jueves, 22 de marzo de 2018

#hemeroteca #literatura #homosexualidad | Eduardo Mendicutti: "Las mujeres han sido ejemplo en la lucha de los homosexuales"

Imagen: El Mundo / Eduardo Mendicutti
Eduardo Mendicutti: "Las mujeres han sido ejemplo en la lucha de los homosexuales".
En su última novela el escritor regresa a su infancia y juventud para construir una historia de amor y amistad entre sus tres protagonistas.
Marta Ailouti | El Cultural, El Mundo, 2018-03-22
http://www.elcultural.com/noticias/letras/Eduardo-Mendicutti-Las-mujeres-han-sido-ejemplo-en-la-lucha-de-los-homosexuales/11904

Autor de más de quince obras, entre las que se incluyen 'El ángel descuidado', 'California', 'Ganas de hablar' o 'Mae West y yo', Eduardo Mendicutti (Sanlúcar de Barrameda, 1948) regresa en ‘Malandar’ (Tusquets) a la época de su infancia y juventud con una historia de amor distinta, entre tres, una evolución del concepto de hogar que pretende homenajear el papel de la mujer en la vida de muchos homosexuales. "De la mujer como esposa -explica el escritor-, con quienes muchos gais se casaban como tapadera. Como cómplices, como solidarias y como pioneras en la lucha por los derechos. Las mujeres han sido ejemplo en su lucha por los derechos para los homosexuales".

Además de una novela, Malandar es un lugar, un tiempo, un anclaje y "un antídoto contra la melancolía". Una idea que llevaba en reposo desde antes de publicar ‘Otra vida para vivirla contigo’ o ‘Furias divinas’. De hecho, esta historia empieza precisamente ahí, por el título. "Fue lo primero de todo. Malandar me parece una palabra bonita y sugerente. A partir de ahí pensé el registro de la novela y la empecé a escribir en mi cabeza". Antes de pasarla al folio, ya sabía cómo empezaba, cómo terminaba y qué iba a pasar. No obstante, confiesa, "el final lo pensaba hacer un poco más dramático pero me decidí por algo más ambiguo".

Escrita en primera persona en la voz de uno de sus tres protagonistas, Miguel Durán, el autor retrata en ella la vida de estos tres personajes -el propio Miguel, Toni y Elena- de La Algaida, su relación a través del paso del tiempo y su vínculo común con este rincón del mundo. "Uno puede lamentar lo perdido -matiza-, que es lo que lleva a la melancolía y al pesar, o bien celebrar lo vivido, que es el antídoto. Pero para mí esto último es la mejor manera de respetar lo que has vivido".

Pregunta.- Cuenta que esta novela es una historia de amor a tres, aunque también podría tratarse de una historia de amistad, ¿no cree?
Respuesta.- Es, de hecho, una historia de amistad que contiene tres historias de amor. Entre la chica y el chico, entre los dos chicos, entre los tres, pero a la vez es una historia de amistad. Por debajo de ella va apareciendo lo otro. En esas historias de amistades entre gais siempre ha habido una mujer que comprende mucho. Uno de los personajes, Toni, decide pasar un poco por encima de todo eso porque no se atreve a encararlo de verdad, no solamente encarar que sea gay sino que sea bisexual. Miguel en cambio no tiene problemas desde que es niño y Elena es lista. Creo que su personaje es el de una mujer inteligente que entiende lo que pasa, que sabe cómo gestionar eso, comprende que si no defiende lo que tienen en realidad no puede defender esa historia a tres que es lo que a ellos les mantiene unidos. Ella sabe que es importante su actitud y es importante su comportamiento.

P.- Su tono se aleja un poco del de otras de sus obras como por ejemplo del de ‘Furias divinas’, ¿considera que es su novela más emotiva?
R.- Con ‘Malandar’ volví a ese otro tono que a veces he utilizado en algunas de mis novelas, un tono que no es tan disparatado como el que usé en ‘Furias divinas’. Es algo más bien delicado como el que utilicé en ‘El palomo cojo’, que tenía risas, claro, porque yo sin humor no sé escribir. Y los cuentos de ‘Fuego de marzo’. Alguna que otra novela, la única en tercera persona, que se titula ‘El beso del cosaco’, que desde luego no tiene nada que ver con las otras. Aunque uno intenta manejarse en los dos tonos.

P.- En una entrevista concedida a El Cultural en 2013 comentó que siempre vivía y luego escribía porque no tenía imaginación, ¿sigue opinando lo mismo?
R.- En realidad no. Yo creo que es mentira que no tenga imaginación. Pero no sabría escribir una novela de ciencia ficción, una novela de intriga o un suspense. Es verdad que hay una imaginación intimista que existe y que supongo que algo de eso sí tengo. Pero la importancia de vivirlo a mí me parece fundamental. Y luego es autobiográfica hasta cierto punto. No tiene que ser literalmente autobiográfico. Autobiográfico es también lo que sueñas, también lo que deseas, no solo lo que vives. En esta novela pasa eso. La historia central no lo es exactamente pero otras historias que ilustran la biografía del narrador sí. Hay muchas cosas que de algún modo he vivido y otras que no, tiene eso de autobiográfico que a mí me interesa. No solo como autor, también como lector. Aquellos libros que están metidos en la vida y en la experiencia personal del propio escritor. Si un escritor escribe de verdad, desde las tripas, aunque hable de los androides, al final escribe de sí mismo.

P.- Pero no debe ser fácil escribir así, ¿no exige un punto de generosidad y de exhibición?
R.- Necesito escribir así y me gusta escribir así. Hay que pelear muchas veces contra el pudor y eso es bueno porque te obliga a ser fiel a ti mismo, literariamente no solo biográficamente. La pelea contra el pudor es buena. Y si hay algo que sospechas que puede sentar mal a alguien pero tú necesitas contarlo, lo cuentas.

P.- Volviendo un poco a la trama, en ella Malandar resulta un eje fundamental, ¿podría considerarse como una novela de lugares o de espacios? ¿Qué importancia tiene este entorno?
R.- Malandar es ese espacio en el que está prohibido construirse una casa y sin embargo ellos sueñan o fantasean con construirse una casa por prohibido que este. El lugar es real. La palabra, el nombre, me gustaba mucho porque me resultaba muy sugerente. También es el sitio que te permite que ese relato, en singular, ancle y que sirva de anclaje para volver a mantener viva la historia que surgió en la infancia, se intensificó en la adolescencia, parecía que se iba a perder en la primera madurez y se recupera ya a los 60 años. Es el pivote de todo para que, a pesar de los años y de las vidas dispares de Miguel, de Toni y Elena, todo se mantenga.

P.- A lo largo de la novela, de hecho, ese rincón de Malandar sufre también, como los protagonistas, una serie de transformaciones, ¿es una forma de vivirse, de definirse, a partir del espacio?
R.- Sí. La mirada sobre los lugares y sobre los espacios cambia según tú vas cambiando. No miras igual, no vives igual, no te relaciones igual al principio que al final con los lugares que cambian como tú. Yo tengo esa limitación, no puedo inventarme un espacio. Todas mis novelas tienen espacios, marcos narrativos, reales. No me los invento. En este caso es Malandar que existe. Necesito que los espacios sean auténticos. Madrid es ese lugar en el que el narrador lleva a cabo sus experimentos dispuesto a descubrir y experimentarlo todo. La Algaida es el sitio de mi infancia y de mi adolescencia, no es una ciudad real. Es una ciudad emocional. Mi infancia y mi adolescencia la viví entre Sanlúcar y el Puerto de Santa María, La Algaida de la que escribo aquí es una mezcla de las dos. No vayas a buscar determinadas cosas porque no existen. No se podría hacer un recorrido intentando encontrar los lugares de la novela. En 'El palomo cojo' sí, pero aquí no. Es la ciudad emocional.

P.- ¿Y los trenes? ¿Qué importancia tienen los trenes en su novela?
R.- Tengo una obsesión con los trenes. Mucho más que con los aviones que te pueden llevar al fin del mundo. Pero es que los trenes tienen ese punto de recorrido extrañamente cercano. No desaparece el mundo como en un avión, está ahí y ves cómo cambia y cómo tú cambias. Siempre le he dado vuelta a esa idea absurda de atrapar trenes que aparece en el libro.

P.- Pero también, ¿podría afirmarse que ‘Malandar’ es, además de un relato del espacio, una historia del tiempo, del paso de la vida?
R.- La memoria es muy importante para el escritor. Algo que me importaba, y es fundamental en la novela, era contar cómo el tiempo nos modifica, cómo cambiamos y cómo nuestras propias historias emocionales y sentimentales relacionadas con el paisaje, por ejemplo, se veían distintas. Esa relación entre lo que ves con el paso del tiempo y lo que recuerdas, celebrando lo que recuerdas, me interesaba mucho. Celebrar lo que has vivido y no lamentar lo que has perdido.

P.- ¿Y en lo literario mira hacia atrás alguna vez?
R.- Me interesa de vez en cuando volver la vista atrás para revivirlo, rescatarlo, celebrarlo y reconstruirlo con las armas que se tienen que es el lenguaje. Yo me siento andaluz por el lenguaje que recuerdo, no por cómo hablo ni porque me guste el Rocío o la Semana Santa. Me siento andaluz porque recuerdo cómo hablaba y cómo hablaba la gente de mi alrededor. En este caso, el anclaje con lo que yo he sido está en el lenguaje y por tanto en los recuerdos, en lo que me viene a los recuerdos, lo que yo oía o vivía entonces. Eso es lo que me interesa. Personalmente y literariamente. Después la novela es otra cosa. Los resultados no se ajustan exactamente a los propósitos. Es difícil releerse.

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