Imagen: GCN |
“Tratan lo femenino como algo inferior y negativo porque, por encima de todo, son hombres que disfrutan de los privilegios que eso les ofrece, como estar económica, política, social y culturalmente por encima de las mujeres.”
Rubén Serrano | PlayGround, 2018-02-02
https://www.playgroundmag.net/lit/plumofobia_27616185.html
Salir de fiesta gay por Barcelona se ha convertido en una jungla de bíceps y abdominales. Al mismo tiempo, quedar con un chico es toda una odisea. Antes de la cita, tienes que cumplir unos requisitos casi siempre imprescindibles: “Busco machos”, “Solo tíos que se comporten como tíos”, “No quiero locas ni princesas”. Y yo frente a este panorama —con cara de niño, cuerpo endeble y un poco de amaneramiento— me doy cuenta de que formo parte de una espectáculo en el que ni estoy invitado ni soy bienvenido.
La llamada plumofobia, o el rechazo a hombres que muestran actitudes o comportamientos femeninos, ha infestado la comunidad gay de arriba abajo. Según un estudio de la revista gay británica Attitude, el 41% de los encuestados piensa que los chicos femeninos dan una mala imagen del colectivo LGTB+ y un desolador 71% ha afirmado que un hombre con maneras del sexo opuesto no les excita lo más mínimo.
Al contrario de lo que muchos piensan, la plumofobia no tiene nada que ver con homofobia entre gais, sino con los conflictos que generan los roles de género dentro del colectivo.
Partiendo de esa base, en la cultura popular a los gais todavía se nos representa como chicos delgados, con poca vergüenza, afeminados y con dotes para el entretenimiento. Para acabar con este estereotipo, parte del colectivo homosexual está forzando y exagerando actitudes varoniles para demostrar que también son masculinos, a pesar de besarse y acostarse con hombres. ¿Cómo estamos llevando esto a la práctica? Copiando los roles normativos propios de un hombre heterosexual y adaptándolos al mundo gay.
El primer paso es la apariencia física. Construir una imagen de macho alfa requiere de incontables horas en el gimnasio y de un fondo de armario donde reinen la ropa deportiva y complementos que sexualicen nuestra masculinidad, como arneses de cuero.
Esa estética de macho bruto inspirada en Tom of Finland debe traducirse en un comportamiento viril, dominante, autoritario y violento; una fachada que después lucen, sobre todo, en ciertos locales de ambiente gay donde las pelucas y la purpurina no están permitidas. Allí solo son admitidos como miembros del selecto club aquellos homosexuales que hagan gala de una hombría ibérica.
Por inercia, cada vez que vemos a un gay con ciertas formas femeninas asociamos que posee características tradicionalmente vinculadas a las mujeres: son sensibles, sumisos, débiles y frágiles. Para plantar cara al desafío que la pluma supone para nuestra frágil masculinidad, algunos han optado por menospreciarlos con insultos sexistas como “marica loca” o “esta es una pasiva”, usando siempre el femenino de forma peyorativa.
Si hay miembros del colectivo gay que humillan a otros homosexuales que expresan libremente su feminidad en lugar de respetarlos es porque se identifican antes con el patriarcado que con el colectivo LGTB+. Tratan lo femenino como algo inferior y negativo porque, por encima de todo, son hombres que disfrutan de los privilegios que eso les ofrece, como estar económica, política, social y culturalmente por encima de las mujeres.
Siguiendo este juego de jerarquías un gay afeminado está peor considerado que un gay que ha asumido las reglas patriarcales y que hace gala de su poder. Y así, al convertirnos en replicantes del heteropatriarcado, que censura todo lo que no exuda masculinidad, nos contagiamos del machismo que gobierna nuestra sociedad. Por ese motivo cada vez escucho más entre mis amigos perlas misóginas como “este local está lleno de chochos, qué asco” o “no me gusta que haya tías aquí, no me siento cómodo”.
Qué curioso querer destruir un estereotipo construyendo otro hipermasculino que tampoco representa a toda la comunidad homosexual. Qué curioso que ahora los gais penalicemos a lo femenino cuando de pequeños con quien más seguros nos sentíamos era con mujeres. Qué curioso que nos exijamos entre nosotros comportamientos masculinos, que era justo lo que nos pedían en el colegio antes de darnos un empujón o de llamarnos “maricones”. Qué curioso que pidan esa actitud los mismos hombres que en su infancia guardaban su sexualidad en el armario para evitar ofensas y humillaciones.
Muchos argumentarán que se trata de gustos; no obstante, hay que ir a la raíz y ser conscientes de que esas filias esconden tintes discriminatorios. Si pones en tu Grindr “negros no” estás siendo racista, si pones “no me van chinos” o “paso de latinos” estás siendo xenófobo, si tienes escrito “solo delgados” estás siendo gordófobo. Por tanto, dar de lado a un chico porque sea femenino es plumofobia aderezada con machismo y trazas de misoginia.
Esta apología de la masculinidad me ha provocado debates internos. La presión social por aparentar “ser un hombre de verdad” me hizo llegar a adoptar actitudes varoniles, como apuntarme a un gym para muscularme o comprarme un chándal de Nike para salir de fiesta. Sin embargo, toda esa apariencia se traducía en citas frustradas o en lágrimas al salir de la discoteca a las 6 de la mañana porque yo no estaba siendo yo; yo estaba siendo otro para complacer a unos robustos hombres con los que deseaba estar y demostrarles que también soy masculino. Había caído en la trampa.
¿Por qué un colectivo tan discriminado como el gay imita los patrones que tanto daño nos han hecho? ¿Por qué nos estamos convirtiendo en opresores con miembros de nuestra propia comunidad? Han sido esos gais con vestidos de lentejuelas y tacones los que han salido a la calle a visibilizarnos y a reivindicar nuestros derechos. Si ahora estos gais convertidos en Popeyes y anuncios de Calvin Klein se pueden casar, adoptar o besarse en medio de la calle es por el trabajo que esos “gais femme” han hecho.
¿Qué harán por la comunidad LGTB+ estos gais cómplices del machismo? No podemos dejar que un rol de género condicione nuestros sentimientos y defina nuestro día a día. Tenemos que ser inclusivos con nosotros mismos. Si algo he aprendido tras estos meses intentando clonar actitudes "masc4masc" es que la pluma es inofensiva, la masculinidad tóxica no.
La llamada plumofobia, o el rechazo a hombres que muestran actitudes o comportamientos femeninos, ha infestado la comunidad gay de arriba abajo. Según un estudio de la revista gay británica Attitude, el 41% de los encuestados piensa que los chicos femeninos dan una mala imagen del colectivo LGTB+ y un desolador 71% ha afirmado que un hombre con maneras del sexo opuesto no les excita lo más mínimo.
Al contrario de lo que muchos piensan, la plumofobia no tiene nada que ver con homofobia entre gais, sino con los conflictos que generan los roles de género dentro del colectivo.
Partiendo de esa base, en la cultura popular a los gais todavía se nos representa como chicos delgados, con poca vergüenza, afeminados y con dotes para el entretenimiento. Para acabar con este estereotipo, parte del colectivo homosexual está forzando y exagerando actitudes varoniles para demostrar que también son masculinos, a pesar de besarse y acostarse con hombres. ¿Cómo estamos llevando esto a la práctica? Copiando los roles normativos propios de un hombre heterosexual y adaptándolos al mundo gay.
El primer paso es la apariencia física. Construir una imagen de macho alfa requiere de incontables horas en el gimnasio y de un fondo de armario donde reinen la ropa deportiva y complementos que sexualicen nuestra masculinidad, como arneses de cuero.
Esa estética de macho bruto inspirada en Tom of Finland debe traducirse en un comportamiento viril, dominante, autoritario y violento; una fachada que después lucen, sobre todo, en ciertos locales de ambiente gay donde las pelucas y la purpurina no están permitidas. Allí solo son admitidos como miembros del selecto club aquellos homosexuales que hagan gala de una hombría ibérica.
Por inercia, cada vez que vemos a un gay con ciertas formas femeninas asociamos que posee características tradicionalmente vinculadas a las mujeres: son sensibles, sumisos, débiles y frágiles. Para plantar cara al desafío que la pluma supone para nuestra frágil masculinidad, algunos han optado por menospreciarlos con insultos sexistas como “marica loca” o “esta es una pasiva”, usando siempre el femenino de forma peyorativa.
Si hay miembros del colectivo gay que humillan a otros homosexuales que expresan libremente su feminidad en lugar de respetarlos es porque se identifican antes con el patriarcado que con el colectivo LGTB+. Tratan lo femenino como algo inferior y negativo porque, por encima de todo, son hombres que disfrutan de los privilegios que eso les ofrece, como estar económica, política, social y culturalmente por encima de las mujeres.
Siguiendo este juego de jerarquías un gay afeminado está peor considerado que un gay que ha asumido las reglas patriarcales y que hace gala de su poder. Y así, al convertirnos en replicantes del heteropatriarcado, que censura todo lo que no exuda masculinidad, nos contagiamos del machismo que gobierna nuestra sociedad. Por ese motivo cada vez escucho más entre mis amigos perlas misóginas como “este local está lleno de chochos, qué asco” o “no me gusta que haya tías aquí, no me siento cómodo”.
Qué curioso querer destruir un estereotipo construyendo otro hipermasculino que tampoco representa a toda la comunidad homosexual. Qué curioso que ahora los gais penalicemos a lo femenino cuando de pequeños con quien más seguros nos sentíamos era con mujeres. Qué curioso que nos exijamos entre nosotros comportamientos masculinos, que era justo lo que nos pedían en el colegio antes de darnos un empujón o de llamarnos “maricones”. Qué curioso que pidan esa actitud los mismos hombres que en su infancia guardaban su sexualidad en el armario para evitar ofensas y humillaciones.
Muchos argumentarán que se trata de gustos; no obstante, hay que ir a la raíz y ser conscientes de que esas filias esconden tintes discriminatorios. Si pones en tu Grindr “negros no” estás siendo racista, si pones “no me van chinos” o “paso de latinos” estás siendo xenófobo, si tienes escrito “solo delgados” estás siendo gordófobo. Por tanto, dar de lado a un chico porque sea femenino es plumofobia aderezada con machismo y trazas de misoginia.
Esta apología de la masculinidad me ha provocado debates internos. La presión social por aparentar “ser un hombre de verdad” me hizo llegar a adoptar actitudes varoniles, como apuntarme a un gym para muscularme o comprarme un chándal de Nike para salir de fiesta. Sin embargo, toda esa apariencia se traducía en citas frustradas o en lágrimas al salir de la discoteca a las 6 de la mañana porque yo no estaba siendo yo; yo estaba siendo otro para complacer a unos robustos hombres con los que deseaba estar y demostrarles que también soy masculino. Había caído en la trampa.
¿Por qué un colectivo tan discriminado como el gay imita los patrones que tanto daño nos han hecho? ¿Por qué nos estamos convirtiendo en opresores con miembros de nuestra propia comunidad? Han sido esos gais con vestidos de lentejuelas y tacones los que han salido a la calle a visibilizarnos y a reivindicar nuestros derechos. Si ahora estos gais convertidos en Popeyes y anuncios de Calvin Klein se pueden casar, adoptar o besarse en medio de la calle es por el trabajo que esos “gais femme” han hecho.
¿Qué harán por la comunidad LGTB+ estos gais cómplices del machismo? No podemos dejar que un rol de género condicione nuestros sentimientos y defina nuestro día a día. Tenemos que ser inclusivos con nosotros mismos. Si algo he aprendido tras estos meses intentando clonar actitudes "masc4masc" es que la pluma es inofensiva, la masculinidad tóxica no.
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