miércoles, 31 de enero de 2024

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El trasero del bailarín Peter Reed visto por Robert Mapplethorpe //

Por el culo

Paco Tomás · Periodista y escritor | Público, 2024-01-31

https://blogs.publico.es/otrasmiradas/79518/por-el-culo/ 

Ahora que, gracias a la insistencia del feminismo, el argumento de que lo personal es político ha dejado de ser un razonamiento exclusivamente académico para instalarse en la calle y en las luchas cotidianas, ha llegado el momento de manifestar que nuestro culo, y lo que hacemos con él, es político.

De ahí que crea que uno de los principales logros de la generación ‘centennial’, esa que nació con el siglo, que es rotundamente digital y para quien un teléfono con dial rotatorio debería estar en los fondos del Museo Arqueológico Nacional, es haber incorporado al argot popular, con estatus de champú anticaspa, la expresión "por el culo". PEC. Un acrónimo que se emplea para señalar que algo es bueno, que les gusta. A mí, la versión que ha hecho _juno del tema "So payaso" de Extremoduro me parece tan buena que me la meto por el culo. Decir eso en una sociedad heteropatriarcal que ha edificado su concepto de masculinidad sobre la idea de impenetrabilidad del culo, es una victoria.

Apropiarse de esos cientos de expresiones homófobas cotidianas –"vete a tomar por culo", "le pusieron mirando a Cuenca", "te la han metido doblada", "cinco, por el culo te la hinco"-, símbolos de desprecio, menosprecio y burla, para desactivarlas con una sola palabra –"PEC"- es una forma de hacer política. Política anal.

Como escribieron Sejo Carrascosa y Javier Sáez hace doce años, en su estupendo ensayo ‘Por el culo’ (ed. Egales), el culo es el gran lugar de la injuria, del insulto. La penetración anal, la desventura del sujeto pasivo, lleva siglos instalada en el relato social como sinónimo de abyecto, despreciable, enfermizo, vicioso, indeseable. Hacer política anal es combatir precisamente esa vigilancia histórica sobre nuestros cuerpos y lo que hacemos con ellos. Y a eso también contribuye el lenguaje.

Cuando los hombres cishetero celebraron con carcajadas, allá por 2006, aquella casposa frase del que fuera seleccionador español de fútbol, Luis Aragonés, cuando llegó a Alemania y un comité de bienvenida le entregó un ramo de flores -recuerden que dijo "me van a dar a mí un ramo de flores, que no me cabe por el culo ni el bigote de una gamba"-, lo que estaban haciendo era perpetuar esa disparatada creencia, y me atrevería a decir que hipócrita, de que su masculinidad se sustentaba sobre la impenetrabilidad del culo patriarcal.

Por eso, históricamente, se ha rechazado el cuerpo del hombre homosexual, por su asociación directa con el sexo anal, como si eso nos definiese de forma absoluta. Incluso debemos hacer una lectura de género si observamos cómo el patriarcado concibe el cuerpo de la mujer como un cuerpo penetrable y, por lo tanto, adecuado para el sometimiento y la dominación.

El patriarcado ha diseñado una masculinidad en la que el culo es un templo sagrado. Muchas amigas heteros nos cuentan, a sus amigos gais, las reacciones de sus novios o parejas sexuales cuando ellas intentan jugar con su culo y son de descojone. Nos parecerá ridículo pero si observamos que no son pocos los hombres que aplazan su visita al urólogo por su rechazo al tacto rectal, para comprobar el estado de su próstata, comprobaremos que estamos ante un relato cultural que considera que ser penetrado es humillante. Y estamos hablando de un dedo.

La extrema derecha y los ultras religiosos no dudan en enarbolar la palabra 'sodomita' para señalar y estigmatizar a la comunidad de hombres homosexuales. Se nos reduce al culo. Primero, sitúan en la diana el cuerpo al que agredir. Luego, buscan la parte de ese cuerpo que van a atacar. Esa que consideran tu debilidad. El lugar por el que penetrar.

De la misma manera, se castiga aquello que sus ojos consideran perversión y pecado. Las milicias iraquíes, por ejemplo, llevaron a cabo, a partir de 2009, una persecución y detención de la población homosexual que finalizaba con torturas, denunciadas por Human Rights Watch, basadas en sellar los anos de esas personas con pegamento. Violencia centrada en cerrar esos cuerpos por donde se supone que el maricón disfruta. Y luego, darles laxantes.

El patriarcado, como todo sistema de dominio y privilegios, no solo precisa de un ejército. También necesita de un departamento de propaganda. Un régimen de poder basado en discursos, en actos, expresiones, conductas que, a partir de la repetición, conviertan sus dogmas en una realidad incuestionable. Ahí se fabrica el concepto de que la hombría, la dignidad, reside en el culo inaccesible, hermético. Una idea que va más allá de las ideologías. Aunque la izquierda haya tenido que ponerse las pilas para sacudirse el sexismo, la homofobia, el machismo, que llevaba incorporado -simplemente por ser un pensamiento político tradicionalmente liderado por hombres-, no es raro seguir encontrando restos de caspa patriarcal en los hombros de algunos líderes y ciudadanos autodefinidos como de izquierdas. ¿Qué otra cosa es, si no, escuchar expresiones como "bajarse los pantalones ante la patronal"?

Claro que aún quedan reliquias, dentro de la propia comunidad de hombres homosexuales, que siguen premiando a un rol activo, con la mitificación del empotrador, y ridiculizando el rol pasivo, como si, por asimilación a una mujer, fuera inferior y menos respetable. Pero por fortuna, esa misoginia está siendo barrida gracias, precisamente, a expresiones como "por el culo".

Ese imaginario cultural del patriarcado en torno al culo crea víctimas. Y ahora hay una generación que se rebela contra eso, que ya no estigmatiza el culo, que convierte en orgullo receptor (me gusta más que pasivo, que entiendo definitivamente como una lectura homopatriarcal del mismo relato) el placer de algo no marginal, destrozando la máxima machirula de que ser penetrado es algo indeseable. Solo espero que esta columna os haya gustado tanto que os la metáis por el culo. De todo corazón.

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