Imagen: El Español / Alaska Packard |
La predecesora real de Clarice Starling o Dana Scully apenas duró dos años en una agencia que dictaminó que su género no valía para combatir el crimen.
Miguel A. Delgado | El Español, 2017-02-04
http://www.elespanol.com/cultura/historia/20170203/190981756_0.html
Gracias a la ficción y personajes como Clarice Starling, Dana Scully o la Alex Parrish de ‘Quantico’, la idea de una mujer trabajando como agente especial del FBI hoy no nos es extraña. Pero no siempre fue así: la agencia federal estadounidense más famosa mundialmente, fundada en 1908 y protagonista de innumerables obras de ficción, no contó con su primera agente especial femenina hasta 1924. Y de todas formas, fue una experiencia efímera que, al terminar abruptamente, abrió un hiato de casi medio siglo sin contratar a ninguna más.
Alaska Packard Davidson fue la afortunada. O quizá no tanto, visto cómo se desarrolló su experiencia. Nacida en Ohio en 1868, su primer apellido pasó a formar parte de la aristocracia de la naciente industria automovilística cuando dos hermanos suyos fundaron la Packard Electric Co., que más tarde se integraría dentro de la General Motors. No se conservan muchos datos de su biografía, más allá de que se casó y era madre de un hijo, y que no cursó estudios universitarios.
Ya había cumplido 54 años de edad cuando, en 1922, se convirtió en la primera mujer agente especial. Sin embargo, el texto escrito por el supervisor encargado de valorarla presagiaba que su futuro en el FBI no sería muy halagüeño: "Esta señora es muy refinada, y podría no funcionar en todas las investigaciones donde una mujer pudiera ser útil".
La Ley Mann
En aquella época, esa utilidad, en realidad, se circunscribía prácticamente a un solo campo, el cumplimiento de la Ley Mann o "ley contra la trata de blancas", que prohibía expresamente trasladar de un estado a otro a mujeres que pudieran ser destinadas a la explotación sexual o el "libertinaje". En la práctica, lo que se perseguía de forma preferente era la prostitución de mujeres menores de edad, aunque el término "libertinaje" era lo suficientemente ambiguo como para poder ser aplicado a todo tipo de actividades que pudieran ser consideradas como inmorales.
No se conserva registro alguno de a qué se dedicó exactamente Davidson en los dos años que trabajó en el FBI, pero todo parece indicar que no encajó en lo que se esperaba de ella. Lo que sí sabemos es que su sueldo ascendía a siete dólares diarios, más una dieta diaria de cuatro para viajes. En todo caso, el nombramiento de John Edgard Hoover como director del FBI en 1924 cortó de raíz su carrera: la administración del presidente Harding estaba en el ojo del huracán por un gran escándalo de corrupción y, para compensarlo, todos los organismos oficiales recibieron la orden de realizar importantes recortes de gastos.
Matar a Hoover
Amparado en ello, Hoover pidió a todos sus departamentos que evaluaran de qué personal podían prescindir, lo que le dio el argumento perfecto para invitar a Davidson a que presentara su dimisión. Posteriormente, hizo lo mismo con otras dos agentes que habían entrado después de ella: que no tenía ninguna fe en lo que éstas (ni ninguna otra) podían aportar a la agencia lo demuestra el hecho de que no se contratara a ninguna más hasta 1972, justo después del fallecimiento del propio Hoover y tras la aprobación de una ley que obligaba a los organismos federales a favorecer la igualdad de oportunidades laborales.
La biografía de Davidson volvió a la discreción que la había caracterizado hasta su muerte en 1934, diez años después de haber sido obligada a dimitir. No fue ése el caso de otra mujer: la historia de Lenore Houston, la única contratada estando ya Hoover al mando, y que abandonó el FBI en 1928, tuvo un colofón especialmente truculento cuando, en 1930, tuvo que ser ingresada en una institución psiquiátrica. La propia Houston exigió a sus médicos que no le dieran el alta porque, en ese caso, lo primero que haría sería ir a buscar a Hoover para matarle.
Más allá de lo que nos cuenta la ficción, la presencia femenina en el FBI en nuestros días ha dejado de ser una anécdota. Aunque limitada al 19 por ciento de la plantilla, varias mujeres han alcanzado puestos de responsabilidad en el organigrama, aunque hasta ahora ninguna ha logrado ser nombrada directora. Todo parece indicar que no será algo que vaya a cambiar en los próximos cuatro años.
Alaska Packard Davidson fue la afortunada. O quizá no tanto, visto cómo se desarrolló su experiencia. Nacida en Ohio en 1868, su primer apellido pasó a formar parte de la aristocracia de la naciente industria automovilística cuando dos hermanos suyos fundaron la Packard Electric Co., que más tarde se integraría dentro de la General Motors. No se conservan muchos datos de su biografía, más allá de que se casó y era madre de un hijo, y que no cursó estudios universitarios.
Ya había cumplido 54 años de edad cuando, en 1922, se convirtió en la primera mujer agente especial. Sin embargo, el texto escrito por el supervisor encargado de valorarla presagiaba que su futuro en el FBI no sería muy halagüeño: "Esta señora es muy refinada, y podría no funcionar en todas las investigaciones donde una mujer pudiera ser útil".
La Ley Mann
En aquella época, esa utilidad, en realidad, se circunscribía prácticamente a un solo campo, el cumplimiento de la Ley Mann o "ley contra la trata de blancas", que prohibía expresamente trasladar de un estado a otro a mujeres que pudieran ser destinadas a la explotación sexual o el "libertinaje". En la práctica, lo que se perseguía de forma preferente era la prostitución de mujeres menores de edad, aunque el término "libertinaje" era lo suficientemente ambiguo como para poder ser aplicado a todo tipo de actividades que pudieran ser consideradas como inmorales.
No se conserva registro alguno de a qué se dedicó exactamente Davidson en los dos años que trabajó en el FBI, pero todo parece indicar que no encajó en lo que se esperaba de ella. Lo que sí sabemos es que su sueldo ascendía a siete dólares diarios, más una dieta diaria de cuatro para viajes. En todo caso, el nombramiento de John Edgard Hoover como director del FBI en 1924 cortó de raíz su carrera: la administración del presidente Harding estaba en el ojo del huracán por un gran escándalo de corrupción y, para compensarlo, todos los organismos oficiales recibieron la orden de realizar importantes recortes de gastos.
Matar a Hoover
Amparado en ello, Hoover pidió a todos sus departamentos que evaluaran de qué personal podían prescindir, lo que le dio el argumento perfecto para invitar a Davidson a que presentara su dimisión. Posteriormente, hizo lo mismo con otras dos agentes que habían entrado después de ella: que no tenía ninguna fe en lo que éstas (ni ninguna otra) podían aportar a la agencia lo demuestra el hecho de que no se contratara a ninguna más hasta 1972, justo después del fallecimiento del propio Hoover y tras la aprobación de una ley que obligaba a los organismos federales a favorecer la igualdad de oportunidades laborales.
La biografía de Davidson volvió a la discreción que la había caracterizado hasta su muerte en 1934, diez años después de haber sido obligada a dimitir. No fue ése el caso de otra mujer: la historia de Lenore Houston, la única contratada estando ya Hoover al mando, y que abandonó el FBI en 1928, tuvo un colofón especialmente truculento cuando, en 1930, tuvo que ser ingresada en una institución psiquiátrica. La propia Houston exigió a sus médicos que no le dieran el alta porque, en ese caso, lo primero que haría sería ir a buscar a Hoover para matarle.
Más allá de lo que nos cuenta la ficción, la presencia femenina en el FBI en nuestros días ha dejado de ser una anécdota. Aunque limitada al 19 por ciento de la plantilla, varias mujeres han alcanzado puestos de responsabilidad en el organigrama, aunque hasta ahora ninguna ha logrado ser nombrada directora. Todo parece indicar que no será algo que vaya a cambiar en los próximos cuatro años.
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