Imagen: El Diario / Maca y Esther en 'Hospital Central' |
La falta de referentes para lesbianas sigue siendo una de las principales demandas del movimiento, pero lo cierto es que cada vez contamos con más personajes lésbicos, al menos, en ficción. El problema de los referentes lésbicos es que sólo recogen el sentir de una parte de la comunidad lésbica. El trinomio amor-matrimonio y maternidad es la llave para la aceptación social de gais, lesbianas y trans.
Andrea Momoitio | +Pikara, El Diario, 2017-06-26
http://www.eldiario.es/pikara/Bolleras-popa_6_658694154.html
Dejé de ver con mi madre ‘Hospital Central’ cuando supe que era lesbiana. Pensé que me notaría algo raro cuando salieran Maca y Esther, los personajes lésbicos de la serie más longeva de la televisión en el Estado español. Entonces yo aún lloraba por ser bollo. Interpretadas por Patricia Vico y Fátima Baeza, probablemente sean la pareja más popular de la ficción española. No fueron las primeras lesbianas representadas en una serie de televisión, pero sus papeles marcaron un antes y un después. El argumento, sencillo: doctora lesbiana, de clase alta, rechazada por su familia seduce a una enfermera de barrio, de tradición heterosexual, que se deja llevar por el amor. Una serie de esas que se piensan para que se vean en familia contando una historia de amor entre dos mujeres. ¿Cómo fue posible?
Precisamente por eso: la historia cumplía con todos los requisitos para ser aplaudida. El trinomio amor monógamo-matrimonio-maternidad es la llave para la aceptación social de gais, lesbianas y trans. En los cuartos oscuros, claro, creerán que no hay amor. La serie de Telecinco fue la primera en retratar una boda entre parejas del mismo sexo. El capítulo 'O calle para siempre', en el que Maca y Esther se casan, fue emitido en diciembre de 2005, cinco meses después de la aprobación en el Parlamento español del matrimonio igualitario. Ninguna serie se atrevió antes a imaginar un enlace así. Curioso que, hasta en la ficción, tuviéramos que esperar tanto para lograrlo.
El ‘boom’ fue tal que los personajes de Maca y Esther empezaron a moverse entre la ficción y la realidad. Esto, claro, se debe al propio éxito de la serie pero, sobre todo, a la falta de referentes lésbicos de carne y hueso. Mientras Elena Anaya dedicaba el Goya a "su amor", las actrices, Patricia Vico y Fátima Baeza eran galardonadas con diferentes premios por su trabajo a favor de la visibilidad de las lesbianas. Patricia Vico, la actriz que interpretaba a Maca, llevó a cabo en 2006 una campaña en contra de la homofobia y la lesbofobia junto a Jesús Vázquez, promovida por Amnistía Internacional. Las críticas del movimiento LGTB se escucharon tímidamente entonces, pero cabe suponer que para dos actrices heterosexuales resulta más cómodo abanderar la visibilidad lésbica que para muchas lesbianas.
El espejismo de la igualdad, del que tanto se ha escrito desde el movimiento feminista para denunciar la idea falsa de que hombres y mujeres gozamos ya de los mismos derechos, puede aplicarse sin mayor dificultad a la realidad del colectivo LGTBI. No seré yo quien defienda lo que siempre he entendido como una falta de valentía, pero, todavía hoy, ser lesbiana es un acto de resistencia al poder hegemónico. La normatividad es heterosexual y no todas estamos dispuestas a vivir de guerrilla en guerrilla.
El elemento definitorio de las lesbianas en las series de televisión que más me llama la atención, al menos en las series que analicé para mi tesina ' De la invisibilidad a la irreverencia: Lesbianas en televisión', es la falta de conciencia sobre el lesbianismo que tienen los personajes. El hecho de ser bollera, más allá del trauma que supone para casi todas ellas en el proceso de salida del armario, no implica nada más. La lesbofobia apenas cabe en la ficción, no se representa como estructura y ninguna de las bolleras que aparecen en la tele parecen necesitar de activismo LGTBI ni de amigas lesbianas con las que despotricar de lo difícil que sigue siendo ser bollera.
En ‘Hospital Central’ sí que representaron en un capítulo cómo Maca y Esther tuvieron algún problema para encontrar piso, pero la lesbofobia a la que se enfrentaron entonces se subsanó con mucho amor entre ellas. Y ahí está otra clave: el amor. Es el elemento que más define las representaciones de personajes LGTBI en televisión y es el mismo razonamiento que se utiliza desde las instituciones y el movimiento más conservador para trabajar por la igualdad.
El Ayuntamiento de Madrid ha empapelado la ciudad con un eslogan que tengo que reconocer que, en un primer momento, me emocionó: "Ames a quien ames, Madrid te ama". Pero, después de detenerme a pensarlo un poco más, me asaltaron las alarmas porque no es cierto. La ciudadanía, gracias a todo el trabajo del movimiento, ha aprendido ya que el amor no entiende de géneros, pero no hemos logrado aún que se celebre la diversidad en las distintas formas de habitar el mundo. Las bolleras, si se visten de blanco para casarse y tienen bebés, si los domingos van a ver a la familia y trabajan de lunes a viernes, pueden formar parte de la sociedad sin recibir demasiadas críticas; con los maricas pasa igual y también con las compañeras trans, que ganan aceptación social según aumenta su binarismo. La ambigüedad no está bien vista en un mundo que apuesta por los blancos y los negros.
La visibilidad sigue siendo un punto clave en la agenda lésbica, pero lo cierto es que ya no estamos sometidas al mismo ostracismo. Si desde el lesbofeminismo se sigue reivindicando la necesidad de encontrar referentes lésbicos ya no es tanto por la falta de estos sino por lo planos que son todos. Es un puntazo que Sandra Barneda se haya animado a hacer visible su forma de amar, pero necesitamos de referentes más diversos.
Las lesbianas que aparecen en los medios de comunicación haciendo visible su condición bollo no pueden referenciarme si en sus declaraciones quitan importancia a la cuestión, si tienen una posición económica a la que ni aspiro y, sobre todo, si su imagen no se corresponde a la que encuentro yo a mi alrededor. Aquí también nos encontramos ante una cuestión muy representativa de cómo son las bolleras de la tele y es que ninguna tiene pluma. Ninguna. Miro en mi entorno y las bolleras que veo, lo parecemos. Es una cuestión de estereotipos, pero es que estos han funcionado siempre también como estrategia de reconocimiento entre iguales, como forma de conocernos y, sobre todo, de poder encontrarnos.
No me encuentro en Maca y Esther, no tienen nada que ver conmigo, pero su historia fue imprescindible también para la mía. Por primera vez veía un beso entre dos mujeres en televisión, comentaba con la que era mi novia entonces aquella historia de amor y drama, nos emocionamos con su enamoramiento y lloramos con su ruptura. Ojalá entonces me hubiese atrevido a tumbarme en el sofá con mi ama para verlo juntas. Ella, ahora, disfruta con ese entusiasmo de mis amores, de mi propia historia. El camino no ha sido fácil, pero nosotras ya no necesitamos ficción para entendernos. Maca y Esther tienen algo que ver en ello.
Precisamente por eso: la historia cumplía con todos los requisitos para ser aplaudida. El trinomio amor monógamo-matrimonio-maternidad es la llave para la aceptación social de gais, lesbianas y trans. En los cuartos oscuros, claro, creerán que no hay amor. La serie de Telecinco fue la primera en retratar una boda entre parejas del mismo sexo. El capítulo 'O calle para siempre', en el que Maca y Esther se casan, fue emitido en diciembre de 2005, cinco meses después de la aprobación en el Parlamento español del matrimonio igualitario. Ninguna serie se atrevió antes a imaginar un enlace así. Curioso que, hasta en la ficción, tuviéramos que esperar tanto para lograrlo.
El ‘boom’ fue tal que los personajes de Maca y Esther empezaron a moverse entre la ficción y la realidad. Esto, claro, se debe al propio éxito de la serie pero, sobre todo, a la falta de referentes lésbicos de carne y hueso. Mientras Elena Anaya dedicaba el Goya a "su amor", las actrices, Patricia Vico y Fátima Baeza eran galardonadas con diferentes premios por su trabajo a favor de la visibilidad de las lesbianas. Patricia Vico, la actriz que interpretaba a Maca, llevó a cabo en 2006 una campaña en contra de la homofobia y la lesbofobia junto a Jesús Vázquez, promovida por Amnistía Internacional. Las críticas del movimiento LGTB se escucharon tímidamente entonces, pero cabe suponer que para dos actrices heterosexuales resulta más cómodo abanderar la visibilidad lésbica que para muchas lesbianas.
El espejismo de la igualdad, del que tanto se ha escrito desde el movimiento feminista para denunciar la idea falsa de que hombres y mujeres gozamos ya de los mismos derechos, puede aplicarse sin mayor dificultad a la realidad del colectivo LGTBI. No seré yo quien defienda lo que siempre he entendido como una falta de valentía, pero, todavía hoy, ser lesbiana es un acto de resistencia al poder hegemónico. La normatividad es heterosexual y no todas estamos dispuestas a vivir de guerrilla en guerrilla.
El elemento definitorio de las lesbianas en las series de televisión que más me llama la atención, al menos en las series que analicé para mi tesina ' De la invisibilidad a la irreverencia: Lesbianas en televisión', es la falta de conciencia sobre el lesbianismo que tienen los personajes. El hecho de ser bollera, más allá del trauma que supone para casi todas ellas en el proceso de salida del armario, no implica nada más. La lesbofobia apenas cabe en la ficción, no se representa como estructura y ninguna de las bolleras que aparecen en la tele parecen necesitar de activismo LGTBI ni de amigas lesbianas con las que despotricar de lo difícil que sigue siendo ser bollera.
En ‘Hospital Central’ sí que representaron en un capítulo cómo Maca y Esther tuvieron algún problema para encontrar piso, pero la lesbofobia a la que se enfrentaron entonces se subsanó con mucho amor entre ellas. Y ahí está otra clave: el amor. Es el elemento que más define las representaciones de personajes LGTBI en televisión y es el mismo razonamiento que se utiliza desde las instituciones y el movimiento más conservador para trabajar por la igualdad.
El Ayuntamiento de Madrid ha empapelado la ciudad con un eslogan que tengo que reconocer que, en un primer momento, me emocionó: "Ames a quien ames, Madrid te ama". Pero, después de detenerme a pensarlo un poco más, me asaltaron las alarmas porque no es cierto. La ciudadanía, gracias a todo el trabajo del movimiento, ha aprendido ya que el amor no entiende de géneros, pero no hemos logrado aún que se celebre la diversidad en las distintas formas de habitar el mundo. Las bolleras, si se visten de blanco para casarse y tienen bebés, si los domingos van a ver a la familia y trabajan de lunes a viernes, pueden formar parte de la sociedad sin recibir demasiadas críticas; con los maricas pasa igual y también con las compañeras trans, que ganan aceptación social según aumenta su binarismo. La ambigüedad no está bien vista en un mundo que apuesta por los blancos y los negros.
La visibilidad sigue siendo un punto clave en la agenda lésbica, pero lo cierto es que ya no estamos sometidas al mismo ostracismo. Si desde el lesbofeminismo se sigue reivindicando la necesidad de encontrar referentes lésbicos ya no es tanto por la falta de estos sino por lo planos que son todos. Es un puntazo que Sandra Barneda se haya animado a hacer visible su forma de amar, pero necesitamos de referentes más diversos.
Las lesbianas que aparecen en los medios de comunicación haciendo visible su condición bollo no pueden referenciarme si en sus declaraciones quitan importancia a la cuestión, si tienen una posición económica a la que ni aspiro y, sobre todo, si su imagen no se corresponde a la que encuentro yo a mi alrededor. Aquí también nos encontramos ante una cuestión muy representativa de cómo son las bolleras de la tele y es que ninguna tiene pluma. Ninguna. Miro en mi entorno y las bolleras que veo, lo parecemos. Es una cuestión de estereotipos, pero es que estos han funcionado siempre también como estrategia de reconocimiento entre iguales, como forma de conocernos y, sobre todo, de poder encontrarnos.
No me encuentro en Maca y Esther, no tienen nada que ver conmigo, pero su historia fue imprescindible también para la mía. Por primera vez veía un beso entre dos mujeres en televisión, comentaba con la que era mi novia entonces aquella historia de amor y drama, nos emocionamos con su enamoramiento y lloramos con su ruptura. Ojalá entonces me hubiese atrevido a tumbarme en el sofá con mi ama para verlo juntas. Ella, ahora, disfruta con ese entusiasmo de mis amores, de mi propia historia. El camino no ha sido fácil, pero nosotras ya no necesitamos ficción para entendernos. Maca y Esther tienen algo que ver en ello.
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