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Noelia Adánez | Universidad del Barrio, Público, 2015-12-30
http://blogs.publico.es/universidad-del-barrio/2015/12/30/no-estamos-histericas-es-que-somos-peligrosas-por-noelia-adanez/
En la película ‘Sufragistas’, muy merecidamente comentada en estos días, el inspector de policía que persigue hasta el acoso a la joven Maud Watts, le espeta en uno de sus interrogatorios una frase cargada de significado político, que condensa lo que sin duda fue un punto de inflexión en la lucha de las sufragistas en el Reino Unido. Le dice algo así como “vosotras no sois simplemente locas o histéricas, como muchos piensan, sois sujetos peligrosos, tan peligrosos como los anarquistas” (lo cuento de memoria; la cita no es textual). De esta manera, al separar el diagnóstico de la actividad de las mujeres comprometidas con la lucha por el sufragio de la sociología naturalista que explicaría su comportamiento como una desviación de la norma, el antipático inspector otorga carta de naturaleza política a la lucha de las mujeres.
Es decir, las mujeres no se comportan movidas por pulsiones o estímulos íntimos, privados, conectados con sus inefables úteros, sino que aparecen en el espacio público ejerciendo una violencia organizada y finalista. Su violencia no es expresiva, no se trata de un ataque de histeria colectiva, sino que cumple el propósito de publicitar una reivindicación mediante el recurso a un lenguaje que, hasta entonces, solo habían hablado los hombres: el lenguaje de la violencia. Las Sufragettes, sufragistas radicales, lideradas por la carismática y decidida Emily Pankhurst, lucharon denodadamente por forzar la escucha y aceptación de una reivindicación que tenía una larguísima (sorprendentemente larga) historia en Reino Unido. Cincuenta años de debate recurrente no habían servido para saldar la reivindicación del sufragio femenino en favor de las mujeres. Fue el martirio político de Emily Davison y las marchas por su memoria, el desenlace ¿final? de una obra representada en varios actos, muchos de los cuales estuvieron atravesados por violencias que iban más allá de las “tradicionales” opresiones. Las sufragettes fueron brutalmente reprimidas. Las filmaciones y fotografías de las cargas policiales son estremecedoras. Las mujeres eran golpeadas en la cara y en el vientre; marcadas por tanto y quizá afectadas en su trayectoria reproductiva. La perpetua parálisis física de Lady Constance Lytton debió ser una gota en un mar de mujeres dañadas físicamente y psicológicamente heridas. Los encarcelamientos y las alimentaciones nasogástricas “en vivo” hicieron el resto.
Dos pares de preguntas:
Es decir, las mujeres no se comportan movidas por pulsiones o estímulos íntimos, privados, conectados con sus inefables úteros, sino que aparecen en el espacio público ejerciendo una violencia organizada y finalista. Su violencia no es expresiva, no se trata de un ataque de histeria colectiva, sino que cumple el propósito de publicitar una reivindicación mediante el recurso a un lenguaje que, hasta entonces, solo habían hablado los hombres: el lenguaje de la violencia. Las Sufragettes, sufragistas radicales, lideradas por la carismática y decidida Emily Pankhurst, lucharon denodadamente por forzar la escucha y aceptación de una reivindicación que tenía una larguísima (sorprendentemente larga) historia en Reino Unido. Cincuenta años de debate recurrente no habían servido para saldar la reivindicación del sufragio femenino en favor de las mujeres. Fue el martirio político de Emily Davison y las marchas por su memoria, el desenlace ¿final? de una obra representada en varios actos, muchos de los cuales estuvieron atravesados por violencias que iban más allá de las “tradicionales” opresiones. Las sufragettes fueron brutalmente reprimidas. Las filmaciones y fotografías de las cargas policiales son estremecedoras. Las mujeres eran golpeadas en la cara y en el vientre; marcadas por tanto y quizá afectadas en su trayectoria reproductiva. La perpetua parálisis física de Lady Constance Lytton debió ser una gota en un mar de mujeres dañadas físicamente y psicológicamente heridas. Los encarcelamientos y las alimentaciones nasogástricas “en vivo” hicieron el resto.
Dos pares de preguntas:
¿Cómo llegó el inspector de policía a la convicción de que las mujeres actuaban movidas por algo diferente a sus histerizados úteros? ¿Qué observa este servidor público que le hace pensar que estas mujeres en lucha son sujetos peligrosos, son en suma sujetos políticos?
¿Qué condiciones se dan para que algunas mujeres perciban que el único modo de hacerse escuchar es la violencia? La violencia que estas mujeres ejercen no es revanchista, no atentan contra personas y desde luego no atentan contra sus agresores. Sufren las agresiones (malos tratos, violaciones, abusos, humillaciones) en privado y se comprometen con un movimiento que se expresa en público de manera violenta con el propósito de lograr el voto. Pero ¿qué experiencia las conecta? No son mujeres a priori politizadas, como muy bien retrata el personaje protagonista. Son mujeres que se reconocen en experiencias opresivas, ferocemente deshumanizadoras y que se dejan llevar por la idea de que quizá, ellas y sus hijas pueden aspirar a una vida diferente. Se dejan llevar por una aspiración…
¿Por qué la sociedad británica queda conmocionada con el martirio de Emily Davison, la mujer que en un acto de desesperación fanática se arroja a los pies de un caballo en presencia de Su Majestad el Rey de Inglaterra, pero convive con el martirio diario de miles de mujeres en fábricas, lavanderías o lupanares y, por supuesto, familias, sin que les tiemblen las plumas de sus adornados sombreros tardo-victorianos?
Es fácil comprender que las segundas violencias tienen un contexto. La primera no. Al carecer de contexto, se convierte pronto en una monstruosidad. Los atentados terroristas poseen esa capacidad de impactar. Son actos de violencia descontextualizada, frías exhibiciones del poder de sus perpetradores, de la debilidad de sus víctimas. El suicidio de Emily es un tipo de “atentado” menos frecuente, pero con igual capacidad de epatar. Solo que la relación se invierte. La víctima se victimiza hasta la agonía. Y su martirio aspira a agitar las conciencias. Lo que ocurre es que, en este caso, no podemos suponer que las conciencias estuvieran del todo dormidas. Como señalé, la clase política británica llevaba décadas debatiendo sobre el sufragio femenino. Desde los primeros promotores de estos discurso, mujeres y hombres (alas!) como Milicent Fawcet y el matrimonio Stuart Mill, había habido un buen número de forzados debates parlamentarios sobre el asunto. Que el sufragio femenino se concedió después del martirio de la Srta. Davidson es un hecho, que lo que intentaba reparar la clase política británica con esta medida eran las violencias simbólicas sufridas por las mujeres, especialmente por las mujeres de clases subalternas, también.
Nosotras, mujeres del siglo XXI, tenemos ya reconocido el derecho a la igualdad del sufragio activo; no así del pasivo. Pero es cierto que no existen barreras LEGALES a nuestra participación en la política, en la gestión de lo público. ¿Qué sucede con las violencias, reales y simbólicas? O dicho de otro modo, ¿cómo es posible que las experiencias que nos hacen integrarnos en una identidad femenina, adoptar puntos de vista feministas, sigan ligadas a opresiones, injusticias y violencias? Reformulando la pregunta en un sentido intencionadamente ingenuo: ¿por qué no se han abolido las diferencias de género con todas las terribles consecuencias que históricamente llevan aparejadas? Habrá quien responda rauda con el mantra del patriarcado. Por mi formación de historiadora y mi énfasis en la prospección histórica más que en la interpretación estructural de tipo retrospectivo, siento cierta desconfianza hacia este tipo de explicaciones. Hablar del patriarcado como ese gran mal que evoluciona en el tiempo sin que se conmuevan sus cimientos es tan desmovilizador como pensar que no hay lucha posible fuera de los movimientos de masas. Porque, y esta es también una pregunta interesante, sucede que el feminismo, que interpela directamente a la mitad de la especie humana, no ha sido nunca un movimiento de masas. ¿Este rasgo le ha restado fuerza y capacidad de impactar? ¿No han logrado nunca las mujeres, en alianza con otros movimientos, sus objetivos como colectivo diferenciado? ¿Será que los feminismos suelen, al participar de otras luchas más amplias, trasladar la impuesta subalternidad femenina a la protesta? ¿Por qué las feministas no logramos transversalizar nuestros debates? ¿Es esto un síntoma de nuestra debilidad? Creo que no, pero … continuará.
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