Imagen: La Vamguardia / Gloria Fuertes |
Este viernes se cumplen cien años del nacimiento de la poeta que logró encandilar a pequeños y mayores.
Lara Gómez Ruiz | La Vanguardia, 2017-07-28
http://www.lavanguardia.com/cultura/20170728/4365731074/amores-desamores-gloria-fuertes-centenario.html
Le gustaba fumarse sus pitillos, llevar pantalones y cabalgar a lomos de su Vespa, pero lo que verdaderamente le apasionaba era escribir versos. Este viernes se cumplen cien años del nacimiento de la poeta -que no poetisa- Gloria Fuertes y son varios los actos y exposiciones que tendrán lugar este viernes para homenajearla.
Muchos la conocerán por el mítico “un globo, dos globos, tres globos”, aunque seguramente ella no hubiera elegido esa frase para su obituario, tal y como lamentaron muchos de los que la despidieron por última vez en los telenoticias de 1998. La obra de Gloria Fuertes era mucho más que una sintonía de un programa infantil.
Escribía poemas con final feliz porque en su infancia le dieron muy pocas alegrías. Nació un verano de 1917, “en un parto muy laborioso en el que, si se descuida (su madre), muere para vivirme”. La pobreza obligaba a sus padres a trabajar de sol a sol para sacar a sus cinco hijos adelante y, para distraerse, no le quedaba más remedio que crear amigos imaginarios. Pese a ser una niña, también ayudaba a la economía familiar con pequeños empleos y, en sus ratos libres, disfrutaba (siempre a escondidas) de un buen libro, algo que no gustaba nada a su madre.
”Cada vez que mi madre me veía con un libro, me pegaba. No tengo nada que agradecer a mi familia”, escribió una vez con pena. Su madre quería hacer de ella una esposa de provecho, que supiese bordar y cocinar, pero le salió una hija poeta y lesbiana. Por suerte, Fuertes le hizo caso omiso y siguió su lema de vida, que dejó como legado en sus apuntes: “si vales de verdad y quieres algo con todas tus ganas, sales adelante seguro”.
Llegó la guerra civil, y con ella los primeros versos y los primeros amores entre el sonido de las bombas. Fuertes conoció los dos bandos de la guerra representados en dos soldados y sufrió la pérdida de ambos. “Mi primer amor era un obrero, me hubiera casado con él, pero le dieron por desaparecido en el treinta y seis”, y según escribía esto encontró al segundo en la trinchera franquista. “Me influyó mucho, era súper culto”, dijo del médico Eugenio Rosado, que murió en la cárcel fusilado por los milicianos. Pero fue una mujer la que ocupó el mayor puesto en su corazón.
Rondaba el año 55, cuando la poeta conoció a su profesora de inglés, Phyllis Turnbull, de quien acabaría locamente enamorada. Compartió piso con ella y con su otro amor de juventud, Chelo Sánchez. La escritora quemaba la noche de Madrid y con las ojeras de madrugada se iba a hacer guardia en una biblioteca pública, uno de sus oficios más felices. “Dios me hizo poeta y yo me hice bibliotecaria. Mi jefe era el libro, ¡yo era libre!”.
Fue Phyllis la que consiguió a la poeta un billete a Estados Unidos, gracias a una beca Fulbright, aunque muy pronto regresó a Soto del Real, donde ella y la norteamericana habían fundado una biblioteca ambulante. Fue, probablemente, su época más feliz. “Si la literatura está en decadencia es porque los escritores están demasiado tristes. Hacen falta más risas”, aseguraba Fuertes. Pero en 1971, un cáncer se llevaba al amor de su vida y Gloria no quiso reír más. No obstante, siguió adelante y adquirió una nueva filosofía: “La vida es una mierda de vaca de la que tenemos que hacer un pastel de manzana”.
Fuertes se sentía triste tras la muerte de su amada. Además, no tenía con quien compartir sus obras con la misma ternura que hacía con ella. Fue entonces cuando descubrió una nueva dulzura: los niños. En este periodo su séquito más fiel lo formaba mayoritariamente gente menuda. En ellos encontraba la felicidad infantil que había perdido por el camino.
Se trata de una de sus épocas más interesantes a nivel poético. Es ahí cuando comienzan los programas infantiles y las entrevistas catastrofistas. Al final encuentra más consuelo en lo primero, por eso su poesía adulta caminaba hacia el olvido cada vez que los niños le hacían corrillo para pedirle un autógrafo. Pese a su pena, Gloria lo tenía claro: los cuentos infantiles deben tener finales felices, aunque el autor sea una persona triste.
Muchos la conocerán por el mítico “un globo, dos globos, tres globos”, aunque seguramente ella no hubiera elegido esa frase para su obituario, tal y como lamentaron muchos de los que la despidieron por última vez en los telenoticias de 1998. La obra de Gloria Fuertes era mucho más que una sintonía de un programa infantil.
Escribía poemas con final feliz porque en su infancia le dieron muy pocas alegrías. Nació un verano de 1917, “en un parto muy laborioso en el que, si se descuida (su madre), muere para vivirme”. La pobreza obligaba a sus padres a trabajar de sol a sol para sacar a sus cinco hijos adelante y, para distraerse, no le quedaba más remedio que crear amigos imaginarios. Pese a ser una niña, también ayudaba a la economía familiar con pequeños empleos y, en sus ratos libres, disfrutaba (siempre a escondidas) de un buen libro, algo que no gustaba nada a su madre.
”Cada vez que mi madre me veía con un libro, me pegaba. No tengo nada que agradecer a mi familia”, escribió una vez con pena. Su madre quería hacer de ella una esposa de provecho, que supiese bordar y cocinar, pero le salió una hija poeta y lesbiana. Por suerte, Fuertes le hizo caso omiso y siguió su lema de vida, que dejó como legado en sus apuntes: “si vales de verdad y quieres algo con todas tus ganas, sales adelante seguro”.
Llegó la guerra civil, y con ella los primeros versos y los primeros amores entre el sonido de las bombas. Fuertes conoció los dos bandos de la guerra representados en dos soldados y sufrió la pérdida de ambos. “Mi primer amor era un obrero, me hubiera casado con él, pero le dieron por desaparecido en el treinta y seis”, y según escribía esto encontró al segundo en la trinchera franquista. “Me influyó mucho, era súper culto”, dijo del médico Eugenio Rosado, que murió en la cárcel fusilado por los milicianos. Pero fue una mujer la que ocupó el mayor puesto en su corazón.
Rondaba el año 55, cuando la poeta conoció a su profesora de inglés, Phyllis Turnbull, de quien acabaría locamente enamorada. Compartió piso con ella y con su otro amor de juventud, Chelo Sánchez. La escritora quemaba la noche de Madrid y con las ojeras de madrugada se iba a hacer guardia en una biblioteca pública, uno de sus oficios más felices. “Dios me hizo poeta y yo me hice bibliotecaria. Mi jefe era el libro, ¡yo era libre!”.
Fue Phyllis la que consiguió a la poeta un billete a Estados Unidos, gracias a una beca Fulbright, aunque muy pronto regresó a Soto del Real, donde ella y la norteamericana habían fundado una biblioteca ambulante. Fue, probablemente, su época más feliz. “Si la literatura está en decadencia es porque los escritores están demasiado tristes. Hacen falta más risas”, aseguraba Fuertes. Pero en 1971, un cáncer se llevaba al amor de su vida y Gloria no quiso reír más. No obstante, siguió adelante y adquirió una nueva filosofía: “La vida es una mierda de vaca de la que tenemos que hacer un pastel de manzana”.
Fuertes se sentía triste tras la muerte de su amada. Además, no tenía con quien compartir sus obras con la misma ternura que hacía con ella. Fue entonces cuando descubrió una nueva dulzura: los niños. En este periodo su séquito más fiel lo formaba mayoritariamente gente menuda. En ellos encontraba la felicidad infantil que había perdido por el camino.
Se trata de una de sus épocas más interesantes a nivel poético. Es ahí cuando comienzan los programas infantiles y las entrevistas catastrofistas. Al final encuentra más consuelo en lo primero, por eso su poesía adulta caminaba hacia el olvido cada vez que los niños le hacían corrillo para pedirle un autógrafo. Pese a su pena, Gloria lo tenía claro: los cuentos infantiles deben tener finales felices, aunque el autor sea una persona triste.
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