Entre sus 30.000 ejemplares hay libros, revistas, 'tebeos de mujeres', carteles, chapas y documentos del Movimiento Feminista. Hablamos con sus fundadoras sobre un proyecto didáctico y necesario para combatir la lacra del machismo en nuestro país.
Alexandra Lores | SModa, El País, 2017-03-22
http://smoda.elpais.com/moda/actualidad/la-biblioteca-mujeres-madrid-la-nadie-habla/
Cuando las más nostálgicas buscan en internet fotografías de aquellas mujeres que durante los años 60 lucharon por conquistar los derechos que ahora nos resultan fundamentales, la mayoría no imagina que aquellos no solo fueron años fructíferos para los movimientos sociales capitaneados por las minorías en Estados Unidos. En nuestro país, a pesar de que la dictadura dificultaba la puesta en marcha de cualquier proyecto cultural o político –y, mucho menos, de corte progresista–, surgieron propuestas tan necesarias e invisibilizadas por las instituciones como la Biblioteca de Mujeres de Madrid.
En 1985, casi una década después de que el dictador falleciese, Marisa Mediavilla inició un proyecto que llevaba años gestándose entre las filas del Movimiento Feminista. “En esa época las mujeres empezábamos a cuestionarnos determinados comportamientos sociales. Pero necesitábamos información y esta era difícil de localizar en las instituciones públicas. Como yo era bibliotecaria pensé que sería buena idea poner en marcha una Biblioteca de Mujeres para atesorar lo que otras bibliotecas no guardaban y así crear un archivo con lo que generaba el Movimiento Feminista de Madrid”, recuerda Mediavilla.
Meses después de que los primeros libros comenzasen a catalogarse y ordenarse en un armario de la pequeña sede de la calle Barquillo (que mantenía en alquiler el Instituto de la Mujer) entra en escena Lola Robles. La activista, filóloga y escritora de literatura fantástica llegó por casualidad al proyecto pero enseguida se sintió cómoda y permaneció junto a su fundadora hasta el año 2002. “Marisa llevaba mucho tiempo con la idea en la cabeza. En su casa tenía bastantes libros que había estado reuniendo, así que decidió comentárselo al Grupo de Mujeres Feministas Independientes de Madrid, con tan mala suerte que al poco tiempo este colectivo se disolvió, las integrantes abandonaron el proyecto y Marisa se quedó sola frente a él”, relata Robles. Mediavilla también recuerda el ilusionante comienzo. “Fuimos ocupando casi todas las paredes con estanterías hasta que nos trasladamos al Consejo de la Mujer de la Comunidad de Madrid, en la calle de Villaamil, en el distrito de Tetuán. Firmamos un convenio de diez años, desde 1997 hasta 2007, pero en al año 2005 el Consejo se trasladó a otro espacio en el que no cabían los ejemplares, así que nos dijeron que debíamos desalojar el local”, se lamenta.
La memoria histórica de las mujeres
Durante sus inicios la Biblioteca era una asociación no lucrativa y de ámbito local, circunscrita a la comunidad de Madrid, pero en 1991 pasó a ser competencia del Estado. “De esa manera podíamos acceder a pequeñas subvenciones del Instituto de la Mujer. Durante algunos años recibimos cantidades de dinero –siempre pequeñas– para comprar libros y realizar actividades de difusión de la historia y la literatura de las mujeres mediante conferencias y talleres, pero nosotras nunca cobramos nada. Durante todo este tiempo tuvimos muchas colaboradoras eventuales y fijas; mujeres españolas o extranjeras que venían a la biblioteca y se ofrecían para ayudarnos en cualquier tarea. También había estudiantes de biblioteconomía. A veces acudían durante algunos meses y otras durante años; en ocasiones un día en concreto, otras veces cuando podían. Fueron muchas y todas contribuyeron a este proyecto”, continúa Robles.
Con el paso de los años y después de mucho esfuerzo, Marisa y Lola consiguen contratar a una trabajadora a media jornada para que las ayude. “A las conferenciantes y talleristas se les pagaba, pero ni las fundadoras ni las colaboradoras cobramos nunca; es más, pagábamos una cuota como socias. Marisa además compraba bastantes libros con su dinero y se ocupaba de su selección, adquisición, catalogación y clasificación; yo de la gestión administrativa y económica de la asociación y de las actividades culturales (conferencias, talleres de fomento de lectura…). Pero al final todas hacíamos un poco de todo”, rememora Robles.
Aunque cualquier biblioteca es necesaria, esta trasciende el ámbito documental e informativo porque contribuye a eliminar (y hacer más visibles) los comportamientos machistas de nuestra sociedad. Lo desarrolla Robles. “Aquí se conserva nuestra memoria: la historia de las mujeres, nuestra literatura y la teoría feminista. Durante mucho tiempo, estos asuntos se trataban de manera secundaria y muchas veces eran ignorados y silenciados. Sin esa invisibilidad, ese ocultamiento y ese menosprecio, la existencia de esta biblioteca o el feminismo en sí mismo no tendría sentido”. Su cofundadora sostiene que siempre ha existido una corriente negacionista que clama que el patriarcado no existe y que ya hemos alcanzado la igualdad entre hombres y mujeres. “Algunos también dicen que debería fundarse una biblioteca sobre hombres. Sin embargo, estas siempre se han centrado en ellos: en sus libros, sus creaciones y sus intereses”, reivindica Robles. La visibilización del trabajo de las mujeres y su participación en cualquier sociedad y época es la principal finalidad de este proyecto.
Pero, a pesar del ingente trabajo que por amor a los libros y al feminismo se realiza desde hace más de 30 años, son pocas las personas que saben que entre sus paredes descansa un importantísimo fondo de literatura española escrita por mujeres en el siglo XX, en especial durante el franquismo, y que han visitado investigadoras de muchos lugares. “Esta biblioteca, por su origen, contenido, objetivos y fines, es diferente del Centro de Documentación del Instituto de la Mujer o de otros organismos oficiales. Las Bibliotecas de Mujeres que hay en otros países europeos como Italia, Francia, Reino Unido y Holanda tienen en común que todas has sido creadas por mujeres o grupos de mujeres, y no por instituciones oficiales”, cuenta su fundadora.
La de Madrid atesora obras anteriores a 1936, que se pueden consultar aquí. En la colección de cómics hay ejemplares de Salomé, Carmencita o Amor Ye-Ye (desde los años 40 a los años 80) que son muy difíciles de encontrar; revistas feministas publicadas en todo el mundo y preciosos carteles vintage que celebran el Día de la Mujer Trabajadora.
Aunque Mediavilla reconoce que le resulta complicado decantarse por algunos de sus volúmenes favoritos –porque para ella todos son joyas– confiesa una especial predilección por los del siglo XIX y primer tercio del siglo XX. “Hoy en día no podría conseguir muchos de los libros que encontré en el siglo pasado y que ahora integran esta colección, en la que también hay otros materiales como sellos, calendarios o agendas”. Y aunque podría resultar antagónico, en este espacio también podemos encontrar textos misóginos que denigran a la mujer. Mediavilla explica su motivación a la hora de integrarlos en la Biblioteca. “Son necesarios porque hay que conocer el origen y el porqué de tanta discriminación y ensañamiento contra las mujeres. Si los varones no hubiesen dicho (y siguen haciéndolo) que somos seres inferiores, que nuestro cerebro es más pequeño, que nuestra única misión en el mundo es ser madres, que somos objetos sexuales y otra serie de florilegios como estos, no tendríamos que seguir peleando por nuestros derechos”.
Un futuro incierto (pero optimista)
Pero en ocasiones la ilusión y el trabajo desinteresado no es suficiente. Y en la actualidad el archivo se encuentra más desprotegido que nunca. “En el año 2006 tuvimos que donar la Biblioteca al Instituto de la Mujer para evitar su desaparición porque la Comunidad de Madrid nos obligó a desalojar el espacio de la calle Villaamil donde estábamos alojadas. Después de diversas vicisitudes, desde enero de 2012, esta se encuentra en el Museo del Traje, situado en la Avenida Juan de Herrera, 2. No obstante sigo reuniendo libros, que luego paso al Instituto de la Mujer para que allí los incorporen al catálogo automatizado. También voy a librerías, a ferias de libros viejos y al Rastro. Durante los inicios solíamos incorporar sobre unos mil libros al año”, se lamenta su fundadora.
Mediavilla, que acaba de recibir el Premio Leyenda del Gremio de Libreros de Madrid por su “apasionada e incansable búsqueda del legado literario de las mujeres” cree que nunca se debe perder la esperanza y asegura que jamás ha pensado en rendirse. Su principal deseo es que este espacio se mantenga abierto y se convierta en una herramienta en beneficio del conocimiento y el bienestar social de todos. “Sigo trabajando para la Bibilioteca de Mujeres y peleándome para conseguir un espacio propio con personal especializado y recursos económicos adecuados para su funcionamiento. Junto con Ricarda Folla –una compañera también jubilada–, hemos acabado, después de 4 años de trabajo, el ‘Tesauro de mujeres‘, un instrumento necesario para clasificar e indizar documentos en toda biblioteca o centro de documentación”.
Robles, que en la actualidad se dedica a escribir y a realizar un activismo feminista, pacifista y ‘queer’, asegura que tampoco se ha olvidado de la Biblioteca. “Como la gente no sabe que la Biblioteca está allí, hay muy pocas consultas, a pesar de estar muy cerca de la Ciudad Universitaria. De hecho, creo que sería magnífico que los estudiantes pudiesen consultarla para hacer sus trabajos; así como investigadores y cualquier otra persona que esté buscando libros que no puede localizar en ningún otro lugar. Es un auténtico tesoro que se ha donado a una institución pública y que ha quedado olvidado por completo. Habría que lograr que la gente conociera su ubicación actual para que se se le diese uso. De lo contrario, es difícil que tenga apoyo público. A largo plazo, lo ideal sería que tuviera un espacio propio, accesible, con personal a su cargo especializado en el tema, y que los libros pudieran ser consultados fácilmente. En la actualidad, para acceder a los fondos, debemos solicitar el libro a través de la página web del Instituto de la Mujer e ir días después a consultarlo”.
En 1985, casi una década después de que el dictador falleciese, Marisa Mediavilla inició un proyecto que llevaba años gestándose entre las filas del Movimiento Feminista. “En esa época las mujeres empezábamos a cuestionarnos determinados comportamientos sociales. Pero necesitábamos información y esta era difícil de localizar en las instituciones públicas. Como yo era bibliotecaria pensé que sería buena idea poner en marcha una Biblioteca de Mujeres para atesorar lo que otras bibliotecas no guardaban y así crear un archivo con lo que generaba el Movimiento Feminista de Madrid”, recuerda Mediavilla.
Meses después de que los primeros libros comenzasen a catalogarse y ordenarse en un armario de la pequeña sede de la calle Barquillo (que mantenía en alquiler el Instituto de la Mujer) entra en escena Lola Robles. La activista, filóloga y escritora de literatura fantástica llegó por casualidad al proyecto pero enseguida se sintió cómoda y permaneció junto a su fundadora hasta el año 2002. “Marisa llevaba mucho tiempo con la idea en la cabeza. En su casa tenía bastantes libros que había estado reuniendo, así que decidió comentárselo al Grupo de Mujeres Feministas Independientes de Madrid, con tan mala suerte que al poco tiempo este colectivo se disolvió, las integrantes abandonaron el proyecto y Marisa se quedó sola frente a él”, relata Robles. Mediavilla también recuerda el ilusionante comienzo. “Fuimos ocupando casi todas las paredes con estanterías hasta que nos trasladamos al Consejo de la Mujer de la Comunidad de Madrid, en la calle de Villaamil, en el distrito de Tetuán. Firmamos un convenio de diez años, desde 1997 hasta 2007, pero en al año 2005 el Consejo se trasladó a otro espacio en el que no cabían los ejemplares, así que nos dijeron que debíamos desalojar el local”, se lamenta.
La memoria histórica de las mujeres
Durante sus inicios la Biblioteca era una asociación no lucrativa y de ámbito local, circunscrita a la comunidad de Madrid, pero en 1991 pasó a ser competencia del Estado. “De esa manera podíamos acceder a pequeñas subvenciones del Instituto de la Mujer. Durante algunos años recibimos cantidades de dinero –siempre pequeñas– para comprar libros y realizar actividades de difusión de la historia y la literatura de las mujeres mediante conferencias y talleres, pero nosotras nunca cobramos nada. Durante todo este tiempo tuvimos muchas colaboradoras eventuales y fijas; mujeres españolas o extranjeras que venían a la biblioteca y se ofrecían para ayudarnos en cualquier tarea. También había estudiantes de biblioteconomía. A veces acudían durante algunos meses y otras durante años; en ocasiones un día en concreto, otras veces cuando podían. Fueron muchas y todas contribuyeron a este proyecto”, continúa Robles.
Con el paso de los años y después de mucho esfuerzo, Marisa y Lola consiguen contratar a una trabajadora a media jornada para que las ayude. “A las conferenciantes y talleristas se les pagaba, pero ni las fundadoras ni las colaboradoras cobramos nunca; es más, pagábamos una cuota como socias. Marisa además compraba bastantes libros con su dinero y se ocupaba de su selección, adquisición, catalogación y clasificación; yo de la gestión administrativa y económica de la asociación y de las actividades culturales (conferencias, talleres de fomento de lectura…). Pero al final todas hacíamos un poco de todo”, rememora Robles.
Aunque cualquier biblioteca es necesaria, esta trasciende el ámbito documental e informativo porque contribuye a eliminar (y hacer más visibles) los comportamientos machistas de nuestra sociedad. Lo desarrolla Robles. “Aquí se conserva nuestra memoria: la historia de las mujeres, nuestra literatura y la teoría feminista. Durante mucho tiempo, estos asuntos se trataban de manera secundaria y muchas veces eran ignorados y silenciados. Sin esa invisibilidad, ese ocultamiento y ese menosprecio, la existencia de esta biblioteca o el feminismo en sí mismo no tendría sentido”. Su cofundadora sostiene que siempre ha existido una corriente negacionista que clama que el patriarcado no existe y que ya hemos alcanzado la igualdad entre hombres y mujeres. “Algunos también dicen que debería fundarse una biblioteca sobre hombres. Sin embargo, estas siempre se han centrado en ellos: en sus libros, sus creaciones y sus intereses”, reivindica Robles. La visibilización del trabajo de las mujeres y su participación en cualquier sociedad y época es la principal finalidad de este proyecto.
Pero, a pesar del ingente trabajo que por amor a los libros y al feminismo se realiza desde hace más de 30 años, son pocas las personas que saben que entre sus paredes descansa un importantísimo fondo de literatura española escrita por mujeres en el siglo XX, en especial durante el franquismo, y que han visitado investigadoras de muchos lugares. “Esta biblioteca, por su origen, contenido, objetivos y fines, es diferente del Centro de Documentación del Instituto de la Mujer o de otros organismos oficiales. Las Bibliotecas de Mujeres que hay en otros países europeos como Italia, Francia, Reino Unido y Holanda tienen en común que todas has sido creadas por mujeres o grupos de mujeres, y no por instituciones oficiales”, cuenta su fundadora.
La de Madrid atesora obras anteriores a 1936, que se pueden consultar aquí. En la colección de cómics hay ejemplares de Salomé, Carmencita o Amor Ye-Ye (desde los años 40 a los años 80) que son muy difíciles de encontrar; revistas feministas publicadas en todo el mundo y preciosos carteles vintage que celebran el Día de la Mujer Trabajadora.
Aunque Mediavilla reconoce que le resulta complicado decantarse por algunos de sus volúmenes favoritos –porque para ella todos son joyas– confiesa una especial predilección por los del siglo XIX y primer tercio del siglo XX. “Hoy en día no podría conseguir muchos de los libros que encontré en el siglo pasado y que ahora integran esta colección, en la que también hay otros materiales como sellos, calendarios o agendas”. Y aunque podría resultar antagónico, en este espacio también podemos encontrar textos misóginos que denigran a la mujer. Mediavilla explica su motivación a la hora de integrarlos en la Biblioteca. “Son necesarios porque hay que conocer el origen y el porqué de tanta discriminación y ensañamiento contra las mujeres. Si los varones no hubiesen dicho (y siguen haciéndolo) que somos seres inferiores, que nuestro cerebro es más pequeño, que nuestra única misión en el mundo es ser madres, que somos objetos sexuales y otra serie de florilegios como estos, no tendríamos que seguir peleando por nuestros derechos”.
Un futuro incierto (pero optimista)
Pero en ocasiones la ilusión y el trabajo desinteresado no es suficiente. Y en la actualidad el archivo se encuentra más desprotegido que nunca. “En el año 2006 tuvimos que donar la Biblioteca al Instituto de la Mujer para evitar su desaparición porque la Comunidad de Madrid nos obligó a desalojar el espacio de la calle Villaamil donde estábamos alojadas. Después de diversas vicisitudes, desde enero de 2012, esta se encuentra en el Museo del Traje, situado en la Avenida Juan de Herrera, 2. No obstante sigo reuniendo libros, que luego paso al Instituto de la Mujer para que allí los incorporen al catálogo automatizado. También voy a librerías, a ferias de libros viejos y al Rastro. Durante los inicios solíamos incorporar sobre unos mil libros al año”, se lamenta su fundadora.
Mediavilla, que acaba de recibir el Premio Leyenda del Gremio de Libreros de Madrid por su “apasionada e incansable búsqueda del legado literario de las mujeres” cree que nunca se debe perder la esperanza y asegura que jamás ha pensado en rendirse. Su principal deseo es que este espacio se mantenga abierto y se convierta en una herramienta en beneficio del conocimiento y el bienestar social de todos. “Sigo trabajando para la Bibilioteca de Mujeres y peleándome para conseguir un espacio propio con personal especializado y recursos económicos adecuados para su funcionamiento. Junto con Ricarda Folla –una compañera también jubilada–, hemos acabado, después de 4 años de trabajo, el ‘Tesauro de mujeres‘, un instrumento necesario para clasificar e indizar documentos en toda biblioteca o centro de documentación”.
Robles, que en la actualidad se dedica a escribir y a realizar un activismo feminista, pacifista y ‘queer’, asegura que tampoco se ha olvidado de la Biblioteca. “Como la gente no sabe que la Biblioteca está allí, hay muy pocas consultas, a pesar de estar muy cerca de la Ciudad Universitaria. De hecho, creo que sería magnífico que los estudiantes pudiesen consultarla para hacer sus trabajos; así como investigadores y cualquier otra persona que esté buscando libros que no puede localizar en ningún otro lugar. Es un auténtico tesoro que se ha donado a una institución pública y que ha quedado olvidado por completo. Habría que lograr que la gente conociera su ubicación actual para que se se le diese uso. De lo contrario, es difícil que tenga apoyo público. A largo plazo, lo ideal sería que tuviera un espacio propio, accesible, con personal a su cargo especializado en el tema, y que los libros pudieran ser consultados fácilmente. En la actualidad, para acceder a los fondos, debemos solicitar el libro a través de la página web del Instituto de la Mujer e ir días después a consultarlo”.
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