Imagen: Abdellah Taïa / Concentración en París, 2015-07-04 |
Eduardo Nabal | Zoozobra, 2015-06-27
http://zoozobra.com/queer-arabe-y-derechos-conseguidos/
Procedentes de Marruecos y otros países árabes más o menos cercanos o lejanos nos llegan a Francia o a España y también a otras zonas de Europa -siempre que es posible- voces nuevas que claman contra un fundamentalismo reforzado por la presión imperialista, el racismo creciente en los maltrechos países de Europa o los prejuicios vigentes contra las costumbres sociosexuales y la escasez de oportunidades laborales continuas en su país de origen o de llegada. Las vallas construidas no solo reflejan la opresión sino también el miedo de los opresores. Gobernados por una Monarquía anacrónica, llena de agentes secretos, Marruecos nos está ofreciendo, no obstante, nuevas visiones como la escritura de Abdelá Taia ("Infieles" y "Salvation Army", su debut en el cine), el ya clásico Tahar Ben Jelloun ("Partir") y el legado airado y variado que se remonta a la narrativa autobiográfica del recién reeditado Mohamed Chukri ("Tiempo de errores"). Quedan lejos los tiempos en que escritores y artistas famosos de diferentes países iban a Tánger (entonces ciudad internacional) o a Marrakech en busca de nuevas experiencias vitales, culturales o sexuales.
Marruecos, como otros países árabes, a pesar de discretos avances, sigue siendo un país mayoritariamente dominado por oligarquías financieras ligadas a menudo a la monarquía dominante o a intereses internacionales. La situación de un pueblo que se rebela ha conseguido que hasta la Monarquía Inglesa opine, por supuesto en dirección conservadora, sobre lo que está pasando en Europa. En Marruecos difamar o insultar al rey es delito pero la represión es selectiva, como lo es también sobre las personas LGTB, depende dónde, cuándo y delante o detrás de quién. Es muy posible que la reciente intervención de Femen allí no fuera afortunada -sin consultar a las feministas de allí- y que los propios movimientos de insurgencia tengan que surgir -están ya surgiendo de ellas y ellos mismos- pero mirar hacia otro lado como ocurre con Rusia resulta desafortunado ante violaciones flagrantes de los derechos humanos respaldadas por las leyes, la policía y la monarquía.
Con la Ley Mordaza a la vuelta de la esquina no estamos para dar lecciones de libertad de expresión pero el mantenimiento de costumbres arcaicas y formas de organización feudal lleva a que un sector de la población sin expectativas vitales “cruce el charco”, aunque sepan de antemano que, a no ser que lleven un pasaporte de lujo, no van a ser bien recibidos. No nos creamos mejores pero no dejemos de mirar hacia la violencia institucionalizada o el racismo en nuestras sociedad contra minorías étnicas de diferente índole, también como son los últimos en la lista del pero, o se les ha intentado despojar de derechos sanitarios cuando se encuentran en situación “ilegal”.
El problema es verlos como un todo unitario, sin distinciones ni matices y sin mirar nuestros propios velos pintados. Su riqueza cultural suele re-aparecer en Francia o en otros países de la mano de quienes pueden cruzar el mar huyendo de costumbres fuertemente arraigadas, como la opresión de las mujeres, la heterosexualidad obligatoria o los matrimonios de conveniencia. Abdelláh Taia, excelente novelista, a punto de estrenar su primera película, ha sido uno de los primeros intelectuales jóvenes en mostrarse públicamente gay a una sociedad regida por esquemas patriarcales y costumbres irracionales que, si bien se parecen mucho a las nuestras, se aplican con mayor violencia y arbitrariedad. Como nos mostró Remi Lange en “Tarik el Hob” no es igual la vivencia de la homosexualidad o el lesbianismo en una gran ciudad como Marrakech o incluso Fez que en una aldea perdida de costumbres, conservadas a lo largo de los siglos, de sumisión femenina y negación de la existencia misma del colectivo LGTB.
Tampoco es lo mismo en Madrid o en Barcelona que en Burgos, pero las fuerzas conservadoras no tienen una ley en la mano para ejercer sus ansias represoras. Con novelas como “Mi marruecos” o la estupenda “Una melancolía árabe” Taia se expuso a la homofobia de la sociedad marroquí y, aunque ahora reside y trabaja en Francia en sus pasiones soñadas (el cine y la literatura) fue señalado por los grupos fundamentalistas que ven todavía en la homosexualidad o el lesbianismo ataques a su modelo de familia religiosa y organización social tradicional, algo que sigue ocurriendo aquí pero que no debe paralizar la solidaridad internacional ante juicios, encarcelamientos y/o ejecuciones en casos extremos.
Cineastas franceses como Remi Lange han llevado la experiencia de lo queer y las minorías raciales y sexuales a un punto intermedio entre Francia y Marruecos como, de otro modo, hicieron en su momento otros como Jean Genet, Chukri (con sus novelas autobiográficas sobre la lucha por la supervivencia) o directores clásicos como André Téchiné que abogan por una Europa multicultural donde tengan cabida todas las creencias y posibilidades vitales, mermadas hoy por los recortes del capitalismo tardío y el reforzamiento de los roles de género al uso.
La fuerza de la tradición en Marruecos afecta también a las mujeres heterosexuales, cuyo destino -salvo si pueden y quieren rebelarse- es el matrimonio y la sumisión e incluso también a los hombres que deben contraer matrimonios de conveniencia sea cual sea su orientación sexual. Los casamientos de conveniencia ocurren en todo el mundo pero allí temen llegar a cierta edad y ser unidos a un familiar más o menos lejano al que apenas conocen. A pesar de la permisividad a las demostraciones de afecto entre varones en las grandes ciudades de Marruecos, de su cultura de la amistad y su homosocialidad, el colectivo LGTB es maltratado por una legislación que, de forma arbitraria, los lleva al exilio o la posibilidad real de encarcelamiento u ostracismo. El racismo en Europa se opone a menudo a la acogida de todas estas personas que buscan espacios de libertad o los trata con una superioridad eurocéntrica, sutilmente racista y paternalista. Por eso es necesaria que esta cultura crítica, pero a la vez reivindicativa de sus raíces, como las novelas de Tahar Ben Jelloun o el cine de Taia, Labaki ("Caramel") o Lange, tenga un espacio amplio en nuestras sociedades que, quizá no son más tolerantes solo “dicen serlo”; pero todavía ofrecen mayores posibilidades de expresión y movilidad aunque esté cada vez más limitada por los recortes en materia de sanidad, cultura, derechos básicos, control de los mass-media.
Las recientes detenciones y tumultos en una boda simbólica gay celebrada en Marruecos nos ponen ante la evidencia de que el empobrecimiento de los países árabes va ligado a la inmovilidad en cuestiones de género, libertad sexual, acceso real a la ciudadanía y derechos humanos. El imperialismo y el bloqueo favorecen a los líderes fundamentalistas no salvan de nada a ninguna población civil, a la que no se consulta. Sabemos que estos países, en ocasiones, tienen mas miedo a la prepotencia de sus salvadores que a la opresión de los suyos, pero eso no nos invalida para aprender a escuchar sus voces y sus demandas. Se hace, pues, necesaria una política migratoria abierta y solidaria que contemple, de una vez por todas, la realidad vital de las personas LGTB y de las mujeres en general, allí y aquí.
De otros países más enmarcados en el panorama convulso de Oriente Medio también han venido propuestas surgidas de la llamada “Primavera árabe” y que ahora se ven amenazadas o devastadas por el avance de los Hermanos Musulmanes, la intervención imperialista y la violencia en la zona. Algunos palestinos acuden a Israel huyendo de matrimonios forzosos, pero allí se encuentran tratados como gente peligrosa o indeseable, sin papeles y sin derechos básicos y con pocas facilidades para quedarse en la zona y vivir con dignidad. E Israel, con su militarismo reforzado y su masculinidad, tampoco es un modelo de sociedad diversa a pesar de la permisividad legislativa y la imagen que dan cara al exterior. En países como Egipto se han visto recortados derechos que ha costado mucho tiempo conquistar como queda reflejado en la obra narrativa de la médica y activista Nawal El Saadawi, que ahora vive y trabaja en el extranjero, después de numerosas amenazas de muerte en su país en una época determinada de su trayectoria.
Tal como aquí se pueden ver amenazados los derechos de la población con VIH o las libertades sexuales y reproductivas de las mujeres, allí se teme que la religión aliada con el estado -que también opera aquí de distinta forma- suponga una involución a lo poco que se ha conseguido con la llamada “Primavera árabe”, tan efímera como difícil de definir.
El grupo de música Libanés Mashrou Leila -conocido por romper tabúes todavía vigentes en la zona como la posición de la mujer, el matrimonio tradicional, la homofobia y la lucha por la visibilidad de una nueva juventud con otras subjetividades- ha estado en Barcelona y otras grandes ciudades del mundo regalándonos su música entre el jazz clásico y el pop-rock de la zona, con fidelidad a sus señas culturales y dirigiéndose a una juventud sin prejuicios islamófobos.
Otro tanto sucede con los refugiados de Siria o los músicos que buscan escapar de Irán de “Nadie sabe nada de los gatos persas”. Voces como la de la directora de cine Nadine Labaki revelan que, también en esos países, existen mujeres que, pese a las presiones del cristianismo o el islamismo, empiezan a vivir mayor autonomía personal y profesional y una mayor libertad sexual y de movilidad, limitada por belicismo y fundamentalismos varios. El Líbano parece ser un oasis en una zona sitiada por unos y otros.
Esperemos que la esperanza puesta en el Oriente próximo, tanto o más marcado por el patriarcado que nuestros países mediterráneos, tenga continuidad no solo en las representaciones culturales, literarias o artísticas sino también en una nueva postura social, económica y gubernamental que recoja, de una vez por todas, la voz laica de una nueva generación, venga de donde venga, vaya hacia donde vaya.
Marruecos, como otros países árabes, a pesar de discretos avances, sigue siendo un país mayoritariamente dominado por oligarquías financieras ligadas a menudo a la monarquía dominante o a intereses internacionales. La situación de un pueblo que se rebela ha conseguido que hasta la Monarquía Inglesa opine, por supuesto en dirección conservadora, sobre lo que está pasando en Europa. En Marruecos difamar o insultar al rey es delito pero la represión es selectiva, como lo es también sobre las personas LGTB, depende dónde, cuándo y delante o detrás de quién. Es muy posible que la reciente intervención de Femen allí no fuera afortunada -sin consultar a las feministas de allí- y que los propios movimientos de insurgencia tengan que surgir -están ya surgiendo de ellas y ellos mismos- pero mirar hacia otro lado como ocurre con Rusia resulta desafortunado ante violaciones flagrantes de los derechos humanos respaldadas por las leyes, la policía y la monarquía.
Con la Ley Mordaza a la vuelta de la esquina no estamos para dar lecciones de libertad de expresión pero el mantenimiento de costumbres arcaicas y formas de organización feudal lleva a que un sector de la población sin expectativas vitales “cruce el charco”, aunque sepan de antemano que, a no ser que lleven un pasaporte de lujo, no van a ser bien recibidos. No nos creamos mejores pero no dejemos de mirar hacia la violencia institucionalizada o el racismo en nuestras sociedad contra minorías étnicas de diferente índole, también como son los últimos en la lista del pero, o se les ha intentado despojar de derechos sanitarios cuando se encuentran en situación “ilegal”.
El problema es verlos como un todo unitario, sin distinciones ni matices y sin mirar nuestros propios velos pintados. Su riqueza cultural suele re-aparecer en Francia o en otros países de la mano de quienes pueden cruzar el mar huyendo de costumbres fuertemente arraigadas, como la opresión de las mujeres, la heterosexualidad obligatoria o los matrimonios de conveniencia. Abdelláh Taia, excelente novelista, a punto de estrenar su primera película, ha sido uno de los primeros intelectuales jóvenes en mostrarse públicamente gay a una sociedad regida por esquemas patriarcales y costumbres irracionales que, si bien se parecen mucho a las nuestras, se aplican con mayor violencia y arbitrariedad. Como nos mostró Remi Lange en “Tarik el Hob” no es igual la vivencia de la homosexualidad o el lesbianismo en una gran ciudad como Marrakech o incluso Fez que en una aldea perdida de costumbres, conservadas a lo largo de los siglos, de sumisión femenina y negación de la existencia misma del colectivo LGTB.
Tampoco es lo mismo en Madrid o en Barcelona que en Burgos, pero las fuerzas conservadoras no tienen una ley en la mano para ejercer sus ansias represoras. Con novelas como “Mi marruecos” o la estupenda “Una melancolía árabe” Taia se expuso a la homofobia de la sociedad marroquí y, aunque ahora reside y trabaja en Francia en sus pasiones soñadas (el cine y la literatura) fue señalado por los grupos fundamentalistas que ven todavía en la homosexualidad o el lesbianismo ataques a su modelo de familia religiosa y organización social tradicional, algo que sigue ocurriendo aquí pero que no debe paralizar la solidaridad internacional ante juicios, encarcelamientos y/o ejecuciones en casos extremos.
Cineastas franceses como Remi Lange han llevado la experiencia de lo queer y las minorías raciales y sexuales a un punto intermedio entre Francia y Marruecos como, de otro modo, hicieron en su momento otros como Jean Genet, Chukri (con sus novelas autobiográficas sobre la lucha por la supervivencia) o directores clásicos como André Téchiné que abogan por una Europa multicultural donde tengan cabida todas las creencias y posibilidades vitales, mermadas hoy por los recortes del capitalismo tardío y el reforzamiento de los roles de género al uso.
La fuerza de la tradición en Marruecos afecta también a las mujeres heterosexuales, cuyo destino -salvo si pueden y quieren rebelarse- es el matrimonio y la sumisión e incluso también a los hombres que deben contraer matrimonios de conveniencia sea cual sea su orientación sexual. Los casamientos de conveniencia ocurren en todo el mundo pero allí temen llegar a cierta edad y ser unidos a un familiar más o menos lejano al que apenas conocen. A pesar de la permisividad a las demostraciones de afecto entre varones en las grandes ciudades de Marruecos, de su cultura de la amistad y su homosocialidad, el colectivo LGTB es maltratado por una legislación que, de forma arbitraria, los lleva al exilio o la posibilidad real de encarcelamiento u ostracismo. El racismo en Europa se opone a menudo a la acogida de todas estas personas que buscan espacios de libertad o los trata con una superioridad eurocéntrica, sutilmente racista y paternalista. Por eso es necesaria que esta cultura crítica, pero a la vez reivindicativa de sus raíces, como las novelas de Tahar Ben Jelloun o el cine de Taia, Labaki ("Caramel") o Lange, tenga un espacio amplio en nuestras sociedades que, quizá no son más tolerantes solo “dicen serlo”; pero todavía ofrecen mayores posibilidades de expresión y movilidad aunque esté cada vez más limitada por los recortes en materia de sanidad, cultura, derechos básicos, control de los mass-media.
Las recientes detenciones y tumultos en una boda simbólica gay celebrada en Marruecos nos ponen ante la evidencia de que el empobrecimiento de los países árabes va ligado a la inmovilidad en cuestiones de género, libertad sexual, acceso real a la ciudadanía y derechos humanos. El imperialismo y el bloqueo favorecen a los líderes fundamentalistas no salvan de nada a ninguna población civil, a la que no se consulta. Sabemos que estos países, en ocasiones, tienen mas miedo a la prepotencia de sus salvadores que a la opresión de los suyos, pero eso no nos invalida para aprender a escuchar sus voces y sus demandas. Se hace, pues, necesaria una política migratoria abierta y solidaria que contemple, de una vez por todas, la realidad vital de las personas LGTB y de las mujeres en general, allí y aquí.
De otros países más enmarcados en el panorama convulso de Oriente Medio también han venido propuestas surgidas de la llamada “Primavera árabe” y que ahora se ven amenazadas o devastadas por el avance de los Hermanos Musulmanes, la intervención imperialista y la violencia en la zona. Algunos palestinos acuden a Israel huyendo de matrimonios forzosos, pero allí se encuentran tratados como gente peligrosa o indeseable, sin papeles y sin derechos básicos y con pocas facilidades para quedarse en la zona y vivir con dignidad. E Israel, con su militarismo reforzado y su masculinidad, tampoco es un modelo de sociedad diversa a pesar de la permisividad legislativa y la imagen que dan cara al exterior. En países como Egipto se han visto recortados derechos que ha costado mucho tiempo conquistar como queda reflejado en la obra narrativa de la médica y activista Nawal El Saadawi, que ahora vive y trabaja en el extranjero, después de numerosas amenazas de muerte en su país en una época determinada de su trayectoria.
Tal como aquí se pueden ver amenazados los derechos de la población con VIH o las libertades sexuales y reproductivas de las mujeres, allí se teme que la religión aliada con el estado -que también opera aquí de distinta forma- suponga una involución a lo poco que se ha conseguido con la llamada “Primavera árabe”, tan efímera como difícil de definir.
El grupo de música Libanés Mashrou Leila -conocido por romper tabúes todavía vigentes en la zona como la posición de la mujer, el matrimonio tradicional, la homofobia y la lucha por la visibilidad de una nueva juventud con otras subjetividades- ha estado en Barcelona y otras grandes ciudades del mundo regalándonos su música entre el jazz clásico y el pop-rock de la zona, con fidelidad a sus señas culturales y dirigiéndose a una juventud sin prejuicios islamófobos.
Otro tanto sucede con los refugiados de Siria o los músicos que buscan escapar de Irán de “Nadie sabe nada de los gatos persas”. Voces como la de la directora de cine Nadine Labaki revelan que, también en esos países, existen mujeres que, pese a las presiones del cristianismo o el islamismo, empiezan a vivir mayor autonomía personal y profesional y una mayor libertad sexual y de movilidad, limitada por belicismo y fundamentalismos varios. El Líbano parece ser un oasis en una zona sitiada por unos y otros.
Esperemos que la esperanza puesta en el Oriente próximo, tanto o más marcado por el patriarcado que nuestros países mediterráneos, tenga continuidad no solo en las representaciones culturales, literarias o artísticas sino también en una nueva postura social, económica y gubernamental que recoja, de una vez por todas, la voz laica de una nueva generación, venga de donde venga, vaya hacia donde vaya.
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