Imagen: El País / Activismo en Taipei, Taiwán |
Esta amalgama de mayúsculas y minúsculas se puede sustituir por un término con mejor morfología.
Álex Grijelmo | El País, 2017-03-26
http://elpais.com/elpais/2017/03/24/opinion/1490351992_687996.html
El País decidió editar el 5 de mayo de 1996, con motivo de su vigésimo aniversario, un cuadernillo titulado ‘Diccionario de nuevos términos’, encartado en ‘El País Semanal’. Su redactor jefe, Àlex Martínez Roig, me encargó elaborarlo con la idea de que incluyese palabras que no se usaban aún cuando nació este periódico. Y entre los 166 vocablos que incluí figuraba “homofobia”, término que había conocido meses antes gracias a que Carlos Martín Gaebler, profesor del Instituto de Idiomas de la Universidad de Sevilla, me escribió para sugerirme que lo incorporase al ‘Libro de estilo’ de El País y se escribiera en el periódico. Él alegaba que si existía la palabra existiría el delito.
Le hice caso, y quiero imaginar que eso significó un gran impulso para dar nombre a las actitudes de aversión, odio, rechazo, discriminación o agresión contra los homosexuales.
Desde una mirada purista, la palabra mostraba defectillos. Si analizamos sus cromosomas, no hallaremos ahí el significado “aversión a los homosexuales” sino “aversión a lo igual” (homo-fobia). Pero la alternativa ‘homosexualesfobia’ no parecía muy periodística; y también jugaba a favor de la propuesta que contásemos con antecedentes como “telenovela” (y no ‘televisionnovela’) o “cinéfilo” (en vez de ‘cinematográfilo’). Es decir, palabras cuyo primer segmento no se toma como elemento compositivo sino como abreviación: tele no significa aquí “lejos”, sino “televisión”; y cine no equivale a “movimiento”, sino a “cinematógrafo”.
Hoy en día, “homofobia” y “homófobo” circulan sin problemas (exceptuados los problemas que estas actitudes causan). Y con esos precedentes nos llega ahora el término “transfobia”.
Esta reciente aparición me ha recordado a su vocablo antecesor porque aquí se produce el mismo proceso reductivo: desde “transexual” se toma el prefijo ‘trans’ como equivalente de toda la idea de la palabra original, y se le une ‘fobia’ para conseguir el efecto ya señalado (en vez de ‘transexualesfobia’).
Bienvenida sea, pues, la voz “transfobia” para reflejar del mismo modo esa intolerante aversión.
Esto nos conduce a un tercer vocablo en la serie: “LGTBfobia”, un híbrido de siglas y elemento compositivo que empieza a prosperar con el fin de referirse a la aversión contra lesbianas, gais, transexuales y bisexuales. Pero ¿es necesario ese revoltijo de letras grandes y pequeñas? Creemos que no.
Los bisexuales sufren rechazo por su faceta homosexual, no por su parte heterosexual; y tanto las lesbianas como los gais son homosexuales, así que todos ellos entrarían en “homofobia”. Y como la aversión a los transexuales se designa con la mencionada “transfobia”, eso nos permitiría adoptar un término que puede reunir a todas esas colectividades y superar al citado engendro de mayúsculas y minúsculas gracias a su mejor morfología y fonología: “homotransfobia”: sólo cinco sílabas, frente a los siete golpes de voz en “LGTBfobia”.
Así, “homotransfobia” designaría el rechazo a los homosexuales (gais y lesbianas, y bisexuales en su parte homosexual) y a los transexuales.
Ahora bien, esta propuesta no debe implicar una guerra de términos que, por otra parte, pueden convivir. Debemos combatir el odio a homosexuales y transexuales con palabras que se dirijan contra los intolerantes, pero sin que éstas produzcan a su vez ninguna aversión que las debilite para la denuncia.
Le hice caso, y quiero imaginar que eso significó un gran impulso para dar nombre a las actitudes de aversión, odio, rechazo, discriminación o agresión contra los homosexuales.
Desde una mirada purista, la palabra mostraba defectillos. Si analizamos sus cromosomas, no hallaremos ahí el significado “aversión a los homosexuales” sino “aversión a lo igual” (homo-fobia). Pero la alternativa ‘homosexualesfobia’ no parecía muy periodística; y también jugaba a favor de la propuesta que contásemos con antecedentes como “telenovela” (y no ‘televisionnovela’) o “cinéfilo” (en vez de ‘cinematográfilo’). Es decir, palabras cuyo primer segmento no se toma como elemento compositivo sino como abreviación: tele no significa aquí “lejos”, sino “televisión”; y cine no equivale a “movimiento”, sino a “cinematógrafo”.
Hoy en día, “homofobia” y “homófobo” circulan sin problemas (exceptuados los problemas que estas actitudes causan). Y con esos precedentes nos llega ahora el término “transfobia”.
Esta reciente aparición me ha recordado a su vocablo antecesor porque aquí se produce el mismo proceso reductivo: desde “transexual” se toma el prefijo ‘trans’ como equivalente de toda la idea de la palabra original, y se le une ‘fobia’ para conseguir el efecto ya señalado (en vez de ‘transexualesfobia’).
Bienvenida sea, pues, la voz “transfobia” para reflejar del mismo modo esa intolerante aversión.
Esto nos conduce a un tercer vocablo en la serie: “LGTBfobia”, un híbrido de siglas y elemento compositivo que empieza a prosperar con el fin de referirse a la aversión contra lesbianas, gais, transexuales y bisexuales. Pero ¿es necesario ese revoltijo de letras grandes y pequeñas? Creemos que no.
Los bisexuales sufren rechazo por su faceta homosexual, no por su parte heterosexual; y tanto las lesbianas como los gais son homosexuales, así que todos ellos entrarían en “homofobia”. Y como la aversión a los transexuales se designa con la mencionada “transfobia”, eso nos permitiría adoptar un término que puede reunir a todas esas colectividades y superar al citado engendro de mayúsculas y minúsculas gracias a su mejor morfología y fonología: “homotransfobia”: sólo cinco sílabas, frente a los siete golpes de voz en “LGTBfobia”.
Así, “homotransfobia” designaría el rechazo a los homosexuales (gais y lesbianas, y bisexuales en su parte homosexual) y a los transexuales.
Ahora bien, esta propuesta no debe implicar una guerra de términos que, por otra parte, pueden convivir. Debemos combatir el odio a homosexuales y transexuales con palabras que se dirijan contra los intolerantes, pero sin que éstas produzcan a su vez ninguna aversión que las debilite para la denuncia.
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