Imagen: El País / Antonio Salas |
Octavio Salzar | Mujeres, El País, 2017-01-04
http://elpais.com/elpais/2017/01/04/mujeres/1483523755_850013.html
A quienes nos movemos en el mundo del Derecho, no nos han extrañado del todo las declaraciones que el magistrado del Supremo Antonio Salas acaba de hacer sobre la violencia machista. Ahí están por ejemplo las reiteradas denuncias de la Asociación de Mujeres Juezas, que ponen en evidencia cómo la Judicatura continúa siendo un espacio terriblemente patriarcal y androcéntrico. No hace falta más que repasar los planes de estudio de las Facultades de Derecho, o la formación específica que reciben los futuros titulares de los juzgados, para comprobar cómo el género continúa siendo una herramienta analítica invisible, cómo la igualdad entre mujeres y hombres apenas si es, con suerte, el pretexto para una línea de alguna guía docente, o no digamos cómo el feminismo es despreciado como argumento científico serio.
Por lo tanto, lo realmente sorprendente sería que nos encontráramos con jueces, y con juezas, que hayan no solo aprendido sino también aprehendido lo que implican social y políticamente las relaciones de género, así como las consecuencias que el patriarcado en cuanto estructura de poder provoca en las subjetividades y en los vínculos que establecemos entre nosotros y ellas.
Las declaraciones del magistrado Salas, que por supuesto ponen en evidencia el discurso ideológico que todavía está muy presente en parte de la Judicatura y no digamos de la sociedad, demuestran justamente lo que él trata de desmentir. Es decir, que difícilmente avanzaremos en términos de igualdad de género, y por lo tanto estaremos en el camino de reducir las múltiples violencias patriarcales, mientras que no modifiquemos no solo un orden político sino también cultural en el que seguimos dando por buenas las jerarquías establecidas en base a supuestas diferencias biológicas y en el que identificamos la humanidad con la varonidad.
Estos presupuestos se nutren además de la naturalización de unas determinadas estructuras de poder que siguen manteniendo a los varones en los púlpitos. En este contexto cualquier comportamiento “desviado” tiende a justificarse de manera individual —de ahí el fracaso de buena parte del Derecho Antidiscriminatorio—, aludiendo, como hacía Salas, a la maldad de determinados sujetos o al argumento que durante siglos ha servido para justificar la plusvalía de la masculinidad, es decir, la fuerza física. Una justificación que, de entrada, debería hacer que nos planteáramos por qué estos hombres tan malos y tan fuertes no suelen proyectar su maldad sobre sus animales de compañía, sus vecinos o sus jefes, sino que suelen concentrarla en la que es o ha sido su compañera.
Este (des)enfoque del problema desconoce, no sé si interesadamente, que los individuos no vivimos ni crecemos aislados, sino que nos construimos en un marco relacional que implica poder y en el que continuamente entran en conflicto intereses, derechos y bienes a repartir. Por lo tanto, y ese es el permanente reto con el que se ponen a prueba los sistemas democráticos, hemos de arbitrar fórmulas que nos permitan construirnos y relacionarnos como sujetos iguales desde nuestras diferencias en un espacio de convivencia pacífica.
Ello pasa necesariamente por educarnos también éticamente en la responsabilidad que supone el reconocimiento de los/las otros/as y en el desarrollo de una subjetividad que nos permita establecer lazos de empatía y solidaridad con quienes convivimos. Unos objetivos que hoy por hoy continúan siendo un reto urgente si tenemos en cuenta la todavía evidente desigualdad que en todo el planeta, incluidas sociedades democráticas como la nuestra, sigue habiendo entre la mitad masculina y la femenina.
Es evidente que Antonio Salas, como suele pasarle a quienes hacen alarde de posiciones machistas y no digamos de quienes han convertido en un discurso el desprecio del feminismo, carece no solo de una básica formación desde una perspectiva de género sino también de la mínima sensatez y sentido de la ponderación que uno debería esperar de un buen jurista. Sus insensatas declaraciones son una prueba más de cómo a día de hoy continúa siendo urgente y necesaria una ley tan discutida como la que en 2004 el legislador español aprobó contra la violencia de género. Y lo sigue siendo muy especialmente en esos apartados que me temo han sido los peor desarrollados y los que menos eficacia práctica han tenido: los que tienen que ver justamente con la prevención y sensibilización en la materia.
En este sentido, la Ley Orgánica 1/2004 debe contemplarse siempre complementada con la Ley Orgánica 3/2007, para la igualdad efectiva de mujeres y hombres, ya que ambas contienen un programa ambicioso en lo relativo a la educación, la socialización en general, en materia de igualdad de género. Un programa que en gran medida continúa siendo virgen y que merecería una atención prioritaria por parte de todos los poderes públicos. La aplicación rigurosa de ambas leyes, yendo más allá del voluntarismo político y de la función promocional de buena parte de su articulado, debería llevar a que en un futuro, espero que lo más cercano posible, en nuestro Poder Judicial no hubiera individuos como Salas y a que, en general, la sociedad asumiera como una responsabilidad compartida por todas y todos la remoción de los obstáculos que continúan impidiendo que ellas disfruten de la ciudadanía en las mismas condiciones que nosotros.
Mientras que eso ocurre, no estaría mal que los Reyes Magos le regalasen a Antonio Salas algunos de los libros que por ejemplo mi querido Miguel Lorente ha escrito sobre el tema —'Mi marido me pega lo normal', 'El rompecabezas: anatomía del maltratador'— , o incluso algún texto básico para que se vaya poniendo las pilas como el 'Feminismo para principiantes' de Nuria Varela. Si a todo eso uniese un par de cafés con los muchos colectivos de mujeres, y de algunos hombres, que llevan décadas luchando en este país contra la violencia de género, tal vez terminaría el año rectificando las declaraciones con las que ha inaugurado el 2017.
Sería una magnífica noticia para la salud democrática de este país y la mejor manera de contrarrestar el rearme patriarcal que estamos viviendo y al que dan alas palabras tan desafortunadas como las del magistrado. Ese que todavía parece no haberse enterado de que los hombres que maltratan a las mujeres no son malos sino machistas.
Octavio Salazar Benítez es feminista, cordobés, egabrense, Sagitario, padre QUEER y constitucionalista heterodoxo. Profesor Titular de Derecho Constitucional, acreditado como catedrático, en la Universidad de Córdoba, con líneas de investigación como la igualdad de género, nuevas masculinidades, diversidad cultural, participación política, gobierno local, derechos LGTBI. Es además responsable del Grupo de Investigación Democracia, Pluralismo y Ciudadanía. Entre sus últimas publicaciones están ‘Masculinidades y ciudadanía’ (Dykinson, 2013); ‘La igualdad en rodaje: Masculinidades, género y cine’ (Tirant lo Blanch, 2015).
Por lo tanto, lo realmente sorprendente sería que nos encontráramos con jueces, y con juezas, que hayan no solo aprendido sino también aprehendido lo que implican social y políticamente las relaciones de género, así como las consecuencias que el patriarcado en cuanto estructura de poder provoca en las subjetividades y en los vínculos que establecemos entre nosotros y ellas.
Las declaraciones del magistrado Salas, que por supuesto ponen en evidencia el discurso ideológico que todavía está muy presente en parte de la Judicatura y no digamos de la sociedad, demuestran justamente lo que él trata de desmentir. Es decir, que difícilmente avanzaremos en términos de igualdad de género, y por lo tanto estaremos en el camino de reducir las múltiples violencias patriarcales, mientras que no modifiquemos no solo un orden político sino también cultural en el que seguimos dando por buenas las jerarquías establecidas en base a supuestas diferencias biológicas y en el que identificamos la humanidad con la varonidad.
Estos presupuestos se nutren además de la naturalización de unas determinadas estructuras de poder que siguen manteniendo a los varones en los púlpitos. En este contexto cualquier comportamiento “desviado” tiende a justificarse de manera individual —de ahí el fracaso de buena parte del Derecho Antidiscriminatorio—, aludiendo, como hacía Salas, a la maldad de determinados sujetos o al argumento que durante siglos ha servido para justificar la plusvalía de la masculinidad, es decir, la fuerza física. Una justificación que, de entrada, debería hacer que nos planteáramos por qué estos hombres tan malos y tan fuertes no suelen proyectar su maldad sobre sus animales de compañía, sus vecinos o sus jefes, sino que suelen concentrarla en la que es o ha sido su compañera.
Este (des)enfoque del problema desconoce, no sé si interesadamente, que los individuos no vivimos ni crecemos aislados, sino que nos construimos en un marco relacional que implica poder y en el que continuamente entran en conflicto intereses, derechos y bienes a repartir. Por lo tanto, y ese es el permanente reto con el que se ponen a prueba los sistemas democráticos, hemos de arbitrar fórmulas que nos permitan construirnos y relacionarnos como sujetos iguales desde nuestras diferencias en un espacio de convivencia pacífica.
Ello pasa necesariamente por educarnos también éticamente en la responsabilidad que supone el reconocimiento de los/las otros/as y en el desarrollo de una subjetividad que nos permita establecer lazos de empatía y solidaridad con quienes convivimos. Unos objetivos que hoy por hoy continúan siendo un reto urgente si tenemos en cuenta la todavía evidente desigualdad que en todo el planeta, incluidas sociedades democráticas como la nuestra, sigue habiendo entre la mitad masculina y la femenina.
Es evidente que Antonio Salas, como suele pasarle a quienes hacen alarde de posiciones machistas y no digamos de quienes han convertido en un discurso el desprecio del feminismo, carece no solo de una básica formación desde una perspectiva de género sino también de la mínima sensatez y sentido de la ponderación que uno debería esperar de un buen jurista. Sus insensatas declaraciones son una prueba más de cómo a día de hoy continúa siendo urgente y necesaria una ley tan discutida como la que en 2004 el legislador español aprobó contra la violencia de género. Y lo sigue siendo muy especialmente en esos apartados que me temo han sido los peor desarrollados y los que menos eficacia práctica han tenido: los que tienen que ver justamente con la prevención y sensibilización en la materia.
En este sentido, la Ley Orgánica 1/2004 debe contemplarse siempre complementada con la Ley Orgánica 3/2007, para la igualdad efectiva de mujeres y hombres, ya que ambas contienen un programa ambicioso en lo relativo a la educación, la socialización en general, en materia de igualdad de género. Un programa que en gran medida continúa siendo virgen y que merecería una atención prioritaria por parte de todos los poderes públicos. La aplicación rigurosa de ambas leyes, yendo más allá del voluntarismo político y de la función promocional de buena parte de su articulado, debería llevar a que en un futuro, espero que lo más cercano posible, en nuestro Poder Judicial no hubiera individuos como Salas y a que, en general, la sociedad asumiera como una responsabilidad compartida por todas y todos la remoción de los obstáculos que continúan impidiendo que ellas disfruten de la ciudadanía en las mismas condiciones que nosotros.
Mientras que eso ocurre, no estaría mal que los Reyes Magos le regalasen a Antonio Salas algunos de los libros que por ejemplo mi querido Miguel Lorente ha escrito sobre el tema —'Mi marido me pega lo normal', 'El rompecabezas: anatomía del maltratador'— , o incluso algún texto básico para que se vaya poniendo las pilas como el 'Feminismo para principiantes' de Nuria Varela. Si a todo eso uniese un par de cafés con los muchos colectivos de mujeres, y de algunos hombres, que llevan décadas luchando en este país contra la violencia de género, tal vez terminaría el año rectificando las declaraciones con las que ha inaugurado el 2017.
Sería una magnífica noticia para la salud democrática de este país y la mejor manera de contrarrestar el rearme patriarcal que estamos viviendo y al que dan alas palabras tan desafortunadas como las del magistrado. Ese que todavía parece no haberse enterado de que los hombres que maltratan a las mujeres no son malos sino machistas.
Octavio Salazar Benítez es feminista, cordobés, egabrense, Sagitario, padre QUEER y constitucionalista heterodoxo. Profesor Titular de Derecho Constitucional, acreditado como catedrático, en la Universidad de Córdoba, con líneas de investigación como la igualdad de género, nuevas masculinidades, diversidad cultural, participación política, gobierno local, derechos LGTBI. Es además responsable del Grupo de Investigación Democracia, Pluralismo y Ciudadanía. Entre sus últimas publicaciones están ‘Masculinidades y ciudadanía’ (Dykinson, 2013); ‘La igualdad en rodaje: Masculinidades, género y cine’ (Tirant lo Blanch, 2015).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.