El Teatro Real estrena hoy por primera vez y con una producción propia ‘Billy Budd’, la ópera de Benjamin Britten. Una historia de pasiones, celos y muerte protagonizada exclusivamente por un elenco masculino y basada en un relato inconcluso de Herman Melville.
En escena solo hay hombres. Más de un centenar de hombres encerrados en un barco. Hay maromas, paños, mástiles, mar, viento, sal, sudor, hamacas, soledad, maldad, celos y deseo. Y hombres, sobre todo hombres. Cinco tenores, ocho barítonos, un bajo-barítono y tres bajos son necesarios para poner en pie ‘Billy Budd’, la quinta ópera de Benjamin Britten basada en un relato de Herman Melville –el creador de la inolvidable ‘Moby Dick’-. Y para esta nueva producción del Teatro Real, que programa este título por primera vez en su historia, contará además con 60 voces masculinas del Coro Titular del Teatro Real, el coro de pequeños cantores de la Comunidad de Madrid y 30 recios y fornidos figurantes.
Sobre el escenario del teatro -y en la partitura- asistiremos a un drama en el que se mezcla la pasión con la maldad pura y dura, aunque también habrá espacio para la ternura, la compasión y el amor. En palabras de Deborah Warner, directora de escena de esta producción, al añadir música a la historia escrita por Melville nos sumergimos en “una ambigüedad abierta y sin respuestas”.
‘Billy Budd’ cuenta la historia de un marinero reclutado a la fuerza para servir en el ‘HMS Indomitable’. Un hombre descrito como “el Marinero Apuesto” por el escritor estadounidense. Billy es un ser poseedor de “toda la belleza masculina que podría desearse”. Es un expósito, abandonado al nacer hace 21 años. Y, sin embargo, es “un Ángel caído del cielo” y “en muchos aspectos una especie de bárbaro honorable, quizás a la manera de Adán antes de que la cortesana serpiente se le insinuase como compañera”. Billy Budd es masculinidad, belleza y bondad. Es la perfecta mezcla de juventud, pureza e inocencia capaz de cautivar la camaradería de los lobos de mar más veteranos. Un purasangre con la virtud de producir, con su sola presencia, efectos benéficos a su alrededor.
En el ‘Indomable’, Billy tropieza con John Claggart, el cincuentón maestro de armas. Claggart es descrito por Melville como un hombre congénitamente malvado; un hombre que poseía “una depravación acorde con la naturaleza”. Claggart urdirá una cadena de mentiras y falsas acusaciones contra el Marinero Apuesto. Según Melville, “lo que lo había movido en contra de Billy había sido, principalmente, su singular belleza personal”. Para rizar aún más el rizo del triángulo dramático, el autor escribe: “A veces, la expresión melancólica tenía un leve deje de suave añoranza, como si Claggart hubiese sido capaz de amar a Billy”.
Al mando del ‘Indomitable’ se encuentra el capitán Edward Fairfax Vere, el tercer vértice de este drama marinero, un “soltero cuarentón distinguido aún en una época prolífica en destacados hombres de mar”. Vere es un héroe de guerra, miembro de la aristocracia “contrario a las ideas revolucionarias más por rechazo del desorden que acarrean que por la defensa de sus privilegios de clase”. Y es que la acción de esta obra transcurre en el verano de 1797, durante el conflicto bélico con la Francia revolucionaria y pocos meses después de que se hubieran producido el motín en Spithead, un ancladero cerca de Portsmouth y el gran motín del Nore, que “para el Imperio Británico fue lo mismo que una huelga de bomberos en un Londres amenazado por un incendio premeditado”, según la novela de Melville. Los reclutamientos forzosos, las durísimas condiciones en las que transcurría la vida de la marinería, la brutal disciplina y los amotinamientos recientes hacían temer, en toda la Armada inglesa, el retorno de alguna revuelta aislada o general en tiempos de guerra.
Claggart acusa injustamente a Billy de estar urdiendo un motín. El muchacho cuyo único defecto aparente es el de perder el habla cuando se encuentra acorralado por la maldad, incapaz de defenderse verbalmente ante el capitán Vere, golpea a Claggart provocándole la muerte en el acto. El capitán del barco, atado de manos por las leyes de la guerra, condena a muerte al muchacho aun a sabiendas de que castiga al bien.
Esta historia en la que se mezclan el bien y el mal, la transgresión y el orden, la expiación y la culpa, la ley y la justicia y la reprimida atracción homosexual, sedujo a Britten, que se dispuso a componer esta nueva ópera basándose en el relato póstumo e inconcluso de Melville. No en vano en aquellas páginas estaban los temas que le fascinaban: el mar, el mundo de los marinos, los dilemas éticos y morales, la belleza juvenil…
Para llevar a cabo la empresa, el músico -que en 1936 conoció al tenor Peter Pears, con el que mantuvo una relación de pareja hasta su muerte y para el que escribió, entre otros, el papel del capital Vere- solicitó la colaboración del novelista Edward Morgan Forster, amigo de Britten y autor de novelas como ‘Una habitación con vistas’, ‘Pasaje a la India’ o su obra póstuma ‘Maurice’, en la que indagaba sobre la posibilidad de superar la diferencia de clases a través de una relación homosexual.
Forster, el novelista, manifestó a Britten su temor de no ser capaz de escribir un texto teatral del nivel requerido, lo que hizo entrar en escena a un tercer elemento: el director teatral Eric Crozier, con el que el músico ya había trabajado en los libretos de ‘Albert Herring’ y ‘El pequeño deshollinador’ y que, además, había sido el director de escena de ‘Peter Grimes’ y ‘La violación de Lucrecia’ en sus estrenos. Durante el año 1949 los tres trabajaron en el que está considerado como uno de los mejores libretos para ópera obtenidos de una novela.
Santiago Salaverri, en un artículo publicado en la revista ‘Intermezzo’ de los Amigos de la Ópera de Madrid, asegura que “a juicio de algunos autores (como Alex Ross en ‘El ruido eterno’), el ‘Billy Budd’ escénico adquiere unas connotaciones homosexuales más o menos explícitas que en Melville estaban, si acaso, apuntadas de modo muy ambiguo, pero que aquí obtienen una plausibilidad que algunas puestas en escena tienden a enfatizar en exceso. La novedad residiría en que Billy no sería ya un posible objeto de deseo únicamente por parte de Claggart, sino que el propio capitán Vere, de quien la narración original no permitía suponer ninguna connotación homófila, confiere a sus sentimientos hacia el marinero el tono de una posible atracción no sólo espiritual, sino también física”. Aunque, a renglón seguido, el autor opina que “es preferible, no obstante, no ir más allá de la buscada ambigüedad con la que los autores dejaron sugerido el tema”.
Sin embargo, Luis Gago, que ha impartido dos cursos en el Teatro Real sobre la ópera, asegura que Forster, el novelista, se refirió -en una carta a Britten- al efecto que Billy provocaba en Claggart como “una descarga sexual que se vuelve malvada”. Y ambos, libretista y músico, decidieron “dulcificar, ennoblecer y humanizar” al capitán: “Rescatar a Vere de Melville”.
El cuento del Melville resulta, desde luego, enigmático al haberse encontrado inconcluso y en cuartillas que han dado lugar a un sinfín de interpretaciones hermenéuticas. Hay autores como Antonio Muñoz Molina que creen que el tema de este relato es “al menos tan antiguo como el ‘Génesis’: el sacrificio de Isaac; la ejecución del inocente”. Otros quieren ver en ‘Billy Budd’ una parábola cristiana: el libretista de la primera ópera de Britten, Wystan Hugh Auden, considera que ‘Billy Budd’ es una especie de “segundo Adán. La víctima sin pecado que sufre voluntariamente por los pecados de todo el mundo”. Sin embargo, indagando en la obra de Melville, en su gran novela ‘Moby Dick’ encontramos, no sin sorpresa renovada, una
algo más que clara relación homosexual entre el narrador de la historia, el joven Ishmael, y su compañero de cama, el arponero Quiqueg.
Justo un siglo antes de que estrenase ‘Billy Budd’ en Covent Garden en 1951, Melville publicaba su novela ‘Moby Dick’. Y sí, podría parecer que la actual liberación gay en la mayoría de Occidente hubiera existido, al menos, desde hace otro siglo. Pero no. A principios de los años 50 en el Reino Unido, justo cuando se estrenó esta ópera, aún estaba vigente la Ley de delitos sexuales, entre los que se incluían las prácticas homosexuales. Es cierto que la represión policial se había reducido significativamente, pero seguían produciéndose denuncias, juicios y arrestos incluso entre personajes famosos de la época. No sería descabellado tener en cuenta este nada desdeñable dato a la hora de sacar conclusiones e interpretaciones.
En cualquier caso, en 1960 Britten y Forster en una entrevista para la BBC analizaban el texto de Melville como una parábola. Britten decía: “¿Qué les pasa a las parábolas? La gente discute sin fin sobre la alegoría que representan. En realidad, todo el mundo está en lo cierto y todo el mundo está equivocado”.
El ‘Billy Budd’ del Teatro Real
Esta nueva producción lleva la firma de la directora de escena británica Deborah Warner, una experta en Britten. Este es su cuarto montaje del músico británico después de ‘Otra vuelta de tuerca’, ‘La violación de Lucrecia’ y ‘Muerte en Venecia’. Warner ha contado con la colaboración del escenógrafo canadiense Michael Levine, que causó un gran impacto en el Teatro Real con su montaje para ‘Diálogo de Carmelitas’ de Poulenc. Warner y Levine proponen un montaje tenebroso en el que el barco podría ser perfectamente una cárcel flotante. “Desde luego que hay un barco, agua y movimiento”, aseguró la directora de escena en la rueda de prensa de presentación del montaje. Y descubrió un secreto: “Entre los niños cantores hay una niña, que, como una gran profesional, quiso cortarse el pelo para pasar desapercibida. Así que ella es la única, aunque les aseguro que serán incapaces de localizarla”. Dos grandes velas de fragata, 800 litros de agua, 14 cornamusas, 30 poleas, 5 escaleras, 3 plataformas móviles, 4 trampillas, 21 petates y 60 hamacas sirven para construir el ‘Indomable’ sobre el escenario del Real de Madrid.
Ivor Bolton, director titular de la Orquesta del Teatro Real, ejerce en esta ocasión también como director musical de esta ópera. Para el director británico, “’Billy Budd’ es la mejor ópera de Britten, pese a que la más conocida sea ‘Peter Grimes’, para mí esta es la mejor. Es una ópera llena de poesía, frescura, delicadeza, pero también con una potencia inusitada. Es una partitura que exige de un gran virtuosismo a todos y cada uno de los que participan en ella”.
En Madrid se representa la segunda versión de la ópera revisada, en dos actos (la primera versión contaba con cuatro) por el propio Britten, estrenada el 9 de enero de 1964.