Imagen: Sevilla Magazine / Moncho Borrajo |
Ricardo Castillejo | Sevilla Magazine, 2018-11-18
http://www.sevillamagazine.es/moncho-borrajo-prefiero-ser-un-maricon-con-arte-que-un-gay-gilipollas/
Está a punto de cumplir los setenta y, sin embargo, el brillo de su mirada es más joven y chispeante que nunca. Moncho Borrajo, el cómico más “salvaje” de la historia del humor de nuestro país, el creador de un estilo único e inconfundible, ha vuelto a Sevilla para deleitarnos con un arte que lo mismo le lleva a actuar, que a pintar, que a escribir, componer, cantar, tocar las castañuelas, coser… Un auténtico hombre del Renacimiento imprevisible cuando sale al escenario, en esta ocasión, dedicándole un espectáculo a su madre.
-En tu mundo todas las emociones están a flor de piel...
-Creo que una de las grandes magias que tiene el humor es la ternura. Cuando analizas a los grandes cómicos de la historia como Cantinflas, Groucho, Chaplin, Miguel Gila... Más ternura que un hombre como Gila, haciéndonos reír de la guerra que había pasado hacía quince años, no se puede tener.
-Pero tú posees la facilidad de que te estas tronchando y, al segundo, haces llorar al público...
-Porque tengo algo que me ha dado la vida y es que soy de verdad. Entonces, cuando hago de niño pequeño, en ese momento, me siento un crío. No estoy mintiendo, esa ternura está dentro de mí, igual que la mala leche (risas). Siempre me he reído mucho de mi homosexualidad. De hecho, hace poco me dijo Toñi Moreno: “Bueno Moncho, todos sabemos que eres gay...”. Y le contesté: “No, soy maricón”. Y se quedó todo el mundo blanco. La palabra ‘gay’ me cabrea mucho y, cuando dices maricón, le quitas al gilipollas homófobo esa palabra como un insulto. Prefiero ser un maricón con arte, que un gay gilipollas.
-Hay personas que se dedican al humor que lo han pasado muy mal y que tienen un trasfondo triste...
-Quien lea la primera parte de mis memorias se enterará de que a mí me metieron mano en un cine a los 14 años, me intentaron violar en una comisaría, me quisieron dar electroshock para ‘curarme’... Las personas que somos sensibles, sufrimos más. Aunque también es cierto que, el que no sufre, no vive. Para poder saborear una ducha, hay que meterse en la mierda…
-¿Y el amor? ¿Entra en tus planes?
-Yo nunca le cierro la puerta. La vida sin amor no tiene sentido y soy de los que piensan que el amor es válido a cualquier edad, siempre y cuando sea auténtico. También tiene matices. No vas a tener a los 70 años la euforia y la locura que a los 18. Pero sí un remanso, un cariño o una afectividad diferente que, a lo mejor, tiene una hermosura que de la otra forma no existe.
-¿Consideras que en tu vida personal también has triunfado?
-Ahora mismo he escrito un libro-carta, que no sé si se publicará, donde explico cómo ese personaje al que llamo Dios, es un jodido y que, cuando te da por un lado, te quita por otro. Es decir, yo quise tener un hijo en su momento, con cuarenta y pico años, y no me lo permitieron y creo que este ‘Dios’ con el que hablo todos días –que, si no existe, vaya pérdida tiempo (porque llevo charlando con él desde que tengo uso de razón)-, en el fondo ha pensado: “Mira, no vas tener un hijo porque, ¿cómo lo vas a cuidar estando todo el día en la carretera, de hotel en hotel, de sitio en sitio?”. O sea, todo tiene un contrapeso y hay uno que es evidente: sales de un escenario dejando a la gente en pie, aplaudiéndote y gritándote “bravo” y a los veinte minutos estás en un hotel, solo, con un bocadillo, una cerveza y mirando la tele... ¡Hay que tener cojones! Eso es lo que no les explican a los niños de ‘Operación Triunfo’. La soledad, que hay que cogerla como una amiga porque si no es que te hunde la vida y acabas en la droga, la prostitución, el alcoholismo... Es muy duro pasar de todo a nada de golpe.
-¿Nunca se te ha ofendido nadie?
-Que yo sepa, en mis 47 años de carrera, no he tenido ni una sola denuncia, aunque no le puedo gustar a todos porque no me llamo Euro... Depende de cómo se digan las cosas y, el que va a un teatro a ver Moncho Borrajo, ya sabe que no va a ver a la Madre Teresa de Calcuta (risas). Hay un ejemplo clarísimo: vas a un velatorio y está allí el muerto, le das un beso a la mujer o al marido, a los niños, estás un ratito allí y, a los veinte minutos, están contando chistes sin que sea una falta de respeto. Es sencillamente que no se puede mantener aquello serio toda la noche.
-¿Y qué es lo que pasa con el humor hoy día? De tener grandes humoristas os habéis quedado dos... ¿Por qué no salís en televisión?
-Yo no salgo en televisión porque no intereso, me tienen miedo, me quieren grabado porque no saben lo que voy a decir o con quién me voy a meter... Pero vamos a ver, estuve 16 programas con Raffaella Carrá y no dije un solo taco.
-Pero no hay programas de humor...
-Nos quejábamos de José Luis Moreno y ahora resulta que un sábado no hay un espacio donde puedas presentar una canción, ver un ballet, a un cómico... El humor ha cambiado porque ha cambiado la sociedad y existe un problema muy grande: hay una gran censura hipócrita y camuflada que se llama ‘lo políticamente correcto’. Eso es una manipulación como la copa de un pino. La libertad de expresión tiene valor cuando el que la usa sabe dónde está el límite. El insulto no es libertad de expresión, porque si es libertad que yo llame a un señor una barbaridad o me meta con su concepto religioso, él me puede contestar igual refiriéndose a mi madre, a mi padre o a mis creencias. Además, se están creando unos sectores dictatoriales en la izquierda y en la derecha que se basan en ‘lo mío vale y lo tuyo no’. De hecho, estamos llegando a un punto en el que ciertos cómicos nada más abrir la boca ya sabes con quien se van a meter, pero con la cadena en la que están no lo van a hacer porque saben que no trabajan más.
-En tu mundo todas las emociones están a flor de piel...
-Creo que una de las grandes magias que tiene el humor es la ternura. Cuando analizas a los grandes cómicos de la historia como Cantinflas, Groucho, Chaplin, Miguel Gila... Más ternura que un hombre como Gila, haciéndonos reír de la guerra que había pasado hacía quince años, no se puede tener.
-Pero tú posees la facilidad de que te estas tronchando y, al segundo, haces llorar al público...
-Porque tengo algo que me ha dado la vida y es que soy de verdad. Entonces, cuando hago de niño pequeño, en ese momento, me siento un crío. No estoy mintiendo, esa ternura está dentro de mí, igual que la mala leche (risas). Siempre me he reído mucho de mi homosexualidad. De hecho, hace poco me dijo Toñi Moreno: “Bueno Moncho, todos sabemos que eres gay...”. Y le contesté: “No, soy maricón”. Y se quedó todo el mundo blanco. La palabra ‘gay’ me cabrea mucho y, cuando dices maricón, le quitas al gilipollas homófobo esa palabra como un insulto. Prefiero ser un maricón con arte, que un gay gilipollas.
-Hay personas que se dedican al humor que lo han pasado muy mal y que tienen un trasfondo triste...
-Quien lea la primera parte de mis memorias se enterará de que a mí me metieron mano en un cine a los 14 años, me intentaron violar en una comisaría, me quisieron dar electroshock para ‘curarme’... Las personas que somos sensibles, sufrimos más. Aunque también es cierto que, el que no sufre, no vive. Para poder saborear una ducha, hay que meterse en la mierda…
-¿Y el amor? ¿Entra en tus planes?
-Yo nunca le cierro la puerta. La vida sin amor no tiene sentido y soy de los que piensan que el amor es válido a cualquier edad, siempre y cuando sea auténtico. También tiene matices. No vas a tener a los 70 años la euforia y la locura que a los 18. Pero sí un remanso, un cariño o una afectividad diferente que, a lo mejor, tiene una hermosura que de la otra forma no existe.
-¿Consideras que en tu vida personal también has triunfado?
-Ahora mismo he escrito un libro-carta, que no sé si se publicará, donde explico cómo ese personaje al que llamo Dios, es un jodido y que, cuando te da por un lado, te quita por otro. Es decir, yo quise tener un hijo en su momento, con cuarenta y pico años, y no me lo permitieron y creo que este ‘Dios’ con el que hablo todos días –que, si no existe, vaya pérdida tiempo (porque llevo charlando con él desde que tengo uso de razón)-, en el fondo ha pensado: “Mira, no vas tener un hijo porque, ¿cómo lo vas a cuidar estando todo el día en la carretera, de hotel en hotel, de sitio en sitio?”. O sea, todo tiene un contrapeso y hay uno que es evidente: sales de un escenario dejando a la gente en pie, aplaudiéndote y gritándote “bravo” y a los veinte minutos estás en un hotel, solo, con un bocadillo, una cerveza y mirando la tele... ¡Hay que tener cojones! Eso es lo que no les explican a los niños de ‘Operación Triunfo’. La soledad, que hay que cogerla como una amiga porque si no es que te hunde la vida y acabas en la droga, la prostitución, el alcoholismo... Es muy duro pasar de todo a nada de golpe.
-¿Nunca se te ha ofendido nadie?
-Que yo sepa, en mis 47 años de carrera, no he tenido ni una sola denuncia, aunque no le puedo gustar a todos porque no me llamo Euro... Depende de cómo se digan las cosas y, el que va a un teatro a ver Moncho Borrajo, ya sabe que no va a ver a la Madre Teresa de Calcuta (risas). Hay un ejemplo clarísimo: vas a un velatorio y está allí el muerto, le das un beso a la mujer o al marido, a los niños, estás un ratito allí y, a los veinte minutos, están contando chistes sin que sea una falta de respeto. Es sencillamente que no se puede mantener aquello serio toda la noche.
-¿Y qué es lo que pasa con el humor hoy día? De tener grandes humoristas os habéis quedado dos... ¿Por qué no salís en televisión?
-Yo no salgo en televisión porque no intereso, me tienen miedo, me quieren grabado porque no saben lo que voy a decir o con quién me voy a meter... Pero vamos a ver, estuve 16 programas con Raffaella Carrá y no dije un solo taco.
-Pero no hay programas de humor...
-Nos quejábamos de José Luis Moreno y ahora resulta que un sábado no hay un espacio donde puedas presentar una canción, ver un ballet, a un cómico... El humor ha cambiado porque ha cambiado la sociedad y existe un problema muy grande: hay una gran censura hipócrita y camuflada que se llama ‘lo políticamente correcto’. Eso es una manipulación como la copa de un pino. La libertad de expresión tiene valor cuando el que la usa sabe dónde está el límite. El insulto no es libertad de expresión, porque si es libertad que yo llame a un señor una barbaridad o me meta con su concepto religioso, él me puede contestar igual refiriéndose a mi madre, a mi padre o a mis creencias. Además, se están creando unos sectores dictatoriales en la izquierda y en la derecha que se basan en ‘lo mío vale y lo tuyo no’. De hecho, estamos llegando a un punto en el que ciertos cómicos nada más abrir la boca ya sabes con quien se van a meter, pero con la cadena en la que están no lo van a hacer porque saben que no trabajan más.
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