Imagen: El País |
La legalización del matrimonio gay, el aval a la reforma sanitaria y el ocaso de los símbolos segregacionistas en el Sur afianzan un cambio social
Marc Bassets | El País, 2015-06-27
http://internacional.elpais.com/internacional/2015/06/27/actualidad/1435425497_967742.html
A veces la historia se acelera. Acaba de ocurrir en Estados Unidos. En menos de una semana, un símbolo asociado al bando esclavista de la Guerra Civil —el racismo es el pecado fundacional de este país— como es la bandera confederada ha empezado a retirarse de terrenos públicos en los estados del Sur. La reforma sanitaria, una ley que amplía la cobertura médica a millones de personas sin seguro, se ha afianzado gracias al aval del Tribunal Supremo. Y el propio Tribunal Supremo —un organismo no electo y con nueve jueces vitalicios— ha adoptado una de las decisiones de mayor calado político en este país en años: legalizar en los 50 estados el matrimonio entre personas del mismo sexo.
El viernes por la noche, horas después de conocerse el fallo sobre el matrimonio homosexual, por unas horas la Casa Blanca dejó de ser blanca. Se iluminó con los colores del arcoiris, símbolo del movimiento LGBT (lesbianas, gais, bisexuales y transgénero). La imagen —la Casa Arcoiris y centenares de personas concentradas, más por vivir un momento único que por ninguna reivindicación ideológica— es poderosa. No fue hasta hace tres años que el presidente dijo por primera vez que apoyaba el matrimonio homosexual.
Para calibrar el cambio, conviene recordar que, detrás estas paredes ahora iluminadas, un presidente dijo una vez: “No creo que haya que glorificar la homosexualidad en la televisión pública”. Era el 13 de mayo de 1971 y Richard Nixon acababa de ver una serie en la que un personaje le pareció homosexual. Indignado, lo comentó con un asesor suyo. “No quiero que este país vaya por este camino. Sabes lo que le ocurrió a los griegos. La homosexualidad les destruyó”, dice en la grabación.
Fueron necesarias más de cuatro décadas, pero al final Estados Unidos fue “por este camino” que el republicano Nixon temía. Y es un presidente demócrata, aunque en términos históricos haya sido a última hora, el que enarbola la bandera arcoiris. Al abrir las fuerzas armadas a gais y lesbianas, Obama ha contribuido al impulso final. Pero no es él quien ha decidido que la Constitución reconozca del derecho de los homosexuales a casarse igual que los heterosexuales, sino el Tribunal Supremo. Y, en el Tribunal Supremo, el voto decisivo, el hombre que redactó el fallo, fue el del juez Anthony Kennedy, nombrado por Ronald Reagan, icono de la derecha estadounidense.
También es el Tribunal Supremo el que, al declarar el jueves legales los subsidios para suscribir seguros médicos, evitó que hasta 6,4 millones de personas perdieran las ayudas y se quedaran sin cobertura sanitaria. Si los jueces hubieran fallado en contra de Obamacare —el nombre popular de la reforma— y hubieran dejado a millones de personas fuera de la reforma, esta habría peligrado. La clave de Obamacare, un sistema basado en los seguros privados, es que el máximo de personas —sanas y enfermas— se aseguran para abaratar los costes.
Un país en el que los homosexuales se casan y que avanza hacia la cobertura sanitaria universal es distinto del que Obama heredó al llegar a la Casa Blanca en 2009. Es otro país cuando el Sur arría la bandera confederada. Sí, un racista blanco ha tenido que matar a nueve negros en una iglesia. Y la bandera es solo un símbolo, pero es un símbolo cargado de significado. Esta semana, también, EE UU se ha asomado al legado del racismo. El discurso de Obama, el viernes, en el funeral del reverendo Clementa Pinckney, uno de los muertos, puede ser un comienzo.
Ni la ratificación de Obamacare, ni el matrimonio igualitario en los 50 estados, ni el intento de retirar la bandera en el Sur, son responsabilidad directa de Obama. Pero los tres cambios, que llevaban tiempo gestándose y ahora cristalizan, definen el país que Obama dejará cuando abandone la Casa Blanca en 2017. Como lo definirá la negociación nuclear con Irán --si culmina con éxito en los próximos días- y el deshielo con Cuba. Esta semana ha transformado EE UU y puede transformar la presidencia de Obama.
El viernes por la noche, horas después de conocerse el fallo sobre el matrimonio homosexual, por unas horas la Casa Blanca dejó de ser blanca. Se iluminó con los colores del arcoiris, símbolo del movimiento LGBT (lesbianas, gais, bisexuales y transgénero). La imagen —la Casa Arcoiris y centenares de personas concentradas, más por vivir un momento único que por ninguna reivindicación ideológica— es poderosa. No fue hasta hace tres años que el presidente dijo por primera vez que apoyaba el matrimonio homosexual.
Para calibrar el cambio, conviene recordar que, detrás estas paredes ahora iluminadas, un presidente dijo una vez: “No creo que haya que glorificar la homosexualidad en la televisión pública”. Era el 13 de mayo de 1971 y Richard Nixon acababa de ver una serie en la que un personaje le pareció homosexual. Indignado, lo comentó con un asesor suyo. “No quiero que este país vaya por este camino. Sabes lo que le ocurrió a los griegos. La homosexualidad les destruyó”, dice en la grabación.
Fueron necesarias más de cuatro décadas, pero al final Estados Unidos fue “por este camino” que el republicano Nixon temía. Y es un presidente demócrata, aunque en términos históricos haya sido a última hora, el que enarbola la bandera arcoiris. Al abrir las fuerzas armadas a gais y lesbianas, Obama ha contribuido al impulso final. Pero no es él quien ha decidido que la Constitución reconozca del derecho de los homosexuales a casarse igual que los heterosexuales, sino el Tribunal Supremo. Y, en el Tribunal Supremo, el voto decisivo, el hombre que redactó el fallo, fue el del juez Anthony Kennedy, nombrado por Ronald Reagan, icono de la derecha estadounidense.
También es el Tribunal Supremo el que, al declarar el jueves legales los subsidios para suscribir seguros médicos, evitó que hasta 6,4 millones de personas perdieran las ayudas y se quedaran sin cobertura sanitaria. Si los jueces hubieran fallado en contra de Obamacare —el nombre popular de la reforma— y hubieran dejado a millones de personas fuera de la reforma, esta habría peligrado. La clave de Obamacare, un sistema basado en los seguros privados, es que el máximo de personas —sanas y enfermas— se aseguran para abaratar los costes.
Un país en el que los homosexuales se casan y que avanza hacia la cobertura sanitaria universal es distinto del que Obama heredó al llegar a la Casa Blanca en 2009. Es otro país cuando el Sur arría la bandera confederada. Sí, un racista blanco ha tenido que matar a nueve negros en una iglesia. Y la bandera es solo un símbolo, pero es un símbolo cargado de significado. Esta semana, también, EE UU se ha asomado al legado del racismo. El discurso de Obama, el viernes, en el funeral del reverendo Clementa Pinckney, uno de los muertos, puede ser un comienzo.
Ni la ratificación de Obamacare, ni el matrimonio igualitario en los 50 estados, ni el intento de retirar la bandera en el Sur, son responsabilidad directa de Obama. Pero los tres cambios, que llevaban tiempo gestándose y ahora cristalizan, definen el país que Obama dejará cuando abandone la Casa Blanca en 2017. Como lo definirá la negociación nuclear con Irán --si culmina con éxito en los próximos días- y el deshielo con Cuba. Esta semana ha transformado EE UU y puede transformar la presidencia de Obama.
Nuevo país, nueva política
En cuestiones como la igualdad sexual o la cobertura sanitaria, EE UU es es hoy un país más progresista.
En la campaña para suceder a Obama, los republicanos se debaten entre atrincherarse en batallas del pasado o amoldarse a un país más diverso, más tolerante.
Al abordar cuestiones como las armas o el racismo, Obama sigue topando con obstáculos serios.
En cuestiones como la igualdad sexual o la cobertura sanitaria, EE UU es es hoy un país más progresista.
En la campaña para suceder a Obama, los republicanos se debaten entre atrincherarse en batallas del pasado o amoldarse a un país más diverso, más tolerante.
Al abordar cuestiones como las armas o el racismo, Obama sigue topando con obstáculos serios.
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