lunes, 2 de febrero de 2015

#hemeroteca #controlsocial | La disortifobia como mecanismo de control

La disortifobia como mecanismo de control
Shangay Lily | Palabra de Artivista, Público, 2015-02-02

http://blogs.publico.es/shangaylily/2015/02/02/la-disortifobia-como-mecanismo-de-control/

La disortifobia (Lat. “dissors, dissortis”: extraño, diferente, separado, aparte, no compartido; “fobia”, del griego antiguo Φόϐος, “fobos”, ‘pánico’; o sea: miedo a ser diferente) se ha convertido en la peor epidemia del siglo XXI.

Por supuesto, el término es creación mía. Ninguna academia financiada por el sistema reconocería esa tendencia como problema. Al fin y al cabo, es lo que quieren las grandes corporaciones: todos predecibles, homogeneizados y bien dirigidos a las necesidades prefabricadas.

Esa pulsión de rechazo a la divergencia, de terror a destacar, a no seguir lo mayoritario, ha sido promovida con eficacia como gran mecanismo de control del capitalismo. Confundir igualdad con homogeneidad ha sido la estrategia. Lo no mayoritario es un fracaso. Ese ha sido el mensaje enviado a cada lector, cinéfilo, melómano o simple opinador. En cada programa de televisión, en cada campaña de marketing, en cada anuncio, en cada colegio, en cada pasarela acordada para imponer “tendencia”, se ha estado enviando el mensaje del monopolio capitalista: lo minoritario es un fracaso y te hará un perdedor, lo mayoritario es un éxito y te hará estar con los ganadores. Una falacia que todos los atemorizados consumidores han creído a pies juntillas. Especialmente las minorías a las que por un lado se ha robado su diferencia para enriquecer a la corporación y por el otro se le ha homogeneizado con esa mayoría prefabricada. La epidemia de disortifobia ha venido muy bien al capitalismo, ha derrumbado cualquier resistencia o disidencia en las minorías principales: mujeres y homosexuales.

No es casual que esta epidemia haya llegado a mi atención a través de la comunidad gay, es donde mayor incidencia (o más destacable) tiene este mecanismo de control: una comunidad que nutrió la mayor disidencia, la más importante potencia de alternativa a una sociedad que la había estrangulado, se ha ido convirtiendo en su mayor revigorizador, en su más poderoso factor asimilacionista. La cantera de las más notables divergencias/disidencias bioplolíticas, tras la inoculación de un tramposo espejismo de integración llamado “gaypitalismo”, se ha ido sumiendo en una terrible epidemia de disortifobia que ha diseminado exponencialmente el empeño en no destacar, en reproducir todos y cada uno de los estereotipos heterosexistas que castigan la divergencia de la norma. Tristemente, cada vez es más frecuente encontrar a homosexuales que confunden igualdad con asimilación e integración con biselaje de nuestra esencia. Han convertido la disidencia (separarse del sistema) en incidencia (incidir en el sistema nutriéndolo).

Es triste ver que uno de los grupos que más ha luchado por crear una realidad, una cultura, una sociedad alternativa, se haya visto sometida a esta espantosa epidemia de disortifobia, pero la realidad es que hoy en día todos quieren ser “normal”, nadie quiere ser distinto, nadie quiere sobresalir. En los gustos musicales, literarios, estéticos, todos corren a conformar la norma. Comprar lo mismo que los demás, escuchar lo mismo que los demás, vestir como los demás no es más que un rito tribal de sumisión que busca el sentido de pertenencia.

Nuestra comunidad no es la primera en ser desactivada de forma vírica por el sistema capitalista. Tiene esa virotecnología en común con su gran antecedente: el feminismo. Así es como desactivaron la revolución feminista y la gay desde el Patriarcado. La disortifobia es un retrovirus que se ha inyectado en las minorías, especialmente en los gays, desde la más tierna infancia a través de la socialización primaria, la publicidad y el marketing que la “democracia” capitalista trajo. Ese espejismo de libertad hedonista, individualismo adocenado, ha convertido a las nuevas generaciones de gays en verdaderas masas de clones obedientes, sin personalidad, aterrados ante la idea de destacar de la masa y tener el foco en ellos. Y es que es una estrategia del poder para dividir y controlar a las minorías: hacerles temer el aislamiento de la diferencia y biselar su personalidad hasta ser igual a los demás.

En esta sociedad ser diferente es un trabajo agotador. Cada vez es menor el impulso de oposición. Si la vida fuese un túnel, todos andarían en la dirección del viento. Sólo unas pocas (y utilizo el femenino porque el genérico femenino es el primer síntoma de divergencia) avanzaríamos a contracorriente. Esto crea personas con poca o cero resistencia a la crítica, al aislamiento y a la posición única. Las nuevas generaciones soportan muy mal la presión de llevar la contraria y enseguida se amoldan a la opinión mayoritaria. Incluso han llegado a desarrollar un recargado discurso académico para justificar su disortifobia. Un ejemplo de ello es la imposición de la bisexualidad como equidistancia, negando la homosexualidad como “privilegio monosexista” (terminología disortifobica donde las haya) desde las asociaciones, universidades y teorías queer para convertir en valiente hasta al reprimido más traidor y cobarde. Así se ha propiciado la negación de la diferencia, la imposición de la indefinición como avance integrador. No voy a negar la posibilidad de la bisexualidad, la naturaleza es múltiple y rica, pero sí que niego el porcentaje que últimamente se promueve desde grupos postgays que tan bien se integran en la maquinaria capitalista, diseminando la epidemia de disortifobia a cambio de (des)integración. La imposición de ese discurso ha llegado a ser tan agresivo que lo he bautizado “bifascismo”. Es el mismo que en política ha impuesto el cómodo y peligroso tercerposicionismo de partidos oportunistas como UPyD (casualmente repleto de supuestos bisexuales) que proclaman un absurdo “ni de izquierdas ni de derechas, esa dicotomía es del siglo pasado” para socavar a la izquierda, negar la incómoda lucha de clases y recibir las jugosas recompensas del sistema (claramente de derechas) que refuerzan. Es la estrategia para destruir a la minoría disidente y obligar a biselar tus diferencias para sumarte a la masa ecualizada. Destruir a las divergencias del sistema negando las diferencias e inventado una nueva uniformidad que es todo y no es nada.

Lo escandaloso es que muchos y muchas de esas personas, acomodadas en su integración conseguida por los diferentes, los clara e inequívocamente homosexuales, nunca los correctos “bisexuales” que adolecen de una disortifobia galopante y se pliegan a la masa, hayan aprovechado estas plataformas para promover la disortifobia proclamando que es igualdad.

Por eso es importante distribuir lo más posible la única vacuna conocida contra la disortifobia: visibilidad de la diferencia. Por favor, buscad artistas, escritoras, películas pequeñas, que pocos hayan visto. No conforméis la norma. Es la muerte de nuestra especie. Porque recordad que lo que hizo sobrevivir al homo sapiens fueron las diferencias, los cambios, las rarezas que hicieron avanzar a la masa conformada. Fueron esos individuos que intentaron algo nuevo los que revolucionaron nuestra especie, no los que se limitaron a repetir lo ya existente hasta asfixiar las nuevas posibilidades.

De hecho, son muchas las teorías que afirman que esa carencia de diversificación es lo que llevó a los neandertales a su extinción frente al diverso y flexible homo sapiens. En otras palabras: la disortifobia mató a los neandertales. La diferencia salvó a nuestra especie.

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