Imagen: El País / Escena de 'Brokeback Mountain' |
En la sociedad actual aún existen prejuicios que asumen que la tríada hombre, masculino y heterosexual no puede romperse.
Elena Horrillo | El País, 2017-07-13
https://elpais.com/elpais/2017/05/19/icon/1495199913_337275.html
En febrero de 1984, hace 33 años, una carta al director enviada a El País reivindicaba que los homosexuales son “viriles, varoniles y masculinos” y explicaba que “una cosa es el carácter propio del sexo y otra la relación sexual”. En 2001, hace 16 años, el dirigente catalán socialista Miquel Iceta aseguraba en una entrevista también en El País que “el que un hombre diga que le gustan otros hombres, en algunos entornos, desmerece su virilidad”. Y en septiembre de 2016, hace menos de un año, el actor Ian McKellen saltaba a las portadas porque aseguraba que los homosexuales eran más viriles que los heterosexuales. La pregunta es: ¿aún seguimos relacionando virilidad con heterosexualidad?
Virilidad, según la RAE, es la cualidad de viril, es decir, “perteneciente o relativo al varón” o “que posee características atribuidas a él”. Así pues, un hombre, sea cual sea su orientación sexual, por el simple hecho de ser varón, debería ser viril. Y, sin embargo, no se entiende así. La tradición sociológica asume que la virilidad se entiende de manera diferente, según la época y según la cultura, y que en muchos casos se asume como un plus a la masculinidad.
Así lo entendieron muchas de las 35 mujeres que Icon consultó para saber qué veían ellas, sexualmente hablando, en los hombres para sentir que tenían ese punto más que llamaban virilidad. Conceptos como protección, una voz grave, un whisky solo o un antebrazo musculado se repetían. Parece que, de una forma un tanto primitiva y básica, ellas lo ven claro para el hombre heterosexual. Pero, ¿funciona igual para los homosexuales?
“Históricamente existe un pensamiento en bloque que hace que el hombre sea masculino y heterosexual y el hombre que no es heterosexual se interpreta como una transgresión de género y se le asume como afeminado”, explica Begonya Enguix Grau, antropóloga, directora en la UOC (Universitat Oberta de Catalunya) del grado de Antropología y Evolución Humana y experta en cuerpos, géneros y sexualidades. Enguix se refiere a que en el imaginario social “las piezas parece que se tienen que corresponder como en un rompecabezas exacto, hombre-masculino-heterosexual y los comportamientos, apariencias y prácticas que se salen de los esquemas no son inteligibles”.
Si una de las piezas de ese rompecabezas no es como la esperamos, creemos que ninguna lo es. “Es por eso que una transgresión en uno de esos aspectos inmediatamente lleva a la transgresión en los otros. Por eso una mujer masculina se piensa que es lesbiana y un hombre afeminado que es gay”, sentencia.
Así fue predominante e incontestablemente hasta la década de los 70. Después de los disturbios de Stonewall en 1969 -considerados el inicio del movimiento LGTB y que se conmemoran con las marchas anuales del Orgullo Gay- los hombres homosexuales comenzaron a reivindicar la imagen social de virilidad que hasta el momento se les había negado. Históricamente se les había despojado de la masculinidad e incluso se les había considerado como menos hombres.
A partir de ese momento, el estereotipo cambia y comienzan a asimilar la estética masculina más normativa, el macho gay, como lo denominaría Martin P. Levine en su libro ‘Macho Gay: The life and death of the homosexual clone’. Levine se refiere a ellos como clones porque, como afirma Enguix “si los gais han conseguido un estatus de más o menos igualdad en las sociedades democráticas occidentales ha sido asimilándose a los heterosexuales”.
Algo que asumen desde el mundo gay. “El estereotipo que sobre todo impone el propio colectivo es el del hombre gay con un poder económico medio-alto, musculado, con barba, guapete, que no viene a ser más que una herencia de la normatividad que ya existe en la propia sociedad. Y todo lo que se salga de ahí está como infravalorado dentro del propio colectivo”, afirma Santiago Rivero, responsable de comunicación de COGAM, la organización LGTB de Madrid. Rivero insiste: “Lo bueno es la diversidad. Hay que reivindicar el papel de los gais con pluma y los travestis, que fueron los que abrieron camino para que hoy tengamos los derechos y las libertades de los que podemos disfrutar”.
Esa reivindicación de lo viril dentro del mundo gay puede comprobarse fácilmente en las publicaciones especializadas. “Ser viril en el mundo gay siempre ha sido considerado un plus”, afirma Agustín Gómez, redactor jefe de la revista ‘Shangay’, que asegura que en este momento se está produciendo “un movimiento que reivindica la feminidad de un hombre”.
Y pone como ejemplo diseñadores como Palomo Spain, que juegan con las nociones tradicionales de masculinidad y feminidad, o el auge de la utilización de modelos hombres para mostrar ropa de mujer. “Se está reivindicando ese tipo de feminidad que el hombre puede mostrar sin ningún tipo de vergüenza, pero queda un camino muy largo por hacer”, señala Gómez.
Un camino que pasa por romper la cadenas que parecen atar, sin permitir modificación alguna, las nociones de hombre, masculinidad y heterosexualidad.
Virilidad, según la RAE, es la cualidad de viril, es decir, “perteneciente o relativo al varón” o “que posee características atribuidas a él”. Así pues, un hombre, sea cual sea su orientación sexual, por el simple hecho de ser varón, debería ser viril. Y, sin embargo, no se entiende así. La tradición sociológica asume que la virilidad se entiende de manera diferente, según la época y según la cultura, y que en muchos casos se asume como un plus a la masculinidad.
Así lo entendieron muchas de las 35 mujeres que Icon consultó para saber qué veían ellas, sexualmente hablando, en los hombres para sentir que tenían ese punto más que llamaban virilidad. Conceptos como protección, una voz grave, un whisky solo o un antebrazo musculado se repetían. Parece que, de una forma un tanto primitiva y básica, ellas lo ven claro para el hombre heterosexual. Pero, ¿funciona igual para los homosexuales?
“Históricamente existe un pensamiento en bloque que hace que el hombre sea masculino y heterosexual y el hombre que no es heterosexual se interpreta como una transgresión de género y se le asume como afeminado”, explica Begonya Enguix Grau, antropóloga, directora en la UOC (Universitat Oberta de Catalunya) del grado de Antropología y Evolución Humana y experta en cuerpos, géneros y sexualidades. Enguix se refiere a que en el imaginario social “las piezas parece que se tienen que corresponder como en un rompecabezas exacto, hombre-masculino-heterosexual y los comportamientos, apariencias y prácticas que se salen de los esquemas no son inteligibles”.
Si una de las piezas de ese rompecabezas no es como la esperamos, creemos que ninguna lo es. “Es por eso que una transgresión en uno de esos aspectos inmediatamente lleva a la transgresión en los otros. Por eso una mujer masculina se piensa que es lesbiana y un hombre afeminado que es gay”, sentencia.
Así fue predominante e incontestablemente hasta la década de los 70. Después de los disturbios de Stonewall en 1969 -considerados el inicio del movimiento LGTB y que se conmemoran con las marchas anuales del Orgullo Gay- los hombres homosexuales comenzaron a reivindicar la imagen social de virilidad que hasta el momento se les había negado. Históricamente se les había despojado de la masculinidad e incluso se les había considerado como menos hombres.
A partir de ese momento, el estereotipo cambia y comienzan a asimilar la estética masculina más normativa, el macho gay, como lo denominaría Martin P. Levine en su libro ‘Macho Gay: The life and death of the homosexual clone’. Levine se refiere a ellos como clones porque, como afirma Enguix “si los gais han conseguido un estatus de más o menos igualdad en las sociedades democráticas occidentales ha sido asimilándose a los heterosexuales”.
Algo que asumen desde el mundo gay. “El estereotipo que sobre todo impone el propio colectivo es el del hombre gay con un poder económico medio-alto, musculado, con barba, guapete, que no viene a ser más que una herencia de la normatividad que ya existe en la propia sociedad. Y todo lo que se salga de ahí está como infravalorado dentro del propio colectivo”, afirma Santiago Rivero, responsable de comunicación de COGAM, la organización LGTB de Madrid. Rivero insiste: “Lo bueno es la diversidad. Hay que reivindicar el papel de los gais con pluma y los travestis, que fueron los que abrieron camino para que hoy tengamos los derechos y las libertades de los que podemos disfrutar”.
Esa reivindicación de lo viril dentro del mundo gay puede comprobarse fácilmente en las publicaciones especializadas. “Ser viril en el mundo gay siempre ha sido considerado un plus”, afirma Agustín Gómez, redactor jefe de la revista ‘Shangay’, que asegura que en este momento se está produciendo “un movimiento que reivindica la feminidad de un hombre”.
Y pone como ejemplo diseñadores como Palomo Spain, que juegan con las nociones tradicionales de masculinidad y feminidad, o el auge de la utilización de modelos hombres para mostrar ropa de mujer. “Se está reivindicando ese tipo de feminidad que el hombre puede mostrar sin ningún tipo de vergüenza, pero queda un camino muy largo por hacer”, señala Gómez.
Un camino que pasa por romper la cadenas que parecen atar, sin permitir modificación alguna, las nociones de hombre, masculinidad y heterosexualidad.
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