domingo, 20 de marzo de 2016

#hemeroteca #mujeres #trabajo | Trabajar con ibuprofeno y Red Bull

Imagen: La Vanguardia
Trabajar con ibuprofeno y Red Bull.
Las camareras de piso denuncian que la crisis, la reforma laboral y el cambio de modelo turístico agudizan la penosidad y desprofesionalización de su labor.
Alicia Rodríguez de Paz | La Vanguardia, 2016-03-20
http://www.lavanguardia.com/economia/20160320/40562473936/condiciones-laborales-camareras-de-piso-desprofesionalizacion.html

Lo primero que pone Soledad Castro sobre la mesa es un pequeño neceser de color oscuro. “Llevo botiquín. No salgo sin él de casa: paracetamol, Nolotil, relajante muscular... Sacas el botiquín por la mañana, cuando tomas el café. Como la mayoría de las compañeras, me tomo mis pastillas y a poner el turbo”. “Los dolores musculares son terribles, y muchas arrancamos la jornada a base de ibuprofeno y Red Bull”, apunta la canaria Jovita González.

Durante décadas las duras condiciones laborales se relacionaban con la imagen de trabajadores atados a una cadena de montaje, tratando de mantener el frenético ritmo de producción impuesto por las máquinas. En el siglo XXI, con la automatización, la presencia humana en las plantas de montaje se ha ido reduciendo paulatinamente. Pero los trabajos penosos no han desaparecido, sino que hay que buscarlos en otros entornos, como puede ser el sector turístico. Soledad, Jovita, Fefi Mederos o Mari Carmen Casín –encargadas de recoger hace unos días el premio 8 de Marzo concedido por UGT– forman parte de un colectivo de 100.000 camareras de piso, responsables de adecentar cada día las habitaciones de hotel y que han alzado la voz para denunciar las dificultades por las que atraviesan.

Un colectivo de trabajadoras casi invisible, acuciado por el empeoramiento de sus condiciones laborales y que busca salir de la zona de sombra a la que ha estado tradicionalmente relegado. Nunca ha sido un trabajo cómodo, aseguran, pero las condiciones se han ido degradando en los últimos años. Denuncian estar sometidas a un ritmo de trabajo muy fuerte que muchas de ellas sólo pueden soportar automedicándose y tomando bebidas energéticas para combatir el cansancio, el deterioro físico y la ansiedad.

“Después de 15 años de camarera de piso, no puedo con los brazos de tanto hacer camas”, reconoce la canaria Fefi Mederos. Con la crisis, la presión ha aumentado por el adelgazamiento de las plantillas en hoteles y aparthoteles. Y, vinculado en parte a la recesión económica, por los cambios en el perfil del turista: turismo de borrachera, paquetes low cost, estancias más cortas, más personas por habitación... Con un personal muy ajustado, se han de hacer cargo de más habitaciones, mientras el número de camas por habitación crece (hasta cuatro por estancia). “Tenemos una jornada de 7,5 horas, pero el esfuerzo físico es de 14 horas –explica Castro, más de 20 años trabajando en hoteles de Mallorca–. Si te encargan 18 salidas (acondicionar la habitación para un nuevo huésped) y hay que dedicar media hora por salida... o tienes 24 habitaciones en 6 horas, ¿cómo se hace? Pues, ¡como las locas!”. “Somos el último eslabón de una cadena de estrés. Presión de las gobernantas, desde la recepción y, por otro lado, clientes enfadados, porque las habitaciones no están a tiempo, y la calidad del servicio podría ser mejor”, apunta Mederos, quien junto a sus compañeras reconoce que denuncian abiertamente las condiciones laborales porque tienen contratos más estables y como afiliadas –en este caso de UGT–, se sienten más respaldadas.

La carga de trabajo es enorme, concluye Ernest Cañada, que ha publicado 'Las que limpian los hoteles' (Icaria), un libro donde se refleja las condiciones de trabajo del colectivo. Cañada critica la presión que supone para las camareras de piso que su jornada se vincule a un determinado número de habitaciones, “con lo que se pasan todo el día corriendo para terminar la tarea”. Buena parte de ellas no se toma ni el descanso para comer. “Los abusos con las temporales es aún mayor; a diario trabajan mucho más de lo estipulado, pasan semanas enteras sin descansar”, señala Jovita González. Y, a ese ritmo, los dolores articulares, las lesiones por movimientos repetitivos, los golpes constantes con el mobiliario se convierten en moneda de cambio. Cañada habla de medicación sistemática: “Las mayores, para combatir el deterioro que padecen, y las jóvenes, en su mayoría eventuales, porque temen pedir permiso para ir al médico”. Con este panorama, llegar en activo a la edad de jubilación resulta casi imposible.

Además, la reforma laboral ha supuesto una rebaja del salario para muchas (al pasar de estar bajo el paraguas del convenio provincial de hostelería al de empresa) y al aumentar la externalización del servicio. Desde UGT calculan que las afectadas pueden haber perdido sobre un 30% del salario y los 1.000 euros que acostumbraban a cobrar se han quedado en unos 700, con suerte. ¿Qué reclama el colectivo? Además del cumplimiento “real” de la normativa vigente, reclaman la retirada de la reforma laboral, reducir la externalización –“que impide competir en turismo de calidad”, apunta Cañada– y permitir la jubilación antes de los 65, como en otras profesiones penosas. “Y una regulación de la actividad”, apunta Mederos. Porque, como señala Castro, “se da por hecho que, como somos mujeres, es un trabajo fácil. Que lo sabemos hacer por naturaleza... Y se nos trata como si fuéramos mulas de carga”.

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