Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad : los gays en Europa occidental desde el comienzo de la era cristiana hasta el siglo XIV / John Boswell
Barcelona : Muchnick, 1992.
604 p.
Colección: Ensayo (Muchnik)
Traducción de: Christianity, social tolerance, and homosexuality / John Boswell
ISBN 9788476691724 / 26,26 €
/ ENS / ES
/ Homosexualidad / Homosexualidad -- Aspecto religioso -- Cristianismo
En este ensayo revolucionario, John Boswell demuestra -apoyado por una
abundante y sólida documentación- que la historia de las actitudes del
cristianismo hacia los homosexuales no es el terrorífico cuento de hostilidad y
persecuciones implacables a que se nos tiene acostumbrados. De hecho, hasta el
siglo XII, la Europa católica juzgó el amor entre personas del mismo sexo y la
lujuria con la misma sorprendente ecuanimidad. Boswell escribe para rescatar a
los homosexuales del pasado del aborrecimiento y del desprecio al que han sido
condenados durante siglos. Esta obra sobre el nacimiento de la intolerancia
ocupa ya un lugar de privilegio entre los estudios sobre las persecuciones de
las minorías y será fundamental para futuras reflexiones sobre la sexualidad en
Occidente.
Las bodas de la semejanza
Las actitudes del cristianismo hacia los homosexuales no han sido siempre la historia terrorífica de hostilidad y persecuciones implacables
José María Pérez Gay | La Jornada, 2010-02-27
http://www.jornada.unam.mx/2010/02/27/sociedad/032n1soc
En “Cristianismo, tolerancia social y
homosexualidad” (1993), el historiador John Boswell ha documentado –con la
ayuda de fuentes hasta ahora desconocidas– algo hoy sorprendente: la historia
de las actitudes del cristianismo hacia los homosexuales no ha sido siempre la
historia terrorífica de hostilidad y persecuciones implacables. John Boswell
argumenta que la “adelfopoiesis”, la liturgia que revelaba la actitud de
la Iglesia cristiana hacia los homosexuales, cambia con el paso del tiempo;
antes, en el mundo de los primeros cristianos y en repetidas ocasiones, se
aceptaban las relaciones homosexuales. La “adelfopoiesis” o la fraternidad
jurada, el mandato de hacer hermanos es la ceremonia que practicaron varias
iglesias cristianas durante la Edad Media e inicios de la época moderna en
Europa para unir a dos personas del mismo sexo (por lo general hombres). La
primera noticia moderna que se tiene de este rito de la “adelfopoiesis” es de
1914, cuando Pável Florenski, el filósofo ruso, cita los elementos clave de la
liturgia del rito. Dos hermanos se colocan en la iglesia delante del atril en
donde se encuentran la cruz y las escrituras; el mayor de ambos se coloca a la
derecha, y el más joven a la izquierda. Mientras, se repiten las letanías que
imploran por la unión de los dos en el amor.
En la ceremonia se leen los versos de primera carta a los Corintios 12:27 a 13:8 (Pablo de Tarso sobre el amor) y Evangelio de San Juan 17:18-26 (Jesús de Nazaret sobre la unidad). A los dos se les ata con un cinturón, sus manos se colocan en los evangelios y a cada uno se le entrega una vela ardiendo. Se lee después el Padre Nuestro; los contrayentes reciben los regalos santificados de una copa común, luego se les lleva alrededor del atril mientras se dan la mano y se canta el siguiente troparion: «Señor, mira desde el cielo y ve»; intercambian besos; y los presentes cantan: «¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos igualmente en uno!» (Salmos 133:1).
De acuerdo con John Boswell, los mártires cristianos del siglo IV, Sergio y Baco se unieron bajo el ritual de la “adelfopoiesis”. San Sergio y San Baco fueron durante principios del siglo IV importantes militares del emperador Maximiano, quien les tenía en gran estima por la valentía militar desempeñada en sus cargos: Sergio como “primicerius” (jefe-comandante de la escuela de los gentiles) y Baco como “secundarius”. Y fueron sometidos al martirio cuando se descubrió que eran cristianos. Probablemente debido al alto cargo desempeñado y a la confianza personal con el emperador, se tramó una red de intrigas entre sus subalternos, que descubrieron su cristianismo; Maximiano se negó a creerlo y los llamó para interrogarlos. El cristianismo era condenado con tortura y muerte. Ante la declaración de fe cristiana de Sergio y Baco, el emperador les dio una última oportunidad: si hacían una ofrenda a los ídolos, no sólo serían perdonados sino además serían restituidos en sus cargos con aún más privilegios. Sergio y Baco se negaron.
Cuenta la leyenda que cuando San Sergio y San Baco llegaron a palacio, el emperador Maximiano los llamó y los sentenció a muerte –según la traducción del griego de Boswell: Ustedes son los dos hombres más malignos que he conocido, pues a cambio de la amistad que les he dispensado, convencido de que observaban el debido respeto a los dioses, me habéis ofrecido desvergonzadamente lo que se opone a la ley de obediencia y sujeción. Pero ¿por qué habrían de blasfemar también a los dioses, a través de los cuales la especie goza de tan abundante paz? ¿No se dan cuenta de que el Cristo que adoran era el hijo de un carpintero, nacido de madre adúltera, a quienes los así llamados judíos ejecutaron mediante crucifixión, porque, al conducirlos al error mediante la magia y proclamándose Dios, se había convertido en causa de disensiones y múltiples problemas entre ellos? La gran raza de nuestros dioses nació toda ella de matrimonio legal, el del altísimo Zeus, el más santo, que a través de su matrimonio y unión con la bendita Hera les dio nacimiento. Imagino que también habréis oído hablar de los heroicos y doce principales trabajos del divino dios Hércules, nacido de Zeus.
A Baco lo mataron a golpes. A Sergio se le obligó a correr 30 kilómetros con un calzado que tenía los clavos hacia adentro, atravesando y desangrando los pies del santo. Luego fue decapitado (año 303). Muchos siglos después fueron erigidas varias iglesias en su honor, la iglesia de San Sergio y San Baco en Constantinopla (ahora la Mezquita de Acre y Roma). Su fiesta se celebra el 7 de octubre y se les puede ver en varias representaciones pictóricas.
En ellas aparecen siempre juntos, algunas veces cabalgando como soldados, en pinturas típicas matrimoniales o en pinturas con su uniforme militar y Jesús tras ellos.
El Renacimiento –su renovado y cada vez más intenso contacto con el mundo de la antigüedad– contribuyó a la tolerancia de los gays y de su sexualidad. En ese mundo se disfrutaba de las lecturas de Ovidio, se citaba a Virgilio o se leía a Platón. En ese mundo se conocían y se estudiaban los sentimientos y las pasiones gays, y a menudo incluso se los repetaba. “Sin embargo, la indiferencia de la Iglesia Cristiana frente a los gays comenzó a disiparse y se sustituyó con dos perspectivas enemigas. Por un lado un grupo pequeño, pero muy vociferante, de ascetas que resucitaba la violenta hostilidad del cristianismo, sostenía que los actos homosexuales no sólo eran un pecado, sino un pecado muy grave comparable al asesinato –escribe Boswell–, a la gula o la fornicación con animales. A lo largo de ese periodo este puñado de hombres batalló con denuedo por conseguir la reprobación de la Iglesia Oficial en su cruzada para cambiar tanto la opinión púbica como la teológica sobre esa cuestión gay, pero las autoridades eclesiásticas prestaron oídos sordos a las contadas quejas de los gays anticristianos”. Mientras tanto, en el seno mismo de la Iglesia –nos relata Boswell– “otra corriente comenzó a sostener el valor positivo de las relaciones homosexuales y produjeron una explosión de literatura gay todavía sin paralelo en el mundo occidental”.
Hacia el año 1051, San Pedro Damián escribió un largo texto, “El libro de Gomorra”, una de las más tempranas y valientes denuncias contra la pederastía de los sacerdotes cristianos. Setecientos años antes, en el Concilio de Ancira, el año 314, la Iglesia prohibió que vírgenes consagradas a Dios viviesen con hombres como sus amantes o hermanos. De ninguna manera se corrigió la práctica, ya que San Jerónimo acusaba a los monjes sirios por vivir en ciudades con vírgenes cristianas. Las agapetas son a veces confundidas con las mujeres que vivían con clérigos sin el matrimonio, una clase contra la cual se encaminó el tercer canon del Concilio de Niza, en el 325.
Detrás del carácter extraordinariamente conservador de la teología católica y la persistencia de los prejuicios que animaron las interpretaciones teológicas hostiles del siglo XIII, actuó la oposición popular a la homosexualidad –aprobada en los escritos de Tomás de Aquino y sus contemporáneos–, que siguió determinando la actitud obcecada hasta bien entrados los tiempos modernos.
En la ceremonia se leen los versos de primera carta a los Corintios 12:27 a 13:8 (Pablo de Tarso sobre el amor) y Evangelio de San Juan 17:18-26 (Jesús de Nazaret sobre la unidad). A los dos se les ata con un cinturón, sus manos se colocan en los evangelios y a cada uno se le entrega una vela ardiendo. Se lee después el Padre Nuestro; los contrayentes reciben los regalos santificados de una copa común, luego se les lleva alrededor del atril mientras se dan la mano y se canta el siguiente troparion: «Señor, mira desde el cielo y ve»; intercambian besos; y los presentes cantan: «¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos igualmente en uno!» (Salmos 133:1).
De acuerdo con John Boswell, los mártires cristianos del siglo IV, Sergio y Baco se unieron bajo el ritual de la “adelfopoiesis”. San Sergio y San Baco fueron durante principios del siglo IV importantes militares del emperador Maximiano, quien les tenía en gran estima por la valentía militar desempeñada en sus cargos: Sergio como “primicerius” (jefe-comandante de la escuela de los gentiles) y Baco como “secundarius”. Y fueron sometidos al martirio cuando se descubrió que eran cristianos. Probablemente debido al alto cargo desempeñado y a la confianza personal con el emperador, se tramó una red de intrigas entre sus subalternos, que descubrieron su cristianismo; Maximiano se negó a creerlo y los llamó para interrogarlos. El cristianismo era condenado con tortura y muerte. Ante la declaración de fe cristiana de Sergio y Baco, el emperador les dio una última oportunidad: si hacían una ofrenda a los ídolos, no sólo serían perdonados sino además serían restituidos en sus cargos con aún más privilegios. Sergio y Baco se negaron.
Cuenta la leyenda que cuando San Sergio y San Baco llegaron a palacio, el emperador Maximiano los llamó y los sentenció a muerte –según la traducción del griego de Boswell: Ustedes son los dos hombres más malignos que he conocido, pues a cambio de la amistad que les he dispensado, convencido de que observaban el debido respeto a los dioses, me habéis ofrecido desvergonzadamente lo que se opone a la ley de obediencia y sujeción. Pero ¿por qué habrían de blasfemar también a los dioses, a través de los cuales la especie goza de tan abundante paz? ¿No se dan cuenta de que el Cristo que adoran era el hijo de un carpintero, nacido de madre adúltera, a quienes los así llamados judíos ejecutaron mediante crucifixión, porque, al conducirlos al error mediante la magia y proclamándose Dios, se había convertido en causa de disensiones y múltiples problemas entre ellos? La gran raza de nuestros dioses nació toda ella de matrimonio legal, el del altísimo Zeus, el más santo, que a través de su matrimonio y unión con la bendita Hera les dio nacimiento. Imagino que también habréis oído hablar de los heroicos y doce principales trabajos del divino dios Hércules, nacido de Zeus.
A Baco lo mataron a golpes. A Sergio se le obligó a correr 30 kilómetros con un calzado que tenía los clavos hacia adentro, atravesando y desangrando los pies del santo. Luego fue decapitado (año 303). Muchos siglos después fueron erigidas varias iglesias en su honor, la iglesia de San Sergio y San Baco en Constantinopla (ahora la Mezquita de Acre y Roma). Su fiesta se celebra el 7 de octubre y se les puede ver en varias representaciones pictóricas.
En ellas aparecen siempre juntos, algunas veces cabalgando como soldados, en pinturas típicas matrimoniales o en pinturas con su uniforme militar y Jesús tras ellos.
El Renacimiento –su renovado y cada vez más intenso contacto con el mundo de la antigüedad– contribuyó a la tolerancia de los gays y de su sexualidad. En ese mundo se disfrutaba de las lecturas de Ovidio, se citaba a Virgilio o se leía a Platón. En ese mundo se conocían y se estudiaban los sentimientos y las pasiones gays, y a menudo incluso se los repetaba. “Sin embargo, la indiferencia de la Iglesia Cristiana frente a los gays comenzó a disiparse y se sustituyó con dos perspectivas enemigas. Por un lado un grupo pequeño, pero muy vociferante, de ascetas que resucitaba la violenta hostilidad del cristianismo, sostenía que los actos homosexuales no sólo eran un pecado, sino un pecado muy grave comparable al asesinato –escribe Boswell–, a la gula o la fornicación con animales. A lo largo de ese periodo este puñado de hombres batalló con denuedo por conseguir la reprobación de la Iglesia Oficial en su cruzada para cambiar tanto la opinión púbica como la teológica sobre esa cuestión gay, pero las autoridades eclesiásticas prestaron oídos sordos a las contadas quejas de los gays anticristianos”. Mientras tanto, en el seno mismo de la Iglesia –nos relata Boswell– “otra corriente comenzó a sostener el valor positivo de las relaciones homosexuales y produjeron una explosión de literatura gay todavía sin paralelo en el mundo occidental”.
Hacia el año 1051, San Pedro Damián escribió un largo texto, “El libro de Gomorra”, una de las más tempranas y valientes denuncias contra la pederastía de los sacerdotes cristianos. Setecientos años antes, en el Concilio de Ancira, el año 314, la Iglesia prohibió que vírgenes consagradas a Dios viviesen con hombres como sus amantes o hermanos. De ninguna manera se corrigió la práctica, ya que San Jerónimo acusaba a los monjes sirios por vivir en ciudades con vírgenes cristianas. Las agapetas son a veces confundidas con las mujeres que vivían con clérigos sin el matrimonio, una clase contra la cual se encaminó el tercer canon del Concilio de Niza, en el 325.
Detrás del carácter extraordinariamente conservador de la teología católica y la persistencia de los prejuicios que animaron las interpretaciones teológicas hostiles del siglo XIII, actuó la oposición popular a la homosexualidad –aprobada en los escritos de Tomás de Aquino y sus contemporáneos–, que siguió determinando la actitud obcecada hasta bien entrados los tiempos modernos.
ENLACES
Wikipedia | ES | Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad
http://es.wikipedia.org/wiki/Cristianismo,_tolerancia_social_y_homosexualidad
>
TEXTO
"En términos generales, la sociedad romana, por lo menos en sus centros urbanos, no distinguía entre gays y no gays y consideraba el interés y la práctica homosexuales como un aspecto ordinario del abanico del erotismo humano. La primitiva Iglesia cristiana no parece haberse opuesto a la conducta homosexual por sí misma. En la literatura cristiana más influyente, era tema de discusión; ningún autor destacado de esa época consideró "antinatural" la atracción homosexual, y quienes objetaban la expresión física de los sentimientos homosexuales lo hacían en general sobre la base de consideraciones que no guardaban ninguna relación con las enseñanzas de Jesús ni de sus primeros seguidores. La hostilidad para con los gays y su sexualidad se hizo visible en Occidente durante el período de disolución del Estado romano -es decir, entre los siglos III y VI-, debido a factores que no se pueden analizar satisfactoriamente, pero que es probable que abarcaran la desaparición de las subculturas urbanas, la intensificación de la regulación gubernamental de la moral personal y la presión pública a favor del ascetismo en todas las cuestiones sexuales. Ni la sociedad cristiana, ni la teoogía cristiana en su conjunto, expresaban o daban su apoyo a ninguna forma particular de hostilidad a la homosexualidad, pero tanto la una como la otra reflejaron y finalmente mantuvieron las posiciones que adoptaron ciertos gobernantes y teólogos y que podían utillizarse para descalificar los actos homosexuales.
En consecuencia, durante la temprana Edad Media, los gays pasaron prácticamente inadvertidos. Las manifestaciones de una subcultura distintiva brillan casi por su ausencia en este período, aunque subsisten muchas expresiones individuales de amor homosexual, sobre todo entre clérigos. Para la teología moral del siglo XII, la homosexualidad, en el peor de los casos, era comparable a la fornicación heterosexual, pero más a menudo se mantenía silencio al respecto. Las disposiciones legales eran todavía muy raras y de dudosa eficacia.
El renacimiento de las economías urbanas y de la vida de la ciudad, notables hacia el siglo XI, se vio acompañado de la reaparición de la literatura gay y de otras señales de una considerable minoría gay. Los gays eran prominentes, influyentes y respetados en muchos niveles en la mayor parte de la sociedad europea, tanto religiosa como secular. Las pasiones homosexuales se convirtieron en tema de discusión pública y se celebraban tanto en contextos espirituales como carnales. Muy raramente se manifestaba oposición a la sexualidad gay, y cuando ello ocurría, era más bien como afirmación de una preferencia estética que como censura moral; y de esto no quedaban exceptuados los líderes religiosos ni los civiles.
Sin embargo, aproximadamente en la segunda mitad del siglo XII comenzó a aparecer en la literatura popular una virulenta hostilidad, que luego se extendió a la teología y a los escritos jurídicos. Las causas de este cambio no pueden explicarse adecuadamente, pero es probable que tuvieran una estrecha relación con la intensificación general de la intolerancia respecto de los grupos minoritarios, evidente tanto en las instituciones eclesiásticas como en las seculares a lo largo de los siglos XIII y XIV. Las cruzadas contra los no cristianos y los herejes, la expulsión de los judíos de muchas regiones de Europa, el auge de la Inqusición y los esfuerzos para eliminar la hechicería y la brujería, todo ello da testimonio del incremento de la intolerancia para con lo que se apartaba de los patrones de la mayoría y que se instaló por primera vez con fuerza de ley en los Estados corporativos de reciente formación en la Alta Edad Media. Esta intolerancia se reflejaba y a la vez se perpetuaba en las compilaciones teológicas, morales y jurídicas de la Edad Media tardía, muchas de las cuales siguieron ejerciendo durante siglos su influencia en la sociedad europea."
En consecuencia, durante la temprana Edad Media, los gays pasaron prácticamente inadvertidos. Las manifestaciones de una subcultura distintiva brillan casi por su ausencia en este período, aunque subsisten muchas expresiones individuales de amor homosexual, sobre todo entre clérigos. Para la teología moral del siglo XII, la homosexualidad, en el peor de los casos, era comparable a la fornicación heterosexual, pero más a menudo se mantenía silencio al respecto. Las disposiciones legales eran todavía muy raras y de dudosa eficacia.
El renacimiento de las economías urbanas y de la vida de la ciudad, notables hacia el siglo XI, se vio acompañado de la reaparición de la literatura gay y de otras señales de una considerable minoría gay. Los gays eran prominentes, influyentes y respetados en muchos niveles en la mayor parte de la sociedad europea, tanto religiosa como secular. Las pasiones homosexuales se convirtieron en tema de discusión pública y se celebraban tanto en contextos espirituales como carnales. Muy raramente se manifestaba oposición a la sexualidad gay, y cuando ello ocurría, era más bien como afirmación de una preferencia estética que como censura moral; y de esto no quedaban exceptuados los líderes religiosos ni los civiles.
Sin embargo, aproximadamente en la segunda mitad del siglo XII comenzó a aparecer en la literatura popular una virulenta hostilidad, que luego se extendió a la teología y a los escritos jurídicos. Las causas de este cambio no pueden explicarse adecuadamente, pero es probable que tuvieran una estrecha relación con la intensificación general de la intolerancia respecto de los grupos minoritarios, evidente tanto en las instituciones eclesiásticas como en las seculares a lo largo de los siglos XIII y XIV. Las cruzadas contra los no cristianos y los herejes, la expulsión de los judíos de muchas regiones de Europa, el auge de la Inqusición y los esfuerzos para eliminar la hechicería y la brujería, todo ello da testimonio del incremento de la intolerancia para con lo que se apartaba de los patrones de la mayoría y que se instaló por primera vez con fuerza de ley en los Estados corporativos de reciente formación en la Alta Edad Media. Esta intolerancia se reflejaba y a la vez se perpetuaba en las compilaciones teológicas, morales y jurídicas de la Edad Media tardía, muchas de las cuales siguieron ejerciendo durante siglos su influencia en la sociedad europea."
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.