Imagen: Cuarto Poder / Luis Alegre |
Juan Ángel Juristo | Cuarto Poder, 2017-05-04
https://www.cuartopoder.es/detrasdelsol/luis-alegre-es-fundamental-aprobar-una-ley-contra-la-homofobia-y-la-transfobia/9286
‘Elogio de la homosexualidad’, publicado por editorial Arpa, y que se presentó este miércoles, 3 de mayo, tiene todas las trazas de convertirse en un ‘best seller’. Su autor, Luis Alegre (Madrid, 1977) es un conocido escritor y filósofo, además de ser uno de los fundadores de Podemos y miembro del Consejo Ciudadano de esta formación política, y ha escrito este libro al modo de un panfleto en su mejor acepción, como lo es 'El Manifiesto Comunista', es decir, con las buenas cualidades de un manual, en su acepción didáctica, unida a una intensidad de escritura propagandística de notable cualidad. ‘Elogio de la homosexualidad’ se perfila, así, como una guía para orientarse en la Otredad, en las preciosas cualidades de lo diferente, además de esclarecer oscuros prejuicios y fustigar las actitudes más intolerantes de nuestra sociedad. Con Luís Alegre hemos mantenido esta entrevista donde ilumina aspectos insospechados de la homosexualidad, amén de posicionarse ante los retos que tiene por delante el colectivo LGTBI y proponer respuestas a problemas profundamente enquistados en nuestro modo de actuar cotidiano respecto al sexo.
– Antes de nada, decirle que el libro es realmente valioso y hace honor a su título de manual. Hay afirmaciones, por ejemplo, algo esquemáticas. Eso de que los heterosexuales han actuado siguiendo un manual de instrucciones, ¿no le parece un tanto abstracto, carente de la complejidad inherente a todo análisis?
– Muchas gracias por la valoración positiva que haces del libro y, sobre todo, por realizar esta entrevista para cuartopoder_es. Respecto a la cuestión que planteas, se trata de un problema muy complejo que ha centrado buena parte de la investigación filosófica en las últimas décadas. Se trata del problema de la “performatividad del lenguaje” (que ha dado resultados especialmente fructíferos en el terreno de las investigaciones sobre la construcción del género). El problema es que no sólo los heterosexuales sino todos los humanos nos comportamos obedeciendo a un minucioso manual de instrucciones que va escondido en las palabras que usamos. Esto es algo bastante misterioso, pero es así incluso en los detalles más cotidianos: por ejemplo, cuando conoces a alguien y tomas un par de copas, vas al cine o quedas a cenar, tienes sexo, etc., sabes que, tarde o temprano, alguien planteará la fatídica pregunta: “pero, nosotros ¿’qué’ somos?”. Es cuestión de tiempo. La necesidad de saber a qué atenerse, la necesidad de nombrar y pensar lo que uno mismo tiene y lo que uno mismo hace, impone la exigencia de poner una ‘palabra’ a ese conjunto disperso de cosas (el cine, la cena, el sexo, las copas…). No resulta fácil sostener por mucho tiempo una respuesta del tipo “dos personas que han visto un par de películas, disfrutan del sexo juntas y salen a bailar”. El problema es que, en el instante se elige la palabra y se dice, por ejemplo, “somos novios”, de un modo casi automático, se descarga un archivo completo, una especie de manual de instrucciones de nuestra propia vida, en el que viene detallado cómo funcionan los celos, cómo hay que relacionarse con los suegros, qué se hace en vacaciones, dónde se sienta cada uno en el coche, qué se opina de los amigos, quién se ocupa de los niños, cómo se paga la hipoteca… Son con frecuencia las determinaciones que corresponden a la palabra las que terminan imponiéndose y dando forma a nuestras propias vidas. Desgraciadamente, no es la teoría la que resulta demasiado abstracta, sino los humanos los que nos movemos de un modo demasiado abstracto. A este respecto, la única ventaja de los homosexuales es que, como no encajamos del todo en el sistema de casillas organizado por los ancestros, nos vemos obligados a mirarlos un poco desde fuera, a granar cierta distancia crítica al respecto y, por lo tanto, a no tomárnoslas tan en serio como la gente que en ningún momento se ve forzada a ponerlas en cuestión.
– España es uno de los países donde más libertad hay respecto a hablar de la homosexualidad. Parece mentira. ¿Cuál cree que es la razón de ese vuelco?
– España es efectivamente uno de los países menos homófobos del mundo. En parte se trata del efecto positivo de una causa perversa: hay dos Españas, y en una de ellas el poder de la Iglesia Católica ha sido total y asfixiante. Eso ha hecho que la otra España reaccionara de un modo muy intenso y activo contra todas las moralinas que tratan de constreñir nuestra vida privada. Pero esto es sólo parte de la explicación. Para dar una respuesta más completa habría que analizar en detalle el compromiso con la libertad y contra todo tipo de tutelas que ha correspondido siempre a cierto carácter profundo del pueblo español. No es casualidad que España sea el único país del mundo en el que el anarquismo ha llegado a tener fuerza suficiente para disputar el poder.
– Usted ha sido uno de los fundadores de Podemos, ¿qué ofrecen respecto al colectivo LGTBI distinto al de otras formaciones políticas?
– Creo que este es uno de los grandes éxitos que cabe reconocer a la comunidad LGTB: conseguir que sus reivindicaciones sean en gran parte asumidas por todas las fuerzas políticas comprometidas con los derechos civiles. La libertad sexual, como en general cualquier derecho, es algo de lo que, propiamente hablando, no disfruta nadie a menos que esté garantizado para todos. Y, por lo tanto, las reivindicaciones de lesbianas, gais, transexuales, bisexuales e intersexuales no concierne a una parte sino a todos los ciudadanos en su conjunto. Esto ha hecho que sobre este asunto a Podemos le resulte fácil entenderse con todas las fuerzas políticas progresistas. Por ejemplo, con el PSOE tenemos discrepancias muy notables en cuestiones económicas, pero no tantas en lo relativo a derechos civiles, y el programa LGTB de IU es muy similar al nuestro. Gracias a ello, estamos consiguiendo sacar adelante en varios parlamentos autonómicos (por ejemplo en Madrid) leyes contra la homofobia y de reconocimiento de la transexualidad.
– Salvando los libros pioneros de Álvaro Pombo, la novela española no es pródiga en el tema, aunque ahora narraciones como ‘El amor del revés’, de Luisgé Martín, o ‘El novio chino’, de María Tena, reflejan esa temática. Estos autores no son precisamente unos jovenzuelos, pero noto cierta reticencia entre los autores más jóvenes al tratamiento ¿A qué cree que se debe?
– Pues la verdad es que no te sé contestar a esta pregunta.
– ¿Podría hablarnos del descubrimiento de su sexualidad? ¿Le fue problemática?
– La verdad es que no. A este respecto debo reconocer que he tenido mucha suerte por los ambientes en los que me he movido: movimientos sociales, organizaciones políticas de izquierdas, la Facultad de Filosofía y en general sitios siempre muy refractarios a la homofobia. Supongo que en una familia ultracatólica o en el ejército la cosa debe ser enteramente distinta. Pero en cualquiera de los casos el descubrimiento de nuestra propia sexualidad es clave para el argumento que sostengo en el libro. La propia sexualidad se descubre muy pronto y en nuestro caso nos damos cuenta rápido de que no encajamos en la plantilla que se esperaba. Esto nos obliga desde muy jóvenes a pensar en esas casillas, a mirarlas desde fuera y mantener una distancia racional con ellas. Es como una especia de fallo en Matrix que nos permite ver cuánto tienen de artificial antes de que se hayan instalado por completo.
– ¿Podría hablarnos del concepto de familia en los colectivos LGTBI y su aportación? Lo digo porque yo pertenezco a una generación donde la homosexualidad era transgresión social y aplaudíamos esa transgresión…
– En lo relativo al concepto de “familia” se ha producido una batalla importante en los últimos años. El movimiento LGTBI no pide nada más que respeto a la diversidad de familias reales que existen o que pueden existir. Simplemente porque nos preocupan las familias reales, su libertad y su felicidad. La reacción por parte de las fuerzas conservadoras (especialmente la Conferencia Episcopal) muestra, por el contrario, que sólo les preocupa el “concepto”, pero que les da igual lo que le pueda ocurrir a las personas y a las familias reales. Su vigorosa defensa de la “familia” frente al matrimonio homosexual contrasta de un modo llamativo con el escaso interés que muestran por la suerte que corren las familias concretas. No les vemos salir en su defensa cuando, por ejemplo, la crisis económica separa a miles de familias que han visto cómo los más jóvenes tenían que exiliarse al extranjero; tampoco convocan los obispos grandes movilizaciones de protesta contra los bajos salarios o los precios de la vivienda, que hacen cada vez más difícil fundar una familia. Tampoco se indignan ante la precariedad laboral, causante de que los horarios de muchas parejas resulten incompatibles entre sí, que los turnos vayan variando, que los días libres o las vacaciones no coincidan y que, en definitiva, sea imposible hacer planes en familia. De hecho, ni siquiera destacan por sus homilías contra las leyes injustas (e ilegales, por cierto) que permiten a los bancos (a los que hemos rescatado) echar a las familias de sus casas sin las garantías procesales mínimas. ¿Por qué?, ¿cómo pueden considerar que el matrimonio entre personas del mismo sexo es la principal amenaza que se cierne hoy sobre la familia?. Como guardianes de las esencias, su tarea se limita a velar por el concepto de familia y, por lo tanto, les resulta bastante indiferente la suerte que corramos las familias de carne y hueso. El exilio, el paro, la precariedad o los desahucios serán algo muy preocupante para las familias concretas, pero no afectan para nada al concepto de “familia”, que se mantiene inalterado como hombre + mujer + prole. Por el contrario, el matrimonio igualitario supone un golpe a la línea de flotación de ese concepto. Una familia compuesta por dos hombres o dos mujeres y sus hijos no le hace ningún daño a ninguna otra familia, pero supone un atentado a la “esencia” de la “familia”, es decir, a las determinaciones que se agrupan bajo la misma palabra desde tiempo inmemorial. Precisamente por eso los obispos volcaron todas sus energías en intentar conseguir, al menos, que no se utilizara la palabra “matrimonio”, buscando argumentos de lo más extravagantes (incluyendo algunos de origen etimológico que, si se tomaran en serio, llevarían a prohibir que las mujeres poseyeran algún tipo de patrimonio). Esta obligación de distinguir entre las cosas reales y su concepto (y la exigencia de preocuparnos más por las familias de carne y hueso que por el concepto) creo que es una contribución fundamental del movimiento LGTBI.
– ¿Cuál cree usted que fue la razón de la especial homofobia de los países comunistas? Se lo pregunto como estudioso del marxismo…
– Me parece una pregunta muy interesante, pero muy difícil de contestar. Se trata de un asunto complejo estrechamente vinculado con la relación que ha tenido el comunismo con las libertades individuales en general. No se debe olvidar, por ejemplo, que en el estallido de la revolución rusa el compromiso de los bolcheviques con la libertad individual era enorme. Esto podía verse en las discusiones públicas que abarrotaban las plazas, la explosión de vanguardias y creación artística que surgió en ese momento y, en paralelo, en el hecho de que la despenalización de la homosexualidad (que estaba duramente castigada en el código penal zarista) fuera una de las primeras medidas tomadas por el gobierno revolucionario. La reacción estalinista supuso un golpe mortal a todo eso. Cosas como la homosexualidad y el aborto regresaron al código penal, algo perfectamente solidario con el acoso a todas las asociaciones de creación artística (declarando el realismo soviético como único arte oficial) y la persecución de la discusión pública. Como ejemplo de hasta qué punto la relación es compleja, podemos recordar que una de las guerrillas comunistas en Filipinas celebraba matrimonios homosexuales, mientras que la otra guerrilla perseguía ferozmente la homosexualidad (y, en general, a los miembros de la primera guerrilla). En todo caso, es verdad que con el triunfo del estalinismo y su tutela a los partidos comunistas de todo el planeta se impuso una línea reaccionaria que perseguía la homosexualidad y, en general, desconfiaba de todas las libertades individuales. Creo que el mayor disparate y la mayor traición que cabe reprochar al estalinismo es precisamente esa: haber regalado al enemigo todas las grandes conquistas de la ilustración, la ciudadanía y el estado de derecho y haber considerado que todo eso, junto a las libertades individuales, era algo “burgués”
– Usted es principal implicado en movimientos como el LGTBI, ¿qué retos se imponen en el futuro?
– Creo que siguen quedando muchas cosas por hacer. La igualdad legal debe ir seguida de una igualdad real y, a este respecto, sigue habiendo ámbitos en los que la homofobia supone un problema gravísimo. Creo que es fundamental aprobar una ley integral contra la homofobia y la transfobia dotada de suficientes recursos para luchar de un modo efectivo contra el acoso escolar. No podemos seguir mirando para otro lado (como si se tratara de “cosas de críos”) ante situaciones que terminan en muchas ocasiones en suicido o constituyen un auténtico infierno para muchos de nuestros adolescentes. Del mismo modo, no hay derecho a que se olvide a la gente mayor LGTB. Muchos han sufrido la represión del franquismo y ahora, en vez de homenajearles como se merecen (como héroes de la libertad de todos), se encuentran a veces en residencias de ancianos gestionadas por monjas en las que tienen que volver al armario. Es una vergüenza que nos debería ofender a todos como ciudadanos. También creo que deberíamos sentir vergüenza como país por no haber introducido aún como causa de asilo político la persecución por motivos de orientación sexual. Y, por supuesto, hay dos tareas urgentes que siguen pendientes: trabajar por el reconocimiento de la transexualidad (que sigue sufriendo niveles de represión escandalosos) y por aumentar la visibilidad de lesbianas y bisexuales.
– Esta pregunta debe ser entendida en su contexto. ¿Cabría entender como parte de la normalización del colectivo gay que haya grupos en Holanda y Francia vinculados a la extrema derecha? ¿Cómo lo interpreta?
– Es una pregunta difícil. Es verdad que la normalización podría implicar efectos extraños. Sin embargo, creo que de momento son puras operaciones cosméticas de las fuerzas de ultraderecha. La comunidad LGTBI se ha caracterizado siempre por un compromiso enorme con la fraternidad universal. No hay más que ver, por ejemplo, las fiestas del Orgullo (que celebra este año el ‘world pride’ en Madrid): hay más razas, más religiones, un espectro social más amplio, más idiomas, más culturas, más formas de vida, más variedad ideológica, más tipos de familias que en cualquier concentración nacional o religiosa. Creo que ese compromiso con la amplitud del mundo, con la diversidad y con la fraternidad universal va en ADN de la comunidad LGTB de un modo imposible de borrar.
– Antes de nada, decirle que el libro es realmente valioso y hace honor a su título de manual. Hay afirmaciones, por ejemplo, algo esquemáticas. Eso de que los heterosexuales han actuado siguiendo un manual de instrucciones, ¿no le parece un tanto abstracto, carente de la complejidad inherente a todo análisis?
– Muchas gracias por la valoración positiva que haces del libro y, sobre todo, por realizar esta entrevista para cuartopoder_es. Respecto a la cuestión que planteas, se trata de un problema muy complejo que ha centrado buena parte de la investigación filosófica en las últimas décadas. Se trata del problema de la “performatividad del lenguaje” (que ha dado resultados especialmente fructíferos en el terreno de las investigaciones sobre la construcción del género). El problema es que no sólo los heterosexuales sino todos los humanos nos comportamos obedeciendo a un minucioso manual de instrucciones que va escondido en las palabras que usamos. Esto es algo bastante misterioso, pero es así incluso en los detalles más cotidianos: por ejemplo, cuando conoces a alguien y tomas un par de copas, vas al cine o quedas a cenar, tienes sexo, etc., sabes que, tarde o temprano, alguien planteará la fatídica pregunta: “pero, nosotros ¿’qué’ somos?”. Es cuestión de tiempo. La necesidad de saber a qué atenerse, la necesidad de nombrar y pensar lo que uno mismo tiene y lo que uno mismo hace, impone la exigencia de poner una ‘palabra’ a ese conjunto disperso de cosas (el cine, la cena, el sexo, las copas…). No resulta fácil sostener por mucho tiempo una respuesta del tipo “dos personas que han visto un par de películas, disfrutan del sexo juntas y salen a bailar”. El problema es que, en el instante se elige la palabra y se dice, por ejemplo, “somos novios”, de un modo casi automático, se descarga un archivo completo, una especie de manual de instrucciones de nuestra propia vida, en el que viene detallado cómo funcionan los celos, cómo hay que relacionarse con los suegros, qué se hace en vacaciones, dónde se sienta cada uno en el coche, qué se opina de los amigos, quién se ocupa de los niños, cómo se paga la hipoteca… Son con frecuencia las determinaciones que corresponden a la palabra las que terminan imponiéndose y dando forma a nuestras propias vidas. Desgraciadamente, no es la teoría la que resulta demasiado abstracta, sino los humanos los que nos movemos de un modo demasiado abstracto. A este respecto, la única ventaja de los homosexuales es que, como no encajamos del todo en el sistema de casillas organizado por los ancestros, nos vemos obligados a mirarlos un poco desde fuera, a granar cierta distancia crítica al respecto y, por lo tanto, a no tomárnoslas tan en serio como la gente que en ningún momento se ve forzada a ponerlas en cuestión.
– España es uno de los países donde más libertad hay respecto a hablar de la homosexualidad. Parece mentira. ¿Cuál cree que es la razón de ese vuelco?
– España es efectivamente uno de los países menos homófobos del mundo. En parte se trata del efecto positivo de una causa perversa: hay dos Españas, y en una de ellas el poder de la Iglesia Católica ha sido total y asfixiante. Eso ha hecho que la otra España reaccionara de un modo muy intenso y activo contra todas las moralinas que tratan de constreñir nuestra vida privada. Pero esto es sólo parte de la explicación. Para dar una respuesta más completa habría que analizar en detalle el compromiso con la libertad y contra todo tipo de tutelas que ha correspondido siempre a cierto carácter profundo del pueblo español. No es casualidad que España sea el único país del mundo en el que el anarquismo ha llegado a tener fuerza suficiente para disputar el poder.
– Usted ha sido uno de los fundadores de Podemos, ¿qué ofrecen respecto al colectivo LGTBI distinto al de otras formaciones políticas?
– Creo que este es uno de los grandes éxitos que cabe reconocer a la comunidad LGTB: conseguir que sus reivindicaciones sean en gran parte asumidas por todas las fuerzas políticas comprometidas con los derechos civiles. La libertad sexual, como en general cualquier derecho, es algo de lo que, propiamente hablando, no disfruta nadie a menos que esté garantizado para todos. Y, por lo tanto, las reivindicaciones de lesbianas, gais, transexuales, bisexuales e intersexuales no concierne a una parte sino a todos los ciudadanos en su conjunto. Esto ha hecho que sobre este asunto a Podemos le resulte fácil entenderse con todas las fuerzas políticas progresistas. Por ejemplo, con el PSOE tenemos discrepancias muy notables en cuestiones económicas, pero no tantas en lo relativo a derechos civiles, y el programa LGTB de IU es muy similar al nuestro. Gracias a ello, estamos consiguiendo sacar adelante en varios parlamentos autonómicos (por ejemplo en Madrid) leyes contra la homofobia y de reconocimiento de la transexualidad.
– Salvando los libros pioneros de Álvaro Pombo, la novela española no es pródiga en el tema, aunque ahora narraciones como ‘El amor del revés’, de Luisgé Martín, o ‘El novio chino’, de María Tena, reflejan esa temática. Estos autores no son precisamente unos jovenzuelos, pero noto cierta reticencia entre los autores más jóvenes al tratamiento ¿A qué cree que se debe?
– Pues la verdad es que no te sé contestar a esta pregunta.
– ¿Podría hablarnos del descubrimiento de su sexualidad? ¿Le fue problemática?
– La verdad es que no. A este respecto debo reconocer que he tenido mucha suerte por los ambientes en los que me he movido: movimientos sociales, organizaciones políticas de izquierdas, la Facultad de Filosofía y en general sitios siempre muy refractarios a la homofobia. Supongo que en una familia ultracatólica o en el ejército la cosa debe ser enteramente distinta. Pero en cualquiera de los casos el descubrimiento de nuestra propia sexualidad es clave para el argumento que sostengo en el libro. La propia sexualidad se descubre muy pronto y en nuestro caso nos damos cuenta rápido de que no encajamos en la plantilla que se esperaba. Esto nos obliga desde muy jóvenes a pensar en esas casillas, a mirarlas desde fuera y mantener una distancia racional con ellas. Es como una especia de fallo en Matrix que nos permite ver cuánto tienen de artificial antes de que se hayan instalado por completo.
– ¿Podría hablarnos del concepto de familia en los colectivos LGTBI y su aportación? Lo digo porque yo pertenezco a una generación donde la homosexualidad era transgresión social y aplaudíamos esa transgresión…
– En lo relativo al concepto de “familia” se ha producido una batalla importante en los últimos años. El movimiento LGTBI no pide nada más que respeto a la diversidad de familias reales que existen o que pueden existir. Simplemente porque nos preocupan las familias reales, su libertad y su felicidad. La reacción por parte de las fuerzas conservadoras (especialmente la Conferencia Episcopal) muestra, por el contrario, que sólo les preocupa el “concepto”, pero que les da igual lo que le pueda ocurrir a las personas y a las familias reales. Su vigorosa defensa de la “familia” frente al matrimonio homosexual contrasta de un modo llamativo con el escaso interés que muestran por la suerte que corren las familias concretas. No les vemos salir en su defensa cuando, por ejemplo, la crisis económica separa a miles de familias que han visto cómo los más jóvenes tenían que exiliarse al extranjero; tampoco convocan los obispos grandes movilizaciones de protesta contra los bajos salarios o los precios de la vivienda, que hacen cada vez más difícil fundar una familia. Tampoco se indignan ante la precariedad laboral, causante de que los horarios de muchas parejas resulten incompatibles entre sí, que los turnos vayan variando, que los días libres o las vacaciones no coincidan y que, en definitiva, sea imposible hacer planes en familia. De hecho, ni siquiera destacan por sus homilías contra las leyes injustas (e ilegales, por cierto) que permiten a los bancos (a los que hemos rescatado) echar a las familias de sus casas sin las garantías procesales mínimas. ¿Por qué?, ¿cómo pueden considerar que el matrimonio entre personas del mismo sexo es la principal amenaza que se cierne hoy sobre la familia?. Como guardianes de las esencias, su tarea se limita a velar por el concepto de familia y, por lo tanto, les resulta bastante indiferente la suerte que corramos las familias de carne y hueso. El exilio, el paro, la precariedad o los desahucios serán algo muy preocupante para las familias concretas, pero no afectan para nada al concepto de “familia”, que se mantiene inalterado como hombre + mujer + prole. Por el contrario, el matrimonio igualitario supone un golpe a la línea de flotación de ese concepto. Una familia compuesta por dos hombres o dos mujeres y sus hijos no le hace ningún daño a ninguna otra familia, pero supone un atentado a la “esencia” de la “familia”, es decir, a las determinaciones que se agrupan bajo la misma palabra desde tiempo inmemorial. Precisamente por eso los obispos volcaron todas sus energías en intentar conseguir, al menos, que no se utilizara la palabra “matrimonio”, buscando argumentos de lo más extravagantes (incluyendo algunos de origen etimológico que, si se tomaran en serio, llevarían a prohibir que las mujeres poseyeran algún tipo de patrimonio). Esta obligación de distinguir entre las cosas reales y su concepto (y la exigencia de preocuparnos más por las familias de carne y hueso que por el concepto) creo que es una contribución fundamental del movimiento LGTBI.
– ¿Cuál cree usted que fue la razón de la especial homofobia de los países comunistas? Se lo pregunto como estudioso del marxismo…
– Me parece una pregunta muy interesante, pero muy difícil de contestar. Se trata de un asunto complejo estrechamente vinculado con la relación que ha tenido el comunismo con las libertades individuales en general. No se debe olvidar, por ejemplo, que en el estallido de la revolución rusa el compromiso de los bolcheviques con la libertad individual era enorme. Esto podía verse en las discusiones públicas que abarrotaban las plazas, la explosión de vanguardias y creación artística que surgió en ese momento y, en paralelo, en el hecho de que la despenalización de la homosexualidad (que estaba duramente castigada en el código penal zarista) fuera una de las primeras medidas tomadas por el gobierno revolucionario. La reacción estalinista supuso un golpe mortal a todo eso. Cosas como la homosexualidad y el aborto regresaron al código penal, algo perfectamente solidario con el acoso a todas las asociaciones de creación artística (declarando el realismo soviético como único arte oficial) y la persecución de la discusión pública. Como ejemplo de hasta qué punto la relación es compleja, podemos recordar que una de las guerrillas comunistas en Filipinas celebraba matrimonios homosexuales, mientras que la otra guerrilla perseguía ferozmente la homosexualidad (y, en general, a los miembros de la primera guerrilla). En todo caso, es verdad que con el triunfo del estalinismo y su tutela a los partidos comunistas de todo el planeta se impuso una línea reaccionaria que perseguía la homosexualidad y, en general, desconfiaba de todas las libertades individuales. Creo que el mayor disparate y la mayor traición que cabe reprochar al estalinismo es precisamente esa: haber regalado al enemigo todas las grandes conquistas de la ilustración, la ciudadanía y el estado de derecho y haber considerado que todo eso, junto a las libertades individuales, era algo “burgués”
– Usted es principal implicado en movimientos como el LGTBI, ¿qué retos se imponen en el futuro?
– Creo que siguen quedando muchas cosas por hacer. La igualdad legal debe ir seguida de una igualdad real y, a este respecto, sigue habiendo ámbitos en los que la homofobia supone un problema gravísimo. Creo que es fundamental aprobar una ley integral contra la homofobia y la transfobia dotada de suficientes recursos para luchar de un modo efectivo contra el acoso escolar. No podemos seguir mirando para otro lado (como si se tratara de “cosas de críos”) ante situaciones que terminan en muchas ocasiones en suicido o constituyen un auténtico infierno para muchos de nuestros adolescentes. Del mismo modo, no hay derecho a que se olvide a la gente mayor LGTB. Muchos han sufrido la represión del franquismo y ahora, en vez de homenajearles como se merecen (como héroes de la libertad de todos), se encuentran a veces en residencias de ancianos gestionadas por monjas en las que tienen que volver al armario. Es una vergüenza que nos debería ofender a todos como ciudadanos. También creo que deberíamos sentir vergüenza como país por no haber introducido aún como causa de asilo político la persecución por motivos de orientación sexual. Y, por supuesto, hay dos tareas urgentes que siguen pendientes: trabajar por el reconocimiento de la transexualidad (que sigue sufriendo niveles de represión escandalosos) y por aumentar la visibilidad de lesbianas y bisexuales.
– Esta pregunta debe ser entendida en su contexto. ¿Cabría entender como parte de la normalización del colectivo gay que haya grupos en Holanda y Francia vinculados a la extrema derecha? ¿Cómo lo interpreta?
– Es una pregunta difícil. Es verdad que la normalización podría implicar efectos extraños. Sin embargo, creo que de momento son puras operaciones cosméticas de las fuerzas de ultraderecha. La comunidad LGTBI se ha caracterizado siempre por un compromiso enorme con la fraternidad universal. No hay más que ver, por ejemplo, las fiestas del Orgullo (que celebra este año el ‘world pride’ en Madrid): hay más razas, más religiones, un espectro social más amplio, más idiomas, más culturas, más formas de vida, más variedad ideológica, más tipos de familias que en cualquier concentración nacional o religiosa. Creo que ese compromiso con la amplitud del mundo, con la diversidad y con la fraternidad universal va en ADN de la comunidad LGTB de un modo imposible de borrar.
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