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Imagen: Pikara / Doña Sebastiana y Olga |
De víctimas a lideresas contra la violencia.
June Fernández | Pikara Magazine, 2015-11-30 http://www.pikaramagazine.com/2015/11/de-victimas-a-lideresas-contra-la-violencia/
Cuando doña Sebastiana recibe a una mujer violentada, lo primero que hace es prepararle una infusión de ruda, para calmar sus angustias. Es una de las 12.000 lideresas guatemaltecas formadas para acompañar a las mujeres en situación de violencia en sus comunidades. La mayoría no tienen un título universitario, muchas no saben leer ni escribir, pero ejercen como psicólogas, médicas y abogadas para suplir las carencias de un Estado que no garantiza el derecho a una vida libre de violencia.
La escuela de la aldea Toj Mech de San Martín de Sacatepéquez hoy está llena de mujeres de todas las edades. No estudian matemáticas ni idiomas: se están formando como lideresas de su comunidad. Llenar el aula de mujeres ha sido todo un logro. “Antes no había nada de participación, cuando convocábamos a las mujeres, apenas venían cuatro o cinco”, recuerda una de las facilitadoras de la reunión de hoy, Sabina López. “Ahora sí vienen, entre ellas se informan, les interesan los temas que tratamos y ya se ve que hay cambios en sus vidas”.
Estamos en una de las réplicas del proceso de formación a formadoras que dinamiza la Asociación Mujer Tejedora de Desarrollo (AMUTED). Una treintena de mujeres, entre ellas Sabina, se han formado con AMUTED y ahora replican en sus aldeas los conocimientos adquiridos sobre derechos de las mujeres.
El tema de hoy es la participación política. Las tres facilitadoras, que apenas tienen 20 años de edad, explican en mam (una de las 21 lenguas mayas que se hablan en Guatemala) y en español qué es la democracia interna, qué es la participación activa, cuál es la diferencia entre una cooperativa y un sindicato o entre una federación y un gremio. Las mujeres escuchan y asienten, algunas dan pecho a sus bebés, las hay que miran sus celulares e incluso se permiten echar una cabezadita.
Cuando termina la sesión, que incluye también dinámicas para sazonar la reunión con carcajadas, algunas se incorporan a otra reunión sobre la gestión del agua en la que los hombres siguen siendo mayoría. “Antes dos mujeres de esta aldea intentaron participar en los cocodes (Consejos Comunitarios de Desarrollo), pero se les dijo que las mujeres no podían. En estos años organizando las réplicas ya hemos informado de que tenemos derecho a participar”, explica Sabina, a la que ser lideresa le ha servido para defender otros derechos, como el de decidir cuándo y con quién se casa o el de dar rienda suelta a su vocación artística.
Las que no entran a la reunión del agua se sientan en los muros del patio, toman atol de plátano y tamal de pollo y charlan entre ellas. “El objetivo de las réplicas no está dirigido solo al traslado de contenidos y de información. Otro de los objetivos es que ellas encuentren un espacio de relacionamiento entre mujeres, ya que esos espacios comunitarios entre mujeres indígenas se han ido perdiendo”, agrega Edna Cali.
La mujer indígena como adorno
“Mi nombre es Olga Candelaria Quiej y les mando un cordial saludo desde el municipio de Zunil, Quetzaltenango, tierra de Huitzitzil Tzunum, capital de las verduras del Occidente”. Las cámaras y micrófonos se apelotonan alrededor de esta joven maya, atraídos por el vibrante colorido de su huipil y la cinta con la que recoge su melena lacia. ¿Quién le iba a decir que participaría en una rueda de prensa con el miedo que le daba hablar en público? En la semana que ha pasado en el País Vasco, ha concedido una entrevista diaria y ha explicado su trabajo ante auditorios de más de 50 personas. Olga, de 22 años, ha cruzado el charco para presentar, a través del documental ‘Ruda: mujeres indígenas organizadas por una vida libre de violencia en Guatemala’, las iniciativas de formación de lideresas que impulsa AMUTED.
Olga empieza sus intervenciones hablando en quiché, también en el País Vasco, convencida de que la equidad de género tiene que ir acompañada del respeto a la diversidad y del reconocimiento a los pueblos e identidades oprimidos. “Nosotras partimos de la historia, donde las mujeres hemos estado excluidas y marginadas, a lo que se suma el racismo y la discriminación que hemos sufrido los pueblos originarios”, explica Julia Sum, fundadora de AMUTED. En su trabajo con mujeres en situación de violencia, considera clave “trabajar las emociones y la sanación utilizando los saberes de nuestras ancestras, para poder seguir adelante”.
Maestra de Educación Primaria Bilingüe Intercultural, por ahora Olga promueve de forma voluntaria la alfabetización de las mujeres enseñando tanto lengua castellana como quiché y, como parte de su rol de lideresa en Zunil, facilita réplicas sobre derechos de las mujeres y acompaña a aquellas que vivan situaciones de violencia o de discriminación.
Ella misma acudió a AMUTED porque ocupaba un cargo municipal pero se sentía ignorada y excluida sistemáticamente por ser una mujer joven e indígena. “Conocer mis derechos me dio como una nueva respiración de vida. Decidí seguir adelante”. Olga se muestra muy crítica con la actitud de la clase política hacia las mujeres indígenas. En la campaña electoral que culminó en los comicios del pasado septiembre en los que Jimmy Morales fue elegido como presidente de la nación, Olga observó cómo, a nivel municipal, las mujeres indígenas eran utilizadas: “Se nos invita a ir en la planilla pero en los últimos puestos, para que la mujer indígena esté presente en la publicidad pero sin opciones reales de tener un cargo después”.
La sabiduría de las ancianas
Se cuece la hoja de naranja, o de limón, se le agregan cuatro hojitas de ruda y se deja reposar. Esta infusión calma la ansiedad de las mujeres que han sido violentadas. Las curanderas maya, como Doña Sebastiana, tienen claro que para que una mujer se desahogue, para que pueda poner nombre a lo que está viviendo, lo primero es que se recomponga emocionalmente. Cuando la mujer se ha tomado su infusión de ruda, Doña Sebastiana puede platicar con ella. Después hablará con el agresor (el esposo, por ejemplo). Si él no recapacita, la lideresa se volcará en conseguir justicia gratuita a la mujer y la acompañará a los juicios.
Ser lideresa en 12 comunidades de Chichicastenango resulta sanador para Sebastiana Aquino, sobreviviente de 22 años de maltrato por parte del hombre con el que su madre la obligó a casarse a los 12 años. “Ahora entiendo que Dios me dejó sufrir para que ahora yo pueda apoyar a mis compañeras”. La vida le cambió cuando conoció a María Morales, entonces fundadora de del colectivo de viudas de Guatemala Conavigua. Doña Sebastiana no encajaba ahí puesto que no había perdido a su marido en la guerra, pero Morales la apoyó y, cuando después fundó otro colectivo, Majawil Q’ij, la sumó a los procesos de capacitación de autoridades ancestrales que promueve esta asociación en su trabajo de desarrollo de planes de prevención comunitaria de la violencia.
¿Por qué se forma a las autoridades ancestrales? Porque la comadrona, la curandera, el o la guía espiritual son figuras que merecen la confianza y el respeto de la comunidad. “Lo que hacen las autoridades ancestrales es ver cómo disminuir la violencia desde un consejo, no llegar precisamente a los juzgados porque sabemos que ahí no nos hacen caso”, explica Brenda Ramírez, técnica de la organización, consciente de que la impunidad de la que gozan los agresores (en Guatemala el 98% de la violencia denunciada por mujeres queda sin castigo) es especialmente acusada cuando las víctimas son mujeres indígenas.
Majawil Q’ij explora cómo aplicar la metodología maya del ‘soloj’ como mecanismo de prevención comunitaria. Resulta difícil explicar qué es el ‘soloj’, pero tiene que ver con reconocer la violencia como un asunto público que concierne a toda la comunidad y, por ello, contribuir a que la víctima pueda obtener reparación y sanación, a través de un apoyo emocional y espiritual. Respecto al agresor, se busca que reconozca públicamente el daño ocasionado. “Que pida disculpas a la mujer frente a toda la comunidad es un acto que nosotros vemos como algo grande. Después las autoridades ancestrales velan es que eso se cumpla, van verificando que no haya violencia”, abunda.
Esta organización está implicada también en la defensa del territorio, frente a la amenaza que suponen los megaproyectos extractivistas tanto por su impacto medioambiental como por su falta de reconocimiento a la soberanía de los pueblos que habitan las tierras en las que instalan minas o hidroeléctricas. Además de relacionar la explotación de la madre tierra con la violencia hacia las mujeres, Majawil afirma que las mujeres están viviendo acoso y agresiones por parte de los militares que defienden estos proyectos.
No es fácil ser lideresa. Sebastiana ha sido amenazada y difamada. “¿Vos quién te creés que sos? ¿Sos la Rigoberta Menchú o la Rosalina Tuyuc?”, le dijo con desprecio un abogado, indignado con su empeño por que se haga justicia con las mujeres más desprotegidas. Doña Sebastiana estuvo a punto de ser linchada en su comunidad porque se opuso a que el Partido Patriota controlase su grupo de mujeres. Se la acusó de guerrillera, una vieja estrategia de desacreditación que evoca los tiempos del genocidio maya. “Muchos me dicen: ‘Doña Sebastiana, va a llegar un día que te van a matar’. Si me matan, que me maten. Dios me está viendo que yo no estoy haciendo nada malo, sino que yo estoy apoyando a mis compañeras”.
Pero el trabajo tiene sus recompensas. La última, viajar a Europa como representante de Majawil Q’ij. Recibir los aplausos de quienes aprenden la lección de que la respuesta a la violencia hacia las mujeres no puede limitarse a lo policial y judicial, que hay que humanizar el acompañamiento a las víctimas, que hay que empezar por el apoyo emocional. Doña Sebastiana conoció el mar en Ondarroa, un pueblo pesquero de Bizkaia. Se llevó una botellita llena de agua de mar y una pelota de arena escondida en su delantal.
El peligro de salvar vidas
La angustia se adivina en seguida en el rostro tenso de Johana. Tiene motivos para estar afligida. En el barrio ha sido señalada como la colaboradora de la policía en la desarticulación de bandas de crimen organizado. En una escuela empezaron a extorsionar a unas maestras, amenazaron con violarlas una a una si no pagaban y cumplieron la amenaza con una de ellas. Johana Ramírez, como tantas otras defensoras de derechos humanos, vive una paradoja: salvar vidas pone la suya en riesgo.
Johana Ramírez de Hernández, lideresa en el municipio de Cuilapa, departamento de Santa Rosa, cuenta con la barbilla bien alta que es sobreviviente de violencia, que fue víctima de trata porque su madre, una campesina muy pobre, vendió a sus propias hijas. Johana pudo sobreponerse a una biografía tan devastadora cuando entró en contacto con el Centro de Investigación, Capacitación y Apoyo a la Mujer (CICAM). Realizó varios talleres y diplomados sobre derechos de las mujeres con esa organización y descubrió su vocación de orientar a las mujeres en situación de violencia sobre sus derechos y acompañarlas en el proceso de denuncia. En este proceso de empoderamiento se reconcilió también con su identidad: es de las pocas lideresas de Santa Rosa que se nombra como mujer indígena xinca, una cultura en vías de extinción debido al racismo por el que la mayoría de personas se avergüenzan de reivindicarla.
CICAM promueve la participación de lideresas sobrevivientes de violencia en la Red de Derivación del Ministerio Público, que integra a instituciones responsables de la atención a mujeres en situación de violencia: operadores de salud, de justicia y de seguridad. Johana expone los casos de su comunidad con una implicación emocional y un compromiso que dista de la actitud de la funcionaria que atiende a las víctimas en su despacho.
No se deja amilanar por las actitudes clasistas y machistas de aquellos que se resisten a aprender de una mujer humilde como ella. Ocurrió una vez que CICAM le pidió que fuera a dar una charla de sensibilización a un encuentro de maestros y maestras. Cuando entró, sin tiempo de acicalarse y con ropa sencilla, varios le increparon, le dijeron que se fuera, que ese era no era su sitio. Johana avanzó hacia la parte delantera del aula y alzó la voz: “Soy Johana Ramírez y vengo a capacitarles sobre prevención de la violencia”.
Los jueces son otro hueso duro de roer: “Revictimizan a las víctimas, les dicen que si no se lo estarán inventando; muchos son también maltratadores en sus propios hogares”, lamenta. Pero a Johana le motiva especialmente sensibilizar a los hombres. Se dio cuenta cuando fue a una aldea llamada El Sauce a dar una charla sobre violencia y, para su sorpresa, asistieron 85 hombres y solo 8 mujeres. “Al principio me quedé bloqueada, pero de igual manera entendí que no podía irme sin dar orientación a los hombres, porque de hecho son ellos los agresores. Me armé de valor y sí pude orientarles”. Formaron una comisión de seguridad local, integrada por cuatro mujeres y tres hombres. Cinco de los asistentes a esa reunión aceptaron que eran agresores y pidieron ayuda psicológica.
En su visita al País Vasco, Johana aporta estrategias que han funcionado en su comunidad, como la de regalar silbatos, también a los niños y a las niñas, para que avisen cuando presencien situaciones de violencia y que así la comunidad actúe. Su trabajo (agotador y no remunerado) está transformando su entorno y su propia familia. “Mientras que estoy de gira aquí en Europa, mi esposo se ha quedado apoyando a las mujeres”, cuenta con una sonrisa triunfal.