión de Venus con las mujeres.
En el ensayo biográfico que desentraña esta historia, titulado también ‘Figuras ocultas’ (HarperCollins Ibérica, 2017), la autora, Margot Lee Shetterly, habla de esos momentos clave en los que se generó la imagen de los científicos de la NASA como hombres blancos, vestidos con camisa y corbata y equipados con un casco. En los comienzos de la carrera espacial, cuando Estados Unidos ponía en órbita sus primeras misiones tripuladas, se filmó un documental que luego se retransmitió masivamente al público. En él, las imágenes capturadas en las salas de comunicación que entablaban conversaciones con los astronautas estaban llenas de esos hombres, aunque esos hombres no fueran todos los científicos que estaban detrás del trabajo que había mandado las misiones al espacio. Por ejemplo, las computadoras –profesionales responsables de los cálculos realizados– eran siempre mujeres.
“En la ciencia ocurre lo mismo que ocurre en cualquier campo: somos ignorantes del papel de la mujer en muchísimos terrenos en los que estuvo presente”, explica, poco después de que su novela llegase a las librerías, Miguel A. Delgado, autor de ‘Las calculadoras de estrellas’ (Destino, 2016). Su libro captura, desde la ficción, a algunas de esas mujeres científicas tan desconocidas para el gran público (aunque no tanto en este caso para el público especializado). Mujeres que durante finales del siglo XIX y principios del XX trabajaron en la Universidad de Harvard para hacer un censo de todas las estrellas del firmamento.
Sus historias y sus descubrimientos han sido muchas veces difuminados o eclipsados por las figuras masculinas de su entorno, por lo que es complicado recuperarlas de las sombras de la historia. “Uno de los motivos es que las primeras mujeres eran ‘hijas de o hermanas’ de algún científico, lo que ha hecho que su trabajo se asocie a la parte masculina”, apunta Teresa Valdés-Solís sobre las razones de este desconocimiento del papel de las científicas. Valdés-Solís es científica en el Instituto Nacional del Carbón, divulgadora científica y una de las personas que está detrás del Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, que se celebra el 11 de febrero y que busca visibilizar el papel de la mujer científica. Fue lo que ocurrió, por ejemplo, con Caroline Herschel, pionera de la astronomía y que solo fue, durante mucho tiempo, la ‘hermana’ de Sir William Herschel; o con Ada Lovelace, la desarrolladora del primer lenguaje de programación y cuyo trabajo fue minimizado frente al que hacía Charles Babbage. Lovelace era en los libros simplemente la hija de Lord Byron.
En las nomenclaturas y los homenajes, algo en apariencia inofensivo, también se puede observar esta realidad. En la Luna, por ejemplo, hasta 1.586 accidentes geográficos llevan el nombre, a modo de homenaje, de alguna persona. De ellas, según apuntan Daniel Roberto Altschuler y Fernando J. Ballesteros en ‘Las mujeres de la Luna’ (Next Door Publisher's y Jot Down Books, 2016), solo 28 son mujeres. “Hay muchas más mujeres en la ciencia”, denuncia Ballesteros, que ese bajísimo porcentaje de mujeres que han logrado entrar en los montes y cráteres de la Luna. “Las mujeres tienen el planeta Venus”, reconoce el autor, pero hasta en ello se puede ver cierto machismo, explica. Solo hay que pensar en qué se basan los nexos de unión de Venus con las mujeres.
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