La generación sin armario
Luz Sánchez-Mellado | El País, 2009-02-08
http://elpais.com/diario/2009/02/08/eps/1234078015_850215.html
Es posible que los peces gordos de Telecinco no se hayan enterado. Pero
Macarena, “Maca”, Fernández, pediatra de “Hospital Central”, la teleserie
decana de la casa, es un icono para ciertas chicas españolas. Maca es guapa.
Competente. Carismática. Y lesbiana. Rocío Fernández no se pierde un capítulo.
No los mira en la tele de su casa, donde vive con sus padres. Prefiere verlos
sola. Por eso se los baja de Internet. Fue en cualquier parte, con el portátil
acunado en el regazo, donde la adolescente Rocío visualizó cómo quería ser de
mayor.
"Gracias a la historia de amor entre Maca y Esther vi que es
posible amar a otras mujeres, casarse, ser madre con otra, tener éxito y
respeto social. Que esto es natural y bonito, que no eres un bicho raro ni
tienes que sufrir por ello. Maca me ayudó a salir de mi propio armario, el de
mi familia y el del mundo".
Rocío tiene 21 años, estudia Ingeniería de Obras Públicas y es
lesbiana. No lo va pregonando. Tampoco lo oculta. Vive como siente, punto.
Ellas han tenido a Maca. O a Diana, la devoramujeres de “Siete vidas”. O a
Lindsay Lohan, ex novia adolescente de América, hoy pareja de la dj Samantha
Ronson. Los chicos, a Fidel, el chaval hipersensible de “Aída”. Al comunicador
estrella Jesús Vázquez. O al mismísimo Fernando Grande-Marlaska, juez de la
Audiencia Nacional, aconsejando en las vallas el uso del preservativo a los
hombres que, como él, tienen relaciones sexuales con otros hombres.
Todos, ellos y ellas, han visto el cielo abrirse ante sus ojos con sólo
teclear la palabra gay o lesbiana seguida del nombre de su ciudad en Internet.
La nueva generación de homosexuales españoles ha crecido con referentes.
Espejos donde mirarse. Ejemplos en los que reconocerse. Y derechos adquiridos.
Rocío estrenó su mayoría de edad en 2005, el año en que se aprobó la ley de
matrimonio de personas del mismo sexo. El cuarentón Marlaska no tuvo esa
suerte.
Su señoría lo confesaba ante los chavales de un instituto madrileño.
"Tuve clara mi orientación sexual desde muy joven, pero perdí 25 años de
mi vida afectiva por la ley del silencio. Hasta los 35 años no lo reconocí ante
el mundo". Marlaska y muchos de sus coetáneos han pasado su juventud
apolillándose en el ropero. Entre otras cosas porque hasta los ochenta no se
derogó la Ley de Peligrosidad Social, que consideraba delincuentes a los homosexuales.
Algunos, habituados a una confortable reclusión privada o reprimidos por la
intolerancia social, han elegido quedarse a vivir dentro. La generación de
Rocío no está dispuesta a perderse nada.
Criados en la cultura de la inmediatez, acostumbrados desde bebés a
pedir y que se les conceda, los nuevos gays y lesbianas no conciben esperar
para empezar a vivir como son. Sin alardes, sin complejos. Por eso cada vez son
más los que deciden contarlo en casa en cuanto ellos mismos lo tienen claro.
Cuando se produce su despertar sexual. Cuando se enamoran. Cuando se lo pide el
cuerpo. Aunque sufran. Aunque duela. A ellos y a los suyos. Una vez que
descerrajan el armario de casa, el resto es más sencillo de franquear. El
problema pasa a ser de los demás. De quien no les acepta. Pagado el peaje de la
confesión de su “diferencia”, suelen ponerse el mundo por montera.
Nadie dijo que fuera fácil. Ni gratis. No es casual que casi todos los
que aquí dan la cara sean universitarios urbanos. El grado de visibilidad de
los jóvenes gays es directamente proporcional a su extracción social, su nivel
de estudios y el número de habitantes de su localidad. El 9,1% de los escolares
de secundaria se declara homosexual. Pero la homosexualidad es la primera causa
de acoso en los institutos, según los colectivos gays. Uno de cada tres chicos
cambiaría de pupitre si supiera que su compañero es gay. Un 90% del alumnado
cree que lesbianas y gays son peor tratados que los demás. Y lo más terrible:
un tercio de los suicidios juveniles tiene su causa en la dificultad para
asumir o ejercer en libertad la propia orientación sexual, si se extrapolan los
datos de un estudio del Instituto de la Salud de Francia.
"Maricón es la palabra más usada en el instituto, vale para
todo", confirma Álex Quesada, de 21 años, estudiante de Comunicación.
"Yo sufrí acoso. No concretamente por gay, sino por ser el “pringao”, el
débil, y encima “delicado”. Me machacaban. A los 13 años me atraían los chicos,
pero también algunas chicas. Estaba en pleno desarrollo de mi sexualidad. Lo
que más teme un adolescente es el rechazo, quedarse aislado, y yo estaba
cagado". Quesada pasó años "emparanoiado". Ya no tiene miedo.
"En casa me pillaron mirando páginas de tíos en Internet. La
reacción de mis padres fue negarlo, aplazar el conflicto: 'Es una etapa, ya se
te pasará', dijeron. Pero no se me pasó". Así que a los 16 años se plantó
delante de sus progenitores -profesionales liberales- y les soltó: "Esto
no es una etapa ni quiero que lo sea. Yo soy así, esto es lo que hay". Tras
esa fachada de seguridad, Álex temblaba. "El miedo al rechazo depende de
lo que te importe la persona. Y no lo hubo. Sospecho que mi madre lo sabía.
Ellas lo saben. Y que a mi padre no le hizo ni puta gracia. Les costó asumirlo,
supongo que es normal, son generaciones distintas. Nadie les preparó para tener
un hijo homosexual".
Estamos en una cafetería de barrio. Las señoras de al lado están
fascinadas. El local está casi vacío, pero Quesada ha escogido este velador
codo con codo con ellas. No tiene nada que ocultar. "Tampoco creo que haya
que ir diciendo: 'Hola, me llamo Álex y soy gay'. Para empezar, se me
nota".
-¿En qué?
-¿No ves cómo cojo el cigarro? Además, tengo espejos en casa. De chaval
no tenía tanta pluma. Pero cuando sales del armario te quitas la losa y actúas
con naturalidad.
Quesada estudió en el instituto Duque de Rivas, de Rivas-Vaciamadrid.
Fue allí donde el juez Marlaska confesó su pasado en el armario. Álex abrió el
suyo con la llave de Internet. "Es el gran aliado", dice. "Ahí
conocí a los primeros chicos. No puedo imaginar la vida de los que tenían que
ir a un cine o bar de ambiente para ver gente como ellos. Esa sordidez me la he
ahorrado".
El horizonte terminó de despejársele al acabar la ESO. "En el insti
hay mucho cafre. Manda la masa, y la masa es heterosexual. Fuera también, pero
incluso en los ambientes más retrógrados la homofobia es políticamente
incorrecta. En otros, ser gay es hasta chic". La cultura, el arte y la
moda son algunos de esos ámbitos. Las facultades de Audiovisuales, como la de
Álex, también. "Claro que hay gente de mi generación dentro del armario.
Me parece legítimo. A mí se me quedó pequeño: apestaba a naftalina".
Marta Gómez no ha estado un minuto dentro. Ni siquiera el mes que duró
lo que esta estudiante de Comunicación de 22 años llama su "lucha
interna". "En el instituto empecé a fijarme en chicas", relata.
"Vi que las personas que me atraían eran de mi sexo. Para mí no fue una
opción consciente. Soy así. Pero la sociedad te empuja a ser heterosexual. Tú eres
la primera que lo consideras raro. Primero te planteas que cómo vas a ser
lesbiana; como mucho, bisexual. Hasta que lo vas asumiendo, aceptando, y
entonces viene otro problema: decírselo a los tuyos".
La madre de Marta no se desmayó cuando su hija de 14 años le confesó
sus sentimientos. Carmen Garrido, de 56 años, lleva décadas oyendo cuitas de
adolescentes en los colegios donde ha ejercido de psicóloga. Ahora tenía
trabajo en casa. "Algo había notado. Tenía otro tipo de antenas además de
las de madre", confirma. Marta ha invitado a sus padres a la entrevista.
"Al principio creímos que podía ser la ambivalencia de la adolescencia. Le
dijimos que no se pusiera etiquetas, que viviera abierta a evolucionar de una
forma u otra. Nosotros estuvimos alerta, presentes sin presionar, hay que tener
paciencia. Te preocupa que sufra, que la hieran. Pero a un hijo no se le ponen
condiciones. No es tuyo, es una persona".
Marta tomó el consejo al pie de la letra. Siguió su vida. Libre. Sin
miedo. Empezó a llevar amigas a casa. A invitar a sus novias -"soy de
relaciones largas"- a los eventos familiares. La fuerza de los hechos y la
costumbre hicieron el resto. Ahora las cosas están claras. Para todos. "La
sorpresa de los allegados es gradual y se supera", dice Mariano, su padre,
un consultor de 50 años. "Somos una familia unida que acepta a la gente
como es".
-Disculpen que se lo diga, pero parecen ustedes unos padres de anuncio.
-Soy consciente de que nuestro caso puede no ser mayoritario. Tengo
compañeros que me dicen marica porque me doy crema de manos. Mentiría si dijera
que no tenemos cierta inquietud: esto no lo acepta todo el mundo. Somos
católicos, y la manifestación de los obispos contra el matrimonio gay nos
ofendió profundamente.
Marta conoce su suerte. "Mi pareja está aún en proceso de
contárselo a sus padres". Ella no se esconde, pero tampoco se exhibe. En
el instituto no lo contó a nadie. "Si te insultaban por sacar buenas
notas, imagínate por lesbiana". Luego lo ha dicho a quien más le importa.
"Al resto, ¿para qué?". Lo que sí ha hecho es colgar en YouTube la
presentación de “Vidas de cristal helado” (Atlantis), la novela que escribió a
los 18 años. La protagoniza una chica lesbiana que vive en Reata, "un
sitio en el que no puedes ser tú mismo". Alguien que no tuvo su suerte.
La exposición en Internet es el activismo particular de Marta. "Sé
que tenemos libertad gracias a la lucha de los mayores. Pero yo soy diferente.
No he tenido esa amargura. Vivo con alegría. Eso también es activismo".
Ella es una 'nativa digital'. Forma parte de la generación que no
recuerda el mundo sin Internet. Para la que la Red es el medio natural. La
frontera se sitúa en torno a la treintena. Los mayores son ya “inmigrantes
digitales”. El 83% de los jóvenes españoles son usuarios de redes sociales.
Gays y lesbianas las usan el doble que los heterosexuales, según la firma
MediaMetrix. Internet bulle de testimonios “arcoíris”. Lesbianas y gays que se
confiesan a la ciudad y al mundo. "Viviendo a pleno, sintiendo por primera
vez, experimentando, sexualidad, 17 años, gilipollez, adolescencia",
declara un tal Mikami en su perfil personal (creciendodeprisa) en Blogspot.
También los hay colectivos.
En cuanto acabe esta reunión, sus asistentes colgarán las fotos en
YouTube, Tuenti, Facebook, MySpace y Fotolog. Así levantan acta los activistas
digitales. Autoafirmándose. Dejándose ver. Poniéndose a un golpe de ratón de
quien lo desee. Estamos en la Facultad de Arquitectura. Un grupo de chicos y
chicas ocupan el aula. Son estudiantes de “teleco”, informática, aeronáutica,
derecho. Y miembros de Arcópoli, la asociación LGTBH (Lesbianas, Gays,
Transexuales, Bisexuales y Heterosexuales) de las universidades Politécnica y
Complutense de Madrid.
Creada en 2004, Arcópoli es una asociación innovadora. Gays y lesbianas;
“homos” y “heteros” trabajando -"y divirtiéndose"- juntos. "No
somos feministas, ni machistas, ni de un partido ni otro, sino un grupo de
iguales luchando por la igualdad", dice Rubén López, ingeniero de
telecomunicaciones. López, de 29 años, se creía "el único maricón de
ingeniería" cuando vio un cartel de Arcópoli. "Tenemos referentes,
sí, pero nos faltan arquitectos/as, ingenieros/as, médicos/as, y no sólo
actores o artistas", dice. "Aquí estamos, somos profesionales fuera
del armario. Algo se mueve y no tiene vuelta atrás".
Araceli Cuevas y Esther Martínez conocen sus derechos y los ejercen. A
sus 26 años, llevan tres casadas. No fue un impulso. Llevaban 10 años de
noviazgo. Cuevas y Martínez practican "activismo de hecho". No creen
que declararse lesbianas sea parte de su intimidad. "Decir en el trabajo
que vas con tu mujer a una casa rural es activismo puro y duro. Intimidad sería
contar qué hacemos en la cama". Esther y Araceli también pasaron su
"calvario". Cuando supieron lo suyo, sus padres las llevaron al
psicólogo "a ver quién estaba equivocado". "Yo te he parido y sé
lo que sientes", le dijo a Esther su madre. "Se le pasó cuando me
preguntó si yo lo sentía como una putada de la vida y le respondí que soy más
feliz de lo que nunca imaginé. Ahí se acabó el drama".
"Hay que entenderlos. Para ellos es un marrón, es un trauma decir
a todos que tu hijo es homosexual. Cuando tú sales del armario, les metes a
ellos", confirma Rocío. "En sus expectativas no entra que su hijo sea
gay. Creen que no tendrán nietos, que su árbol genealógico se seca, pero como
te quieren, lo acaban aceptando", zanja Araceli.
Gritos, lágrimas y, al final, un abrazo. Muchos describen así el
momento en que confiesan a sus padres su homosexualidad. Duele, pero compensa,
dicen. A todos. "Esta generación es la más planificada de la
historia", aporta Gerardo Meil, sociólogo y autor del ensayo “Relaciones
entre padres e hijos en la España actual” (La Caixa, 2006). "Son los reyes
de la casa. Las relaciones dentro de la familia han cambiado. Hay que negociar
antes de llegar al conflicto porque los lazos ya no se suponen para toda la
vida, se pueden romper. Ese abrazo significa: 'Eres diferente, pero te
integramos'. Los padres saben que o les aceptan o les pierden".
Omar Hossain no olvida el achuchón de su padre en la hora de la verdad.
El señor Hossain fue el último en enterarse. A Omar le atraían los chicos desde
el parvulario. "Tenía un instinto sexual fuerte, pero esperaba que se me
fuera. Hasta que pensé: 'Joder, ¿qué va a ser de mí? Esto no se me quita".
Hossain, hijo de padres separados, siguió el itinerario habitual:
Internet, primeras citas, primeros amores. Fue saliendo del armario de amigo en
amigo. "Según lo iba diciendo, me sentía mejor". Hasta que, a los 19
años, estudiando fuera de casa, se confesó. Primero a su madre, por teléfono.
Después a su padre, mientras iban en coche. "No dijo nada. Salió en una
gasolinera y al volver me abrazó. Él es musulmán. Me dijo que mi vida era mía.
Hasta hoy", dice Omar, de 23 años. Sólo lamenta el tiempo perdido.
"Salí tarde y no pierdo un minuto. Tengo derecho a disfrutar de mi
sexualidad".
Silvia y Neus Sanchis son artistas y tienen 23 años. Se apellidan
igual, pero no son familia. Aún. Planean casarse. Tener hijos: "Uno cada
una". Por ahora viven juntas en un piso que pagan con los 210 euros de la
renta de emancipación del Gobierno. Todo esto en Ontinyent, un pueblo
valenciano de 45.000 habitantes. Silvia y Neus son novias desde los 16.
Sobrevivieron al “aquí huele a tortilla” del instituto. Confesaron su amor a
sus padres: "En pareja es más fácil: una apoya a la otra". Recibieron
el correspondiente abrazo. Y pusieron tierra de por medio.
En Barcelona, donde estudiaron, vieron el cielo abierto. "Vivíamos
juntas. Había locales, librerías, gente como tú por la calle. Hizo falta irse
para poder volver". Están de nuevo en casa. "Nos fuimos huyendo y
volvimos para pagarles la huida a nuestros padres", dice Neus. "Se lo
debíamos", confirma Silvia. "Si no, el muerto siempre estaría aquí.
Ya lo hemos llorado juntos y estamos en paz".
Su cuarto está lleno de autorretratos. Una bella durmiente Silvia
recibe el beso de la princesa Neus. Las dos en la cama, hechas un ovillo de
piernas y brazos. Su obra completa está en Internet (silviayneus.com). No hay
que salir para ver a esta pareja visible.
Carmen Hernández siente "alegría y envidia". Hernández, de 34
años, es la coordinadora de políticas lésbicas del histórico colectivo FELGTB.
"Hay un cambio generacional brutal. Yo ya no pillé Internet de
adolescente. Estas chicas se han ahorrado traumas, soledad y dolor".
Javier Díaz, de 37 años, concejal de Juventud en Arganda (Madrid), se
congratula de la novedad. Díaz, del PP, conoce la homofobia de primera mano. En
noviembre tuvo que soportar comentarios jocosos sobre su homosexualidad por
parte de un colega socialista, también gay. No se arredró. "He seguido una
política de hechos consumados. Llegué al PP con pareja. Ésa es la vía". El
edil asiste con una mezcla de satisfacción y distancia a la eclosión de la
nueva generación gay. "Traen de serie normalidad, visibilidad y libertad.
Ser como son sin que les señalen. Estupendo. Pero les veo algo subiditos. Ser
gay no es guay, sólo una condición sexual".
Marce Rodríguez, periodista de 44 años, salió del armario de su casa a
los 40, en la portada de esta revista. "Queremos casarnos", decía el
titular poco antes de la aprobación del matrimonio gay. Rodríguez, que se casó
finalmente con su novio, publica “Mis padres no lo saben” (Plaza y Janés), un
libro donde cuenta la vida de homosexuales de su generación. "La falta de
referencias era absoluta. Demoledora. Jesús Encinar, el fundador de
idealista.com, me confesó que de joven pensaba que los únicos gays del mundo
eran los griegos, Federico García Lorca y él. Figúrate yo, hijo de una familia
humilde de Móstoles sin clásicos en la biblioteca. El único gay del planeta era
yo".
Acaba la reunión de Arcópoli. Alessandro Baldo, un “erasmus"
italiano, toma notas. Flipa. Quiere montar algo así en su pueblo, Udine. Para
él, España sí que es diferente.