El francés Frédéric Martel, autor del ensayo ‘Global gay’, sobre la revolución homosexual que está cambiando el mundo, explica las claves del fenómeno.
Fotogalería > 17 lugares donde el matrimonio homosexual es posible
Frédéric Martel / Traducción de Virginia Solans | El País, 2013-10-20
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Momentum. Esta palabra resume a la perfección lo que está pasando en el planeta con la homosexualidad: está viviendo su momentum. Hoy día, el activismo gay está de moda. La liberación homosexual está en marcha. La bandera del arcoíris ondea cada vez con más frecuencia en las terrazas de los cafés de todo el mundo. Los días del Orgullo Gay se celebran en todas partes. Y los sondeos muestran que la opinión pública es mucho más tolerante con los homosexuales. Todavía existen desigualdades y mucha lentitud dependiendo de ciertos lugares de la geografía terrestre. Pero es un movimiento inexorable. El asunto de la despenalización de la homosexualidad ha alcanzado su madurez. Aumentan los matrimonios entre personas del mismo sexo. Y los derechos humanos también están siendo reconocidos tanto a gais como a lesbianas.
Esta revolución ha surgido en el mundo occidental. Pero no solamente. Poco a poco, en Europa y en Estados Unidos se ha pasado de penalizar la homosexualidad a penalizar la homofobia. Sin embargo, no debemos olvidar que hasta el año 2003 la Corte Suprema de Estados Unidos no decidió anular el delito de sodomía en los Estados del sur, reconociendo de ese modo la homosexualidad en todo el territorio estadounidense. Así que, por tanto, Occidente tiene pocas lecciones que dar al resto del mundo.
En lo que respecta al matrimonio homosexual, los datos geopolíticos son también muy elocuentes. Holanda ha sido el primer país en legalizar las uniones civiles entre personas del mismo sexo. Otras naciones de Europa del Norte han avanzado rápidamente en esta materia. ¿Tienen algo que ver la religión protestante, la socialdemocracia moderada o el sentido del pluralismo? Lo cierto es que Noruega, Dinamarca, Suecia y Bélgica (bajo la presión inicial de los flamencos y no de los valones católicos) han defendido el derecho de las personas del mismo sexo a casarse. En Canadá también está permitido este tipo de matrimonios, así como en ciertos Estados de Estados Unidos. Si volvemos a Europa, observamos que España y Portugal, países latinos y católicos, han hecho historia tomando el relevo. Mientras tanto, la cuestión se retrasa en otras naciones como Alemania, Suiza o Reino Unido (en Inglaterra y Gales se espera que empiecen a celebrarse en 2014).
Sin embargo, el movimiento gay no es solamente occidental, tal y como así lo demuestran los perfiles que aparecen en este reportaje de El País Semanal. Llegó de la mano de Nelson Mandela y sus compañeros del ANC, quienes hicieron que Sudáfrica autorizara el matrimonio homosexual, después de haber sido además uno de los primeros en despenalizar la homosexualidad. Llegó también de Argentina. Y a partir de ahora son los países iberoamericanos los que están en la vanguardia de los derechos de los homosexuales. En la capital de México se han legalizado las uniones del mismo sexo. En Brasil se ha aprobado una resolución judicial que los permite. Uruguay está trabajando en esa misma línea. Incluso en la Cuba comunista y totalitaria, Mariela Castro, hija de Raúl Castro, hermano del dictador cubano, está defendiendo en la actualidad los derechos de los homosexuales. Así pues, si a esta lista añadimos otros países como Nueva Zelanda, Islandia, Francia y puede ser que también muy pronto Taiwán, Colombia, Finlandia y Luxemburgo, donde ya existen debates y proposiciones de ley, constataremos que el mapa del matrimonio homosexual está mucho menos esquematizado de lo que podríamos pensar. Ni Occidente tiene el monopolio de la defensa de los derechos de los homosexuales, ni Oriente ni el Sur poseen el privilegio de la homofobia. La identidad de un gay y una lesbiana no se circunscribe solo al Oeste. Así como tampoco existen, de ninguna manera, prácticas homosexuales solo en el Este o en el Sur. En la investigación que he realizado, Global gay, llevada a cabo sobre el terreno en 45 países, he podido constatar que si observamos la homosexualidad desde una perspectiva geopolítica, esta no se constituye en bloques regionales homogéneos y necesariamente antagonistas. El asunto es mucho más complejo. Pero es necesario matizar ciertos aspectos. No existen dos tipos de homosexuales: unos occidentales y otros orientales. No hay lucha de sexualidades. No hay un choque gay de civilizaciones.
El tema de la homosexualidad no es patrimonio exclusivo de unos cuantos países. Es un asunto mundial. Su centro de gravedad no se encuentra solamente en Estados Unidos o en Europa. Se ha convertido en una cuestión multipolar. Estamos asistiendo a una desoccidentalización de la lucha por la igualdad de derechos de los homosexuales. Brasil, Argentina, México o incluso Sudáfrica han hecho su propia elección y son, a partir de ahora, unos fervientes defensores de los derechos de la comunidad LGBT (lesbianas, gais, bisexuales y transexuales). La movilización de algunos países emergentes a favor de los homosexuales es uno de los mayores fenómenos de los últimos 10 años. Es algo nuevo, inesperado y crucial. Los países emergentes no salen adelante solamente gracias a su demografía y su PIB. También lo hacen –algunos de ellos– porque respetan y luchan a favor de los valores humanos, entre los que se encuentran los derechos de los homosexuales. La globalización no trasciende solamente a la cuestión económica. Es una globalización que atañe también a nuestros valores. Y la homosexualidad, que ahora está despertando, supone una auténtica revelación en nuestra época.
En realidad, y al contrario de lo que tienden a señalar los dirigentes de los países totalitarios, las prácticas homosexuales son universales. Hoy día, la homosexualidad ya no es un producto de la propaganda occidental decadente como era, en el pasado, un producto del colonialismo. Al contrario. Las leyes contra la homofobia actualmente en vigor en Oriente Próximo, en India o en África fueron generalmente impuestas por la Inglaterra victoriana y los colonos franceses a los pueblos colonizados, cuando eso no ocurre, ni siquiera ahora, con los evangelistas estadounidenses. Así pues, los occidentales no han importado la homosexualidad, sino más bien la homofobia.
En todas partes, la militancia homosexual echa raíces. Y lo que parece es que tanto en Iberoamérica como en Asia, Europa o Norteamérica ha llegado el momentum. La defensa de los derechos de los homosexuales se está convirtiendo en la nueva frontera de los derechos humanos. Sin embargo, estamos iniciando un camino del que aún queda mucho por recorrer.
La Unión Europea se ha adelantado imponiendo la despenalización de la homosexualidad como regla general a cualquier país que tenga intención de adherirse. Además, desde 1997, los textos comunitarios definen la orientación sexual como el derecho de elección sexual de cada individuo. Pero, a pesar de ello, no existe una opinión unánime respecto al matrimonio homosexual. Y es precisamente en Europa donde abundan las protestas más radicales contra la homofobia, empezando por el Vaticano.
En Estados Unidos, el debate sobre este tipo de matrimonios se ha convertido en un asunto de interés nacional desde que el presidente Obama, con valentía, anunció su apoyo durante la campaña presidencial de 2012. Hoy día, 13 Estados permiten el matrimonio del mismo sexo: California, Connecticut, Delaware, Iowa, Maine, Maryland, Massachusetts, Minnesota, New Hampshire, Nueva York, Rhode Island, Vermont, el Estado de Washington, además de la capital federal Washington y tres tribus indias. Este movimiento de fondo aumentó cuando la Corte Suprema adoptó dos medidas técnicas que, por un lado, declaraban inconstitucional la celebración de matrimonios homosexuales a nivel estatal, pero, por otro, validaban el matrimonio de parejas del mismo sexo en California. Un avance histórico con doble significado. Por consiguiente, el matrimonio entre personas del mismo sexo no está reconocido en todos los Estados. De momento, la relación de fuerzas es de 37 Estados en contra y 13 a favor. En la mayoría de los Estados, y de acuerdo con lo que dicta su Constitución, el matrimonio homosexual no está permitido. Por tanto, es más que probable que la batalla continúe durante muchos años.
A pesar de esto, Estados Unidos está considerado a nivel mundial no solo como el país que simboliza los derechos de gais y lesbianas –la revolución homosexual de Stonewall en 1969, la bandera del arcoíris, el Día del Orgullo Gay–, sino también como el lugar donde se producen los actos más violentos contra los homosexuales entre los círculos republicanos del Sur. Frente a un presidente como Obama, que en su discurso inaugural hizo alusión a la Convención de Seneca Falls (primera convención sobre los derechos de la mujer en Estados Unidos), a Selma (congreso a favor de los derechos cívicos de los negros) y a los disturbios de Stonewall (lucha de la comunidad LGBT contra un sistema que perseguía a los homosexuales), hay centenares de políticos republicanos elegidos que centran su política en la prohibición constitucional del matrimonio homosexual.
En algunas otras regiones del mundo la situación está mejorando. Aparte de Iberoamérica, avanzadilla mundial en este momento, se están produciendo considerables cambios en Asia. Desde 1997, la homosexualidad ha dejado de ser un delito en China. Aunque es muy difícil crear una asociación para defender los derechos de los homosexuales –está prohibido cualquier tipo de organización que trabaje a favor de los derechos humanos–, los bares y los clubes afines se han multiplicado en todas las grandes ciudades del país. Incluso resulta asombroso el número de barrios gais que existen en localidades de Japón, Corea del Sur, Tailandia, Taiwán, Hong Kong y Singapur. Por último, en India, tras una larga batalla en la Corte Suprema de Nueva Delhi, se acaba de despenalizar la homosexualidad.
Quedan, por tanto, tres zonas críticas en el mundo donde los homosexuales sufren persecución y, en ocasiones, pueden ser condenados a muerte. Los ocho países más peligrosos para los homosexuales, donde además existe la pena de muerte, son todos islámicos: Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Irán, Mauritania, el norte de Sudán y Yemen. A estos hay que añadir el norte de Nigeria y algunas regiones de Somalia. Asimismo, ser gay o lesbiana en la mayoría de los países de África subsahariana y el Magreb continúa siendo un problema grave y recurrente. Por último, en Rusia, en las antiguas repúblicas soviéticas y en ciertos países de Europa del Este existe una nueva clase de homofobia, que yo calificaría de fría para distinguirla de la caliente de los países islámicos.
Así pues, parece que en muchos países del mundo resulta particularmente anacrónico el debate sobre el matrimonio homosexual. Si bien 15 países lo permiten –y otros, en parte de su territorio–, representan una minoría en relación con los 193 países que integran la ONU. Sobre todo teniendo en cuenta que la opinión de los miembros de Naciones Unidas sobre la despenalización de la homosexualidad no es unánime. Sin embargo, desde 2008, hay una movilización a favor de la tolerancia dentro de la propia ONU. Además, es determinante el compromiso personal de su secretario general, Ban Ki-moon, en pro de despenalizar la homosexualidad a nivel mundial. Aun así, la falta de acuerdos continúa. Una prueba de ello fue un voto decisivo que se necesitaba en 2008 para aprobar esta cuestión. En aquel momento, 68 países votaron una resolución a favor de la despenalización (entre ellos, todos los países europeos, seis países africanos, cuatro asiáticos, México, Venezuela, Cuba, Canadá y Estados Unidos después de la elección de Obama). En cambio, 59 países firmaron una declaración en contra, presentada por Siria y Egipto, para rechazar la despenalización (entre ellos, todos los países musulmanes junto con Arabia Saudí e Irán a la cabeza, 31 países africanos además de Malasia, Indonesia, Corea del Norte y el Vaticano). Finalmente, 68 países se abstuvieron de votar esta misma resolución para no hacerlo junto a Europa, ni junto a Estados Unidos y los países islámicos. Esos países fueron China, Singapur, India, Tailandia, Vietnam, Rusia, Corea del Sur, Ucrania, Sudáfrica y, sobre todo, Turquía.
¿Qué podemos hacer ante esta situación que se nos presenta? Lo primero de todo, recordar que la homosexualidad es un derecho reconocido en la declaración de los derechos humanos. Por tanto, no estamos hablando de un nuevo derecho humano o de un derecho específico distinto y separado de los demás, tal y como lo pretenden los países ultraconservadores y enemigos de la homosexualidad, empezando por los países musulmanes. Más allá de cualquier controversia o polémica, los derechos de las personas LGBT forman básicamente parte de los derechos humanos, porque son derechos que ya existen –derecho a la vida, a la libertad, a la seguridad personal, a la protección frente a cualquier tipo de discriminación, a la libertad de expresión, derecho a la vida privada…– y, como tales, figuran especialmente en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Según resumía magníficamente Hillary Clinton, “gay rights are human rights, and human rights are gay rights” (algo así como: “Los derechos de los gais son derechos humanos y los derechos humanos son derechos de los gais”).
En efecto, no hay un modelo único ni una sola manera de ser homosexual en el mundo, que sería un calco de la matriz estadounidense. Por eso, no podemos esperar que los homosexuales consigan su liberación de forma homogénea. Y mucho menos que sea a lo occidental.
Enfocar esta cuestión desde el punto de vista de los derechos humanos suele ser pertinente, pero a veces puede resultar ineficaz y contraproducente, porque ayudar a los homosexuales en los países hostiles es difícil para nosotros y peligroso para ellos.
Pero lo que podemos hacer en este lado del planeta es ayudar a los homosexuales batallando por los derechos de las mujeres y luchando contra el sida. Eso permitiría un aumento de la tolerancia hacia los gais y las lesbianas sin suscitar enfrentamientos directos. Y en el otro lado del mundo, una de las medidas sería que los derechos de los homosexuales se incluyeran entre la lista de las libertades individuales más fundamentales –derecho de asociación, derecho de reunión, libertad de prensa–, algo que supondría un significativo avance. O bien apoyarse en la fuerza de los sindicatos, como se hace en Sudáfrica. O bien en la oposición democrática, como en Rusia. En algunas ocasiones, incluso la Iglesia representa un papel progresista, como así lo demuestra la labor que realiza el arzobispo anglicano de Sudáfrica Desmond Tutu. A veces, también sería bueno respaldar a las asociaciones de homosexuales presentes entre los grupos de exiliados –iraníes en Los Ángeles y Toronto, cubanos en Miami, africanos en París o Londres–, que son quienes pueden influenciar con mayor facilidad en la población local. Otra forma de ayuda sería cambiar las leyes de inmigración con el fin de facilitar el exilio o el asilo político a las personas LGBT en peligro.
Y luego, claro está, se puede utilizar Internet en todas partes, ya que hoy día es la herramienta más eficaz que tenemos. Basta con mirar en cualquier momento las páginas web, los blogs y los portales especializados en contenidos homosexuales como manjam, gayromeo, guys4men o gaydar, y las redes sociales para constatar que decenas de millones de chinos, rusos, indonesios, iraníes y árabes las consultan habitualmente, organizan intercambios y encuentros. Es un hecho determinante. Estos datos, que no la ideología, son la prueba irrefutable que demuestra que la homosexualidad es un fenómeno mundial. A partir de ahora, millones de chinos, egipcios, malasios, saudíes, singapurenses o iraníes dirán públicamente, diariamente, incluso con su presencia en las redes sociales, que son gais y lesbianas y que hay que contar con ellos.
La educación, la aparición de las nuevas clases medias, el acceso a una enseñanza superior, los intercambios universitarios internacionales, la proliferación de canales de televisión vía satélite y de páginas web, el crecimiento de los intercambios comerciales y el aumento del turismo y, por supuesto, la población –y la juventud– son otros factores que también aportarán su granito de arena poco a poco en la misma dirección: reconocer la identidad homosexual y el surgimiento de personas LGBT como los nuevos actores de las relaciones internaciones y la geopolítica.
El libro ‘Global gay’, de Frédéric Martel, está publicado en España por la editorial Taurus.
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