Imagen: ABC / Fotograma de 'Abajo la Ley de Peligrosidad' (1977), de José Romero Ahumada |
«El porvenir de la revuelta» es un ambicioso proyecto que se propone repensar las políticas de identidad sexual y de género desde el ámbito del arte, la investigación y el activismo, coincidiendo con el World Pride en Madrid. Dos de sus muestras capitales («Archivo Queer» y Anarchivo sida») ya han abierto sus puertas en Conde Duque.
Javier Díaz-Guardiola | ABC, 2017-05-26
http://www.abc.es/cultura/cultural/abci-porvenir-revuelta-urgente-necesidad-social-echar-mirada-cuarenta-anos-atras-201705262129_noticia.html
Puede que haya nombres como los de Pepe Espaliú que les resulten familiares. También el de Andrés Senra o Diego del Pozo Barriuso. Pero otros, como los de LSD (colectivo del que salieron las Cabello/Carceller), Radical Gai o La Radi, les suenen a chino, cuando tanto hicieron por la visibilización del colectivo LGTB en España. Estos y muchos otros. Sus investigaciones y sus obras salen a flote gracias al mega proyecto «El porvenir de la revuelta», cuyos dos primeros capítulos («Archivo Queer» y «Anarchivo sida») acaban de ser activados en Conde Duque. En las próximas semanas, este ambicioso programa que visibiliza cultural y políticamente las aportaciones de los movimientos de género en España irá presentando todos sus contenidos, que tendrán como sedes las principales instituciones culturales dependientes del consistorio madrileño (Matadero, CentroCentro, MediaLab)... Pero que aspira a mucho más, a llegar a los barrios, a inundar con eslóganes marquesinas, autobuses, la red de metro... Sobre todo ello hablamos con Fefa Vila, una de sus responsables.
Aquí hay tela que cortar...
Sí. Llevamos un año trabajando en la que consideramos una propuesta arriesgada, complicada, pero apasionante.
¿A quién se le ocurre todo esto?
«El porvenir de la revuelta» surge en un contexto de relaciones entre artistas, investigadores y activistas. En muchos de los casos, las tres circunstancias se reúnen en las mismas personas, como es mi caso, contando con personas que son investigadores y que han utilizado las prácticas culturales y el arte como un dispositivo político y de activación. El proyecto no es algo que caiga del cielo, no surge de una llamada, sino que nace de un recorrido de décadas, en algunos casos, de gente trabajando sobre este tipo de cuestiones. Es cierto que ahora hay un pretexto, que es la celebración en Madrid del Orgullo Mundial (World Pride), que hay un gobierno municipal más sensibilizado con este tipo de propuestas culturales, y en ese contexto aterrizamos. Yo lo hago como directora artística, pero estoy a todo lo demás, poniendo cables si hace falta...
¿Y qué es «El porvenir de la revuelta»?
Ese es realmente un título de la filósofa y teórica del feminismo Julia Kristeva. Es un libro muy personal y una reflexión sobre qué debería hacer Europa en relación a su propio fracaso. Nosotros lo retomamos como metáfora y lo aplicamos a una necesidad de revuelta en el ámbito de la identidad de género: porque solo es posible reconstruir la Historia a través de la revuelta permanente. Es decir, hace falta que haya gente que siempre esté contestando, dialogando, que esté siempre abierta a reflexionar y criticar lo que se está haciendo. Incluso esperamos que nuestra propuesta tenga una réplica y unas superaciones, porque es un diálogo abierto a pensar qué es la disidencia sexual, cómo ha sido ésta en la Historia de España.
Celebramos también 40 años de las primeras manifestaciones del movimiento homosexual en Barcelona, y por eso el subtítulo de «Memoria y deseo», porque es preciso reactivar una memoria y activar un deseo que no solo es sexual, sino que, a través de la sexualidad, da pie a que se alcance una potencia de aceptación política. De ahí la llamada a la «revuelta». Queremos aceptar a todos los públicos.
Porque se corre el riesgo de que un proyecto así deje fuera a mucha gente. ¿Cómo se consigue convertirlo en algo inclusivo, que el heterosexual sienta deseo de abrazar y compartir algo como esto?
El proyecto está abierto a todos los púbicos en la medida en que interpela a la democracia y a la ampliación de lo vivible. ¿Qué es normal y qué no lo es? Solo esa interrogación abre una discusión en torno a la pertenencia a una comunidad, a una ciudad, a una relación, y a cómo ciertas fronteras normativas que se han impuesto históricamente han generado mucha violencia y mucho odio y muertes. Plantea qué tipo de responsabilidad tienen las instituciones, los poderes, los Estados. Nadie es inocente. Porque esa responsabilidad también corresponde a nuestros vecinos, a todas las personas que nos acompañan. Si hacemos ciudad todo el mundo, si hacemos mundo entre todos, todos tenemos que participar de los diálogos. El arte tiene esa capacidad: la de abrir diálogo, dar pie a nuevos imaginarios, a otras formas de vivir y de protestar. De forma que la heterosexualidad está convocadísima a esta exposición y a toda la programación del proyecto. Y no solo a la especializada. Nos gustaría llegar a los distritos, a gente joven...
Porque se está jugando todo el rato a hacer una lectura desde lo local a lo universal...
El camino va en las dos direcciones. Ambas posiciones se entrecruzan todo el rato. En los noventa, el activismo español, del que yo fui desde mi contexto impulsora, tuvo que mirar afuera, nutrirse de lo que allí pasaba y crear grandes alianzas internacionales, sobre todo por la pandemia del sida, la homofobia, la reacitvación de la misma que trajo la enfermedad. Pero creo que ahora hay toda una generación de jóvenes (y lo percibo como profesora de sociología que soy) que constata la necesidad de revisar nuestra propia Historia. De dónde viene y hacia dónde va el movimiento. Pero sobre todo, de dónde venimos, qué referentes tenemos a todos los niveles. Esa es una generación que ha nacido en la Transición y que necesita de sus propios referentes. Aquí nos planteamos también qué no se nos ha contado: ¿Qué pasaba en los setenta, durante la dictadura? ¿O qué pasaba en los ochenta, además de la Movida? Porque la Movida es lo que ha circulado como imaginario cultural en este país de forma prominente.
La clave siempre está en quién escribe la Historia...
Eso es en lo que estamos con este proyecto: dando la oportunidad de repensar. Frente a toda la teoría de género ya existente, el feminismo atraviesa todo el proyecto, y es necesario realizar una mirada radical en el sentido de ir a la raíz y de poner todo ese tipo de narrativas también en solfa.
Al poner cuarenta años de activismo y teoría «queer» en España sobre la mesa, ¿se observan también tendencias?
A mí me cuesta hablar de modas. Yo creo que estas las crea el mercado. Por eso no puedes dejar de moverte. Lo más «underground» y radical puede ser vendido como pipas a la vuelta de la esquina por la institución. Y aquí no se trata tanto de modas como de contextos sociales. Cada uno lanza una mirada, aunque las lecturas sean las mismas, aunque leas a Marx o a Simone de Beauvoir. Y cada mirada genera una necesidad propia. Sobre todo porque el mundo cambia. Y este no se caracteriza precisamente por ir a una velocidad lenta. Si algo caracteriza a esta época es que no nos da tiempo a interiorizar nuestros propios cambios individuales.
¿Cómo es nuestro contexto actual?
El movimiento LGTB ha tenido su recorrido, eso es evidente. Se nota en las universidades, en las prácticas culturales. Pero también ha habido una fragmentación muy fuerte. No existe ya el gran sujeto político que nos unía en otras décadas. El cambio social es brutal, muchas aceptaciones de formas de vida y familiares, de resignificar la sexualidad, son constatables, pero a la vez confluye una reacción muy conservadora. El capitalismo nos engulle a todos y nos posiciona en lugares muy inadecuados.
Esa sería la siguiente pregunta: el activismo, ¿se ha reactivado o se ha desactivado?
La reacción conservadora es evidente. Por ejemplo aquí, en Conde Duque, se nos ha exigido poner una advertencia en la puerta para indicar que las exposiciones no son aptas para todos los públicos, y que no es recomendable para menores. «Archivo Queer» ha estado anteriormente en el Van Abbemuseum de Eindhoven, donde no fue necesaria esa referencia. Yo manifesté que me parecía inadecuada hacerla aquí porque creo que ya imposibilita a que vengan los adolescentes, los colegios, a una muestra que cuenta con un equipo de mediación. Y colocas al espectador ante la barrera de la ansiedad por el sexo. Encierras en torno a un secreto el imaginario sobre las prácticas de gais o de otros cuerpos y sexualidades frente a la idea generalizada. Por eso es importante que vengan los heterosexuales.
No se puede imponer una mirada conservadora en torno a la sexualidad, porque incluso en los ochenta y noventa no existía. Muchas de las imágenes recogidas en estos archivos circulaban con naturalidad por la calle. Era la época de Reagan, de Tacher, de la losa del sida, pero la sociedad civil, desde determinadas instituciones, activaba dispositivos públicos que eran puro aire fresco. Eso por no hablar de los setenta, de lo que ocurría en Barcelona en las Ramblas. Ahora se impone lo políticamente correcto, que es siempre una trampa para dejar de hablar y dejar de ver. Una mirada neutral es tan peligrosa como no mirar. El respeto sin matices, sin explicación, es una no mirada. Parte del activismo se ha subido a ese carro. En España, por ejemplo, el matrimonio homosexual se aceptó con mucha normalidad pero sin debate. Hay vacíos, y esos vacíos engullen toda la mirada y dan pie a toda una serie de disonancias: ¿Dónde está la educación sexual en este país? Desde esas cuestiones se derriban fronteras, se genera aceptación y se construye democracia.
¿Cómo debemos recorrer «El provenir...»?
Esta es una propuesta que ocupa todas las sedes culturales principales del Ayuntamiento de Madrid. En Conde Duque, lo que se activa hoy, lo que toca, es repensar el archivo. Crear un contra-archivo. ¿Qué es un archivo? ¿Se pueden archivar las experiencias “queer”? ¿Puede haber archivos disidentes en las instituciones? Estas preguntas se responden desde nuestra propia Historia y desde la disidencia de las prácticas sexuales en sus genealogías múltiples. ¿Por qué aquí? Porque esta es la sede del archivo de Madrid. Así fue pensado y por eso este era el lugar. Y hemos acabado en el sótano...
¡En las catacumbas!
Lo que no deja de ser una metáfora. Esto también lo hemos convertido en arte. Estar en las catacumbas es un artefacto artístico; el propio espacio ha sido concebido por el diseñador Jesús Vicente Marín (Oiko Arquitectos) no como un castigo, sino como un capítulo más del juego de lo visible y lo invisible. No todo puede ser transparente y las relaciones humanas también forman parte del misterio que hay que preservar. No todo puede ser explicitado. Y el archivo no es explícito en su totalidad. Se esconde, sale, emerge, y lo importante es marcar lo que ocurre cuando eso ocurre. Eso es lo que a mí me interesa de esta propuesta. Aquí emerge el archivo en esa tensión de hablar del contra-archivo, porque todo tiene su réplica. Como decía, esto viene de atrás y hay mucho material, mucho otro que se ha perdido; pero hay un deseo de reestructurar, junto a otras instituciones (como el Museo Reina Sofía, donde está depositado el Archivo Queer como parte de una investigación que se ha realizado, con Tabakalera-Donostia, con La Internacional...) este rastreo político perdido y constatar a qué puede dar pie cuando reaparece.
De ahí pasamos a CentroCentro.
Allí, a finales de junio se inaugura «Nuestro deseo es una revolución», que comisaría Juan Guardiola y que se comenzó pensando a nivel global, pero que terminó acotando a nuestro contexto, porque nos dimos cuenta al repasar las prácticas audiovisuales y la proyección de lo LGTB sobre el propio medio, de que, por unas necesidades de emergencia del contexto, estas alteraron la técnica de una manera particular. Es innegable que las prácticas visuales se han visto alteradas por la propia práxis de gais, lesbianas y feministas. El mundo anglosajón es el gran referente, pero aquí también han pasado cosas.
En Matadero tendrá lugar «Políticas de la noche».
Eso tiene que ver con la «performance» y con la música, y su título viene de constatar cómo la noche nos ha construido políticamente. Vuelve a ser otro cuarto oscuro, que va emergiendo activando realidades. Repensamos la noche también de forma urbanística (¿cómo se puede vivir la noche sin que todo tenga que ser comercial?), mientras otra parte se ocupa de cómo la noche ha construido nuestro propio deseo y nuestros propios cuerpos; también nuestro propio imaginario político, nuestra propia posibilidad de relacionarnos, rehacernos y repensarnos. La noche nos ha hecho libres: nuestra libertad se construyó a través de las sombras.
Eso serían los tres grandes núcleos, con un montón de ramificaciones.
Así es: por ejemplo, el archivo emergerá y saldrá a la ciudad llevando algunos de sus eslóganes a las marquesinas, a los propios autobuses, a carteles, para ver cómo son leídos por una nueva sociedad que no es la de los setenta u ochenta que los vio nacer. Por otro lado, Javier Saez ha «queerizado» el metro...
Explíqueme qué es eso.
Es un proyecto precioso, que realmente se pensó para la red de metro, pero Ayuntamiento y Comunidad no llegaron a un acuerdo y se va a activar en CentroCentro. En realidad, es proponer una nueva topografía, asignar a cada estación un nuevo nombre propio de la cultura LGTB, para repensar así la Historia. De esta manera descubres de forma sutil qué referentes tienes, quién nombra y cómo nombra. Eso tiene que ver con la memoria, con los afectos...
Y descubrir que hay estaciones que podrían llamarse «Alejandra Pizarnik», «Tracey Chapman» o «Manolo Trillo».
Da mucho de sí, porque a partir de ese mapa se activan pequeñas biografías de esas personas, que no tienen por qué ser grandes artistas o escritores, sino personalidades que han construido esta ciudad, este país, el mundo... El efecto que tiene el mapa es más grande del que pensamos. Nos gustaría, de hecho, acabar con un encuentro de activistas intergeneracionales que aparecen en ese plano en septiembre, todo en tono festivo; sacarlos del metro.
Se ha pensado mucho en la deslocalización por distritos.
Por eso hay actividades específicas para esos contextos y que llegarán o están llegando a los centros de proximidad, las bibliotecas, de Moratalaz a Carabanchel; talleres que desplazan los discursos, sin necesidad de que sea la gente la que se desplaza a las salas de exposiciones. En ellos se mezclará lo discursivo, la investigación, la cultura... «Tocar no dominar», de Diego del Pozo Barriuso en Fuencarral y Retiro, por ejemplo, se ocupará de la homofobia y los crímenes de odio.
Sobre indetidades y familias transexuales versará el de Lucas Platero y Esther Ortega, cuyo guante recoge Miguel Ángel López Sáez, profesor de psicología, que repiensa otros modelos de vida y que sobre todo golpea la línea de flotación binaria hombre-mujer, heterosexual-homosexual. Dejemos de usarlos porque los resultados son fantásticos en cuanto a aceptación. Andrés Senra firma «We are here, we are Queer» repasando la ciudad, estudiando cómo la ocupamos gais, lesbianas, transexuales; cómo nos movemos o que lugares nos encuentran o nos alejan en la misma, generando fronteras invisibles que se traducen al lenguaje del arte. Eso tendrá lugar en Medialab el 30 de junio. También se tendrá en cuenta a la comunidad gitana en Intermediae (María del Carmen Cortés e Iñaki Vázquez), el racismo y la xenofobia en el taller de Leticia Rojas y Francisco Godoy...
Aquí, en Conde Duque, hay un espacio al que han denominado «El Agitador». ¿De qué se trata?
Es un ámbito en el que se convocarán los resultados de experiencias que están teniendo lugar por toda la ciudad, como las conclusiones de los talleres. Siempre hemos dicho que queremos hacer un «archivo vivo». Porque esta es una memoria que se está activando, que se está construyendo todo el rato y tiene que ver con lo que estamos haciendo nosotros aquí pero también con lo que sucede fuera, estando o no previsto. [Su primer «ocupante» es Diego del Pozo Barriuso, con sus diagramas que repasan la Historia LGTB desde la cultura y el activismo].
Vuelvo a esta sede porque aquí realmente se recoge un doble archivo.
«Archivo Queer» recoge todas las prácticas activistas desde comienzos de los noventa. De nuevo 1992 es un detonante, un año de contestación a las Olimpiadas, a la Expo... Ahí emerge toda una generación cultural. En otros países es anterior, los años ochenta, pero aquí eclosiona todo en torno a ese año mítico. No es sólo el nacimiento de una nueva generación, sino también de una nueva forma de hacer activismo. LSD y La Radical Gai lo representan muy bien desde Madrid, aunque sus conexiones internacionales fueron básicas, como las que tuvieron con la Act Up-París, que ahora Robin Campillo ha homenajeado en Cannes. O errequeteerre, que fue el primer colectivo que empezó a actuar desde la Universidad, recogiendo este tipo de cuestiones.
La Radi ahondó más en los discursos textuales, LSD más en la representación y la necesidad de generar un imaginario lésbico, totalmente dejado de lado... La idea es que la investigación crezca, hacia atrás y hacia adelante. Junto a ella, la de «Anarchivo sida», que lleva Equipo re, y que es la primera en España que reflexiona críticamente sobre las prácticas culturales y la enfermedad. Qué supuso el sida y qué aportó a la cultura. Qué activismos y discursos se articularon en torno a la pandemia y cuáles son sus efectos actuales.
Supongo que ese es el sentido de las exposiciones.
Así es: plantear qué lecturas podemos hacer de lo que ocurrió hace 25 o 30 años y qué implicaciones tiene todo esto en nuestro ahora. Hay una Historia muy reciente, que ni siquiera estaba contada, pero que conecta con lo que somos hoy. Existe la hipótesis de que parte de la energía política contestataria que activó el 15-M y otro tipo de cuestiones tenía su origen más atrás. Las preguntas ya estaban hechas.
¿Cuál es el origen de todo este material que se despliega ahora?
El «Archivo Queer» está ahora depositado en el Museo Reina Sofía, gracias a una investigación de más de un año, pero fueron donaciones de artistas y activistas que tenían sus contenidos literalmente en su casa. Lo mismo ocurre con «Anarchivo sida», cuyos contenidos vienen de archivos personales, españoles, pero también de Iberoamérica, mucho de Chile, porque hay un deseo así mismo de pensar en global y fuera de los centros hegemónicos. Aquí hay también muy buenos artistas representados, pero los menos son los contenidos previamente institucionalizados. Forman parte de fondos muy precarios, personales, o de asociaciones muy recientes.
¿Por qué las inauguraciones escalonadas?
Porque somos un equipo pequeño. Es una cuestión de recursos y que tampoco queríamos vincularlo todo al World Pride. Que exista como pretexto es estupendo, bienvenido sea, pero no queríamos que todo se concentrara en una semana. Si algo hemos peleado ha sido incidir en que las políticas de género, de diversidad sexual, se tienen que desarrollar durante todo el año. Hemos hecho una propuesta que empezó en abril y terminará en octubre con una concentración de muchos actos en junio, por calendario. Pero hay actividades fundamentales en septiembre como el ciclo de cine «Talking back», de Virginia Villaplana; la presentación del documental «Cárceles bolleras», de Cecilia Montagut en octubre... Madrid tiene derecho a acceder a este tipo de actividades todo el año.
¿La idea es seguir, que haya segunda edición?
¡Ojala! Pero no depende de mí. La pelota está en el tejado del Ayuntamiento. Debería reintegrarse en sus políticas culturales. La cultura está para eso, para generar diálogo y pensamiento, no para colgar un cuadro en una casa.
En el diagrama de Barriuso hay exposiciones clásicas ya como «Radicales libres», «Trangenéricos», «A sangre y fuego»... ¿Es este el proyecto más ambicioso hasta la fecha?
Yo creo que, en términos de duración y de puesta en diálogo a piezas, artistas e investigadores, sin duda alguna. Y la voluntad ha sido no repetirnos, ni hacer de la misma manera. Posiblemente nos equivocaremos en muchas cosas...
Pero ha dicho que esperan crítica, que sería deseable que la hubiera.
La crítica siempre es sana. Hablar y dialogar es necesario. Dentro de la normalidad, la existencia de distintas sensibilidades, de distintos posicionamientos es hasta sano. Hablemos. Nos necesitamos los unos a los otros. También ha existido desde dentro. No ha sido este un proyecto fácil. Y en el diálogo con las instituciones, esto ha sido un milagro.
Aquí hay tela que cortar...
Sí. Llevamos un año trabajando en la que consideramos una propuesta arriesgada, complicada, pero apasionante.
¿A quién se le ocurre todo esto?
«El porvenir de la revuelta» surge en un contexto de relaciones entre artistas, investigadores y activistas. En muchos de los casos, las tres circunstancias se reúnen en las mismas personas, como es mi caso, contando con personas que son investigadores y que han utilizado las prácticas culturales y el arte como un dispositivo político y de activación. El proyecto no es algo que caiga del cielo, no surge de una llamada, sino que nace de un recorrido de décadas, en algunos casos, de gente trabajando sobre este tipo de cuestiones. Es cierto que ahora hay un pretexto, que es la celebración en Madrid del Orgullo Mundial (World Pride), que hay un gobierno municipal más sensibilizado con este tipo de propuestas culturales, y en ese contexto aterrizamos. Yo lo hago como directora artística, pero estoy a todo lo demás, poniendo cables si hace falta...
¿Y qué es «El porvenir de la revuelta»?
Ese es realmente un título de la filósofa y teórica del feminismo Julia Kristeva. Es un libro muy personal y una reflexión sobre qué debería hacer Europa en relación a su propio fracaso. Nosotros lo retomamos como metáfora y lo aplicamos a una necesidad de revuelta en el ámbito de la identidad de género: porque solo es posible reconstruir la Historia a través de la revuelta permanente. Es decir, hace falta que haya gente que siempre esté contestando, dialogando, que esté siempre abierta a reflexionar y criticar lo que se está haciendo. Incluso esperamos que nuestra propuesta tenga una réplica y unas superaciones, porque es un diálogo abierto a pensar qué es la disidencia sexual, cómo ha sido ésta en la Historia de España.
Celebramos también 40 años de las primeras manifestaciones del movimiento homosexual en Barcelona, y por eso el subtítulo de «Memoria y deseo», porque es preciso reactivar una memoria y activar un deseo que no solo es sexual, sino que, a través de la sexualidad, da pie a que se alcance una potencia de aceptación política. De ahí la llamada a la «revuelta». Queremos aceptar a todos los públicos.
Porque se corre el riesgo de que un proyecto así deje fuera a mucha gente. ¿Cómo se consigue convertirlo en algo inclusivo, que el heterosexual sienta deseo de abrazar y compartir algo como esto?
El proyecto está abierto a todos los púbicos en la medida en que interpela a la democracia y a la ampliación de lo vivible. ¿Qué es normal y qué no lo es? Solo esa interrogación abre una discusión en torno a la pertenencia a una comunidad, a una ciudad, a una relación, y a cómo ciertas fronteras normativas que se han impuesto históricamente han generado mucha violencia y mucho odio y muertes. Plantea qué tipo de responsabilidad tienen las instituciones, los poderes, los Estados. Nadie es inocente. Porque esa responsabilidad también corresponde a nuestros vecinos, a todas las personas que nos acompañan. Si hacemos ciudad todo el mundo, si hacemos mundo entre todos, todos tenemos que participar de los diálogos. El arte tiene esa capacidad: la de abrir diálogo, dar pie a nuevos imaginarios, a otras formas de vivir y de protestar. De forma que la heterosexualidad está convocadísima a esta exposición y a toda la programación del proyecto. Y no solo a la especializada. Nos gustaría llegar a los distritos, a gente joven...
Porque se está jugando todo el rato a hacer una lectura desde lo local a lo universal...
El camino va en las dos direcciones. Ambas posiciones se entrecruzan todo el rato. En los noventa, el activismo español, del que yo fui desde mi contexto impulsora, tuvo que mirar afuera, nutrirse de lo que allí pasaba y crear grandes alianzas internacionales, sobre todo por la pandemia del sida, la homofobia, la reacitvación de la misma que trajo la enfermedad. Pero creo que ahora hay toda una generación de jóvenes (y lo percibo como profesora de sociología que soy) que constata la necesidad de revisar nuestra propia Historia. De dónde viene y hacia dónde va el movimiento. Pero sobre todo, de dónde venimos, qué referentes tenemos a todos los niveles. Esa es una generación que ha nacido en la Transición y que necesita de sus propios referentes. Aquí nos planteamos también qué no se nos ha contado: ¿Qué pasaba en los setenta, durante la dictadura? ¿O qué pasaba en los ochenta, además de la Movida? Porque la Movida es lo que ha circulado como imaginario cultural en este país de forma prominente.
La clave siempre está en quién escribe la Historia...
Eso es en lo que estamos con este proyecto: dando la oportunidad de repensar. Frente a toda la teoría de género ya existente, el feminismo atraviesa todo el proyecto, y es necesario realizar una mirada radical en el sentido de ir a la raíz y de poner todo ese tipo de narrativas también en solfa.
Al poner cuarenta años de activismo y teoría «queer» en España sobre la mesa, ¿se observan también tendencias?
A mí me cuesta hablar de modas. Yo creo que estas las crea el mercado. Por eso no puedes dejar de moverte. Lo más «underground» y radical puede ser vendido como pipas a la vuelta de la esquina por la institución. Y aquí no se trata tanto de modas como de contextos sociales. Cada uno lanza una mirada, aunque las lecturas sean las mismas, aunque leas a Marx o a Simone de Beauvoir. Y cada mirada genera una necesidad propia. Sobre todo porque el mundo cambia. Y este no se caracteriza precisamente por ir a una velocidad lenta. Si algo caracteriza a esta época es que no nos da tiempo a interiorizar nuestros propios cambios individuales.
¿Cómo es nuestro contexto actual?
El movimiento LGTB ha tenido su recorrido, eso es evidente. Se nota en las universidades, en las prácticas culturales. Pero también ha habido una fragmentación muy fuerte. No existe ya el gran sujeto político que nos unía en otras décadas. El cambio social es brutal, muchas aceptaciones de formas de vida y familiares, de resignificar la sexualidad, son constatables, pero a la vez confluye una reacción muy conservadora. El capitalismo nos engulle a todos y nos posiciona en lugares muy inadecuados.
Esa sería la siguiente pregunta: el activismo, ¿se ha reactivado o se ha desactivado?
La reacción conservadora es evidente. Por ejemplo aquí, en Conde Duque, se nos ha exigido poner una advertencia en la puerta para indicar que las exposiciones no son aptas para todos los públicos, y que no es recomendable para menores. «Archivo Queer» ha estado anteriormente en el Van Abbemuseum de Eindhoven, donde no fue necesaria esa referencia. Yo manifesté que me parecía inadecuada hacerla aquí porque creo que ya imposibilita a que vengan los adolescentes, los colegios, a una muestra que cuenta con un equipo de mediación. Y colocas al espectador ante la barrera de la ansiedad por el sexo. Encierras en torno a un secreto el imaginario sobre las prácticas de gais o de otros cuerpos y sexualidades frente a la idea generalizada. Por eso es importante que vengan los heterosexuales.
No se puede imponer una mirada conservadora en torno a la sexualidad, porque incluso en los ochenta y noventa no existía. Muchas de las imágenes recogidas en estos archivos circulaban con naturalidad por la calle. Era la época de Reagan, de Tacher, de la losa del sida, pero la sociedad civil, desde determinadas instituciones, activaba dispositivos públicos que eran puro aire fresco. Eso por no hablar de los setenta, de lo que ocurría en Barcelona en las Ramblas. Ahora se impone lo políticamente correcto, que es siempre una trampa para dejar de hablar y dejar de ver. Una mirada neutral es tan peligrosa como no mirar. El respeto sin matices, sin explicación, es una no mirada. Parte del activismo se ha subido a ese carro. En España, por ejemplo, el matrimonio homosexual se aceptó con mucha normalidad pero sin debate. Hay vacíos, y esos vacíos engullen toda la mirada y dan pie a toda una serie de disonancias: ¿Dónde está la educación sexual en este país? Desde esas cuestiones se derriban fronteras, se genera aceptación y se construye democracia.
¿Cómo debemos recorrer «El provenir...»?
Esta es una propuesta que ocupa todas las sedes culturales principales del Ayuntamiento de Madrid. En Conde Duque, lo que se activa hoy, lo que toca, es repensar el archivo. Crear un contra-archivo. ¿Qué es un archivo? ¿Se pueden archivar las experiencias “queer”? ¿Puede haber archivos disidentes en las instituciones? Estas preguntas se responden desde nuestra propia Historia y desde la disidencia de las prácticas sexuales en sus genealogías múltiples. ¿Por qué aquí? Porque esta es la sede del archivo de Madrid. Así fue pensado y por eso este era el lugar. Y hemos acabado en el sótano...
¡En las catacumbas!
Lo que no deja de ser una metáfora. Esto también lo hemos convertido en arte. Estar en las catacumbas es un artefacto artístico; el propio espacio ha sido concebido por el diseñador Jesús Vicente Marín (Oiko Arquitectos) no como un castigo, sino como un capítulo más del juego de lo visible y lo invisible. No todo puede ser transparente y las relaciones humanas también forman parte del misterio que hay que preservar. No todo puede ser explicitado. Y el archivo no es explícito en su totalidad. Se esconde, sale, emerge, y lo importante es marcar lo que ocurre cuando eso ocurre. Eso es lo que a mí me interesa de esta propuesta. Aquí emerge el archivo en esa tensión de hablar del contra-archivo, porque todo tiene su réplica. Como decía, esto viene de atrás y hay mucho material, mucho otro que se ha perdido; pero hay un deseo de reestructurar, junto a otras instituciones (como el Museo Reina Sofía, donde está depositado el Archivo Queer como parte de una investigación que se ha realizado, con Tabakalera-Donostia, con La Internacional...) este rastreo político perdido y constatar a qué puede dar pie cuando reaparece.
De ahí pasamos a CentroCentro.
Allí, a finales de junio se inaugura «Nuestro deseo es una revolución», que comisaría Juan Guardiola y que se comenzó pensando a nivel global, pero que terminó acotando a nuestro contexto, porque nos dimos cuenta al repasar las prácticas audiovisuales y la proyección de lo LGTB sobre el propio medio, de que, por unas necesidades de emergencia del contexto, estas alteraron la técnica de una manera particular. Es innegable que las prácticas visuales se han visto alteradas por la propia práxis de gais, lesbianas y feministas. El mundo anglosajón es el gran referente, pero aquí también han pasado cosas.
En Matadero tendrá lugar «Políticas de la noche».
Eso tiene que ver con la «performance» y con la música, y su título viene de constatar cómo la noche nos ha construido políticamente. Vuelve a ser otro cuarto oscuro, que va emergiendo activando realidades. Repensamos la noche también de forma urbanística (¿cómo se puede vivir la noche sin que todo tenga que ser comercial?), mientras otra parte se ocupa de cómo la noche ha construido nuestro propio deseo y nuestros propios cuerpos; también nuestro propio imaginario político, nuestra propia posibilidad de relacionarnos, rehacernos y repensarnos. La noche nos ha hecho libres: nuestra libertad se construyó a través de las sombras.
Eso serían los tres grandes núcleos, con un montón de ramificaciones.
Así es: por ejemplo, el archivo emergerá y saldrá a la ciudad llevando algunos de sus eslóganes a las marquesinas, a los propios autobuses, a carteles, para ver cómo son leídos por una nueva sociedad que no es la de los setenta u ochenta que los vio nacer. Por otro lado, Javier Saez ha «queerizado» el metro...
Explíqueme qué es eso.
Es un proyecto precioso, que realmente se pensó para la red de metro, pero Ayuntamiento y Comunidad no llegaron a un acuerdo y se va a activar en CentroCentro. En realidad, es proponer una nueva topografía, asignar a cada estación un nuevo nombre propio de la cultura LGTB, para repensar así la Historia. De esta manera descubres de forma sutil qué referentes tienes, quién nombra y cómo nombra. Eso tiene que ver con la memoria, con los afectos...
Y descubrir que hay estaciones que podrían llamarse «Alejandra Pizarnik», «Tracey Chapman» o «Manolo Trillo».
Da mucho de sí, porque a partir de ese mapa se activan pequeñas biografías de esas personas, que no tienen por qué ser grandes artistas o escritores, sino personalidades que han construido esta ciudad, este país, el mundo... El efecto que tiene el mapa es más grande del que pensamos. Nos gustaría, de hecho, acabar con un encuentro de activistas intergeneracionales que aparecen en ese plano en septiembre, todo en tono festivo; sacarlos del metro.
Se ha pensado mucho en la deslocalización por distritos.
Por eso hay actividades específicas para esos contextos y que llegarán o están llegando a los centros de proximidad, las bibliotecas, de Moratalaz a Carabanchel; talleres que desplazan los discursos, sin necesidad de que sea la gente la que se desplaza a las salas de exposiciones. En ellos se mezclará lo discursivo, la investigación, la cultura... «Tocar no dominar», de Diego del Pozo Barriuso en Fuencarral y Retiro, por ejemplo, se ocupará de la homofobia y los crímenes de odio.
Sobre indetidades y familias transexuales versará el de Lucas Platero y Esther Ortega, cuyo guante recoge Miguel Ángel López Sáez, profesor de psicología, que repiensa otros modelos de vida y que sobre todo golpea la línea de flotación binaria hombre-mujer, heterosexual-homosexual. Dejemos de usarlos porque los resultados son fantásticos en cuanto a aceptación. Andrés Senra firma «We are here, we are Queer» repasando la ciudad, estudiando cómo la ocupamos gais, lesbianas, transexuales; cómo nos movemos o que lugares nos encuentran o nos alejan en la misma, generando fronteras invisibles que se traducen al lenguaje del arte. Eso tendrá lugar en Medialab el 30 de junio. También se tendrá en cuenta a la comunidad gitana en Intermediae (María del Carmen Cortés e Iñaki Vázquez), el racismo y la xenofobia en el taller de Leticia Rojas y Francisco Godoy...
Aquí, en Conde Duque, hay un espacio al que han denominado «El Agitador». ¿De qué se trata?
Es un ámbito en el que se convocarán los resultados de experiencias que están teniendo lugar por toda la ciudad, como las conclusiones de los talleres. Siempre hemos dicho que queremos hacer un «archivo vivo». Porque esta es una memoria que se está activando, que se está construyendo todo el rato y tiene que ver con lo que estamos haciendo nosotros aquí pero también con lo que sucede fuera, estando o no previsto. [Su primer «ocupante» es Diego del Pozo Barriuso, con sus diagramas que repasan la Historia LGTB desde la cultura y el activismo].
Vuelvo a esta sede porque aquí realmente se recoge un doble archivo.
«Archivo Queer» recoge todas las prácticas activistas desde comienzos de los noventa. De nuevo 1992 es un detonante, un año de contestación a las Olimpiadas, a la Expo... Ahí emerge toda una generación cultural. En otros países es anterior, los años ochenta, pero aquí eclosiona todo en torno a ese año mítico. No es sólo el nacimiento de una nueva generación, sino también de una nueva forma de hacer activismo. LSD y La Radical Gai lo representan muy bien desde Madrid, aunque sus conexiones internacionales fueron básicas, como las que tuvieron con la Act Up-París, que ahora Robin Campillo ha homenajeado en Cannes. O errequeteerre, que fue el primer colectivo que empezó a actuar desde la Universidad, recogiendo este tipo de cuestiones.
La Radi ahondó más en los discursos textuales, LSD más en la representación y la necesidad de generar un imaginario lésbico, totalmente dejado de lado... La idea es que la investigación crezca, hacia atrás y hacia adelante. Junto a ella, la de «Anarchivo sida», que lleva Equipo re, y que es la primera en España que reflexiona críticamente sobre las prácticas culturales y la enfermedad. Qué supuso el sida y qué aportó a la cultura. Qué activismos y discursos se articularon en torno a la pandemia y cuáles son sus efectos actuales.
Supongo que ese es el sentido de las exposiciones.
Así es: plantear qué lecturas podemos hacer de lo que ocurrió hace 25 o 30 años y qué implicaciones tiene todo esto en nuestro ahora. Hay una Historia muy reciente, que ni siquiera estaba contada, pero que conecta con lo que somos hoy. Existe la hipótesis de que parte de la energía política contestataria que activó el 15-M y otro tipo de cuestiones tenía su origen más atrás. Las preguntas ya estaban hechas.
¿Cuál es el origen de todo este material que se despliega ahora?
El «Archivo Queer» está ahora depositado en el Museo Reina Sofía, gracias a una investigación de más de un año, pero fueron donaciones de artistas y activistas que tenían sus contenidos literalmente en su casa. Lo mismo ocurre con «Anarchivo sida», cuyos contenidos vienen de archivos personales, españoles, pero también de Iberoamérica, mucho de Chile, porque hay un deseo así mismo de pensar en global y fuera de los centros hegemónicos. Aquí hay también muy buenos artistas representados, pero los menos son los contenidos previamente institucionalizados. Forman parte de fondos muy precarios, personales, o de asociaciones muy recientes.
¿Por qué las inauguraciones escalonadas?
Porque somos un equipo pequeño. Es una cuestión de recursos y que tampoco queríamos vincularlo todo al World Pride. Que exista como pretexto es estupendo, bienvenido sea, pero no queríamos que todo se concentrara en una semana. Si algo hemos peleado ha sido incidir en que las políticas de género, de diversidad sexual, se tienen que desarrollar durante todo el año. Hemos hecho una propuesta que empezó en abril y terminará en octubre con una concentración de muchos actos en junio, por calendario. Pero hay actividades fundamentales en septiembre como el ciclo de cine «Talking back», de Virginia Villaplana; la presentación del documental «Cárceles bolleras», de Cecilia Montagut en octubre... Madrid tiene derecho a acceder a este tipo de actividades todo el año.
¿La idea es seguir, que haya segunda edición?
¡Ojala! Pero no depende de mí. La pelota está en el tejado del Ayuntamiento. Debería reintegrarse en sus políticas culturales. La cultura está para eso, para generar diálogo y pensamiento, no para colgar un cuadro en una casa.
En el diagrama de Barriuso hay exposiciones clásicas ya como «Radicales libres», «Trangenéricos», «A sangre y fuego»... ¿Es este el proyecto más ambicioso hasta la fecha?
Yo creo que, en términos de duración y de puesta en diálogo a piezas, artistas e investigadores, sin duda alguna. Y la voluntad ha sido no repetirnos, ni hacer de la misma manera. Posiblemente nos equivocaremos en muchas cosas...
Pero ha dicho que esperan crítica, que sería deseable que la hubiera.
La crítica siempre es sana. Hablar y dialogar es necesario. Dentro de la normalidad, la existencia de distintas sensibilidades, de distintos posicionamientos es hasta sano. Hablemos. Nos necesitamos los unos a los otros. También ha existido desde dentro. No ha sido este un proyecto fácil. Y en el diálogo con las instituciones, esto ha sido un milagro.
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