martes, 7 de junio de 2016

#hemeroteca #mujeres #fotografia | Vivian Maier: El secreto de la niñera fotógrafa

Imagen: La Vanguardia / Audrey Hepburn, fotografiada por Vivian Maier
Vivian Maier: El secreto de la niñera fotógrafa.
Murió pobre y sola, pero su obra, descubierta por azar, se ha convertido en fenómeno viral.
Teresa Sesé | La Vanguardia, 2016-06-07
http://www.lavanguardia.com/cultura/20160607/402329598976/el-secreto-de-la-ninera-fotografa.html

La de Vivian Maier (1926-2009) es una historia tan extraordinaria que parece surgida de la imaginación desbocada de un guionista excéntrico y misterioso que se dejó muchas páginas en blanco. Niñera durante cuarenta años en Chicago, cuando murió, en el 2009, sola y terriblemente pobre, nadie podía ni siquiera sospechar que aquella extravagante anciana que dormitaba en los bancos de los parques y se alimentaba a base de conservas en lata era en realidad una de las grandes fotógrafas americanas del siglo XX, cuyas obras resisten bien la comparación con las de figuras como Diane Arbus, Helen Levitt, Robert Frank o Garry Winogrand.

Celosa y reservada de su privacidad, casi nunca desvelaba su nombre real y utilizó decenas de variaciones del mismo, y mucho menos hablaba de su obsesiva y secreta pasión por la fotografía, que le llevó a reunir un extraordinario conjunto de 120.000 negativos, muchos de ellos sin revelar, que nadie más que ella había visto. Un tesoro escondido que nunca habría sido descubierto de no ser porque, en el 2007, un joven investigador, John Maloof, que buscaba imágenes del Chicago de los años 60, adquirió en una subasta una caja llena de negativos por 400 dólares. Habían llegado hasta allí directamente del desván donde Vivian Maier los había abandonado en los 90 cuando, ya jubilada y sin recursos, se vio obligada a vivir en la calle; fue el propietario quien se deshizo de ellos. A Maloof aquel hallazgo le cambió la vida (las copias de sus imágenes alcanzan los 5.000 dólares en galerías); a su autora no, murió dos años después creyendo que llevaba con ella el secreto a la tumba... Era todo lo que tenía.

¿Cómo habría vivido ella, que escogió la discreción, convertirse en un fenómeno viral? ¿Realmente habría querido que su obra y, con ella, su intimidad salieran a la luz? “Es cierto que ella las guardó para sí, nunca las mostró, pero una cosa es ocultar la obra y otra destruirla. Y ella decidió conservarla, como si hubiera querido dejar una puerta abierta”, señala Anne Morin, comisaria de Vivian Maier. In her own hands, una igualmente extraordinaria exposición en FotoColectania en la que, una tras otra, las más de ochenta fotografías allí reunidas proporcionan el inmenso placer de mirar la vida en las calles a través de su mirada moderna y singular, cargada de talento e intención, siempre al acecho de los estados de ánimo y las expresiones humanas que encuentra casi siempre en quienes, como ella, campan en los márgenes: afro­americanos, niños, ancianos, pobres... Ella misma autorretratándose como un ser extraño detrás de un espejo, reducida a una huella en la gigantesca sombra que se extiende en el suelo (era muy alta, medía 1,80) o en el reflejo de un charco de agua.

En los últimos años se han sucedido en todo el mundo las exposiciones, las ediciones de libros e incluso se realizó un documental, 'Finding Vivian Maier' (John Maloof y Charlie Siskel), nominado al Oscar 2014, que han acrecentado su mito sin conseguir desvelar los misterios que lo alimentan. Hija de padre checo y madre francesa, nació en Nueva York en una familia castigada por la violencia y el alcohol, pero pasó parte de su infancia en una pequeña población de los Alpes franceses, adonde volvería en 1960 como colofón de una solitaria vuelta al mundo (de China a Egipto, pasando por buena parte de Europa) en la que dilapidó la herencia que le acababa de dejar una tía suya. Lo cual dice mucho de su audacia, su curiosidad y lo que le movía. Anne Morin cree que su descubrimiento de la fotografía debió tener lugar en la casa del Bronx de Jeanne Bertrand, artista y fotógrafa, donde trabajaba su madre como niñera. Maier estaba al tanto de la fotografía que se hacía en el momento (visitaba exposiciones y entre las cajas de negativos se encontraban pilas y pilas de perió­dicos y revistas que fue acumulando compulsivamente), “pero ella formaba parte del servicio doméstico y por lo tanto estaba condenada a la invisibilidad y el anonimato. Se buscaba a sí misma a través de la fotografía, pero tenía interiorizado que cualquier otra identidad le habría sido negada”.

Con la cámara colgada al cuello, Maier aprovecha sus paseos con los niños a los que cuida para deambular por las calles con la actitud de una flâneuse. Uno de aquellos niños sería el que décadas después la rescataría de su condición de sintecho y, junto a sus dos hermanos, le pagó un pequeño apartamento hasta su muerte. La nueva vida de Vivian Maier pende ahora de los hilos que maneja John Maloof, su descubridor (en realidad fue Allan Sekula quien le advirtió lo que tenía entre manos al ver las imágenes que vendía a través de internet), custodio y en cierto modo propietario de su obra y de los derechos de autor que se derivan de la misma. Él es quien le está dando una identidad, quien decide qué y cómo se expone, también qué se revela y con qué encuadre, y así construye su obra, ya que su autora, probablemente por falta de dinero, dejó pocas copias impresas.

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