Imagen: ctxt / Orgullo Crítico 2015, Madrid |
Este 28 de junio muchxs nos sumaremos, un año más, a la manifestación del Orgullo crítico en Madrid, una plataforma de grupos políticos que lleva una década cuestionando el Orgullo oficial, su despolitización y mercantilización.
Gracia Trujillo | ctxt, 2017-06-27
https://ctxt.es/es/20170621/Firmas/13514/ctxt-orgullo-critico-LGBTI-queer-trans.htm
El próximo miércoles, 28 de junio, conmemoramos la primera manifestación del Orgullo. Ese día de 1977 cuatro mil personas se manifestaron por las Ramblas barcelonesas y acabaron corriendo perseguidas por los grises. La revista Triunfo recogió entonces: “La celebración del Día del Orgullo Gay en Barcelona ha sido el detonante que ha puesto en evidencia la cantidad de homosexuales que hay en España y que están dispuestos a salir a la calle”. Esos homosexuales se habían organizado ya en la clandestinidad del régimen franquista en el Movimiento Español de Liberación Homosexual (MELH), primer grupo de activismo sexual creado en 1971, embrión del posterior FAGC catalán de 1975, que convocó aquella primera manifestación.
Las reivindicaciones de los Frentes de Liberación Homosexual que comenzaron a surgir por todo el Estado español eran, en consonancia con su ideología libertaria, la revolución sexual en el marco de una transformación política, cultural y económica; la supresión de la marginación social y sexual, y la lucha contra las instituciones sostenedoras de una cultura represora, como la familia, la Iglesia, la escuela y el Estado burgués, entre otras. Para hablar de liberación era necesario que desaparecieran las categorías de heterosexualidad-homosexualidad, activo-pasivo, masculino-femenino, y la sociedad que las creaba. Estas críticas suenan, leídas hoy, bastante actuales (y vigentes). Se trata de los cuestionamientos de los binarismos sexuales y genéricos que vienen planteando los activismos y teorías feministas y queer desde los noventa, retomando aquellos de los setenta, sea conscientemente o no.
Mucho ha llovido desde entonces, bastante es lo que hemos recorrido, pero también lo que nos queda por batallar, cuarenta años después.
Este 28 de junio muchxs nos sumaremos, un año más, a la manifestación del Orgullo crítico en Madrid, una plataforma de grupos políticos que lleva una década cuestionando el Orgullo oficial, su despolitización y mercantilización (en los últimos años mucha gente llama a este último “desfile”, expresión que refleja muy bien su transformación). El germen del Orgullo crítico fue el Bloque Alternativo para la Liberación Homosexual (BALS) que se organizó en 2007 como respuesta al Europride y que englobaba varios colectivos como el Grupo de Trabajo Queer, Panteras Rosas, Towanda, Liberacción, RQTR, y el colectivo feminista Lilas, entre otros. A lo largo de estos años esta plataforma se ha ido llamando de diferentes maneras, además de Orgullo crítico: indignado, coincidiendo con el comienzo del 15M, o Toma el Orgullo después. Una de las cuestiones que nos planteamos en sus inicios, y así hicimos, fue recuperar la fecha del 28 de junio, cargada de simbolismo activista a nivel internacional, para celebrar nuestra manifestación de protesta frente a la oficial, que en esos años ya comenzaba a estar peligrosamente invadida por una multitud de carrozas de empresas gais, el llamado capitalismo rosa, que nos dejaba poco espacio a los grupos políticos. La fecha recuerda la noche del 28 de junio de 1969, cuando se produjeron los disturbios frente al bar Stonewall, situado en el barrio del Village neoyorquino. La enésima redada policial en bares de gais, lesbianas, travestis y trans hizo saltar aquella noche la rabia de los allí presentes. Las protestas se extendieron a lo largo de tres días por la ciudad, espoleando la reemergencia del activismo de la liberación sexual, en estado de “latencia” durante las décadas anteriores, en Estados Unidos y en otros países como Gran Bretaña, Canadá o Francia. En esa fecha es en la que se siguen celebrando, hoy día, las manifestaciones del Orgullo en multitud de ciudades, y en otras lo intentan; como en Estambul, en las que las autoridades han prohibido la manifestación estos dos últimos años.
Una genealogía, entre otras posibles
Leo estos días muchas referencias a los sucesos de Nueva York de 1969 en textos sobre las celebraciones del Orgullo, pero creo que nuestras genealogías políticas tienen más que ver con aquellas Ramblas del 77 y las manifestaciones que vinieron después que con las revueltas del otro lado del océano, aunque se recurriera a aquella fecha simbólica para convocar la protesta. El régimen franquista aprobó en 1970 la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, que incluía a los homosexuales en la lista de “peligrosos sociales”. Que esto sucediera un año después de las revueltas de Stonewall da cuenta de cuál era la situación aquí y el nivel de hostilidad legal y social hacia todo lo que se escapaba del régimen de la heterosexualidad, del machismo, de la familia tradicional y del puritanismo sexual. Para los desviados sexuales, la ley preveía una serie de medidas de “cura” y tratamiento, y con ese fin se crearon dos centros de rehabilitación, uno en Huelva para homosexuales activos (sic) y otro en Badajoz destinado a los pasivos, aunque la mayor parte de las condenas se cumplían en cárceles convencionales. Sobre si algunas lesbianas o mujeres bisexuales fueron a las cárceles no tenemos datos, al menos todavía, pero lo que sí sabemos es que la represión hacia ellas supuso que muchas acabaran internadas en sanatorios psiquiátricos, sometidas a tratamientos de “rehabilitación” también.
En ese contexto, las activistas lesbianas se unieron a los gais, travestis, transexuales y otros peligrosos sociales en las manifestaciones que reclamaban la despenalización de los actos homosexuales, la amnistía, la legalización de sus organizaciones políticas y el fin de las redadas policiales. Con la supresión de la LPRS del artículo referente a los “actos de homosexualidad” en 1979, los Frentes de Liberación Homosexual entraron paulatinamente en un proceso de desmovilización, que discurrió en paralelo al desarrollo de espacios comerciales de ocio para gais (varones), el denominado “ambiente” que empezaba a desarrollarse en grandes ciudades como Barcelona o Madrid. A las activistas lesbianas, el movimiento feminista, aglutinado en torno a importantes y urgentes reivindicaciones como la consecución de la despenalización de los anticonceptivos, del adulterio y el aborto, les ofrecía un corpus ideológico y una plataforma donde organizarse. Muchas se sumaron entonces al feminismo organizado. Las feministas lesbianas compartían con el ideario feminista la reivindicación del derecho al propio cuerpo (tema de actual debate, por cierto), e hicieron suyas las reivindicaciones de las mujeres en general. No será hasta una década después, en 1989, cuando los colectivos de feministas lesbianas orienten una parte de su actividad política a sus propias demandas. Un año antes, en 1988, se había derogado el delito de escándalo público (artículos 431 y 432 del Código Penal) con el que se detenía a parejas por besarse o mostrar su afectividad. La LPRS no desapareció completamente hasta el 23 de noviembre de 1995, aunque desde 1979 se eliminasen varios artículos, entre ellos el referente a los “actos de homosexualidad”.
A comienzos de los años noventa, grupos queer como La Radical Gai o LSD continuarán la estela de radicalidad de los setenta en sus discursos, representaciones, repertorio de acciones y formas organizativas. Lo que espoleó la rabia y la necesidad de reaccionar en esta ocasión fue, sobre todo, la crisis del sida y la espiral de homofobia que trajo consigo. El sida hizo evidentes las diferencias de planteamientos entre esta corriente radical, autónoma, y la más moderada, pragmática, del activismo gay, orientada a ofrecer servicios a la comunidad y a la consecución de avances legales (la ley de parejas de hecho entonces, demanda que se modificaría a finales de la década por la del matrimonio). La pandemia activó, por otra parte, la política de alianzas entre lesbianas y gais (como la de los grupos mencionados más arriba), al igual que sucedió en otros países occidentales.
Es interesante analizar los elementos que comparten los activismos queer con los de liberación sexual de los años setenta, entre ellos la demanda de la transformación social a gran escala y la defensa de la autonomía política, el ubicarse en los márgenes sin perseguir la negociación institucional sino la denuncia en la calle contra las agresiones y la lgtbifobia en sus diversas formas. En esta misma genealogía radical y autogestionada se inscriben muchos grupos que llegaron después, con un ideario queer/cuir y transfeminista, como Bollus Vivendi, Post op en Barcelona, Maribolheras precarias en A Coruña, Migrantes Transgresoras, la Asamblea Transmaricabollo de Sol, el Bloque Andaluz de la Revolución Sexual, y otros tantos por toda la geografía ibérica, a los que hay que sumar la plataforma del Orgullo crítico. Esta última se autodefine, en un texto reciente, como “anticapitalista, autogestionada, transfeminista, asamblearia, antirracista, horizontal, antiespecista, apartidista, anticolonialista, antifascista, anticlasista y anticapacitista”, llamando la atención, como otros grupos queer, sobre fenómenos actuales preocupantes como el pinkwashing o el homonacionalismo.
Recuperar y reconocer esta(s) genealogía(s) radical(es) de la protesta sexual y genérica no significa no tener en cuenta, por otra parte, los cambios legales que también costaron mucho esfuerzo colectivo y que están disponibles para quien quiera disfrutarlos, como el derecho a contraer matrimonio (Ley 13/2005), la Ley 14/2006 sobre técnicas de reproducción asistida que abrió la posibilidad de la filiación con independencia de la opción sexual, o la Ley 3/2007 por la que las personas trans tienen el derecho a registrar su identidad deseada (si bien mantiene la consideración de las identidades trans como algo patológico, una cuestión que es urgente modificar). Sin las movilizaciones en la calle poco habríamos conseguido en estos años, y todas, más moderadas o críticas, han ido sumando. Sin embargo, y contra lo que a veces se argumenta, creo que la contribución de los grupos queer, ya en marcha desde comienzos de los noventa, de todos los que vinieron después, de los Orgullos críticos, etc., ha sido clave para conseguir esos avances. Sin activismos de corte radical los cambios legales y sociales habrían llegado, pero más tarde. El cuestionamiento de la heterosexualidad como régimen sexual y político, con un especial énfasis en cómo la sexualidad intersecciona con otros factores que pueden acentuar discriminaciones, violencias o vulnerabilidades, como la clase social, el género, la raza, la etnia, la diversidad funcional o la situación legal; la movilización frente a la crisis del sida, la batalla en el ámbito cultural frente a invisibilidades y prejuicios, etc., han sido y siguen siendo fundamentales para la mejora de las vidas de las personas que cuestionan las normas sexo-genéricas dominantes, y para la sociedad en general.
En este sentido, creo que es importante, más allá de la mera celebración y/o recuperación del pasado y de estos 40 años de lucha y avance colectivos, que nos preguntemos cómo nos interpelan los activismos de entonces, los de los noventa y los que siguieron, en el momento actual y cómo pueden contribuir a activar contrarrelatos, discursos críticos y nuevas formas de imaginación política, que tanto necesitamos. En esta línea, me parecen de especial interés las relaciones de los activismos de América Latina con los del Estado español (y viceversa), de entonces y de ahora, y las de los movimientos LGBTI-transfeministas en el momento actual con otros o dentro de otras protestas sociales, como ha sucedido con el 15M.
Hoy en día nos siguen sobrando los motivos para salir a la calle, pensando desde lo local pero en términos globales: que no nos agredan ni nos maten, que se respete a nuestras familias, que no se acose a lxs chavales diferentes en los centros escolares (ni al profesorado). Que, como decían lxs activistas en los setenta, nos dejen vivir en paz. Tenemos muchos frentes abiertos, y es necesario continuar con la articulación con otros grupos sociales frente a los recortes y las políticas de austeridad en el contexto actual de crisis del sistema neoliberal. Este conjunto amplio de luchas incluye, entre otras, la despatologización de las identidades trans; el control y/o modificación de nuestros cuerpos y sexualidades; los derechos reproductivos; el VIH/sida; la educación sexual; la lucha por los derechos de ciudadanía para todxs; por los derechos de las trabajadoras del sexo y domésticas; la denuncia de las agresiones homófobas y la mencionada despolitización y mercantilización de la manifestación del Orgullo.
Este año será el Worldpride el que atraerá cientos de miles de personas a Madrid, para el que el Ayuntamiento de Ahora Madrid ha dedicado unas cantidades nada desdeñables de dinero público, no sin polémica (una parte importante de esa financiación ha ido a parar a AEGAL, la asociación de empresarios gais que lleva funcionando desde 2004, para organizar actividades, fiestas, etc.). Algunxs, muchxs, nos uniremos a la manifestación del Orgullo crítico para seguir reclamando, como hicimos hace ya más de una década, que Orgullo es protesta, que nos queda mucho por conseguir y que, en el contexto actual, los cambios obtenidos pueden también perderse. No es que no nos guste la fiesta; como decía la anarquista Emma Goldman, si no puedo bailar no es mi revolución. Pero no nos olvidemos de que esto será realmente una fiesta cuando hayamos alcanzado ese horizonte de libertad y no discriminación que ya demandaban por las Ramblas hace cuarenta años.
Gracia Trujillo es doctora en Sociología, profesora en la UCLM y activista feminista queer. Autora del ensayo 'Deseo y resistencia. Treinta años de movilización lesbiana en el Estado español' (1977- 2007) (Egales), entre otras publicaciones.
Las reivindicaciones de los Frentes de Liberación Homosexual que comenzaron a surgir por todo el Estado español eran, en consonancia con su ideología libertaria, la revolución sexual en el marco de una transformación política, cultural y económica; la supresión de la marginación social y sexual, y la lucha contra las instituciones sostenedoras de una cultura represora, como la familia, la Iglesia, la escuela y el Estado burgués, entre otras. Para hablar de liberación era necesario que desaparecieran las categorías de heterosexualidad-homosexualidad, activo-pasivo, masculino-femenino, y la sociedad que las creaba. Estas críticas suenan, leídas hoy, bastante actuales (y vigentes). Se trata de los cuestionamientos de los binarismos sexuales y genéricos que vienen planteando los activismos y teorías feministas y queer desde los noventa, retomando aquellos de los setenta, sea conscientemente o no.
Mucho ha llovido desde entonces, bastante es lo que hemos recorrido, pero también lo que nos queda por batallar, cuarenta años después.
Este 28 de junio muchxs nos sumaremos, un año más, a la manifestación del Orgullo crítico en Madrid, una plataforma de grupos políticos que lleva una década cuestionando el Orgullo oficial, su despolitización y mercantilización (en los últimos años mucha gente llama a este último “desfile”, expresión que refleja muy bien su transformación). El germen del Orgullo crítico fue el Bloque Alternativo para la Liberación Homosexual (BALS) que se organizó en 2007 como respuesta al Europride y que englobaba varios colectivos como el Grupo de Trabajo Queer, Panteras Rosas, Towanda, Liberacción, RQTR, y el colectivo feminista Lilas, entre otros. A lo largo de estos años esta plataforma se ha ido llamando de diferentes maneras, además de Orgullo crítico: indignado, coincidiendo con el comienzo del 15M, o Toma el Orgullo después. Una de las cuestiones que nos planteamos en sus inicios, y así hicimos, fue recuperar la fecha del 28 de junio, cargada de simbolismo activista a nivel internacional, para celebrar nuestra manifestación de protesta frente a la oficial, que en esos años ya comenzaba a estar peligrosamente invadida por una multitud de carrozas de empresas gais, el llamado capitalismo rosa, que nos dejaba poco espacio a los grupos políticos. La fecha recuerda la noche del 28 de junio de 1969, cuando se produjeron los disturbios frente al bar Stonewall, situado en el barrio del Village neoyorquino. La enésima redada policial en bares de gais, lesbianas, travestis y trans hizo saltar aquella noche la rabia de los allí presentes. Las protestas se extendieron a lo largo de tres días por la ciudad, espoleando la reemergencia del activismo de la liberación sexual, en estado de “latencia” durante las décadas anteriores, en Estados Unidos y en otros países como Gran Bretaña, Canadá o Francia. En esa fecha es en la que se siguen celebrando, hoy día, las manifestaciones del Orgullo en multitud de ciudades, y en otras lo intentan; como en Estambul, en las que las autoridades han prohibido la manifestación estos dos últimos años.
Una genealogía, entre otras posibles
Leo estos días muchas referencias a los sucesos de Nueva York de 1969 en textos sobre las celebraciones del Orgullo, pero creo que nuestras genealogías políticas tienen más que ver con aquellas Ramblas del 77 y las manifestaciones que vinieron después que con las revueltas del otro lado del océano, aunque se recurriera a aquella fecha simbólica para convocar la protesta. El régimen franquista aprobó en 1970 la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, que incluía a los homosexuales en la lista de “peligrosos sociales”. Que esto sucediera un año después de las revueltas de Stonewall da cuenta de cuál era la situación aquí y el nivel de hostilidad legal y social hacia todo lo que se escapaba del régimen de la heterosexualidad, del machismo, de la familia tradicional y del puritanismo sexual. Para los desviados sexuales, la ley preveía una serie de medidas de “cura” y tratamiento, y con ese fin se crearon dos centros de rehabilitación, uno en Huelva para homosexuales activos (sic) y otro en Badajoz destinado a los pasivos, aunque la mayor parte de las condenas se cumplían en cárceles convencionales. Sobre si algunas lesbianas o mujeres bisexuales fueron a las cárceles no tenemos datos, al menos todavía, pero lo que sí sabemos es que la represión hacia ellas supuso que muchas acabaran internadas en sanatorios psiquiátricos, sometidas a tratamientos de “rehabilitación” también.
En ese contexto, las activistas lesbianas se unieron a los gais, travestis, transexuales y otros peligrosos sociales en las manifestaciones que reclamaban la despenalización de los actos homosexuales, la amnistía, la legalización de sus organizaciones políticas y el fin de las redadas policiales. Con la supresión de la LPRS del artículo referente a los “actos de homosexualidad” en 1979, los Frentes de Liberación Homosexual entraron paulatinamente en un proceso de desmovilización, que discurrió en paralelo al desarrollo de espacios comerciales de ocio para gais (varones), el denominado “ambiente” que empezaba a desarrollarse en grandes ciudades como Barcelona o Madrid. A las activistas lesbianas, el movimiento feminista, aglutinado en torno a importantes y urgentes reivindicaciones como la consecución de la despenalización de los anticonceptivos, del adulterio y el aborto, les ofrecía un corpus ideológico y una plataforma donde organizarse. Muchas se sumaron entonces al feminismo organizado. Las feministas lesbianas compartían con el ideario feminista la reivindicación del derecho al propio cuerpo (tema de actual debate, por cierto), e hicieron suyas las reivindicaciones de las mujeres en general. No será hasta una década después, en 1989, cuando los colectivos de feministas lesbianas orienten una parte de su actividad política a sus propias demandas. Un año antes, en 1988, se había derogado el delito de escándalo público (artículos 431 y 432 del Código Penal) con el que se detenía a parejas por besarse o mostrar su afectividad. La LPRS no desapareció completamente hasta el 23 de noviembre de 1995, aunque desde 1979 se eliminasen varios artículos, entre ellos el referente a los “actos de homosexualidad”.
A comienzos de los años noventa, grupos queer como La Radical Gai o LSD continuarán la estela de radicalidad de los setenta en sus discursos, representaciones, repertorio de acciones y formas organizativas. Lo que espoleó la rabia y la necesidad de reaccionar en esta ocasión fue, sobre todo, la crisis del sida y la espiral de homofobia que trajo consigo. El sida hizo evidentes las diferencias de planteamientos entre esta corriente radical, autónoma, y la más moderada, pragmática, del activismo gay, orientada a ofrecer servicios a la comunidad y a la consecución de avances legales (la ley de parejas de hecho entonces, demanda que se modificaría a finales de la década por la del matrimonio). La pandemia activó, por otra parte, la política de alianzas entre lesbianas y gais (como la de los grupos mencionados más arriba), al igual que sucedió en otros países occidentales.
Es interesante analizar los elementos que comparten los activismos queer con los de liberación sexual de los años setenta, entre ellos la demanda de la transformación social a gran escala y la defensa de la autonomía política, el ubicarse en los márgenes sin perseguir la negociación institucional sino la denuncia en la calle contra las agresiones y la lgtbifobia en sus diversas formas. En esta misma genealogía radical y autogestionada se inscriben muchos grupos que llegaron después, con un ideario queer/cuir y transfeminista, como Bollus Vivendi, Post op en Barcelona, Maribolheras precarias en A Coruña, Migrantes Transgresoras, la Asamblea Transmaricabollo de Sol, el Bloque Andaluz de la Revolución Sexual, y otros tantos por toda la geografía ibérica, a los que hay que sumar la plataforma del Orgullo crítico. Esta última se autodefine, en un texto reciente, como “anticapitalista, autogestionada, transfeminista, asamblearia, antirracista, horizontal, antiespecista, apartidista, anticolonialista, antifascista, anticlasista y anticapacitista”, llamando la atención, como otros grupos queer, sobre fenómenos actuales preocupantes como el pinkwashing o el homonacionalismo.
Recuperar y reconocer esta(s) genealogía(s) radical(es) de la protesta sexual y genérica no significa no tener en cuenta, por otra parte, los cambios legales que también costaron mucho esfuerzo colectivo y que están disponibles para quien quiera disfrutarlos, como el derecho a contraer matrimonio (Ley 13/2005), la Ley 14/2006 sobre técnicas de reproducción asistida que abrió la posibilidad de la filiación con independencia de la opción sexual, o la Ley 3/2007 por la que las personas trans tienen el derecho a registrar su identidad deseada (si bien mantiene la consideración de las identidades trans como algo patológico, una cuestión que es urgente modificar). Sin las movilizaciones en la calle poco habríamos conseguido en estos años, y todas, más moderadas o críticas, han ido sumando. Sin embargo, y contra lo que a veces se argumenta, creo que la contribución de los grupos queer, ya en marcha desde comienzos de los noventa, de todos los que vinieron después, de los Orgullos críticos, etc., ha sido clave para conseguir esos avances. Sin activismos de corte radical los cambios legales y sociales habrían llegado, pero más tarde. El cuestionamiento de la heterosexualidad como régimen sexual y político, con un especial énfasis en cómo la sexualidad intersecciona con otros factores que pueden acentuar discriminaciones, violencias o vulnerabilidades, como la clase social, el género, la raza, la etnia, la diversidad funcional o la situación legal; la movilización frente a la crisis del sida, la batalla en el ámbito cultural frente a invisibilidades y prejuicios, etc., han sido y siguen siendo fundamentales para la mejora de las vidas de las personas que cuestionan las normas sexo-genéricas dominantes, y para la sociedad en general.
En este sentido, creo que es importante, más allá de la mera celebración y/o recuperación del pasado y de estos 40 años de lucha y avance colectivos, que nos preguntemos cómo nos interpelan los activismos de entonces, los de los noventa y los que siguieron, en el momento actual y cómo pueden contribuir a activar contrarrelatos, discursos críticos y nuevas formas de imaginación política, que tanto necesitamos. En esta línea, me parecen de especial interés las relaciones de los activismos de América Latina con los del Estado español (y viceversa), de entonces y de ahora, y las de los movimientos LGBTI-transfeministas en el momento actual con otros o dentro de otras protestas sociales, como ha sucedido con el 15M.
Hoy en día nos siguen sobrando los motivos para salir a la calle, pensando desde lo local pero en términos globales: que no nos agredan ni nos maten, que se respete a nuestras familias, que no se acose a lxs chavales diferentes en los centros escolares (ni al profesorado). Que, como decían lxs activistas en los setenta, nos dejen vivir en paz. Tenemos muchos frentes abiertos, y es necesario continuar con la articulación con otros grupos sociales frente a los recortes y las políticas de austeridad en el contexto actual de crisis del sistema neoliberal. Este conjunto amplio de luchas incluye, entre otras, la despatologización de las identidades trans; el control y/o modificación de nuestros cuerpos y sexualidades; los derechos reproductivos; el VIH/sida; la educación sexual; la lucha por los derechos de ciudadanía para todxs; por los derechos de las trabajadoras del sexo y domésticas; la denuncia de las agresiones homófobas y la mencionada despolitización y mercantilización de la manifestación del Orgullo.
Este año será el Worldpride el que atraerá cientos de miles de personas a Madrid, para el que el Ayuntamiento de Ahora Madrid ha dedicado unas cantidades nada desdeñables de dinero público, no sin polémica (una parte importante de esa financiación ha ido a parar a AEGAL, la asociación de empresarios gais que lleva funcionando desde 2004, para organizar actividades, fiestas, etc.). Algunxs, muchxs, nos uniremos a la manifestación del Orgullo crítico para seguir reclamando, como hicimos hace ya más de una década, que Orgullo es protesta, que nos queda mucho por conseguir y que, en el contexto actual, los cambios obtenidos pueden también perderse. No es que no nos guste la fiesta; como decía la anarquista Emma Goldman, si no puedo bailar no es mi revolución. Pero no nos olvidemos de que esto será realmente una fiesta cuando hayamos alcanzado ese horizonte de libertad y no discriminación que ya demandaban por las Ramblas hace cuarenta años.
Gracia Trujillo es doctora en Sociología, profesora en la UCLM y activista feminista queer. Autora del ensayo 'Deseo y resistencia. Treinta años de movilización lesbiana en el Estado español' (1977- 2007) (Egales), entre otras publicaciones.
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