Historiadores de nueve países analizan las relaciones entre personas
del mismo sexo a lo largo de los siglos
En el verano de 1969 se formó en Nueva York una organización política
llamada Gay Liberation Front (GLF, Frente de Liberación Gay) como resultado de
un encuentro entre la vida gay y la cultura política radical de la Nueva
Izquierda. A finales de junio del mismo año, una redada policial en Stonewall
Inn, un bar de copas de Nueva York, había desatado una revuelta encabezada por
travestidos que duró varios días, un hecho sin precedentes en la historia gay.
Sin embargo, el incidente se inscribe dentro del contexto general de
enfrentamientos entre la policía y los radicales emergentes, tales como los
Black Panthers (Panteras Negras), las activistas feministas y los pacifistas,
que aparecían con relativa frecuencia.
El Frente de Liberación Gay se había creado
unas semanas después de los acontecimientos de Stonewall, y al estar influido
por los principios y el discurso de otras formas de radicalismo, proporcionó un
medio de expresión a una nueva generación que rechazaba la política y el orden
social de la posguerra y que estaba dispuesta a echarse a la calle para
manifestar su descontento (como había ocurrido un año antes en París y en
muchas ciudades estadounidenses). Los movimientos juveniles buscaban la
autenticidad, la sensualidad y la vida en común, y se rebelaban contra lo que
consideraban marginación social producida por una sociedad burocrática y
consumista. Estos hombres y mujeres jóvenes se negaron también a que la familia
nuclear, con las funciones que acarreaba y la sumisión a la autoridad que
encarnaba, los maniatara por la fuerza.
La experiencia compartida de varias sociedades occidentales con
respecto a los importantes cambios culturales en curso y a la agitación
política del momento explica en parte la rapidez con la que adoptaron el modelo
que ofreció el Frente de Liberación Gay. En Gran Bretaña, unos jóvenes que
habían formado parte del movimiento hippy americano, de los Panteras Negras y
de la Gay Activist Alliance (Alianza de Activistas Gays) formaron en octubre de
1970 una asociación a la que pusieron el mismo nombre. En ese mismo año se
estableció en París el Front Homosexuel d'Action Révolutionnaire (FHAR); en
agosto de 1971 se creó el Homosexuelle Aktion Westberlin alemán, y unos meses
más tarde apareció en Italia el Fronte Unitario Omosessuale Rivoluzionario
Italiano (su acrónimo FUORI significa también fuera). Organizaciones similares
fueron creadas en Canadá, Australia y otros países europeos.
La situación alemana constituye un buen ejemplo del clima general
presente en aquellos tiempos. En 1970, Rosa von Praunheim (nombre que utilizaba
cuando se vestía de mujer), desconocedor de los movimientos de la época en
Estados Unidos, hizo una película cuya censura desencadenó la formación del
movimiento de derechos gay de la región. “Nicht der Homosexuelle ist Pervers,
sondern die Situation in der er lebt” (“No es malsano el homosexual, sino la
situación en la que se le obliga a vivir”) es la historia de un hombre joven de
provincias que se muda a Berlín y se abre camino a través de la subcultura gay,
conociendo a numerosos personajes presentados de forma negativa y afectados
adversamente por las circunstancias en las que les toca vivir (los actos
homosexuales siguieron siendo ilegales según el párrafo 175 del Código Penal
alemán, y la homosexualidad, objeto de desaprobación generalizada). Al final,
el protagonista encuentra su liberación personal en una comuna gay, cuyos
miembros le enseñan a admitir públicamente su propia homosexualidad y a
entender que el verdadero problema no está en sus tendencias sexuales, sino en
la homofobia que se consiente socialmente.
Tema clave
La liberación se convirtió en un tema clave de estos movimientos, pues
implicaba una determinada visión de la naturaleza, examinaba las causas de la
homofobia, esgrimía los argumentos que había que utilizar en su contra y los
medios por los que se podía combatir. Mientras que los homófilos eran
partidarios de un enfoque integracionista, los frentes de liberación gay adoptaban
una perspectiva política muy diferente, basada en el análisis integral de las
estructuras políticas, económicas, sociales y culturales, enormemente influida
por el marxismo y la crítica marxista del psicoanálisis. Las causas de la
homofobia eran inherentes a la clase media y a la ética capitalista: el
racismo, el imperialismo y la represión sexual eran expresiones e instrumentos
de explotación que se utilizaban contra un grupo social. Por consiguiente, para
la lucha se consideraron esenciales las alianzas con otros grupos oprimidos (la
clase trabajadora, la mujer y las minorías étnicas). Si el sistema completo (la
clase dirigente) era la raíz de la opresión, los homosexuales no podían
alcanzar la liberación reclamando su propio espacio; de hecho, las zonas de
tolerancia creadas en algunas ciudades provocaron críticas, pues se
consideraron guetos que debían abrirse y liberarse. En cambio, el objetivo de
los liberacionistas gays fue el de transformar el conjunto de la sociedad.
Aunque había diferencias entre los movimientos que buscaban ante todo
un tipo de transformación cultural (como sucedía en Estados Unidos) y aquellos
para los que era más fuerte la tradición revolucionaria (como en Francia y
Alemania), todos compartían un principio básico: "Es demasiado tarde para
el liberalismo" -es decir, era demasiado tarde para esperar la inserción
en la sociedad a través de peticiones educadas de reforma.
El orden liberal y de clase media se enfrentó, por tanto, al desafío de
uno de sus preceptos más esenciales: la distinción entre lo público y lo
privado. El eslogan "lo personal es político" expresaba confianza en
la capacidad transformadora de manifestar en público el auténtico y privado ser
de uno mismo; entre los homosexuales, esto significaba revelarse abiertamente,
destaparse. Para las generaciones anteriores, la expresión había tenido el
significado de darse a conocer a otros homosexuales dentro de una esfera
pública alternativa, y, sin embargo, ahora condensaba la necesidad de afirmar
la propia identidad en la esfera pública oficial, negando así una diferencia
que existía entre los papeles público y privado. "La locura del armario
debe terminar", escribió el activista Carl Wittman en su “Gay Manifesto”
(1969): el armario era un emblema de opresión, una interiorización de la
homofobia que sólo se podía derrumbar si uno se destapaba y declaraba su
postura.
Para los liberacionistas gays, el acto sexual en sí era revolucionario:
según Guy Hokquenghem, filósofo francés y uno de los líderes del FHAR, el
patriarcado se fundó en el contraste entre el poder público del falo y la
privatización del ano. Por tanto, liberar el ano a través de la sexualidad
masculina era socavar los fundamentos de las relaciones sociales patriarcales.
Para el escritor y activista Mario Mieli, los gays desafiaban los mismos
conceptos de heterosexualidad y masculinidad al travestirse y ser penetrados, y
contribuían así a la liberación de la raza humana. Para el científico político
australiano Dennis Altman, la sexualidad gay masculina ofrecía la posibilidad
de existencia de nuevas configuraciones de relaciones sociales. La ideología y
el estilo de la liberación gay llegó a ser provocativo, efusivo y en ocasiones
gracioso: "Ponerse maquillaje es un estilo de vida", gritaban los gazolines
franceses, un grupo situacionista unido estrechamente al FHAR y a los herederos
de los folles, estigmatizados diez años antes por Baudry y los homófilos
franceses. Y añadían: "Montaremos las próximas barricadas vestidos de
traje de noche".
Actividades públicas
Las actividades públicas de los liberacionistas gays eran provocadoras
en sí mismas y constituían una ruptura con respecto a la práctica anterior. Un
ejemplo de ello es la primera aparición pública importante del recién formado
FUORI, que se celebró en abril de 1972 en San Remo, en una conferencia del
Centro Italiano de Sexología, dedicado a las causas de la homosexualidad y a
las terapias para vencerla. Entre sus insignes invitados se encontraba el
psiquiatra británico Philip Feldmann, defensor de la terapia de aversión
mediante el tratamiento de descargas eléctricas. Fuera del edificio protestaron
cuarenta manifestantes, mientras que dentro, algunos activistas solicitaron
dirigirse a la asamblea. Ante unos asistentes estupefactos, el presidente de
FUORI, Angelo Pezzana, comenzó declarando: "Soy homosexual y estoy feliz
de serlo".
El auge de los movimientos de liberación gay finalizó al cabo de unos
años, al desaparecer el radicalismo político a partir de la segunda mitad de
los años setenta. La convicción que tenían al principio de que la revolución
era inminente (una revolución en la que los gays y las lesbianas solamente
tendrían que subirse al tren) fue perdiendo fuerza. Además, los movimientos
gays se enfrentaron a serios problemas de organización en todos los lugares y,
sobre todo, tropezaron con el problema de definir su propia identidad. Ésta
había sido un factor esencial en el funcionamiento de la lucha contra la
opresión, y aglutinador de cara a la movilización colectiva. Sin embargo,
aunque el reclamo de esa identidad dio vigor durante muchos años a las fuerzas
que luchaban por el cambio, también propició la disolución de alianzas
incómodas e impulsó su fragmentación en programas cada vez más específicos.
Esto se manifestó de forma patente, por ejemplo, en Estados Unidos, donde los
homosexuales afroamericanos creían que el movimiento no ofrecía lo suficiente a
aquellos individuos oprimidos no sólo por su sexualidad, sino también por el
color de la piel. En casi todos los lugares, las lesbianas se mostraron
descontentas por ser apartadas de la mayoría de los grupos feministas y, a la
vez, desilusionadas por el movimiento gay misógino y centralizado. La decepción
dio lugar a la necesidad de nuevas teorías del lesbianismo, a la aparición de
la lesbiana feminista, e incluso contribuyó a la idea del separatismo lésbico.
El declive de los movimientos de liberación gay llevó a su
desintegración en una multiplicidad de ideologías, grupos y tendencias. No
obstante, los liberacionistas hicieron hincapié en la salida del armario y en
la destrucción de la barrera entre el yo privado y el yo público como parte de
la lucha contra la homofobia. Como tal, su legado reflejó cambios generales que
habían tenido lugar en la vida de gays y lesbianas, cambios que garantizaron
que los objetivos y métodos de los movimientos de liberación gay de los años
setenta fueran profundamente distintos de los movimientos homófilos de los años
cincuenta.
El menor entusiasmo por el cambio político, hasta entonces
característico de la liberación gay, había dejado el campo abierto para otro
tipo de militancia: la de los llamados grupos activistas. Aunque ya existían en
algunos lugares en los vertiginosos días del radicalismo de la década de 1970,
los grupos activistas se multiplicaron considerablemente en los años
posteriores. El más importante, la Alianza de Activistas Gays, se creó cuando
un grupo disidente se separó del Frente de Liberación Gay. Su programa
político, al igual que el de otras organizaciones semejantes, era bastante
extenso: cambios en la legislación de los derechos civiles (incluida la
despenalización de los actos homosexuales en los países donde todavía seguían
siendo ilegales) y fomento de un trato más favorable de los homosexuales en los
medios de comunicación. Hacían también especial énfasis en la salida del
armario y en el lenguaje del orgullo y la autoafirmación, con ocasionales
participaciones en protestas rebeldes y furiosas.
Sin embargo, los activistas gays se diferenciaban claramente del
movimiento de liberación gay en al menos dos aspectos. En primer lugar, el
programa de los activistas se centraba exclusivamente en los gays y lesbianas,
más que en un intento de provocar una revolución social y política total. En
segundo lugar, las organizaciones estaban bien estructuradas según unas líneas
más tradicionales (en vez de ser frentes, colectivos y otras alianzas vagas), y
sabían cómo relacionarse con el sistema político de manera eficaz -algo
fundamental-, estableciendo grupos de presión que se implicaban en las campañas
electorales, influyendo sobre determinadas causas, reclutando miembros y
utilizando los medios de comunicación para promover sus fines. Los grupos de
activistas perseguían también a otras instituciones, como las asociaciones
profesionales, que consideraban partícipes de la opresión, consiguiendo
resultados significativos: por ejemplo, en Estados Unidos, los activistas
alcanzaron una importante victoria en 1973, cuando la Asociación Psiquiátrica
Americana borró la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales, y
cuando dos años después lograron convencer a la Comisión de Administración
Pública estadounidense de que eliminara la prohibición de contratar a
trabajadores federales gays y lesbianas, en vigor desde la década de 1950.
(...)
Homofobia
A pesar de los avances logrados en los años sesenta y setenta -al menos
en algunos países-, el movimiento por los derechos gays no ha acabado con los
prejuicios antihomosexuales ni ha modificado la cultura heterosexual dominante.
Los cambios en la legislación civil y penal de ciertos países pueden haber
conducido a una discriminación menos oficial, pero como realidad social
persiste. Desde finales de la década de 1960 se han abolido las leyes penales
contra los varones homosexuales en Gran Bretaña, Alemania, los Países Bajos,
Francia, España y otros muchos Estados europeos. La Unión Europea, por su
parte, ha prohibido la legislación antihomosexual y respalda las políticas
contrarias a la discriminación en los lugares de trabajo. No obstante, incluso
en los Países Bajos, cuya sociedad está considerada por muchos como la más
tolerante del mundo, siguen estando extendidas las actitudes antihomosexuales y
la violencia homófoba. A pesar de que las nuevas generaciones han crecido en
una cultura respetuosa con la homosexualidad y la heterosexualidad, muchos
jóvenes (principalmente varones) albergan todavía prejuicios contra los
homosexuales y actúan en consecuencia, perpetrando desde el asesinato hasta
formas más encubiertas de acoso, por ejemplo, en círculos políticos e intelectuales.
(...)
A comienzos del año 2004 fue noticia en toda Francia la mutilación de
un gay en su jardín a manos de unos jóvenes, lo cual dejó clara la necesidad de
fomentar la igualdad de derechos tales como el matrimonio para acabar con esa
discriminación. No hay datos fidedignos sobre este tipo de sucesos, pero en
todo caso parece que los gays se enfrentan a altos niveles de acoso verbal y
físico. En los patios de los colegios siguen oyéndose con frecuencia insultos
contra los homosexuales, y la discriminación, ya sea explícita o implícita,
persiste en las familias, en los lugares de trabajo y en los ámbitos de la
sanidad y el ocio. Se les niegan los ascensos en el trabajo y se discrimina o
desatiende a sus compañeros, al tiempo que muchas regulaciones referidas a la
vivienda, la sanidad, los seguros o las pensiones no abarcan a los homosexuales
o a sus parejas. En el ámbito laboral, los homosexuales han de hacer frente a
un techo de cristal semejante al que sufren las mujeres, y los tópicos
heterosexistas de la sociedad (los gays y las lesbianas son considerados
heterosexuales hasta que se demuestre lo contrario) plantean un problema
persistente. (...)
Desde la década de 1960, los países europeos han ido despenalizando la
homosexualidad, y en la actualidad ya ningún Estado la prohíbe explícitamente.
También se ha despenalizado en países como Australia y Suráfrica. En 1989, el
Tribunal Supremo de Estados Unidos decidió mantener las leyes antisodomíticas,
en medio de grandes protestas. En 2003, sin embargo, anuló la decisión anterior
en una resolución que marcó todo un hito al declarar inconstitucional la
penalización de los actos homosexuales.