Nemo, ganador de Eurovisión // |
Elle, el ‘bullying’ y los extravagantes
Pedro Vallín | La Vanguardia, 2024-05-13
https://www.lavanguardia.com/opinion/20240513/9635990/elle-bullying-extravagantes.html
La creciente conciencia de la dignidad humana es la repugnancia ante los hechos indignos, explica a menudo el filósofo Javier Gomá. De modo que esa dignidad ensanchada es la razón de que nos sintamos tan a menudo ultrajados en carne propia y ajena. Siempre que sepamos domeñar nuestro escándalo para que no nos aboque al cinismo, que es la rendición de la inteligencia y la voluntad, ese rechazo a cuanto de malo ocurre es una buena noticia, pues habla de lo mucho que hoy nos importan nuestra dignidad y la de todos.
De ahí proceden las disputas que estos días han venido rodeando el festival de Eurovisión y la contestación y crítica populares a las que han sido sometidos los organizadores, mientras determinados lobbies ejercían su presión en sentido contrario. Pero en el 2024, como ya dijimos meses atrás, ninguna causa puede soportar las imágenes de los niños muertos.
Esa dignidad ensanchada de la modernidad no solo se plasma en el boicot de muchos espectadores al festival por su total ausencia de compromiso ante el genocidio palestino, y en su reverso, en esa suerte de neosionismo reaccionario español –quién te ha visto y quién te ve– que se dejó los cuartos para votar muchas veces por Israel.
También, en otro orden de escala, se expresa en la cortesía con la que los locutores de RTVE se ajustaron al lenguaje inclusivo al referirse a los intérpretes de Suiza –Nemo– e Irlanda –Bambie Thug–pues ambos se habían declarado de género no binario, representando a dos de los países que más en serio se tomaron su participación y cuya audacia musical, temática y formal fue premiada por los jurados y el público.
Si Nemo presentaba una estupenda declaración ‘queer’ en forma de himno, Bambie Thug se entregó a una sinfónica misa negra, pentáculo incluido, de un goticismo enloquecido en que se cruzaban Neil Gaiman y David Cronenberg.
La extravagancia es una luminosa conquista de la libertad –seguimos robando del cuaderno de apuntes de Gomá–, no solo por lo que supone de construcción libérrima de identidad (que a menudo es más prisión que horizonte) sino, mucho más importante, por lo que comporta de capricho, por su ausencia de función productiva.
Cuando con ceño fruncido señalamos ante los extravagantes “qué necesidad”, estamos verbalizando en qué medida es importante por no atender a utilidad alguna. Esa ausencia de función es la civilización, pues el progreso consistente en dar por resuelto lo urgente –no morir y no pasar hambre ni frío– para centrarnos en lo importante: la moral, la belleza, la extravagancia y lo placentero.
El archidiácono del misterio, Iker Jiménez, bromeaba con la condición no binaria de Nemo y el uso del lenguaje inclusivo en RTVE. ‘Bullying’ de baja intensidad por gentileza de quien es posible que fuera el rarito de la clase. Y esa es solo la primera paradoja. La segunda es qué fácil resulta creer en fantasmas y marcianos y descreer de lo que existe ante ti. Porque existen. Y ganan.
De ahí proceden las disputas que estos días han venido rodeando el festival de Eurovisión y la contestación y crítica populares a las que han sido sometidos los organizadores, mientras determinados lobbies ejercían su presión en sentido contrario. Pero en el 2024, como ya dijimos meses atrás, ninguna causa puede soportar las imágenes de los niños muertos.
Esa dignidad ensanchada de la modernidad no solo se plasma en el boicot de muchos espectadores al festival por su total ausencia de compromiso ante el genocidio palestino, y en su reverso, en esa suerte de neosionismo reaccionario español –quién te ha visto y quién te ve– que se dejó los cuartos para votar muchas veces por Israel.
También, en otro orden de escala, se expresa en la cortesía con la que los locutores de RTVE se ajustaron al lenguaje inclusivo al referirse a los intérpretes de Suiza –Nemo– e Irlanda –Bambie Thug–pues ambos se habían declarado de género no binario, representando a dos de los países que más en serio se tomaron su participación y cuya audacia musical, temática y formal fue premiada por los jurados y el público.
Si Nemo presentaba una estupenda declaración ‘queer’ en forma de himno, Bambie Thug se entregó a una sinfónica misa negra, pentáculo incluido, de un goticismo enloquecido en que se cruzaban Neil Gaiman y David Cronenberg.
La extravagancia es una luminosa conquista de la libertad –seguimos robando del cuaderno de apuntes de Gomá–, no solo por lo que supone de construcción libérrima de identidad (que a menudo es más prisión que horizonte) sino, mucho más importante, por lo que comporta de capricho, por su ausencia de función productiva.
Cuando con ceño fruncido señalamos ante los extravagantes “qué necesidad”, estamos verbalizando en qué medida es importante por no atender a utilidad alguna. Esa ausencia de función es la civilización, pues el progreso consistente en dar por resuelto lo urgente –no morir y no pasar hambre ni frío– para centrarnos en lo importante: la moral, la belleza, la extravagancia y lo placentero.
El archidiácono del misterio, Iker Jiménez, bromeaba con la condición no binaria de Nemo y el uso del lenguaje inclusivo en RTVE. ‘Bullying’ de baja intensidad por gentileza de quien es posible que fuera el rarito de la clase. Y esa es solo la primera paradoja. La segunda es qué fácil resulta creer en fantasmas y marcianos y descreer de lo que existe ante ti. Porque existen. Y ganan.
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