Imagen: Revista Rampla / Nazario y Jordi Petit |
La represión franquista contra lesbianas y gais, y contra el colectivo que hoy conocemos como LGTBI, es uno de los episodios más ocultos de la dictadura y los primeros años de la Transición. En Barcelona recogemos los testimonios de algunas de sus víctimas.
Javier Coria | Revista Rambla, 2015-12-29
http://www.revistarambla.com/v1/sociedad/articulos/3135-queipo-de-llano-cualquier-afeminado-o-desviado-que-insulte-el-movimiento-sera-muerto-como-un-perro
El militar golpista Gonzalo Queipo de Llano -que llamaba a Franco “Paca la culona”-, proclamó: “Cualquier afeminado o desviado que insulte el Movimiento será muerto como un perro”. Para el jefe de los Servicios Psiquiátricos del régimen franquista, para algunos el Josef Mengele español, el médico y militar Antonio Vallejo-Nájera, los homosexuales y lesbianas eran una muestra de la degeneración de la “raza” que, según él, había comenzado con la Segunda República, con una “enfermedad mental”, el marxismo. Simpatizante del nazismo, aconsejó la esterilización eugenésica de las presas republicanas y de los homosexuales, y entre otras cosas escribió en su ‘Tratado de psiquiatría’ (1944) y en ‘Lecciones de psiquiatría’ (1952): “Adquieren estos postencefalíticos todas las características propias de las personalidades psicopáticas: holgazanería, importunidad, mal intención, hábitos viciosos, amoralidad, tendencias cleptómanas, agresividad, vagabundeo, etc. lo característico es la habilidad cinética, y la tendencia a la acción, sin finalidad o con fines perversos. Son sujetos que se entrometen en todo, se hacen insoportables, es imposible el aprendizaje escolar o profesional, se permiten bromas groseras y pesadas con las personas mayores, importunan al médico con peticiones imposibles de satisfacer, propagan la homosexualidad”. Si todo esto se hubiera quedado en palabras, nada más sería la muestra de las teorías anticientíficas de un fanático que se miraba en el oscuro espejo del nazismo, pero las palabras tuvieron sus consecuencias, en cárceles, en manicomios, en electrochoques…, en definitiva, en el sufrimiento y muerte de muchas personas.
La represión en la dictadura franquista y durante los primeros años de la Transición, como se ha visto, no sólo fue contra los opositores ideológicos –comunistas, republicanos, masones, separatista, etc.-, también la sufrieron las personas por su orientación sexual, al margen de sus ideas políticas. El colectivo de lesbianas, gais, transexuales, bisexuales e intersexuales (LGTBI) fueron las víctimas propiciatorias de leyes como la Ley de Vagos y Maleantes, ley que procedía de la Segunda República (ley conocida como La Gandula, 1933), pero que el régimen franquista modificó (el 15 de julio de 1954) para incluir la represión por orientación sexual, con cosas como estas: “Los homosexuales sometidos a esta medida de seguridad deberán ser internados en instituciones especiales y, en todo caso, con absoluta separación de los demás”. En estos días se cumple el 45º aniversario de su derogación, en 1970. Año en que fue sustituida por la Ley de Peligrosidad Social, que recogían lo esencial de la anterior ley, pero además contemplaba penas de cinco años de internamiento en cárceles o manicomios. Esta ley -junto con el artículo del Código Penal de “escándalo público”- reprimió a homosexuales y transexuales, y no fue derogada hasta 1995, por lo que ahora se cumplen veinte años de su derogación.
Esta represión tuvo muchos cómplices, principalmente en la iglesia católica, pero también en las propias familias y, por qué no decirlo, por acción u omisión, también entre amplios sectores de la oposición al franquismo. Mientras los presos políticos salieron a la calle con las amnistía parcial de 1976 y total de 1977, las lesbianas y homosexuales siguieron en las cárceles y los pabellones psiquiátricos. Para el Estado eran degenerados peligrosos, para la iglesia y la moral imperante, unos pecadores, y para la medicina y especialmente la psiquiatría, unos enfermos. El Memorial Democrático de la Generalitat de Catalunya, con su presidente Jordi Palou-Loverdos a la cabeza, reunió a víctimas y activistas para dar testimonio de esta represión que aún se mantiene oculta.
“Llevé cilicios en los brazos”
Conocido con el nombre de “guerra” de Jordi Petit durante la lucha clandestina, Jordi Lozano González (Barcelona, 1954) es uno de los primeros y más conocido activistas por los derechos civiles de gais y lesbianas en el estado español. Reconocida su labor internacionalmente, fue secretario general de la International Lesbian and Gay Association y el primer coordinador del Front d’Alliberament Gai de Catalunya, organización que en este año de 2015, cumple el 40º aniversario de su fundación. Petit recibió la Medalla de Honor de la ciudad de Barcelona en 2003, y también se reconoció su labor social, y especialmente su lucha contra el SIDA, con la Creu de Sant Jordi de la Generalitat de Catalunya, en 2008. Por primera vez en público habla de su experiencia personal:
“Desde que con trece años, en 1967, confesé mi homosexualidad, sufrí lo que hoy se llama bullying (acoso escolar) y la represión directa. Yo vengo de una familia formalmente normal y ejemplar, pero aún recuerdo las palizas que mi padre le daba a mi madre. Yo con ocho o nueve años intentaba separarlos, pero no podía. Al ser un hijo único, era bastante amanerado, pero para decirlo de alguna manera, con un estilo pijo. Por ello, en la escuela, con los salesianos, sufrí toda clase de insultos y agresiones. Mi grupo de amigos de Castelldefels, chicos y chicas, entre los que había los hijos del gobernador civil de aquella época, un día me dijeron que ya no podía salir con ellos. Para contrarrestar el rechazo, yo estudiaba como un loco, y siempre sacaba muy buenas notas. Con trece años mantuve mis primeras relaciones sexuales, y como a todos, empezó la confusión, el pecado, la rareza… Yo me confesaba casi a diario. Luego llegaron al colegio un grupo de monitores del Opus Dei, y uno de ellos, como guía espiritual, me aconsejó que para refrenar los impulsos homosexuales tenía que aplicarme la automortificación. Durante un tiempo llevé cilicios en los brazos y en los zapatos, piedras y chapas de botellas. Luego un sacerdote psicólogo me aclaró las ideas, por lo que seguí “pecando”, pero sin confesarme. Luego vino una segunda fase, donde dejé atrás el acoso escolar y me encontré con la represión pura y dura. En 1971 milité en las juventudes comunistas, y en la universidad, en el PSUC. Un día se me ocurrió pintar con un rotulador una frase antifranquista en una cabina de teléfonos y me detuvieron. Pasé por el Tribunal de Orden Público y fui a parar a la cárcel Modelo. Luego pasé por la prisión dos veces más. Hice la mili en la marina, y cuando había prácticas de tiro, nosotros no podíamos ir, porque: “los rojos no nos conviene que sepan disparar”, decían. En el sorteo de destinos, a mí me enviaron directamente a la prisión naval de Caranza, en el Ferrol del Caudillo. No estaba preso, vigilado sí, estaba en una brigada especial con otros reclutas fichados por su labor política contra el régimen. Allí me hice amigo de un compañero catalán que era boxeador y que me protegía, pero cuando se fue, me violaron. El asunto de la violación de los hombres daría mucho para hablar, porque nadie se atreve a confesarlo.
Como dije, pasé dos veces más por la cárcel, aún legalizado el Partido Comunista, los que teníamos antecedentes políticos nos llevaban a la cárcel por “sospecha de subversión”. Pasé unos días muy duros en celdas de aislamiento, y durante todo ese tiempo, nadie de mi familia ni amigos me vino a ver. En fin, si queréis saber más sobre la comunidad gai durante el franquismo, de mi libro Vidas de Arcoiris está a punto de salir la segunda edición”.
“La iglesia está llena de maricones vistiendo vírgenes”
Nazario Luque Vera (Castilleja del Campo –Sevilla-, 1944) es más conocido como Nazario, autor de cómics, escritor y pintor, es uno de los genuinos autores de lo que se dio en llamar el “cómic ‘underground’, erótico y canalla” de la escena española. Afincado en Barcelona desde 1972, junto al fallecido pintor José Pérez Ocaña, fue uno de los mayores exponentes de la “movida” barcelonesa de los setenta y ochenta. Desde hace 36 años convivió con el escultor Alejandro Molina. Con sus famosos trabajos ‘Turandot’ y ‘Alí Babá y los 40 maricones’ publicados en la revista Makoki, Nazario dejó el cómic por la pintura y la ilustración, siendo los autorretratos y la fauna humana de la plaza Real, donde tiene su vivienda, recurrentes motivos de sus obras. Entre otros premios, tiene la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Nazario no suele utilizar eufemismos y es bastante directo en sus comentarios, muestra de ello es su testimonio que recogemos aquí:
“Mi historia de infancia y juventud es muy parecida a la de tantos andaluces que vivíamos en pueblos pequeños. Yo tenía una madre muy religiosa que me inculcó esta historia de autorrepresión, lo que me hacía estar arrepintiéndome siempre. Estudié en un colegio de curas, y tenía la cabeza vuelta del revés. Me gustaban dos o tres padres salesianos, pero no me atrevía. Cuando tenía veinte años me encontré con un compañero de clase, los dos supongo que éramos un poco afeminados, y me explicó que todos aquellos curas que a mí me gustaban, se los estuvo tirando él durante todo el curso. Pensé en el tiempo que había perdido, y me dediqué a recuperarlo lo máximo que pude. En mi pueblo había bastante represión. Estábamos los afeminados de clase media que no nos atrevíamos a manifestarnos, y los maricones clásicos, los folclóricos, que bailaban sevillanas, tocaban los palillos, iban al Rocío y todo el mundo se divertía mucho con ellos. Los demás no existíamos. Es curioso que la iglesia esté llena de maricones vistiendo vírgenes y santos como si fueran sus muñecas, lo pasan bien, pero me parece incongruente con la posición que tienen ante la homosexualidad. Yo me vine a Barcelona y viví la movida contracultural de los setenta. Tuve dos grandes amores de mi vida, pero el último me duró 36 años, hasta el año pasado. Yo estaba en contra del matrimonio, éramos pareja de hecho, pero al final me casé en ‘In articulo mortis’, cinco días antes del fallecimiento de mi compañero.
Como coleccionista, guardo mucho material gráfico de los setenta que recogí en un libro. Los periódicos “normales” ocultaban toda la movida contracultural, que sí salía en revistas como Ajoblanco o Star. Yo empiezo el libro con un prólogo sobre los sesenta en Sevilla, y con la derogación de la Ley de Peligrosidad Social. El prólogo lo ilustro con una imagen muy curiosa del año 1973, que salió en una revista amarillista llamada ‘¿Por qué?’ Habían hecho una redada en Sitges, y la revista lo tituló “Redada de violetas”, con unas fotografías de personas vestidas de mujer y cuyo pié de foto decía: “Aquí donde los ven, son hombres”. La movida de Barcelona fue más importante que la de Madrid, porque fue aparejada a todos un movimiento social. Se crearon los primeros movimientos ecológicos, de homosexuales, y todo lo que supusieron las jornadas libertarias. Yo recojo los panfletos, carteles y las fotos de la represión. El ayuntamiento me reeditó el libro para una exposición que se llamó “Rambleros”, pero luego no se volvió a saber más del libro. Habrá unos quinientos libros arrinconados en algún almacén municipal. Estoy buscando tiempo para volcarlo gratuitamente en Internet. Parece ser que cuando llegaron los socialistas a los ayuntamientos, no quisieron saber nada del pasado social y reivindicativo de los barrios y ciudades”.
“Es la iglesia la que tiene que salir del armario”
Paulina Blanco (El Torno, Cáceres, 1949) lleva 43 años casada con Encarnita. Las dos son católicas, y sufren un doble rechazo: “Entre los católicos por ser lesbianas, y entre el mundo lésbico, por ser cristianas”. Paulina, como maestra, llegó al pequeño pueblo de Zorita (Cáceres, Extremadura) formando parte de un programa de alfabetización. Allí conoció a la joven telefonista, Encarnita, corría el año 1972. Las presiones de familiares, del cura y del entorno, las obligaron ir en busca de una gran ciudad, donde el anonimato les permitiera seguir con su historia de amor. Y llegaron a Barcelona, ciudad en la que residen desde hace décadas y, según cuenta Paulina, “Salimos de un armario al que nunca volveremos”. Y a fe mía que lo hicieron, pues se convirtieron en grandes activistas por los derechos de gais y lesbianas. Colaboran con el Consell Municipal LGTBI de Barcelona y el Consell Nacional LGTBI. Y, desde el año 1983, participan en el Congreso Internacional de Cristianos Gais y Lesbianas, además de ser patronas fundadoras de la Fundació Enllaç, asociación que trabaja por los miembros del colectivo LGTBI mayores, con discapacidad o en situaciones de pobreza y exclusión social. Paulina Blanco nos dio este testimonio:
“Yo nací en plena posguerra en un pequeño pueblo de Extremadura. En una familia patriarcal, sin recursos, sin cultura ni oportunidades. En los años sesenta hubo un gran éxodo de la gente del campo a las ciudades, y mi familia se fue, como tantos otros, a la gran ciudad. Allí tuve la gran oportunidad de conseguir una beca, lo que me permitió estudiar. Cerca de casa había un colegio religioso y caí ahí, suerte para mí. Me enseñaron a ser una buena hija, una buena cristiana, buena esposa, buena madre…, todo esto lo pongo en interrogantes, claro. En la adolescencia descubrí mí homosexualidad, el problema es que yo nunca había conocido ninguna persona con esta identidad. Yo no sabía qué era eso. No tenía referentes, no sabía quién era, qué me pasaba. Miedo, soledad y desconcierto es lo que viví en esa época. Creía que era la única persona en el mundo a la cual le pasaba esto, pues me enamoré de una compañera de clase. Me dediqué a estudiar. En los años setenta ya no podía esconder lo que me pasaba, entonces empezó en rechazo familiar, social, eclesiástico, porque yo había estudiado en un colegio de monjas y quería ser una buena católica. Lo que me pasaba a mí era un pecado, una enfermedad…, peligrosidad social, yo no tenía esa sensación, más tarde supe que había una ley que nos consideraba así. En mis estudios de pedagogía se calificaba lo que me pasaba a mí como enfermedad, por ello se me ocurrió ir a un psiquiatra, que me recomendó un tratamiento de electrochoques. Luego me enamoré de Encarnita, pero ¿se imagina dos mujeres enamoradas en un pequeño pueblo de Extremadura? En Barcelona salimos del armario, nos registramos como pareja de hecho y lo extraordinario es que nos abrieron las puertas del armario en la parroquia donde acudíamos desde hacía diez años. Luego nos casamos en un ayuntamiento y fue estupendo, lo único malo es que la iglesia no quiere bendecir nuestro amor. Yo soy creyente, y creo que algún día llegará ese momento, ya sé que cuando digo esto la gente me sonríe y dice: sí, sí, pero yo lo pienso. Creo que la iglesia en algún momento tendrá que salir del armario”. En marzo de este año de 2015, la pareja volvió a su Extremadura natal, en este caso para un gran acontecimiento. En Mérida, la Asamblea de Extremadura aprobaba la primera Ley LGTBI de la Comunidad Autónoma.
Erradicación de la homofobia y la transfobia
En el año 1973, la Asociación Americana de Psiquiatría decidió eliminar la homosexualidad del Manual de Trastornos Mentales. Hubo que esperar casi dos décadas, en 1990, para que la Asamblea General de la OMS hiciera lo propio sacando la homosexualidad de la lista de enfermedades psiquiátricas. Por primera en el estado español, el Parlament de Catalunya aprobó, con el voto en contra del PP y de Unió Democrática,fuertemente presionados por el Obispado de Barcelona, la Ley de los Derechos de las Personas Gais, Lesbianas, Transexuales y Bisexuales y para la erradicación de la Transfobia y la Homofobia. En los impulsores de esta ley estaba el recuerdo de Sonia Rescalvo, la transexual asesinada a palos en el Parque de la Ciudadela de Barcelona por un grupo de neonazis, en 1991. Pero lejos de leyes, la sociedad y la escuela aún tienen una labor ingente para eliminar prejuicios y actitudes discriminatorias. Y en esto nada ayuda que, en pleno siglo XXI, obispos como el de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig Pla, en marzo de 2015 publicara una carta pastoral vinculando la homosexualidad con la pederastia, o que el citado obispo impartiera, en 2013, un curso sobre sexualidad. En el curso se habló de mujeres que deben ser sumisas a sus maridos y de una pretendida guía para “curar la homosexualidad”.
“La transfobia nos mata. Yo también soy Alan”
Muchos muros que derribar, muchos armarios de la dictadura franquista que aún siguen sin orear, pero como decíamos, a veces los derechos reconocidos por leyes van por detrás de la intolerancia y los prejuicios de la sociedad. En el momento de finalizar esta crónica, nos golpea la noticia que nos hace llegar la asociación Chrysallis, compuesta por familiares de menores transexuales. El joven Alan, con tan sólo 17 años, se quitó la vida tras sufrir acoso en su instituto. Este joven de Rubí fue el primero en Catalunya –el segundo del Estado- a los que un juez autorizó cambiar el nombre de su DNI y otros documentos oficiales para que estuvieran acordes a su condición sexual. En todo este proceso el menor contó con el apoyo de su familia, como las 240 familias que componen la asociación Chrysallis, que salieron a la calle para exigir a la sociedad que respete a sus hijos y en contra de la transfobia, con el lema “La transfobia nos mata. Yo también soy Alan”. Por nuestra parte, sirva este trabajo como homenaje a Alan y a todos los que sufrieron y siguen sufriendo por ejercer uno de los principales signos de libertad, que es la libertad de amar y de elegir vivir acorde a la condición sexual de cada uno.
La represión en la dictadura franquista y durante los primeros años de la Transición, como se ha visto, no sólo fue contra los opositores ideológicos –comunistas, republicanos, masones, separatista, etc.-, también la sufrieron las personas por su orientación sexual, al margen de sus ideas políticas. El colectivo de lesbianas, gais, transexuales, bisexuales e intersexuales (LGTBI) fueron las víctimas propiciatorias de leyes como la Ley de Vagos y Maleantes, ley que procedía de la Segunda República (ley conocida como La Gandula, 1933), pero que el régimen franquista modificó (el 15 de julio de 1954) para incluir la represión por orientación sexual, con cosas como estas: “Los homosexuales sometidos a esta medida de seguridad deberán ser internados en instituciones especiales y, en todo caso, con absoluta separación de los demás”. En estos días se cumple el 45º aniversario de su derogación, en 1970. Año en que fue sustituida por la Ley de Peligrosidad Social, que recogían lo esencial de la anterior ley, pero además contemplaba penas de cinco años de internamiento en cárceles o manicomios. Esta ley -junto con el artículo del Código Penal de “escándalo público”- reprimió a homosexuales y transexuales, y no fue derogada hasta 1995, por lo que ahora se cumplen veinte años de su derogación.
Esta represión tuvo muchos cómplices, principalmente en la iglesia católica, pero también en las propias familias y, por qué no decirlo, por acción u omisión, también entre amplios sectores de la oposición al franquismo. Mientras los presos políticos salieron a la calle con las amnistía parcial de 1976 y total de 1977, las lesbianas y homosexuales siguieron en las cárceles y los pabellones psiquiátricos. Para el Estado eran degenerados peligrosos, para la iglesia y la moral imperante, unos pecadores, y para la medicina y especialmente la psiquiatría, unos enfermos. El Memorial Democrático de la Generalitat de Catalunya, con su presidente Jordi Palou-Loverdos a la cabeza, reunió a víctimas y activistas para dar testimonio de esta represión que aún se mantiene oculta.
“Llevé cilicios en los brazos”
Conocido con el nombre de “guerra” de Jordi Petit durante la lucha clandestina, Jordi Lozano González (Barcelona, 1954) es uno de los primeros y más conocido activistas por los derechos civiles de gais y lesbianas en el estado español. Reconocida su labor internacionalmente, fue secretario general de la International Lesbian and Gay Association y el primer coordinador del Front d’Alliberament Gai de Catalunya, organización que en este año de 2015, cumple el 40º aniversario de su fundación. Petit recibió la Medalla de Honor de la ciudad de Barcelona en 2003, y también se reconoció su labor social, y especialmente su lucha contra el SIDA, con la Creu de Sant Jordi de la Generalitat de Catalunya, en 2008. Por primera vez en público habla de su experiencia personal:
“Desde que con trece años, en 1967, confesé mi homosexualidad, sufrí lo que hoy se llama bullying (acoso escolar) y la represión directa. Yo vengo de una familia formalmente normal y ejemplar, pero aún recuerdo las palizas que mi padre le daba a mi madre. Yo con ocho o nueve años intentaba separarlos, pero no podía. Al ser un hijo único, era bastante amanerado, pero para decirlo de alguna manera, con un estilo pijo. Por ello, en la escuela, con los salesianos, sufrí toda clase de insultos y agresiones. Mi grupo de amigos de Castelldefels, chicos y chicas, entre los que había los hijos del gobernador civil de aquella época, un día me dijeron que ya no podía salir con ellos. Para contrarrestar el rechazo, yo estudiaba como un loco, y siempre sacaba muy buenas notas. Con trece años mantuve mis primeras relaciones sexuales, y como a todos, empezó la confusión, el pecado, la rareza… Yo me confesaba casi a diario. Luego llegaron al colegio un grupo de monitores del Opus Dei, y uno de ellos, como guía espiritual, me aconsejó que para refrenar los impulsos homosexuales tenía que aplicarme la automortificación. Durante un tiempo llevé cilicios en los brazos y en los zapatos, piedras y chapas de botellas. Luego un sacerdote psicólogo me aclaró las ideas, por lo que seguí “pecando”, pero sin confesarme. Luego vino una segunda fase, donde dejé atrás el acoso escolar y me encontré con la represión pura y dura. En 1971 milité en las juventudes comunistas, y en la universidad, en el PSUC. Un día se me ocurrió pintar con un rotulador una frase antifranquista en una cabina de teléfonos y me detuvieron. Pasé por el Tribunal de Orden Público y fui a parar a la cárcel Modelo. Luego pasé por la prisión dos veces más. Hice la mili en la marina, y cuando había prácticas de tiro, nosotros no podíamos ir, porque: “los rojos no nos conviene que sepan disparar”, decían. En el sorteo de destinos, a mí me enviaron directamente a la prisión naval de Caranza, en el Ferrol del Caudillo. No estaba preso, vigilado sí, estaba en una brigada especial con otros reclutas fichados por su labor política contra el régimen. Allí me hice amigo de un compañero catalán que era boxeador y que me protegía, pero cuando se fue, me violaron. El asunto de la violación de los hombres daría mucho para hablar, porque nadie se atreve a confesarlo.
Como dije, pasé dos veces más por la cárcel, aún legalizado el Partido Comunista, los que teníamos antecedentes políticos nos llevaban a la cárcel por “sospecha de subversión”. Pasé unos días muy duros en celdas de aislamiento, y durante todo ese tiempo, nadie de mi familia ni amigos me vino a ver. En fin, si queréis saber más sobre la comunidad gai durante el franquismo, de mi libro Vidas de Arcoiris está a punto de salir la segunda edición”.
“La iglesia está llena de maricones vistiendo vírgenes”
Nazario Luque Vera (Castilleja del Campo –Sevilla-, 1944) es más conocido como Nazario, autor de cómics, escritor y pintor, es uno de los genuinos autores de lo que se dio en llamar el “cómic ‘underground’, erótico y canalla” de la escena española. Afincado en Barcelona desde 1972, junto al fallecido pintor José Pérez Ocaña, fue uno de los mayores exponentes de la “movida” barcelonesa de los setenta y ochenta. Desde hace 36 años convivió con el escultor Alejandro Molina. Con sus famosos trabajos ‘Turandot’ y ‘Alí Babá y los 40 maricones’ publicados en la revista Makoki, Nazario dejó el cómic por la pintura y la ilustración, siendo los autorretratos y la fauna humana de la plaza Real, donde tiene su vivienda, recurrentes motivos de sus obras. Entre otros premios, tiene la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Nazario no suele utilizar eufemismos y es bastante directo en sus comentarios, muestra de ello es su testimonio que recogemos aquí:
“Mi historia de infancia y juventud es muy parecida a la de tantos andaluces que vivíamos en pueblos pequeños. Yo tenía una madre muy religiosa que me inculcó esta historia de autorrepresión, lo que me hacía estar arrepintiéndome siempre. Estudié en un colegio de curas, y tenía la cabeza vuelta del revés. Me gustaban dos o tres padres salesianos, pero no me atrevía. Cuando tenía veinte años me encontré con un compañero de clase, los dos supongo que éramos un poco afeminados, y me explicó que todos aquellos curas que a mí me gustaban, se los estuvo tirando él durante todo el curso. Pensé en el tiempo que había perdido, y me dediqué a recuperarlo lo máximo que pude. En mi pueblo había bastante represión. Estábamos los afeminados de clase media que no nos atrevíamos a manifestarnos, y los maricones clásicos, los folclóricos, que bailaban sevillanas, tocaban los palillos, iban al Rocío y todo el mundo se divertía mucho con ellos. Los demás no existíamos. Es curioso que la iglesia esté llena de maricones vistiendo vírgenes y santos como si fueran sus muñecas, lo pasan bien, pero me parece incongruente con la posición que tienen ante la homosexualidad. Yo me vine a Barcelona y viví la movida contracultural de los setenta. Tuve dos grandes amores de mi vida, pero el último me duró 36 años, hasta el año pasado. Yo estaba en contra del matrimonio, éramos pareja de hecho, pero al final me casé en ‘In articulo mortis’, cinco días antes del fallecimiento de mi compañero.
Como coleccionista, guardo mucho material gráfico de los setenta que recogí en un libro. Los periódicos “normales” ocultaban toda la movida contracultural, que sí salía en revistas como Ajoblanco o Star. Yo empiezo el libro con un prólogo sobre los sesenta en Sevilla, y con la derogación de la Ley de Peligrosidad Social. El prólogo lo ilustro con una imagen muy curiosa del año 1973, que salió en una revista amarillista llamada ‘¿Por qué?’ Habían hecho una redada en Sitges, y la revista lo tituló “Redada de violetas”, con unas fotografías de personas vestidas de mujer y cuyo pié de foto decía: “Aquí donde los ven, son hombres”. La movida de Barcelona fue más importante que la de Madrid, porque fue aparejada a todos un movimiento social. Se crearon los primeros movimientos ecológicos, de homosexuales, y todo lo que supusieron las jornadas libertarias. Yo recojo los panfletos, carteles y las fotos de la represión. El ayuntamiento me reeditó el libro para una exposición que se llamó “Rambleros”, pero luego no se volvió a saber más del libro. Habrá unos quinientos libros arrinconados en algún almacén municipal. Estoy buscando tiempo para volcarlo gratuitamente en Internet. Parece ser que cuando llegaron los socialistas a los ayuntamientos, no quisieron saber nada del pasado social y reivindicativo de los barrios y ciudades”.
“Es la iglesia la que tiene que salir del armario”
Paulina Blanco (El Torno, Cáceres, 1949) lleva 43 años casada con Encarnita. Las dos son católicas, y sufren un doble rechazo: “Entre los católicos por ser lesbianas, y entre el mundo lésbico, por ser cristianas”. Paulina, como maestra, llegó al pequeño pueblo de Zorita (Cáceres, Extremadura) formando parte de un programa de alfabetización. Allí conoció a la joven telefonista, Encarnita, corría el año 1972. Las presiones de familiares, del cura y del entorno, las obligaron ir en busca de una gran ciudad, donde el anonimato les permitiera seguir con su historia de amor. Y llegaron a Barcelona, ciudad en la que residen desde hace décadas y, según cuenta Paulina, “Salimos de un armario al que nunca volveremos”. Y a fe mía que lo hicieron, pues se convirtieron en grandes activistas por los derechos de gais y lesbianas. Colaboran con el Consell Municipal LGTBI de Barcelona y el Consell Nacional LGTBI. Y, desde el año 1983, participan en el Congreso Internacional de Cristianos Gais y Lesbianas, además de ser patronas fundadoras de la Fundació Enllaç, asociación que trabaja por los miembros del colectivo LGTBI mayores, con discapacidad o en situaciones de pobreza y exclusión social. Paulina Blanco nos dio este testimonio:
“Yo nací en plena posguerra en un pequeño pueblo de Extremadura. En una familia patriarcal, sin recursos, sin cultura ni oportunidades. En los años sesenta hubo un gran éxodo de la gente del campo a las ciudades, y mi familia se fue, como tantos otros, a la gran ciudad. Allí tuve la gran oportunidad de conseguir una beca, lo que me permitió estudiar. Cerca de casa había un colegio religioso y caí ahí, suerte para mí. Me enseñaron a ser una buena hija, una buena cristiana, buena esposa, buena madre…, todo esto lo pongo en interrogantes, claro. En la adolescencia descubrí mí homosexualidad, el problema es que yo nunca había conocido ninguna persona con esta identidad. Yo no sabía qué era eso. No tenía referentes, no sabía quién era, qué me pasaba. Miedo, soledad y desconcierto es lo que viví en esa época. Creía que era la única persona en el mundo a la cual le pasaba esto, pues me enamoré de una compañera de clase. Me dediqué a estudiar. En los años setenta ya no podía esconder lo que me pasaba, entonces empezó en rechazo familiar, social, eclesiástico, porque yo había estudiado en un colegio de monjas y quería ser una buena católica. Lo que me pasaba a mí era un pecado, una enfermedad…, peligrosidad social, yo no tenía esa sensación, más tarde supe que había una ley que nos consideraba así. En mis estudios de pedagogía se calificaba lo que me pasaba a mí como enfermedad, por ello se me ocurrió ir a un psiquiatra, que me recomendó un tratamiento de electrochoques. Luego me enamoré de Encarnita, pero ¿se imagina dos mujeres enamoradas en un pequeño pueblo de Extremadura? En Barcelona salimos del armario, nos registramos como pareja de hecho y lo extraordinario es que nos abrieron las puertas del armario en la parroquia donde acudíamos desde hacía diez años. Luego nos casamos en un ayuntamiento y fue estupendo, lo único malo es que la iglesia no quiere bendecir nuestro amor. Yo soy creyente, y creo que algún día llegará ese momento, ya sé que cuando digo esto la gente me sonríe y dice: sí, sí, pero yo lo pienso. Creo que la iglesia en algún momento tendrá que salir del armario”. En marzo de este año de 2015, la pareja volvió a su Extremadura natal, en este caso para un gran acontecimiento. En Mérida, la Asamblea de Extremadura aprobaba la primera Ley LGTBI de la Comunidad Autónoma.
Erradicación de la homofobia y la transfobia
En el año 1973, la Asociación Americana de Psiquiatría decidió eliminar la homosexualidad del Manual de Trastornos Mentales. Hubo que esperar casi dos décadas, en 1990, para que la Asamblea General de la OMS hiciera lo propio sacando la homosexualidad de la lista de enfermedades psiquiátricas. Por primera en el estado español, el Parlament de Catalunya aprobó, con el voto en contra del PP y de Unió Democrática,fuertemente presionados por el Obispado de Barcelona, la Ley de los Derechos de las Personas Gais, Lesbianas, Transexuales y Bisexuales y para la erradicación de la Transfobia y la Homofobia. En los impulsores de esta ley estaba el recuerdo de Sonia Rescalvo, la transexual asesinada a palos en el Parque de la Ciudadela de Barcelona por un grupo de neonazis, en 1991. Pero lejos de leyes, la sociedad y la escuela aún tienen una labor ingente para eliminar prejuicios y actitudes discriminatorias. Y en esto nada ayuda que, en pleno siglo XXI, obispos como el de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig Pla, en marzo de 2015 publicara una carta pastoral vinculando la homosexualidad con la pederastia, o que el citado obispo impartiera, en 2013, un curso sobre sexualidad. En el curso se habló de mujeres que deben ser sumisas a sus maridos y de una pretendida guía para “curar la homosexualidad”.
“La transfobia nos mata. Yo también soy Alan”
Muchos muros que derribar, muchos armarios de la dictadura franquista que aún siguen sin orear, pero como decíamos, a veces los derechos reconocidos por leyes van por detrás de la intolerancia y los prejuicios de la sociedad. En el momento de finalizar esta crónica, nos golpea la noticia que nos hace llegar la asociación Chrysallis, compuesta por familiares de menores transexuales. El joven Alan, con tan sólo 17 años, se quitó la vida tras sufrir acoso en su instituto. Este joven de Rubí fue el primero en Catalunya –el segundo del Estado- a los que un juez autorizó cambiar el nombre de su DNI y otros documentos oficiales para que estuvieran acordes a su condición sexual. En todo este proceso el menor contó con el apoyo de su familia, como las 240 familias que componen la asociación Chrysallis, que salieron a la calle para exigir a la sociedad que respete a sus hijos y en contra de la transfobia, con el lema “La transfobia nos mata. Yo también soy Alan”. Por nuestra parte, sirva este trabajo como homenaje a Alan y a todos los que sufrieron y siguen sufriendo por ejercer uno de los principales signos de libertad, que es la libertad de amar y de elegir vivir acorde a la condición sexual de cada uno.
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