Imagen: El País |
Una llamada anónima alertó a una madre del acoso escolar al que había estado sometido su hijo durante cuatro años.
Alba Moraleda | El País, 2017-05-02
http://politica.elpais.com/politica/2017/04/27/actualidad/1493303379_579589.html
Una llamada desde un número oculto despertó una noche a Guadalupe Cabanillas. “Ten cuidado con tu hijo porque lo están machacando”, le dijo una voz desconocida. En ese momento esta madre se dio cuenta de que el comportamiento de su hijo, que se pasaba el día en su cuarto metido en la cama, tenía que tener una explicación diferente a “son cosas de adolescentes”. El Juzgado de Menores de Badajoz reconoció en diciembre el acoso escolar al que había estado sometido su hijo, que ahora tiene 16 años, y condenó a uno de sus compañeros de colegio por un delito contra la integridad moral a un año de “tareas socioeducativas” y al pago de una indemnización de 3.000 euros, con el colegio Salesianos Ramón Izquierdo como responsable civil subsidiario.
El menor sufrió vejaciones, tanto físicas como psicológicas, durante cuatro años en el centro educativo, según cuenta la madre. Llegaba a casa con arañazos, marcas en la piel y con la ropa y los libros rotos. Las agresiones pasaron de ser en los recreos a colarse en el aula cuando en cuarto de ESO le tocó compartir clase con el agresor. La sentencia dice que este tenía una conducta de acoso escolar tendente a ridiculizar, intimidar y aislar a la víctima. “De modo sistemático insultaba a este, humillándolo con el mote de ‘Acoplao’, cada vez que intentaba relacionarse con otros compañeros, en los que el agresor influía para lograr el aislamiento”.
“Mi hijo se inventaba motivos para no ir al colegio. Un día le dolía una mano, otro la cabeza, y se pillaba unos cabreos enormes cuando el médico le decía que estaba estupendamente y que podía ir a clase”. Nunca les contó a sus padres que tuviera problemas. “Él lo tapaba. Puede que por miedo o por vergüenza”. Finalmente, le fue diagnosticado un trastorno ansioso depresivo. Tras la llamada que recibió, Guadalupe Cabanillas habló con los profesores. “Esa llamada me abrió los ojos. De no haberse producido no sé si ahora tendría hijo”.
La sentencia reconoce la culpa del centro por no adoptar “alguna medida de vigilancia, control o seguimiento”. Y reprocha: “La víctima es un alumno de más de diez años en el colegio, con un comportamiento bueno y un expediente académico aún mejor, que venía mostrando un rendimiento inferior al habitual, lo cual unido a todas esos pequeños incidentes que el centro parece querer reconocer a medias, son una señal de alarma, cuando menos, que merecen toda la atención, porque lo contrario es susceptible de producir en el menor un daño moral que podrá ser resarcible, pero que no es admisible en quienes están para garantizar la seguridad psíquica y moral en sustitución de los padres”.
El menor pasó de ser un buen estudiante a llegar siempre tarde y a que le castigaran. Tras denunciar al agresor y al centro, el menor cambió de colegio en marzo de 2016 y, aunque no le apetece hablar de lo que vivió, reconoce que ya está bien. Fue entonces cuando se acabaron los gritos o las reacciones desproporcionadas. “La primera mañana que le escuché cantar en la ducha me sorprendió. Después me asombré de que ese hecho tan cotidiano me hubiera chocado”, cuenta la madre.
Mirar para otro lado
José Vicente Pacheco, de 47 años, es el padre de la víctima y profesor de un instituto público. Recrimina al antiguo colegio del niño las pocas ganas de ayudar. “La falta de acción de los profesionales, a veces por restar importancia a la situación como parece haber ocurrido aquí, hasta el momento en el que daño estaba causado, como por la actitud de mirar para otro lado y así no existe el problema que dañe la imagen del centro escolar, favorece la ley del más fuerte”, refleja el fallo judicial. La violencia y el acoso entre menores tiene para María Teresa Cabeza, abogada de la familia, gran similitud con la machista. “Antes decían que eran cosas del matrimonio y con estos casos que son cosas de niños. La necesidad de concienciación sobre este problema aún es muy grande”.
Aunque el proceso judicial fue duro, los padres recuerdan que su hijo siempre se mostró dispuesto ayudar. No quiere, como le reconoció a su madre, “que ningún niño pase por lo que ha pasado él”.
El menor sufrió vejaciones, tanto físicas como psicológicas, durante cuatro años en el centro educativo, según cuenta la madre. Llegaba a casa con arañazos, marcas en la piel y con la ropa y los libros rotos. Las agresiones pasaron de ser en los recreos a colarse en el aula cuando en cuarto de ESO le tocó compartir clase con el agresor. La sentencia dice que este tenía una conducta de acoso escolar tendente a ridiculizar, intimidar y aislar a la víctima. “De modo sistemático insultaba a este, humillándolo con el mote de ‘Acoplao’, cada vez que intentaba relacionarse con otros compañeros, en los que el agresor influía para lograr el aislamiento”.
“Mi hijo se inventaba motivos para no ir al colegio. Un día le dolía una mano, otro la cabeza, y se pillaba unos cabreos enormes cuando el médico le decía que estaba estupendamente y que podía ir a clase”. Nunca les contó a sus padres que tuviera problemas. “Él lo tapaba. Puede que por miedo o por vergüenza”. Finalmente, le fue diagnosticado un trastorno ansioso depresivo. Tras la llamada que recibió, Guadalupe Cabanillas habló con los profesores. “Esa llamada me abrió los ojos. De no haberse producido no sé si ahora tendría hijo”.
La sentencia reconoce la culpa del centro por no adoptar “alguna medida de vigilancia, control o seguimiento”. Y reprocha: “La víctima es un alumno de más de diez años en el colegio, con un comportamiento bueno y un expediente académico aún mejor, que venía mostrando un rendimiento inferior al habitual, lo cual unido a todas esos pequeños incidentes que el centro parece querer reconocer a medias, son una señal de alarma, cuando menos, que merecen toda la atención, porque lo contrario es susceptible de producir en el menor un daño moral que podrá ser resarcible, pero que no es admisible en quienes están para garantizar la seguridad psíquica y moral en sustitución de los padres”.
El menor pasó de ser un buen estudiante a llegar siempre tarde y a que le castigaran. Tras denunciar al agresor y al centro, el menor cambió de colegio en marzo de 2016 y, aunque no le apetece hablar de lo que vivió, reconoce que ya está bien. Fue entonces cuando se acabaron los gritos o las reacciones desproporcionadas. “La primera mañana que le escuché cantar en la ducha me sorprendió. Después me asombré de que ese hecho tan cotidiano me hubiera chocado”, cuenta la madre.
Mirar para otro lado
José Vicente Pacheco, de 47 años, es el padre de la víctima y profesor de un instituto público. Recrimina al antiguo colegio del niño las pocas ganas de ayudar. “La falta de acción de los profesionales, a veces por restar importancia a la situación como parece haber ocurrido aquí, hasta el momento en el que daño estaba causado, como por la actitud de mirar para otro lado y así no existe el problema que dañe la imagen del centro escolar, favorece la ley del más fuerte”, refleja el fallo judicial. La violencia y el acoso entre menores tiene para María Teresa Cabeza, abogada de la familia, gran similitud con la machista. “Antes decían que eran cosas del matrimonio y con estos casos que son cosas de niños. La necesidad de concienciación sobre este problema aún es muy grande”.
Aunque el proceso judicial fue duro, los padres recuerdan que su hijo siempre se mostró dispuesto ayudar. No quiere, como le reconoció a su madre, “que ningún niño pase por lo que ha pasado él”.
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