Ediciones Capirote, Barcelona : 2014 [02]
297 p.
13 €
/ ES / REC
/ Barcelona / Crónicas / Literatura / Persecuciones políticas / Poesía / Prisiones / Suicidios / Testimonios
Pocas veces quedan tan al descubierto los engranajes de una sociedad autoritaria como cuando se conjuran al unísono contra la suerte de un individuo. La noche del 4 de febrero de 2006, Barcelona vio cómo, ante la falta de culpables concretos de un suceso, se detenía a varias personas inocentes bajo criterios claramente discriminatorios. Patricia ni siquiera se encontraba en el lugar de los hechos. Un accidente de bici y una visita al hospital donde se hallaban los primeros detenidos de esa noche, propició que la policía se hiciera con ella como una pieza más, cazada por sus vistosos colores. En este libro Patricia lo explica con todo detalle. Pero lo más grave es que la cosa no quedó en un mero abuso policial como hay tantos, sino que acabó convirtiéndose en una tormenta perfecta de la corrupción global de este sistema. Policías, políticos, jueces, periodistas, funcionarios, e incluso médicos... todos se aliaron para hacer de Patricia un chivo expiatorio que aliviara sus respectivos intereses en juego. Que todo indicara -pruebas incluidas- que ella era inocente, no sirvió más que para hacer más compacto el acuerdo del grupo siniestro de conjurados en el montaje. Al final, la muerte de Patricia no añadía nada a su inocencia, aunque quizá sí quitaba la venda de los ojos a los que aún creían en el sueño de una democracia podrida en sus cimientos.
La noche del 4 de febrero de 2006 Patricia y Alex vuelven de un paseo en bicicleta y sufren un percance. Nada grave, magulladuras y sangre. Lo suficiente para acabar en urgencias en el Hospital del Mar, por si acaso.
Esa misma noche la Policia Local disuelve una fiesta rave en el antiguo Palau Alòs, en la calle Sant Pere Més Baix, ocupado desde el año 2002. En la refriega una maceta impacta en la cabeza de un agente y lo dejará tetrapléjico. Luego se cambiará la versión para atribuir la agresión a una pedrada lanzada a pie de calle (los informes médicos que cuestionan esa posibilidad son considerados irrelevantes). Varios agentes acaban en el Hospital del Mar.
En el Hospital del Mar coinciden agentes y detenidos en la refriega con Patricia, que espera turno para una radiografía. Uno de los agentes la identifica, basándose en su manera de vestir, como una de las participantes en los enfrentamientos. Más surrealista aún, la describe por teléfono a un compañero y éste la identifica como la autora de haberle arrojado una valla metálica que le ha producido una herida leve en la pierna, convirtiéndola así en una especie de mujer biónica. Patricia es detenida.
Patricia Heras Méndez, madrileña, estudiante de filología en la Universidad de Barcelona, escribe también poesía y es descrita por sus profesores como alguien extremadamente sensible y con una gran cultura. La jueza de instrucción número 18 de Barcelona en aquel momento, María del Carmen García Martínez, prefiere dar credibilidad a la declaración de los policías municipales y dicta prisión. Es la misma jueza que también dictará prisión para tres manifestantes de la huelga general del 29M sin pruebas.
En octubre de 2010 Patricia ingresa en Wad Ras de Barcelona con una condena de tres años. El 18 de diciembre se le concede el tercer grado a cambio de reconocerse autora de los hechos imputados y declararse arrepentida de los mismos.
Patricia entra en la dinámica de salir de la cárcel y respirar un breve simulacro de libertad para volver a pernoctar en prisión. “Esta situación es una puta locura, joder, ni retomo mi vida ni vuelvo a mi realidad, porque justo cuando estoy a punto de… me tengo que volver a marchar”. La tarde del martes 26 de abril no aguanta más. Sale al balcón de su casa y con las alas rotas se arroja al vacío.
(PD: La declaración de los agentes Bakary Samyang y Víctor Bayona fue determinante para el encarcelamiento de Patricia y un grupo de jóvenes sin antecedentes y la mayoría extranjeros. Son los mismo agentes que se ven envueltos en una trifulca en una discoteca en octubre de 2006 y que acaba con el joven Yuri Jardine, al que intentan implicar con pruebas falsas como camello, detenido y torturado (golpes y cigarrillos) en la comisaría de Zona Franca. Pero mira por dónde Yuri Jardine, además de extranjero y mulato resulta ser el hijo del embajador de Trinidad y Tobago en Noruega. Bakary Samyang y Víctor Bayona serán inhabilitados y condenados a prisión por torturas por la Audiencia Provincial de Barcelona).
La noche del 4 de febrero de 2006 Patricia y Alex vuelven de un paseo en bicicleta y sufren un percance. Nada grave, magulladuras y sangre. Lo suficiente para acabar en urgencias en el Hospital del Mar, por si acaso.
Esa misma noche la Policia Local disuelve una fiesta rave en el antiguo Palau Alòs, en la calle Sant Pere Més Baix, ocupado desde el año 2002. En la refriega una maceta impacta en la cabeza de un agente y lo dejará tetrapléjico. Luego se cambiará la versión para atribuir la agresión a una pedrada lanzada a pie de calle (los informes médicos que cuestionan esa posibilidad son considerados irrelevantes). Varios agentes acaban en el Hospital del Mar.
En el Hospital del Mar coinciden agentes y detenidos en la refriega con Patricia, que espera turno para una radiografía. Uno de los agentes la identifica, basándose en su manera de vestir, como una de las participantes en los enfrentamientos. Más surrealista aún, la describe por teléfono a un compañero y éste la identifica como la autora de haberle arrojado una valla metálica que le ha producido una herida leve en la pierna, convirtiéndola así en una especie de mujer biónica. Patricia es detenida.
Patricia Heras Méndez, madrileña, estudiante de filología en la Universidad de Barcelona, escribe también poesía y es descrita por sus profesores como alguien extremadamente sensible y con una gran cultura. La jueza de instrucción número 18 de Barcelona en aquel momento, María del Carmen García Martínez, prefiere dar credibilidad a la declaración de los policías municipales y dicta prisión. Es la misma jueza que también dictará prisión para tres manifestantes de la huelga general del 29M sin pruebas.
En octubre de 2010 Patricia ingresa en Wad Ras de Barcelona con una condena de tres años. El 18 de diciembre se le concede el tercer grado a cambio de reconocerse autora de los hechos imputados y declararse arrepentida de los mismos.
Patricia entra en la dinámica de salir de la cárcel y respirar un breve simulacro de libertad para volver a pernoctar en prisión. “Esta situación es una puta locura, joder, ni retomo mi vida ni vuelvo a mi realidad, porque justo cuando estoy a punto de… me tengo que volver a marchar”. La tarde del martes 26 de abril no aguanta más. Sale al balcón de su casa y con las alas rotas se arroja al vacío.
(PD: La declaración de los agentes Bakary Samyang y Víctor Bayona fue determinante para el encarcelamiento de Patricia y un grupo de jóvenes sin antecedentes y la mayoría extranjeros. Son los mismo agentes que se ven envueltos en una trifulca en una discoteca en octubre de 2006 y que acaba con el joven Yuri Jardine, al que intentan implicar con pruebas falsas como camello, detenido y torturado (golpes y cigarrillos) en la comisaría de Zona Franca. Pero mira por dónde Yuri Jardine, además de extranjero y mulato resulta ser el hijo del embajador de Trinidad y Tobago en Noruega. Bakary Samyang y Víctor Bayona serán inhabilitados y condenados a prisión por torturas por la Audiencia Provincial de Barcelona).
Anonadada con la bestia
'Poeta muerta' recoge los escritos de Patricia Heras, arrastrada por el montaje en torno al caso 4F.
Layla Martínez | Diagonal, 2014-09-13
https://www.diagonalperiodico.net/culturas/22487-anonadada-con-la-bestia.html
Eran alrededor de las seis y media de la mañana cuando Patricia y Alfredo volvían a casa. Había sido una noche larga, y la bici en la que iban montados se tambaleaba de un lado a otro de la calle. A esas horas, Barcelona era una ciudad silenciosa y oscura, pero en las horas siguientes lo sería aún más. Al girar la esquina de la calle Lluís Companys se fueron al suelo entre risas. Los dos sangraban y estaban aturdidos, así que los ocupantes de un coche que estaba aparcado en la calle llamaron a una ambulancia. La llamada queda registrada a las siete en punto de la mañana. Según el parte de urgencias, ingresan en el Hospital del Mar treinta y ocho minutos más tarde.
Alf necesita sutura, y Patricia espera en una sala que se cae a pedazos, entre enfermos que exigen su medicación a gritos. Los minutos pasan lentos en la sala de espera, pero el tiempo está a punto de alargarse aún más, de dilatarse hasta hacer que todo pierda sentido. Patricia tiene ganas de irse a casa. Las sillas de plástico están sucias y a su alrededor la gente no para de gritar. En algún momento, cerca de las nueve de la mañana, decide ir al baño. El espejo le muestra un rostro lleno de marcas y hematomas, pero la peor parte se la ha llevado Alf. Cuando sale del baño, la sala de espera está abarrotada. Varios guardias urbanos vigilan a tres chicos que permanecen esposados de cara a la pared. Los detenidos son jóvenes y están sucios y ensangrentados. Tienen aspecto de haber recibido muchos golpes, tantos que apenas logran mantenerse en pie. Patricia vuelve a su asiento, pero uno de los policías se fija en ella. El tiempo se detiene unos instantes, como sucede justo antes de que todo se derrumbe. Se acerca y le grita que se vacíe los bolsillos. Unos segundos después está detenida, acusada de homicidio. Los resortes del sistema se acaban de poner en marcha, y no van a detenerse hasta destrozar a todos los que fueron detenidos aquella noche. El montaje del 4F acaba de comenzar.
El montaje policial
Lo sucedido en aquella sala de espera del Hospital del Mar marcaba el inicio de uno de los casos de corrupción policial, judicial y política más graves de los últimos años. Rodrigo Lanza, Álex Cisternas y Juan Pintos, los tres jóvenes que Patricia había visto esposados al salir del baño, habían sido detenidos poco antes, en el desalojo de una okupa en Saint Pere mès Baix. Cuando los mossos decidieron entrar, en el interior del edificio se estaba celebrando una fiesta con más de tres mil personas, así que no dudaron en desplegar toda la violencia de que son capaces. Dentro de la casa se defendieron como pudieron. De algún lugar de los pisos superiores cayó una maceta que golpeó a un antidisturbios, provocándole lesiones importantes. Ninguno de los jóvenes fue detenido en el interior del edificio, pero no importó. Todos fueron acusados de intento de homicidio.
El día después del desalojo, Joan Clos, que entonces era alcalde de la ciudad, mantuvo esta versión delante de los medios de comunicación, pero no tardará en cambiarla. Sin explicar por qué, en sus siguientes comparecencias dirá que las lesiones fueron producidas por una piedra lanzada desde la calle. Aquella versión, que se convertirá en la oficial, permitía mantener la acusación de los detenidos, que, de otra forma, hubiesen sido absueltos porque no se encontraban dentro del edificio cuando cayó la maceta. Durante el juicio, varios expertos rechazaron la hipótesis de la piedra basándose en las heridas que tenía el agente, pero no sirvió de nada. La mentira debía mantenerse. El sistema ya había decidido hacerles pagar a ellos lo sucedido durante el desalojo, y no iba a parar hasta destrozarles la vida. Después de un juicio plagado de irregularidades, la Audiencia Provincial de Barcelona condenaba a cinco años de cárcel a Rodrigo Lanza, a tres años y tres meses a Álex Cisternas y Juan Pintos, y a tres años a Patricia Heras. Todos ingresarían en prisión. La única excepción fue Alfredo, que a pesar de haber sido detenido junto con Patricia en el hospital y condenado posteriormente a prisión, sería indultado. A finales de abril de 2011, seis meses después de entrar en prisión, Patricia decidió suicidarse durante un permiso penitenciario.
El libro
Las páginas en las que Patricia describe lo sucedido aquella noche son las más terribles del libro. La violencia del sistema se dejó sentir de muchas maneras en aquel proceso, pero la arbitrariedad de su detención es aterradora. Como en muchos otros casos, los detenidos fueron escogidos al azar, sin importar siquiera que no hubiesen estado allí. Como en muchos otros casos, fueron torturados primero por la policía y después por el sistema penitenciario, obligados a pasar varios años de su vida en esos agujeros que el sistema llama cárceles. Sin embargo, esta vez tenemos los textos de Patricia, es ella la que nos cuenta con detalle cómo se pusieron en marcha los engranajes que convirtieron un accidente de bici en una condena de tres años de prisión. No importaron las pruebas de la defensa, las declaraciones del personal de la ambulancia, los constantes cambios de versión de la acusación, las condenas por torturas a los dos policías cuyo testimonio sirvió para inculpar a los detenidos. Los acusados estaban condenados mucho antes de que se celebrase el juicio. Los condenaron mientras los detenían, mientras los maltrataban en los traslados en furgón, mientras los torturaban en el sótano de la comisaría. Los condenaron cuando tuvieron la mala suerte de que un policía se fijase en ellos.
Pero el libro no es sólo un relato de represión, dominación y dolor. Patricia también es capaz de emocionarnos con sus poemas oscuros y salvajes, de hacernos reír con sus anécdotas de una Barcelona muy alejada del parque temático para turistas en la que se empeñan en convertirla. Patricia no fue sólo aquella chica que tuvo la mala suerte de encontrarse con la policía en una sala de espera Patricia no fue sólo aquella chica que tuvo la mala suerte de encontrarse con la policía en una sala de espera, sino también muchas otras cosas, y todas están en el libro: sus trabajos precarios, su activismo queer y post-porno, sus recuerdos de un Madrid hecho pedazos, su ropa siniestra, sus infiernos y paraísos personales. El libro no es sólo un relato del horror de aquel montaje, también es una especie de biografía fragmentaria, de vivisección hecha por ella misma. Quizá como una forma de permanecer. Como la manera de perdurar que eligió alguien que siempre tuvo más miedo de vivir como no deseaba que de morir.
Alf necesita sutura, y Patricia espera en una sala que se cae a pedazos, entre enfermos que exigen su medicación a gritos. Los minutos pasan lentos en la sala de espera, pero el tiempo está a punto de alargarse aún más, de dilatarse hasta hacer que todo pierda sentido. Patricia tiene ganas de irse a casa. Las sillas de plástico están sucias y a su alrededor la gente no para de gritar. En algún momento, cerca de las nueve de la mañana, decide ir al baño. El espejo le muestra un rostro lleno de marcas y hematomas, pero la peor parte se la ha llevado Alf. Cuando sale del baño, la sala de espera está abarrotada. Varios guardias urbanos vigilan a tres chicos que permanecen esposados de cara a la pared. Los detenidos son jóvenes y están sucios y ensangrentados. Tienen aspecto de haber recibido muchos golpes, tantos que apenas logran mantenerse en pie. Patricia vuelve a su asiento, pero uno de los policías se fija en ella. El tiempo se detiene unos instantes, como sucede justo antes de que todo se derrumbe. Se acerca y le grita que se vacíe los bolsillos. Unos segundos después está detenida, acusada de homicidio. Los resortes del sistema se acaban de poner en marcha, y no van a detenerse hasta destrozar a todos los que fueron detenidos aquella noche. El montaje del 4F acaba de comenzar.
El montaje policial
Lo sucedido en aquella sala de espera del Hospital del Mar marcaba el inicio de uno de los casos de corrupción policial, judicial y política más graves de los últimos años. Rodrigo Lanza, Álex Cisternas y Juan Pintos, los tres jóvenes que Patricia había visto esposados al salir del baño, habían sido detenidos poco antes, en el desalojo de una okupa en Saint Pere mès Baix. Cuando los mossos decidieron entrar, en el interior del edificio se estaba celebrando una fiesta con más de tres mil personas, así que no dudaron en desplegar toda la violencia de que son capaces. Dentro de la casa se defendieron como pudieron. De algún lugar de los pisos superiores cayó una maceta que golpeó a un antidisturbios, provocándole lesiones importantes. Ninguno de los jóvenes fue detenido en el interior del edificio, pero no importó. Todos fueron acusados de intento de homicidio.
El día después del desalojo, Joan Clos, que entonces era alcalde de la ciudad, mantuvo esta versión delante de los medios de comunicación, pero no tardará en cambiarla. Sin explicar por qué, en sus siguientes comparecencias dirá que las lesiones fueron producidas por una piedra lanzada desde la calle. Aquella versión, que se convertirá en la oficial, permitía mantener la acusación de los detenidos, que, de otra forma, hubiesen sido absueltos porque no se encontraban dentro del edificio cuando cayó la maceta. Durante el juicio, varios expertos rechazaron la hipótesis de la piedra basándose en las heridas que tenía el agente, pero no sirvió de nada. La mentira debía mantenerse. El sistema ya había decidido hacerles pagar a ellos lo sucedido durante el desalojo, y no iba a parar hasta destrozarles la vida. Después de un juicio plagado de irregularidades, la Audiencia Provincial de Barcelona condenaba a cinco años de cárcel a Rodrigo Lanza, a tres años y tres meses a Álex Cisternas y Juan Pintos, y a tres años a Patricia Heras. Todos ingresarían en prisión. La única excepción fue Alfredo, que a pesar de haber sido detenido junto con Patricia en el hospital y condenado posteriormente a prisión, sería indultado. A finales de abril de 2011, seis meses después de entrar en prisión, Patricia decidió suicidarse durante un permiso penitenciario.
El libro
Las páginas en las que Patricia describe lo sucedido aquella noche son las más terribles del libro. La violencia del sistema se dejó sentir de muchas maneras en aquel proceso, pero la arbitrariedad de su detención es aterradora. Como en muchos otros casos, los detenidos fueron escogidos al azar, sin importar siquiera que no hubiesen estado allí. Como en muchos otros casos, fueron torturados primero por la policía y después por el sistema penitenciario, obligados a pasar varios años de su vida en esos agujeros que el sistema llama cárceles. Sin embargo, esta vez tenemos los textos de Patricia, es ella la que nos cuenta con detalle cómo se pusieron en marcha los engranajes que convirtieron un accidente de bici en una condena de tres años de prisión. No importaron las pruebas de la defensa, las declaraciones del personal de la ambulancia, los constantes cambios de versión de la acusación, las condenas por torturas a los dos policías cuyo testimonio sirvió para inculpar a los detenidos. Los acusados estaban condenados mucho antes de que se celebrase el juicio. Los condenaron mientras los detenían, mientras los maltrataban en los traslados en furgón, mientras los torturaban en el sótano de la comisaría. Los condenaron cuando tuvieron la mala suerte de que un policía se fijase en ellos.
Pero el libro no es sólo un relato de represión, dominación y dolor. Patricia también es capaz de emocionarnos con sus poemas oscuros y salvajes, de hacernos reír con sus anécdotas de una Barcelona muy alejada del parque temático para turistas en la que se empeñan en convertirla. Patricia no fue sólo aquella chica que tuvo la mala suerte de encontrarse con la policía en una sala de espera Patricia no fue sólo aquella chica que tuvo la mala suerte de encontrarse con la policía en una sala de espera, sino también muchas otras cosas, y todas están en el libro: sus trabajos precarios, su activismo queer y post-porno, sus recuerdos de un Madrid hecho pedazos, su ropa siniestra, sus infiernos y paraísos personales. El libro no es sólo un relato del horror de aquel montaje, también es una especie de biografía fragmentaria, de vivisección hecha por ella misma. Quizá como una forma de permanecer. Como la manera de perdurar que eligió alguien que siempre tuvo más miedo de vivir como no deseaba que de morir.
DOCUMENTACIÓN
El pulso herido de la Patri
Poemas y escritos de la 'poeta muerta'. Condenada a tres años por los hechos del 4-F, Patricia Heras siempre mantuvo su inocencia y se suicidó en un permiso carcelario. Sus amigas recogieron sus poesías y textos en el libro 'Poeta muerta'. Una de ellas ha elegido algunas piezas y nos acerca a su figura.
Helen Torres | El Periódico, 2015-01-25
http://www.elperiodico.com/es/noticias/ocio-y-cultura/pulso-herido-patri-3879872
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ENLACES
Facebook | Poeta muerta, El libro
https://www.facebook.com/poetadifunta
Blog | Poeta muerta : putas cárceles de papel
http://poetadifunta.blogspot.com.es/
Web | Desmontaje 4F
http://www.desmontaje4f.org/