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José Enrique Acévez · Cursa la maestría en Comunicación en la UDG | Huffpost, 2017-07-19
http://www.huffingtonpost.com.mx/jos-enrique-acvez/los-gays-y-la-imposicion-de-un-modelo-de-belleza-femenina_a_23036216/
Si algo nos dejaron los extreme makeovers a dos mujeres que realizó Martha Debayle en su programa fue un arduo debate sobre los estándares de belleza femeninos, la relación de estos con la desigualdad de género y las decisiones de las mujeres en el mundo contemporáneo. En tales reflexiones, me vino a la mente un fenómeno del que se ha explorado poco y es la complicidad de los hombres gais en la reproducción de tales estándares, así como nuestra actitud implícita en la exigencia de los mismos.
Sería terco negar que los gais hemos sido parte constante de la "cultura de la belleza": estilistas, diseñadores de moda, fotógrafos, maquillistas, peluqueros y un largo etcétera. Para muestra, la consolidación de los estereotipos mediáticos de los hombres homosexuales: desde Víctor Uribe, el sastre de ‘La hora pico’ o Yahairo, el asesor de moda y entrenador de aeróbics que personifica Omar Chaparro, hasta referentes internacionales como Michael Caine en ‘Miss Simpatía’ y Stanley Tucci en ‘El diablo viste a la moda’.
Y a pesar de que, por razones que no van con este texto, muchos hombres gais han tratado de huir de ese estereotipo, la dicotomía de los géneros ha establecido que el oropel, la "sensibilidad", y la "sofisticación" son valores que no corresponden con la frágil masculinidad y, si los asumes, evidentemente eres homosexual.
Así, muchos de los estándares, propuestas, críticas y disputas que se libran en el mundo del embellecimiento de las personas (primordialmente del género femenino) se libran entre hombres homosexuales y mujeres. Por lo que, en una medida no tan insignificante, los hombres gais tenemos responsabilidad a la hora de construir, reproducir o romper parámetros de belleza para las mujeres.
La propia estética e identidad de los hombres homosexuales se basa en referentes de divas de la cultura pop; a nivel internacional: Cher, Madonna o Kylie Minogue; a nivel nacional: Rocío Dúrcal, Gloria Trevi o Yuri. Nuestra relación con la feminidad se basa en una tensión constante entre la aversión y el deseo, entre lo que se negó y lo que admiramos.
Y justo ahí, aportamos a una actitud de exigencia a las mujeres desde nuestra misoginia no tan implícita. Es tal nuestro afecto al papel de las divas, a la elegancia de un buen maquillaje y al glamour de la moda, que muchas veces queremos imponer esos esquemas a las mujeres que nos rodean. Y esto es, aún más tiránico, cuando son hombres gais los que forman parte de la industria de la belleza y toman decisiones e imponen esquemas valorativos.
Nuestra valoración por lo femenino, es también un arma de exigencia a estándares que nos parecen los más adecuados, los más "bellos", los más decorosos. Nuestra complicidad, muchas veces silenciosa y muchas otras soberbia, consiste en recriminar fealdades y desfachateces según nuestro criterio. Y, como los gais somos parte del mismo sistema de dominaciones sociales que todos los demás, reproducimos esquemas misóginos, racistas, clasistas y, a veces, hasta homofóbicos.
Como bien explicitó Lilián Bañuelos en una conversación de Facebook: la crítica a los ‘makeovers’ de Debayle no son, por supuesto, un señalamiento a las mujeres que lo decidieron, sino un análisis crítico a los estándares estéticos que el capitalismo impone mediáticamente (argumentó con un ejemplo muy sensible: la anorexia; total, por qué se meten con su decisión si la persona, casi siempre mujer u hombre homosexual, decide suicidarse dejando de comer).
Yo agregaría que a ese capitalismo que se impone desde los medios, es cruzado también por el clasismo y especialmente por el racismo. Los ‘makeovers’ de Debayle buscaban "blanquear" a las participantes. Son muestra de una cultura que valora lo europeo por sobre todo lo demás y hasta podrían prescindir de ello.
¿Cuándo hemos visto operaciones estéticas para anchar la nariz, o tratamientos de cabello para tener afro permanente, o estiramiento de los ojos para tenerlos rasgados u operaciones de senos para que estén caídos y separados (como la mayoría indígena)? Y esos estándares, cada vez más imposibles, consiste en mantener ese ideal blanco de lo impuesto por los medios en las divas a las cuales muchos gais admiran y se identifican.
Las alternativas a estos estándares son tramposas y difíciles de sortear. Muchos podrían insistir con la eliminación radical de la industria de la belleza y con la subjetivación absoluta de la belleza sin estándares. Postura que suena utópica e ingenua. Sin embargo, considero que hay otros ejemplos que podrían "agarrar al toro por los cuernos".
Si no queremos erradicar la cultura de la belleza, el glamur de la moda y la efervescente industria del oropel, sí podemos replantear los estándares y ampliar los marcos de representación. La moda, como todo campo, es una bisagra que posibilita y que permite reinterpretar, reapropiar y resistir (sobran los ejemplos de proyectos que han roto y replanteado los estándares; uno de los que me parece más interesante y quizá más complejo es el de la industria de la banalidad de Kim Kardashian, quien, de una u otra forma, integró otros cuerpos, otros rostros, otras formas).
En México, sin embargo, el escenario es más arduo. Los referentes de divas (tanto para heterosexuales, pero sobre todo para homosexuales) han sido un devenir de las actrices del cine de oro; de María Félix y Dolores del Río, para llegar a la cultura Televisa con Angélica María, Verónica Castro y Rebeca Jones, que continuó con Adela Noriega y Angelique Boyer, para concluir con Jaqueline Bracamontes, Anahí y Belinda.
La evolución de los estándares parece responder a lo dictado internacionalmente, pero también a cuerpos cada vez más blancos, más españoles, menos cercanos a la cotidianidad mexicana. De los pocos casos de mujeres no blancas que son apreciadas en nuestro país está Galilea Montijo, cuyo blanqueamiento ha sido expuesto varias veces y a quien se le ha recriminado popularmente su "origen bajo".
Si los hombres gais queremos seguir siendo parte de la industria de la belleza, debemos asumir la responsabilidad de la reproducción de estándares o, en el mejor de los casos, atrevernos a romper esos esquemas y hacer revaloraciones que sean diversas, que representen nuestros entornos, que nos hablen a todos. Esto, sin embargo, como dice Jorge Medina, implicaría seguir asumiendo a las mujeres como supeditadas a la decisión de un hombre (aunque sea gay, aunque sea femenino). Cuando sus cuerpos y estéticas deben depender justo de ellas.
Los hombres, también los gais, debemos dejar de entablar nuestros criterios surgidos en esa tensión con lo femenino y que no hacen más que exigir en terrenos que no nos corresponden. Y también los hombres, sin importar su preferencia sexual, podemos aportar a la ruptura del binarismo de género y apropiarnos del oropel, la sofisticación y el glamur sin recurrir a señalamientos homofóbicos, racistas o misóginos, y sentirnos, sea como sea, guapos.
Sería terco negar que los gais hemos sido parte constante de la "cultura de la belleza": estilistas, diseñadores de moda, fotógrafos, maquillistas, peluqueros y un largo etcétera. Para muestra, la consolidación de los estereotipos mediáticos de los hombres homosexuales: desde Víctor Uribe, el sastre de ‘La hora pico’ o Yahairo, el asesor de moda y entrenador de aeróbics que personifica Omar Chaparro, hasta referentes internacionales como Michael Caine en ‘Miss Simpatía’ y Stanley Tucci en ‘El diablo viste a la moda’.
Y a pesar de que, por razones que no van con este texto, muchos hombres gais han tratado de huir de ese estereotipo, la dicotomía de los géneros ha establecido que el oropel, la "sensibilidad", y la "sofisticación" son valores que no corresponden con la frágil masculinidad y, si los asumes, evidentemente eres homosexual.
Así, muchos de los estándares, propuestas, críticas y disputas que se libran en el mundo del embellecimiento de las personas (primordialmente del género femenino) se libran entre hombres homosexuales y mujeres. Por lo que, en una medida no tan insignificante, los hombres gais tenemos responsabilidad a la hora de construir, reproducir o romper parámetros de belleza para las mujeres.
La propia estética e identidad de los hombres homosexuales se basa en referentes de divas de la cultura pop; a nivel internacional: Cher, Madonna o Kylie Minogue; a nivel nacional: Rocío Dúrcal, Gloria Trevi o Yuri. Nuestra relación con la feminidad se basa en una tensión constante entre la aversión y el deseo, entre lo que se negó y lo que admiramos.
Y justo ahí, aportamos a una actitud de exigencia a las mujeres desde nuestra misoginia no tan implícita. Es tal nuestro afecto al papel de las divas, a la elegancia de un buen maquillaje y al glamour de la moda, que muchas veces queremos imponer esos esquemas a las mujeres que nos rodean. Y esto es, aún más tiránico, cuando son hombres gais los que forman parte de la industria de la belleza y toman decisiones e imponen esquemas valorativos.
Nuestra valoración por lo femenino, es también un arma de exigencia a estándares que nos parecen los más adecuados, los más "bellos", los más decorosos. Nuestra complicidad, muchas veces silenciosa y muchas otras soberbia, consiste en recriminar fealdades y desfachateces según nuestro criterio. Y, como los gais somos parte del mismo sistema de dominaciones sociales que todos los demás, reproducimos esquemas misóginos, racistas, clasistas y, a veces, hasta homofóbicos.
Como bien explicitó Lilián Bañuelos en una conversación de Facebook: la crítica a los ‘makeovers’ de Debayle no son, por supuesto, un señalamiento a las mujeres que lo decidieron, sino un análisis crítico a los estándares estéticos que el capitalismo impone mediáticamente (argumentó con un ejemplo muy sensible: la anorexia; total, por qué se meten con su decisión si la persona, casi siempre mujer u hombre homosexual, decide suicidarse dejando de comer).
Yo agregaría que a ese capitalismo que se impone desde los medios, es cruzado también por el clasismo y especialmente por el racismo. Los ‘makeovers’ de Debayle buscaban "blanquear" a las participantes. Son muestra de una cultura que valora lo europeo por sobre todo lo demás y hasta podrían prescindir de ello.
¿Cuándo hemos visto operaciones estéticas para anchar la nariz, o tratamientos de cabello para tener afro permanente, o estiramiento de los ojos para tenerlos rasgados u operaciones de senos para que estén caídos y separados (como la mayoría indígena)? Y esos estándares, cada vez más imposibles, consiste en mantener ese ideal blanco de lo impuesto por los medios en las divas a las cuales muchos gais admiran y se identifican.
Las alternativas a estos estándares son tramposas y difíciles de sortear. Muchos podrían insistir con la eliminación radical de la industria de la belleza y con la subjetivación absoluta de la belleza sin estándares. Postura que suena utópica e ingenua. Sin embargo, considero que hay otros ejemplos que podrían "agarrar al toro por los cuernos".
Si no queremos erradicar la cultura de la belleza, el glamur de la moda y la efervescente industria del oropel, sí podemos replantear los estándares y ampliar los marcos de representación. La moda, como todo campo, es una bisagra que posibilita y que permite reinterpretar, reapropiar y resistir (sobran los ejemplos de proyectos que han roto y replanteado los estándares; uno de los que me parece más interesante y quizá más complejo es el de la industria de la banalidad de Kim Kardashian, quien, de una u otra forma, integró otros cuerpos, otros rostros, otras formas).
En México, sin embargo, el escenario es más arduo. Los referentes de divas (tanto para heterosexuales, pero sobre todo para homosexuales) han sido un devenir de las actrices del cine de oro; de María Félix y Dolores del Río, para llegar a la cultura Televisa con Angélica María, Verónica Castro y Rebeca Jones, que continuó con Adela Noriega y Angelique Boyer, para concluir con Jaqueline Bracamontes, Anahí y Belinda.
La evolución de los estándares parece responder a lo dictado internacionalmente, pero también a cuerpos cada vez más blancos, más españoles, menos cercanos a la cotidianidad mexicana. De los pocos casos de mujeres no blancas que son apreciadas en nuestro país está Galilea Montijo, cuyo blanqueamiento ha sido expuesto varias veces y a quien se le ha recriminado popularmente su "origen bajo".
Si los hombres gais queremos seguir siendo parte de la industria de la belleza, debemos asumir la responsabilidad de la reproducción de estándares o, en el mejor de los casos, atrevernos a romper esos esquemas y hacer revaloraciones que sean diversas, que representen nuestros entornos, que nos hablen a todos. Esto, sin embargo, como dice Jorge Medina, implicaría seguir asumiendo a las mujeres como supeditadas a la decisión de un hombre (aunque sea gay, aunque sea femenino). Cuando sus cuerpos y estéticas deben depender justo de ellas.
Los hombres, también los gais, debemos dejar de entablar nuestros criterios surgidos en esa tensión con lo femenino y que no hacen más que exigir en terrenos que no nos corresponden. Y también los hombres, sin importar su preferencia sexual, podemos aportar a la ruptura del binarismo de género y apropiarnos del oropel, la sofisticación y el glamur sin recurrir a señalamientos homofóbicos, racistas o misóginos, y sentirnos, sea como sea, guapos.
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