Imagen: Canino |
Azul Corrosivo | Canino, 2015-12-29
http://www.caninomag.es/el-ano-en-el-que-solo-lei-libros-escritos-por-mujeres/
En febrero de 2015 me propuse pasar el año leyendo libros escritos exclusivamente por mujeres. Haciendo balance: no he mutado, no me he convertido en un pavo y, además, no me he perdido nada. Tras toda una vida poniéndome en los ojos de los hombres, el consumo continuo de la visión femenina me ha quitado una sed que ni siquiera era consciente de tener.
En la literatura, al igual que en el resto de disciplinas, las mujeres han sido invisibilizadas por los hombres. Hasta hace relativamente poco, debían usar un pseudónimo masculino para poder publicar sus obras, facilitando así la recepción favorable de sus escritos, como Cecilia Böhl de Faber o, más cerca en el tiempo, J. K. Rowling, cuyo uso de las iniciales no es más que una búsqueda de ambigüedad. Incluso hoy, el trabajo de unos y otros no se valora en la misma medida: se cuelga la etiqueta de “literatura femenina” con un tono peyorativo, como en el caso de la novela romántica, totalmente estigmatizada; y los géneros específicos, como el cómic feminista, son prácticamente desconocidos. Nos han hecho creer que la literatura masculina es una narración universal y que la nuestra es particular, excluyente, específica.
No todas las mujeres escriben como mujeres ni para mujeres, pero los obstáculos a los que se han enfrentado a lo largo de la historia han favorecido la aparición de una literatura propia. Primero: las mujeres escriben más sobre mujeres. Conocen sus problemas propios, sus desigualdades diarias y sus recovecos sociales; tienen en cuenta sus intereses y preocupaciones con una sensibilidad que rara vez se encuentra en la narración masculina. En definitiva: conectan con nosotras. Las escritoras introducen más personajes femeninos, más variados y, por lo tanto, más humanos y profundos. Aun así, hay mucha resistencia a compartir el olimpo de los dioses literarios: para los escritores es más cómodo afianzar estereotipos que les ponen a ellos en el centro del cosmos.
Durante este año de lectura exclusivamente femenina, he descubierto otros prismas con los que mirar el mundo. He disfrutado de la construcción de personajes y ha sido refrescante dejar de lado las representaciones esquemáticas y maniqueas de los personajes femeninos. En 2015, no solo ha habido madres, santas, putas, manipuladoras, pérfidas o tontas como único plano; ha habido dudas, ilusiones, miedos, ambiciones, amistades y contradicciones. No he sentido que estuviera renunciando a nada dejando de leer a escritores por unos meses, y he recorrido las historias de estas mujeres con una visión más cómoda, protegida y a gusto entre sus páginas. Un poco como llegar a casa y quitarse el sujetador.
Hombres y mujeres cuentan el mundo desde sus propias vivencias y sensaciones, generalmente desde lugares diferentes, y ya va siendo hora de ponerse en los zapatos de la otra mitad de la población. Fuera de los estereotipos románticos, este año he leído novelas de ciencia ficción maravillosas, como ‘El cuento de la criada’ (1985) de Margaret Atwood, ‘La mano izquierda de la oscuridad’ (1969) de Ursula K. Le Guin o la trilogía ‘Mendigos’ (1991-1996) de Nancy Kress; he releído el terror demencial y exasperante del ‘Frankenstein’ (1818) de Mary Shelley; las vivencias de Amélie Nothomb en ‘Estupor y temblores’ (2002); el canto a la libertad de Charlotte Perkins en el relato ‘El papel pintado de amarillo’ (1892); ensayos dinamitadores como ‘Teoría King Kong’ (2007) de Virginie Despentes o ‘Las nuevas formas de la guerra y el cuerpo de las mujeres’ (2014) de Rita Laura Segato; el tono ácido e irónico de Caitlin Moran en ‘Cómo ser mujer’ (2013); la ventana hacia la oscuridad del espíritu y los monstruos de ‘Siempre hemos vivido en el castillo’ (1962) de Shirley Jackson; o ‘La historia de Genji’, un manuscrito de Murasaki Shikibu escrito en el siglo XI y dirigido a las mujeres de la realeza del periodo Heian. Todos ellos están disponibles en el Tumblr Biblioteca Feminista.
Hay millones de opciones. Antes de Sylvia Plath estuvo Virginia Woolf, antes de ella estuvo Jane Austen, y antes de ella ya estaba Mary Wollestonecraft, y antes María de Francia o Christine de Pizan. Las voces femeninas, más o menos reivindicativas, siempre han estado ahí. En las editoriales más abiertas a recibir escritoras, el porcentaje de creadoras no suele superar el 25%; en las estanterías de las librerías y en centros educativos y universidades, los autores masculinos siguen copando el grueso de la programación; y la actividad de lectoras y escritoras va asociada a la baja cultura y a la literatura “menor” o subliteratura. Tenemos que luchar por visibilizar y normalizar la presencia de mujeres en la literatura, empezando por conocer su visión en los diferentes géneros para ampliar el espectro de posibilidades. Busquen, lean, recomienden, presten ejemplares, regalen libros escritos por mujeres. En 2016, pueden hacer la prueba.
En la literatura, al igual que en el resto de disciplinas, las mujeres han sido invisibilizadas por los hombres. Hasta hace relativamente poco, debían usar un pseudónimo masculino para poder publicar sus obras, facilitando así la recepción favorable de sus escritos, como Cecilia Böhl de Faber o, más cerca en el tiempo, J. K. Rowling, cuyo uso de las iniciales no es más que una búsqueda de ambigüedad. Incluso hoy, el trabajo de unos y otros no se valora en la misma medida: se cuelga la etiqueta de “literatura femenina” con un tono peyorativo, como en el caso de la novela romántica, totalmente estigmatizada; y los géneros específicos, como el cómic feminista, son prácticamente desconocidos. Nos han hecho creer que la literatura masculina es una narración universal y que la nuestra es particular, excluyente, específica.
No todas las mujeres escriben como mujeres ni para mujeres, pero los obstáculos a los que se han enfrentado a lo largo de la historia han favorecido la aparición de una literatura propia. Primero: las mujeres escriben más sobre mujeres. Conocen sus problemas propios, sus desigualdades diarias y sus recovecos sociales; tienen en cuenta sus intereses y preocupaciones con una sensibilidad que rara vez se encuentra en la narración masculina. En definitiva: conectan con nosotras. Las escritoras introducen más personajes femeninos, más variados y, por lo tanto, más humanos y profundos. Aun así, hay mucha resistencia a compartir el olimpo de los dioses literarios: para los escritores es más cómodo afianzar estereotipos que les ponen a ellos en el centro del cosmos.
Durante este año de lectura exclusivamente femenina, he descubierto otros prismas con los que mirar el mundo. He disfrutado de la construcción de personajes y ha sido refrescante dejar de lado las representaciones esquemáticas y maniqueas de los personajes femeninos. En 2015, no solo ha habido madres, santas, putas, manipuladoras, pérfidas o tontas como único plano; ha habido dudas, ilusiones, miedos, ambiciones, amistades y contradicciones. No he sentido que estuviera renunciando a nada dejando de leer a escritores por unos meses, y he recorrido las historias de estas mujeres con una visión más cómoda, protegida y a gusto entre sus páginas. Un poco como llegar a casa y quitarse el sujetador.
Hombres y mujeres cuentan el mundo desde sus propias vivencias y sensaciones, generalmente desde lugares diferentes, y ya va siendo hora de ponerse en los zapatos de la otra mitad de la población. Fuera de los estereotipos románticos, este año he leído novelas de ciencia ficción maravillosas, como ‘El cuento de la criada’ (1985) de Margaret Atwood, ‘La mano izquierda de la oscuridad’ (1969) de Ursula K. Le Guin o la trilogía ‘Mendigos’ (1991-1996) de Nancy Kress; he releído el terror demencial y exasperante del ‘Frankenstein’ (1818) de Mary Shelley; las vivencias de Amélie Nothomb en ‘Estupor y temblores’ (2002); el canto a la libertad de Charlotte Perkins en el relato ‘El papel pintado de amarillo’ (1892); ensayos dinamitadores como ‘Teoría King Kong’ (2007) de Virginie Despentes o ‘Las nuevas formas de la guerra y el cuerpo de las mujeres’ (2014) de Rita Laura Segato; el tono ácido e irónico de Caitlin Moran en ‘Cómo ser mujer’ (2013); la ventana hacia la oscuridad del espíritu y los monstruos de ‘Siempre hemos vivido en el castillo’ (1962) de Shirley Jackson; o ‘La historia de Genji’, un manuscrito de Murasaki Shikibu escrito en el siglo XI y dirigido a las mujeres de la realeza del periodo Heian. Todos ellos están disponibles en el Tumblr Biblioteca Feminista.
Hay millones de opciones. Antes de Sylvia Plath estuvo Virginia Woolf, antes de ella estuvo Jane Austen, y antes de ella ya estaba Mary Wollestonecraft, y antes María de Francia o Christine de Pizan. Las voces femeninas, más o menos reivindicativas, siempre han estado ahí. En las editoriales más abiertas a recibir escritoras, el porcentaje de creadoras no suele superar el 25%; en las estanterías de las librerías y en centros educativos y universidades, los autores masculinos siguen copando el grueso de la programación; y la actividad de lectoras y escritoras va asociada a la baja cultura y a la literatura “menor” o subliteratura. Tenemos que luchar por visibilizar y normalizar la presencia de mujeres en la literatura, empezando por conocer su visión en los diferentes géneros para ampliar el espectro de posibilidades. Busquen, lean, recomienden, presten ejemplares, regalen libros escritos por mujeres. En 2016, pueden hacer la prueba.
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