Imagen: Miradas insumisas / Berkana |
Alberto Mira | Miradas insumisas, pensamientos impuros, 2017-03-19
https://albertomirablog.wordpress.com/2017/03/19/lo-que-significa-berkana/
La librería Berkana se encuentra en un momento crítico que podría conducir al cierre. Desaparecería así parte de nuestro patrimonio. Era un lugar al que acudir, donde se encuentran voces que hablan de lo que nos importa. En sus estanterías se acumula nuestra historia de lucha y nuestras fantasías más guarras, nuestros ideales, nombres de chamanes, historiadores, voces en las que nos sentíamos reflejados, emociones que otros no nos contaban, mundos sobre los que podíamos soñar. Esto es serio para los sentimentales como yo, pero probablemente menos para quienes tienen un repertorio de argumentos neodarwinistas sobre la competencia y la supervivencia, ideas afines, por cierto, a las que hacen de nuestros políticos reptiles sin corazón o proyecto, a las de quienes propugnan un mundo de mercados en el que no se presta atención a los valores o el bien común. Pero dado que son ideas populares y son ideas que tanta gente vota, algún atractivo tendrán. Sin embargo creo que más allá de lo que sucede objetivamente, es el momento de preguntarnos por las implicaciones simbólicas, de lo que significa históricamente, para la llamada comunidad gay. Las cosas parecen suceder en un instante del tiempo, pero sus reverberaciones sobre lo que somos, qué tenemos que celebrar y nuestro futuro van más allá de este instante concreto. En la desaparición de Berkana habría todo un veredicto sobre lo que somos, lo que merecemos. La vida continuará, sin duda, pero cierta historia sobre la cultura gay en España tendrá el final que quizá merezca.
Igual es que la “comunidad gay” ya no existe. No digo nada nuevo si especulo con la idea de que el ciclo político gay que se inicia con Stonewall, un ciclo del que Berkana es resultado contundente, ha llegado hoy a un momento crítico. De hecho para muchos es un ciclo que ha llegado a su fin. Se han logrado algunas de las demandas más centrales, se han alcanzado cotas de visibilidad impensables en aquellos momentos, y esta visibilidad está llegando a lugares clave. Y por muchos homófobos que queden, la verdad es que es una posición menos sostenible, menos cool. Son cambios que han afectado a mucha gente, y gracias a ellos la mayoría de las lesbianas, homosexuales y otros raritos sienten que se vive lo suficientemente bien como para evitar el conflicto. La mayoría salimos del armario sin dramas, la mayoría podemos ir por la vida sin sentir que la homofobia nos coarta, hay cine gay, hay teatro gay (si es que el teatro no lo fue siempre un poco), e incluso el Teatro Real anuncia óperas dirigiéndose a ese sector del público. Y en consecuencia la mayoría puede pensar que el ciclo de reivindicaciones ha concluido y no es necesario. Esto no es cierto: al niño queer todavía se le trata de heterosexualizar y nuestra actitud hacia las personas trans está llena de prejuicios, ignorancia y ocasional estupidez. Pero el hecho de que tanta gente pueda permitirse el lujo de opinar así (y es un lujo) hace urgente que realmente nos replanteemos “qué significa el orgullo gay”, “de qué tenemos que estar orgullosos”, “en qué sentido somos una comunidad o un grupo”, “¿hay un ‘nosotros’ queer?” y para los pragmáticos, “¿de qué sirve que lo haya?”
¿En qué consiste ese hipotético “nosotros” gay? Todo grupo se constituye como tal de dos maneras: unas mitologías y un sentimiento de frente común frente a la hostilidad de otros, se producen así fantasías, barricadas y artillería. Nadie crea estas cosas individualmente, surgen poco a poco, durante años o décadas, con sus resistencias y asentimientos. Esas herramientas de lucha pueden ser físicas, pero también son discursivas. Esto es aplicable a todos: el feminismo, las comunidades profesionales, el catalanismo, el socialismo, cada uno tendrá las suyas. La comunidad tiene un sentido emocional y un sentido estratégico. La activamos cuando se ataca lo que somos, la habitamos con placidez, comunicando y compartiendo experiencias en otros momentos, pero si no existe nos convertimos simplemente en individuos que luchan contra ideologías. No creo que la historia de la homosexualidad sea simplemente una historia de opresión. Es una historia de vidas, imaginarios, placeres y máscaras que se parece mucho a la vida de los no homosexuales (de ahi que resulte tan complicado definirnos en términos reales y durante tanto tiempo hayamos permitido que lo hagan por nosotros). En esto, la homosexualidad es como otras comunidades imaginadas. Uno pertenece a un grupo por simpatía con otros miembros o por resistencia frente a la injuria y la injusticia, y una vez formada se ve lo positivo de la comunidad: refugio y placer.
Dos pilares sustentan esta comunidad. A través del activismo produce cambio, a través de la cultura produce discurso. Activismo y cultura son complementarias (aunque habría mucho que hablar sobre sus relaciones en nuestro país, siempre problemáticas, reflejo de las reservas que España siempre ha tenido frente a todo lo que sea cultura y pensamiento). El activismo hace, la cultura ayuda a dar sentido a lo que se hace. Un lema es simplista, la historia es compleja y los detalles de la vida cotidiana tienen menos peso si no se les da sentido a través de estructuras que apuntan a la moral o a la historia. Pero la efectividad de lo primero se articula mejor si se conoce lo segundo. Por esto todas las comunidades necesitan un engranaje cultural, necesitan crear discurso, contenidos y argumento. Se mantienen a flote a través de comunicar fantasías, de comunicar experiencias, de crear narrativas. Perdemos el movimiento político y perdemos la conciencia cultural y nos quedamos sin nada. Desaparece todo esto y quizá durante algún tiempo sigamos teniendo homosexuales que viven bastante cómodos. Pero el concepto de igualdad irá siendo socavado. El sentimiento de comunidad significa que prestamos atención a esos procesos reaccionarios que nos dicen que algunos de “nosotros” son menos que otros. Que el gay rico sí, pero la prostituta trans no, que hay ópera gay, pero el niño queer lo educamos contra sus tendencias. Una comunidad debe ser educada en el discurso. Y una comunidad que carece de discurso, historia, conocimiento o solidaridad no es una comunidad. El orgullo no es un rasgo que merezcamos por el hecho de ser gays, sino el resultado de algo que nos hemos ganado con el tiempo, argumentando, luchando, dialogando para cambiar leyes y actitudes. A mí también me produce orgullo que existan lugares como Berkana. Desde el momento que lo gay se piensa exclusivamente en términos de estilo de vida sin armazón simbólica o política no somos una comunidad, no tenemos nada de qué sentirnos orgullosos.
Sería retóricamente débil por mi parte decir que Berkana a solas representase todo esto y que desapareceremos sin un local concreto en un lugar concreto. Existen otras fuentes de información, existen otros lugares, los libros seguirán vendiéndose en otros sitios, incluso en sitios que antes de Berkana y Egales no habrían aceptado trabajos con la etiqueta “gay”. Pero perder un espacio siempre es una derrota. Serán los más débiles, quienes más necesitan información, quienes van a perder. Se habrá perdido un punto focal para nuestra cultura, un lugar donde se articula, se discute y, sí, se vende. Un lugar en el que “nuestras” cosas se hacen en “nuestros” términos. Un espacio que no hemos sabido defender porque no sentíamos necesitar estas cosas. Pero más allá del lugar, la parte que me duele en el alma es lo que significa simbólicamente su desaparición: el hecho de que cierto sentido de comunidad cultural se está evaporando y nos vamos a quedar simplemente como individuos sin un discurso que nos articule, el hecho de que demos por sentado que el espíritu de Stonewall ha muerto porque, de momento, la mayoría de nosotros estamos cómodos y no nos tiran piedras. Hay una historia detrás de Berkana de la que quienes nos percibimos como parte de una comunidad nos sentimos orgullosos. Es una historia de lo mejor que hemos producido. Pero es una historia que abrazamos o que vamos a perder.
Berkana necesita ayuda. Podemos ayudar todos y daremos prueba de que nos merecemos seguir siendo una comunidad. Pincha aquí si quieres contribuir a mantener el sueño vivo. Y piensa que, como todos los sueños compartidos, lo haces por reforzar un “nosotros”. Puedes pensar que no te hace falta hoy, pero seguro lo necesitarás con los años.
Igual es que la “comunidad gay” ya no existe. No digo nada nuevo si especulo con la idea de que el ciclo político gay que se inicia con Stonewall, un ciclo del que Berkana es resultado contundente, ha llegado hoy a un momento crítico. De hecho para muchos es un ciclo que ha llegado a su fin. Se han logrado algunas de las demandas más centrales, se han alcanzado cotas de visibilidad impensables en aquellos momentos, y esta visibilidad está llegando a lugares clave. Y por muchos homófobos que queden, la verdad es que es una posición menos sostenible, menos cool. Son cambios que han afectado a mucha gente, y gracias a ellos la mayoría de las lesbianas, homosexuales y otros raritos sienten que se vive lo suficientemente bien como para evitar el conflicto. La mayoría salimos del armario sin dramas, la mayoría podemos ir por la vida sin sentir que la homofobia nos coarta, hay cine gay, hay teatro gay (si es que el teatro no lo fue siempre un poco), e incluso el Teatro Real anuncia óperas dirigiéndose a ese sector del público. Y en consecuencia la mayoría puede pensar que el ciclo de reivindicaciones ha concluido y no es necesario. Esto no es cierto: al niño queer todavía se le trata de heterosexualizar y nuestra actitud hacia las personas trans está llena de prejuicios, ignorancia y ocasional estupidez. Pero el hecho de que tanta gente pueda permitirse el lujo de opinar así (y es un lujo) hace urgente que realmente nos replanteemos “qué significa el orgullo gay”, “de qué tenemos que estar orgullosos”, “en qué sentido somos una comunidad o un grupo”, “¿hay un ‘nosotros’ queer?” y para los pragmáticos, “¿de qué sirve que lo haya?”
¿En qué consiste ese hipotético “nosotros” gay? Todo grupo se constituye como tal de dos maneras: unas mitologías y un sentimiento de frente común frente a la hostilidad de otros, se producen así fantasías, barricadas y artillería. Nadie crea estas cosas individualmente, surgen poco a poco, durante años o décadas, con sus resistencias y asentimientos. Esas herramientas de lucha pueden ser físicas, pero también son discursivas. Esto es aplicable a todos: el feminismo, las comunidades profesionales, el catalanismo, el socialismo, cada uno tendrá las suyas. La comunidad tiene un sentido emocional y un sentido estratégico. La activamos cuando se ataca lo que somos, la habitamos con placidez, comunicando y compartiendo experiencias en otros momentos, pero si no existe nos convertimos simplemente en individuos que luchan contra ideologías. No creo que la historia de la homosexualidad sea simplemente una historia de opresión. Es una historia de vidas, imaginarios, placeres y máscaras que se parece mucho a la vida de los no homosexuales (de ahi que resulte tan complicado definirnos en términos reales y durante tanto tiempo hayamos permitido que lo hagan por nosotros). En esto, la homosexualidad es como otras comunidades imaginadas. Uno pertenece a un grupo por simpatía con otros miembros o por resistencia frente a la injuria y la injusticia, y una vez formada se ve lo positivo de la comunidad: refugio y placer.
Dos pilares sustentan esta comunidad. A través del activismo produce cambio, a través de la cultura produce discurso. Activismo y cultura son complementarias (aunque habría mucho que hablar sobre sus relaciones en nuestro país, siempre problemáticas, reflejo de las reservas que España siempre ha tenido frente a todo lo que sea cultura y pensamiento). El activismo hace, la cultura ayuda a dar sentido a lo que se hace. Un lema es simplista, la historia es compleja y los detalles de la vida cotidiana tienen menos peso si no se les da sentido a través de estructuras que apuntan a la moral o a la historia. Pero la efectividad de lo primero se articula mejor si se conoce lo segundo. Por esto todas las comunidades necesitan un engranaje cultural, necesitan crear discurso, contenidos y argumento. Se mantienen a flote a través de comunicar fantasías, de comunicar experiencias, de crear narrativas. Perdemos el movimiento político y perdemos la conciencia cultural y nos quedamos sin nada. Desaparece todo esto y quizá durante algún tiempo sigamos teniendo homosexuales que viven bastante cómodos. Pero el concepto de igualdad irá siendo socavado. El sentimiento de comunidad significa que prestamos atención a esos procesos reaccionarios que nos dicen que algunos de “nosotros” son menos que otros. Que el gay rico sí, pero la prostituta trans no, que hay ópera gay, pero el niño queer lo educamos contra sus tendencias. Una comunidad debe ser educada en el discurso. Y una comunidad que carece de discurso, historia, conocimiento o solidaridad no es una comunidad. El orgullo no es un rasgo que merezcamos por el hecho de ser gays, sino el resultado de algo que nos hemos ganado con el tiempo, argumentando, luchando, dialogando para cambiar leyes y actitudes. A mí también me produce orgullo que existan lugares como Berkana. Desde el momento que lo gay se piensa exclusivamente en términos de estilo de vida sin armazón simbólica o política no somos una comunidad, no tenemos nada de qué sentirnos orgullosos.
Sería retóricamente débil por mi parte decir que Berkana a solas representase todo esto y que desapareceremos sin un local concreto en un lugar concreto. Existen otras fuentes de información, existen otros lugares, los libros seguirán vendiéndose en otros sitios, incluso en sitios que antes de Berkana y Egales no habrían aceptado trabajos con la etiqueta “gay”. Pero perder un espacio siempre es una derrota. Serán los más débiles, quienes más necesitan información, quienes van a perder. Se habrá perdido un punto focal para nuestra cultura, un lugar donde se articula, se discute y, sí, se vende. Un lugar en el que “nuestras” cosas se hacen en “nuestros” términos. Un espacio que no hemos sabido defender porque no sentíamos necesitar estas cosas. Pero más allá del lugar, la parte que me duele en el alma es lo que significa simbólicamente su desaparición: el hecho de que cierto sentido de comunidad cultural se está evaporando y nos vamos a quedar simplemente como individuos sin un discurso que nos articule, el hecho de que demos por sentado que el espíritu de Stonewall ha muerto porque, de momento, la mayoría de nosotros estamos cómodos y no nos tiran piedras. Hay una historia detrás de Berkana de la que quienes nos percibimos como parte de una comunidad nos sentimos orgullosos. Es una historia de lo mejor que hemos producido. Pero es una historia que abrazamos o que vamos a perder.
Berkana necesita ayuda. Podemos ayudar todos y daremos prueba de que nos merecemos seguir siendo una comunidad. Pincha aquí si quieres contribuir a mantener el sueño vivo. Y piensa que, como todos los sueños compartidos, lo haces por reforzar un “nosotros”. Puedes pensar que no te hace falta hoy, pero seguro lo necesitarás con los años.
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