Imagen: El Español / Aingeru Mayor |
La ciencia avala la existencia de la transexualidad infantil y la mejor receta para ello: la aceptación. "Mi hija necesitaba que la viéramos como la niña que es".
Ainhoa Iriberri | El Español, 2017-03-02
http://www.elespanol.com/ciencia/salud/20170302/197730847_0.html
El sexólogo y presidente de la asociación Chrysallis Euskal Herria, Aingeru Mayor, comenta a El Español que hubiera bastado que el colectivo ultracatólico Hazte Oír hubiera añadido seis palabras al lema que ha acompañado a su polémico autobús para estar de acuerdo con ellos. Esos seis términos son "en la mayoría de los casos", que hubiera convertido a la frase en una certeza que nadie niega: que, habitualmente, los niños varones tienen pene y las niñas, vulva.
Para Nuria Asenjo, psicóloga de la Unidad de Identidad de Género del Hospital Ramón y Cajal de Madrid, la campaña de Hazte Oír es "un horror" que no duda en "condenar", algo que, afirma, es extensible a cualquier persona que se dedica de algún modo al tratamiento de la transexualidad infantil, la condición que la Sociedad Americana de Psiquiatría sigue definiendo como trastorno en la quinta edición de su Manual de diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-V).
Tanto Mayor como Asenjo saben que la identidad de género no se elige, como se deduce del lema de la campaña de Hazte Oír y como creen incluso algunos que están en contra de la misma, como el aspirante a candidato socialista Patxi López, que publicó un tweet que hubo de rectificar después: “Que no te engañen. Cualquier persona tiene derecho a elegir su condición sexual.” “Tenéis razón. No me he expresado correctamente. La orientación sexual y la identidad de género no se eligen, se respetan.”
La psicóloga tiene a su cargo a 11 niños con vulva y seis niñas con pene. Es decir, 17 menores de edad -desde los tres años- que no sienten que tengan la identidad de genero que se se les presupone según sus genitales.
Eso es exactamente lo que le pasó a Alai, la hija pequeña de Aingeru Mayor que, con sólo dos años y medio, contestó así a su madre cuando le dijo que era muy guapo: "¡Ama [mamá en euskera], apo, no, apa!" y empezó un periplo de varios años que ni siquiera para ellos, ambos sexólogos y familiarizados con la transexualidad infantil, fue fácil. "Hasta ahora el criterio para determinar el sexo de un niño era mirar los genitales, pero a veces no está tan claro. La identidad es una cuestión de autoconciencia", relata Mayor, que comenta que ni él ni la madre de sus hijas hicieron nunca lo que es muy habitual -casi instintivo- en la mayoría de las familias: contestar al niño que te dice que es niña, o viceversa, con un: "Mira, no, tú no puedes ser de este género porque tienes estos genitales".
"Yo digo que tengo dos hijas; la pequeña con pene y la mayor con vulva, una rubia y otra morena", resume en una frase su situación este sexólogo, que tiene clara la identidad sexual de Alai, como cree que un hombre o un niño lo sigue siendo si pierde sus genitales por un accidente, por poner sólo un ejemplo.
La entidad que preside Mayor promovió la campaña a la que parece responder el famoso autobús de Hazte Oír, que tenía precisamente como lema: "Hay niñas con pene y niños con vulva".
La primera pregunta que surge al oír a personas que conviven con la transexualidad infantil es que, si determinar ésta depende de lo que un niño muy pequeño diga, ¿cómo podemos saber si está hablando de un capricho momentáneo o de una fantasía, como cuando un chaval dice que es un superhéroe o un animal determinado?
Para Asenjo, la clave está en la necesidad, en como el niño cambia cuando se le viste como una niña -o viceversa- y qué humor tienen cuando no lo está, la angustia que les genera el no poder ser lo que son por las convenciones sociales. La psicóloga habla, por ejemplo, de un caso muy común el del niño definido como tal que insiste en ponerse vestidos. Esto no tiene por qué significar que sea una niña, pero si puede ser un indicador, sobre todo si sufre cuando no le dejan hacerlo.
En el caso de Alai, cuando sus padres asumieron que se trataba de una niña -algo que tardaron en hacer, a pesar de respetar en todo momento sus deseos, como ponerle pendientes- la pequeña, cuenta el sexólogo, "volvió a sonreír". "Se pasó dos años llorando, necesitaba que la viéramos como la niña que es", recuerda.
No es una enfermedad
El sexólogo aclara que el hecho de que estos niños requieran que se les vea con su identidad real, no significa que sean víctimas de un trastorno. De hecho, Mayor no cree que requieran de un seguimiento médico especial. "Lo que necesitan es amor y conocimiento; si lo tienen de su pediatra, pues mejor", señala, aunque apunta que éste será casi más útil para los padres que para los hijos.
Es algo con lo que coincide la psicóloga del Ramón y Cajal, que reconoce que los progenitores de los niños que acuden a su unidad no siempre "están encantados" y apunta a que muchas de las situaciones más delicadas se dan cuando los menores alcanzan la pubertad y hay que poner sobre la mesa la posibilidad de empezar una terapia hormonal para frenar lo que ésta supone: una mayor expresión de los rasgos no asociados a su sexo real.
En este sentido, Mayor no piensa imponer nada a su hija de nueve años, aunque deduce que será ella misma la que pida ayuda para que, por ejemplo, no le crezca la barba. "Nosotros le acompañaremos en el proceso para que siempre esté contenta con su cuerpo, aunque no nos haga mucha gracia que se tenga que medicar toda la vida", comenta.
La receta para tratar a niñas como Alai está avalada por la ciencia. Un estudio publicado en 2014 en la revista líder en pediatría, ‘Pediatrics’, demostró que los pequeños cuya identidad de género era apoyada por su entorno tenían niveles mínimos de ansiedad y depresión, por lo que estos síntomas eran "evitables" en este grupo concreto de menores.
Prevalencia
Una de las cuestiones más difíciles de delimitar, que Asenjo califica como "la pregunta del millón", es cuántos menores transexuales existen en el mundo. Mayor comenta que la cifra oscila según los diferentes registros y estudios, desde aquellos que hablan de uno de cada 100.000 a los que la cifran en uno de cada 1.000.
En cualquier caso, todo parece indicar que el número está aumentando con los últimos años, algo que se debería a una mayor visibilidad de la situación. "Antes no se tenía en cuenta esa posibilidad, a los niños se les decía que eran lo que eran según lo que tenían entre las piernas; con lo que era frecuente que acabaran no teniendo lo que tenían para poder ser quiénes eran", comenta el sexólogo, que hace referencia a episodios reales de mutilación de sus genitales por parte de menores transexuales.
Todo esto se puede evitar si se les acepta como tal. "Antes se pensaba que las personas transexuales odiaban sus genitales, pero esto no es así si a ellos no se les niega su identidad de género", concluye Mayor.
Para Nuria Asenjo, psicóloga de la Unidad de Identidad de Género del Hospital Ramón y Cajal de Madrid, la campaña de Hazte Oír es "un horror" que no duda en "condenar", algo que, afirma, es extensible a cualquier persona que se dedica de algún modo al tratamiento de la transexualidad infantil, la condición que la Sociedad Americana de Psiquiatría sigue definiendo como trastorno en la quinta edición de su Manual de diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-V).
Tanto Mayor como Asenjo saben que la identidad de género no se elige, como se deduce del lema de la campaña de Hazte Oír y como creen incluso algunos que están en contra de la misma, como el aspirante a candidato socialista Patxi López, que publicó un tweet que hubo de rectificar después: “Que no te engañen. Cualquier persona tiene derecho a elegir su condición sexual.” “Tenéis razón. No me he expresado correctamente. La orientación sexual y la identidad de género no se eligen, se respetan.”
La psicóloga tiene a su cargo a 11 niños con vulva y seis niñas con pene. Es decir, 17 menores de edad -desde los tres años- que no sienten que tengan la identidad de genero que se se les presupone según sus genitales.
Eso es exactamente lo que le pasó a Alai, la hija pequeña de Aingeru Mayor que, con sólo dos años y medio, contestó así a su madre cuando le dijo que era muy guapo: "¡Ama [mamá en euskera], apo, no, apa!" y empezó un periplo de varios años que ni siquiera para ellos, ambos sexólogos y familiarizados con la transexualidad infantil, fue fácil. "Hasta ahora el criterio para determinar el sexo de un niño era mirar los genitales, pero a veces no está tan claro. La identidad es una cuestión de autoconciencia", relata Mayor, que comenta que ni él ni la madre de sus hijas hicieron nunca lo que es muy habitual -casi instintivo- en la mayoría de las familias: contestar al niño que te dice que es niña, o viceversa, con un: "Mira, no, tú no puedes ser de este género porque tienes estos genitales".
"Yo digo que tengo dos hijas; la pequeña con pene y la mayor con vulva, una rubia y otra morena", resume en una frase su situación este sexólogo, que tiene clara la identidad sexual de Alai, como cree que un hombre o un niño lo sigue siendo si pierde sus genitales por un accidente, por poner sólo un ejemplo.
La entidad que preside Mayor promovió la campaña a la que parece responder el famoso autobús de Hazte Oír, que tenía precisamente como lema: "Hay niñas con pene y niños con vulva".
La primera pregunta que surge al oír a personas que conviven con la transexualidad infantil es que, si determinar ésta depende de lo que un niño muy pequeño diga, ¿cómo podemos saber si está hablando de un capricho momentáneo o de una fantasía, como cuando un chaval dice que es un superhéroe o un animal determinado?
Para Asenjo, la clave está en la necesidad, en como el niño cambia cuando se le viste como una niña -o viceversa- y qué humor tienen cuando no lo está, la angustia que les genera el no poder ser lo que son por las convenciones sociales. La psicóloga habla, por ejemplo, de un caso muy común el del niño definido como tal que insiste en ponerse vestidos. Esto no tiene por qué significar que sea una niña, pero si puede ser un indicador, sobre todo si sufre cuando no le dejan hacerlo.
En el caso de Alai, cuando sus padres asumieron que se trataba de una niña -algo que tardaron en hacer, a pesar de respetar en todo momento sus deseos, como ponerle pendientes- la pequeña, cuenta el sexólogo, "volvió a sonreír". "Se pasó dos años llorando, necesitaba que la viéramos como la niña que es", recuerda.
No es una enfermedad
El sexólogo aclara que el hecho de que estos niños requieran que se les vea con su identidad real, no significa que sean víctimas de un trastorno. De hecho, Mayor no cree que requieran de un seguimiento médico especial. "Lo que necesitan es amor y conocimiento; si lo tienen de su pediatra, pues mejor", señala, aunque apunta que éste será casi más útil para los padres que para los hijos.
Es algo con lo que coincide la psicóloga del Ramón y Cajal, que reconoce que los progenitores de los niños que acuden a su unidad no siempre "están encantados" y apunta a que muchas de las situaciones más delicadas se dan cuando los menores alcanzan la pubertad y hay que poner sobre la mesa la posibilidad de empezar una terapia hormonal para frenar lo que ésta supone: una mayor expresión de los rasgos no asociados a su sexo real.
En este sentido, Mayor no piensa imponer nada a su hija de nueve años, aunque deduce que será ella misma la que pida ayuda para que, por ejemplo, no le crezca la barba. "Nosotros le acompañaremos en el proceso para que siempre esté contenta con su cuerpo, aunque no nos haga mucha gracia que se tenga que medicar toda la vida", comenta.
La receta para tratar a niñas como Alai está avalada por la ciencia. Un estudio publicado en 2014 en la revista líder en pediatría, ‘Pediatrics’, demostró que los pequeños cuya identidad de género era apoyada por su entorno tenían niveles mínimos de ansiedad y depresión, por lo que estos síntomas eran "evitables" en este grupo concreto de menores.
Prevalencia
Una de las cuestiones más difíciles de delimitar, que Asenjo califica como "la pregunta del millón", es cuántos menores transexuales existen en el mundo. Mayor comenta que la cifra oscila según los diferentes registros y estudios, desde aquellos que hablan de uno de cada 100.000 a los que la cifran en uno de cada 1.000.
En cualquier caso, todo parece indicar que el número está aumentando con los últimos años, algo que se debería a una mayor visibilidad de la situación. "Antes no se tenía en cuenta esa posibilidad, a los niños se les decía que eran lo que eran según lo que tenían entre las piernas; con lo que era frecuente que acabaran no teniendo lo que tenían para poder ser quiénes eran", comenta el sexólogo, que hace referencia a episodios reales de mutilación de sus genitales por parte de menores transexuales.
Todo esto se puede evitar si se les acepta como tal. "Antes se pensaba que las personas transexuales odiaban sus genitales, pero esto no es así si a ellos no se les niega su identidad de género", concluye Mayor.
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