Imagen: El País / Bruce LaBruce |
Explorador de tabús y activista del movimiento queer, LaBruce lleva tres décadas mostrando los márgenes de la sociedad. Y no, la edad no le ha amansado.
Ignacio Gomar | El País, 2017-06-29
https://elpais.com/elpais/2017/06/26/tentaciones/1498481193_425114.html
Le ha costado un lustro volver a sentirse seguro en suelo español, comenta entre risas Bruce LaBruce. Se refiere al ataque con cócteles molotov que sufrió una exposición suya en la madrileña Fresh Gallery en 2012 por parte de un grupo ultracatólico. Entre sus fotografías —que mezclaban erotismo e imaginería religiosa—había una versión de La Piedad con Alaska amamantando a Mario Vaquerizo. Bruce LaBruce (Ontario, Canadá, 1964) ha regresado al lugar del crimen con la exposición ‘Faggotry’, en la que deja tranquila a la religión en pos de una de las constantes de su obra: el sexo, especialmente gay, y con el porno como arma contra todo lo reaccionario. El paso del cineasta, escritor y fotógrafo por la capital también ha incluido una charla en La Casa Encendida, dentro del festival Princesas y Darthvaders. Como referente del llamado ‘queercore’, LaBruce despliega su visión transgresora al hablar de política, cultura, moralidad y la evolución del movimiento LGTB. Siempre con la misma incorrección que en sus inicios hace tres décadas.
P. Una vez dijiste que preferirías convertirte en zombi antes que renunciar a lo que te hace diferente. ¿La tendencia ahora es encajar, ser como los demás?
R. No es tan sencillo. Por un lado es natural, todo movimiento busca aceptación por parte de una mayoría y termina adaptándose a ella. Pasó con el movimiento negro en los 60: los Panteras Negras eran marxistas y después fueron absorbidos por el capitalismo. Con el feminismo pasa lo mismo: en origen era revolucionario, pero hoy el postfeminismo busca igualdad de poder dentro del sistema capitalista. Es un tema que trato en mi última película, ‘The misandrists’ [sobre mujeres que forman un grupo terrorista para combatir el patriarcado], y, en mi opinión, es una estrategia fallida. El movimiento queer aún mantiene esa esencia crítica y subversiva.
P. ¿Cómo de importante es el movimiento queer hoy en día?
R. Englobo dentro de lo ‘queer’ a ese activismo más alternativo, casi punk, que usa estrategias de oposición al sistema, cercano al anticapitalismo. El gay ortodoxo se ha vuelto muy conservador. Hombre blanco, de clase media, ajeno a la gente oprimida y que se ha acomodado tras la conquista de ciertos derechos. Muchos gais rechazaron ‘The misandrists’ porque es políticamente incorrecta. Dijeron: ¡Oh, es transfóbica! ¡Es una película de lesbianas hecha por un gay! No eran capaces de ver más allá. Pero bueno, llevo toda mi vida combatiendo a las fuerzas reaccionarias. También a la izquierda radical, porque en muchos aspectos es dogmática y de mente estrecha, como las feministas que rechazan el porno. A veces hay que contemplar a la izquierda como otro adversario.
P. ¿Cuál es el enemigo? ¿El capitalismo?
R. Quizás. Pero mi fórmula es no seguir del todo ningún movimiento y, cuando lo hago y noto síntomas de que estoy siendo coaccionado, asimilado o corrompido por ese movimiento, no solo lo abandono sino que me vuelvo contra él. Nunca me he sentido identificado del todo en ningún grupo.
P. ¿Ahora priman los extremos y las etiquetas sobre la ambigüedad?
R. Absolutamente, hemos vuelto al pensamiento político que yo combatía en los ochenta. El ‘mainstream’ gay clasista y sexista de hoy luchaba contra todo eso hace 30 años. Duele ver cómo hemos retrocedido. Hay una tendencia claramente conservadora que ha absorbido al colectivo gay.
P. ¿Es el mundo gay más aburrido ahora?
R. Soy un poco ‘old school’. Desde luego hemos perdido cosas, sobre todo en lo estético. En los 70 y 80 el rollo gay estaba muy marcado por el radicalismo sexual, esa estética ‘leather’ muy potente. Todo era fetichismo, experimentación. Ahora es menos interesante, sin duda.
P. Volviendo a ‘The misandrists’, ¿crees que por fin ha llegado el momento de que las mujeres, y en concreto las lesbianas, asuman más protagonismo y liderazgo?
R. Tiene que llegarse a un equilibrio. Las mujeres están en inferioridad en infinidad de aspectos, desde las empresas al mundo del cine. Pero el feminismo como palabra es algo totalmente genérico, como la palabra gay. Hay infinidad de matices. Hay feminismo antiporno, feminismo conservador que busca el poder a toda costa, venga de donde venga... ¿Theresa May es feminista? No lo creo.
P. Has tocado temas como el sexo con amputados o con ancianos. ¿Te queda algo por explorar?
R. Muchas veces me lo planteo. En ‘Hustler white’ rodé a un hombre penetrando a otro con su muñón, y en ‘Skin flick’ mostré a un neonazi masturbándose sobre un ejemplar de ‘Mein Kampf’, lo cual fue aún más controvertido. Quiero puntualizar que cuando he tratado estos fetichismos lo he hecho desde una perspectiva romántica, porque siento cariño por las personas con esas filias, consideradas parias por la sociedad. Los veo como ‘outsiders’, rebeldes. Como tabú, siempre he visto el tema de la pederastia como uno de los mayores, pero es un tema muy difícil de abordar.
P. ¿El porno, al ser más accesible, ha perdido su carácter provocativo?
R. Bueno, las famosas van como prostitutas transexuales a las alfombras rojas (risas). Internet democratizó el porno y lo hizo más desechable, simple, sin creatividad. Pero hay excepciones, como la directora Erika Lust, con la que he rodado el corto Refugees welcome [donde un refugiado sirio practica sexo con un checo a su llegada a Europa]. Es fácil rodar un polvo, pero darle un contexto que lo haga interesante no es tan sencillo.
P. Eres un ejemplo de que se puede envejecer sin cambiar de ideología.
R. Hay un ejército de personas esperando a decir: "Mira, finalmente se hizo mayor y sentó la cabeza". Es ridículo adjudicar un pensamiento o comportamiento según la edad. Muchos artistas se radicalizaron con el paso de los años, como Pasolini. Siento que estoy en la mitad de mi carrera.
P. Al contemplar el mundo, ¿te sientes frustrado o crees que hay esperanza?
R. Sigo interesado en hacer lo que hago, en tratar temas tabú. A veces los tiempos me acompañan y otras van en contra. Hay muchas barreras por derribar, incluso dentro del mundo gay. Muchos ven con recelo las relaciones de poliamor, las parejas abiertas o el sexo con desconocidos. Pero no soy demasiado pesimista. Sin querer caer en el tópico, al final todo se basa en ser una amable y cuidar de tu propio orgasmo. Si todo el mundo se preocupase de su placer habría mucha más paz.
P. Una vez dijiste que preferirías convertirte en zombi antes que renunciar a lo que te hace diferente. ¿La tendencia ahora es encajar, ser como los demás?
R. No es tan sencillo. Por un lado es natural, todo movimiento busca aceptación por parte de una mayoría y termina adaptándose a ella. Pasó con el movimiento negro en los 60: los Panteras Negras eran marxistas y después fueron absorbidos por el capitalismo. Con el feminismo pasa lo mismo: en origen era revolucionario, pero hoy el postfeminismo busca igualdad de poder dentro del sistema capitalista. Es un tema que trato en mi última película, ‘The misandrists’ [sobre mujeres que forman un grupo terrorista para combatir el patriarcado], y, en mi opinión, es una estrategia fallida. El movimiento queer aún mantiene esa esencia crítica y subversiva.
P. ¿Cómo de importante es el movimiento queer hoy en día?
R. Englobo dentro de lo ‘queer’ a ese activismo más alternativo, casi punk, que usa estrategias de oposición al sistema, cercano al anticapitalismo. El gay ortodoxo se ha vuelto muy conservador. Hombre blanco, de clase media, ajeno a la gente oprimida y que se ha acomodado tras la conquista de ciertos derechos. Muchos gais rechazaron ‘The misandrists’ porque es políticamente incorrecta. Dijeron: ¡Oh, es transfóbica! ¡Es una película de lesbianas hecha por un gay! No eran capaces de ver más allá. Pero bueno, llevo toda mi vida combatiendo a las fuerzas reaccionarias. También a la izquierda radical, porque en muchos aspectos es dogmática y de mente estrecha, como las feministas que rechazan el porno. A veces hay que contemplar a la izquierda como otro adversario.
P. ¿Cuál es el enemigo? ¿El capitalismo?
R. Quizás. Pero mi fórmula es no seguir del todo ningún movimiento y, cuando lo hago y noto síntomas de que estoy siendo coaccionado, asimilado o corrompido por ese movimiento, no solo lo abandono sino que me vuelvo contra él. Nunca me he sentido identificado del todo en ningún grupo.
P. ¿Ahora priman los extremos y las etiquetas sobre la ambigüedad?
R. Absolutamente, hemos vuelto al pensamiento político que yo combatía en los ochenta. El ‘mainstream’ gay clasista y sexista de hoy luchaba contra todo eso hace 30 años. Duele ver cómo hemos retrocedido. Hay una tendencia claramente conservadora que ha absorbido al colectivo gay.
P. ¿Es el mundo gay más aburrido ahora?
R. Soy un poco ‘old school’. Desde luego hemos perdido cosas, sobre todo en lo estético. En los 70 y 80 el rollo gay estaba muy marcado por el radicalismo sexual, esa estética ‘leather’ muy potente. Todo era fetichismo, experimentación. Ahora es menos interesante, sin duda.
P. Volviendo a ‘The misandrists’, ¿crees que por fin ha llegado el momento de que las mujeres, y en concreto las lesbianas, asuman más protagonismo y liderazgo?
R. Tiene que llegarse a un equilibrio. Las mujeres están en inferioridad en infinidad de aspectos, desde las empresas al mundo del cine. Pero el feminismo como palabra es algo totalmente genérico, como la palabra gay. Hay infinidad de matices. Hay feminismo antiporno, feminismo conservador que busca el poder a toda costa, venga de donde venga... ¿Theresa May es feminista? No lo creo.
P. Has tocado temas como el sexo con amputados o con ancianos. ¿Te queda algo por explorar?
R. Muchas veces me lo planteo. En ‘Hustler white’ rodé a un hombre penetrando a otro con su muñón, y en ‘Skin flick’ mostré a un neonazi masturbándose sobre un ejemplar de ‘Mein Kampf’, lo cual fue aún más controvertido. Quiero puntualizar que cuando he tratado estos fetichismos lo he hecho desde una perspectiva romántica, porque siento cariño por las personas con esas filias, consideradas parias por la sociedad. Los veo como ‘outsiders’, rebeldes. Como tabú, siempre he visto el tema de la pederastia como uno de los mayores, pero es un tema muy difícil de abordar.
P. ¿El porno, al ser más accesible, ha perdido su carácter provocativo?
R. Bueno, las famosas van como prostitutas transexuales a las alfombras rojas (risas). Internet democratizó el porno y lo hizo más desechable, simple, sin creatividad. Pero hay excepciones, como la directora Erika Lust, con la que he rodado el corto Refugees welcome [donde un refugiado sirio practica sexo con un checo a su llegada a Europa]. Es fácil rodar un polvo, pero darle un contexto que lo haga interesante no es tan sencillo.
P. Eres un ejemplo de que se puede envejecer sin cambiar de ideología.
R. Hay un ejército de personas esperando a decir: "Mira, finalmente se hizo mayor y sentó la cabeza". Es ridículo adjudicar un pensamiento o comportamiento según la edad. Muchos artistas se radicalizaron con el paso de los años, como Pasolini. Siento que estoy en la mitad de mi carrera.
P. Al contemplar el mundo, ¿te sientes frustrado o crees que hay esperanza?
R. Sigo interesado en hacer lo que hago, en tratar temas tabú. A veces los tiempos me acompañan y otras van en contra. Hay muchas barreras por derribar, incluso dentro del mundo gay. Muchos ven con recelo las relaciones de poliamor, las parejas abiertas o el sexo con desconocidos. Pero no soy demasiado pesimista. Sin querer caer en el tópico, al final todo se basa en ser una amable y cuidar de tu propio orgasmo. Si todo el mundo se preocupase de su placer habría mucha más paz.
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