Imagen: Faro de Vigo / Francisco Franco en una inauguración en 1958 |
Una firma gallega de hormigón fue la primera en lograr un sello de calidad en 1960 que el dictador pretendía implantar en Europa.
Elena Ocampo | Faro de Vigo, 2017-04-30
http://www.farodevigo.es/sociedad/2017/04/30/ingenieros-franco/1670112.html
"Sin contar la investigación científico-técnica no se puede llegar a entender la configuración del Estado durante el franquismo", asegura el historiador Lino Camprubí. "Mi tesis principal es que determinados grupos de ingenieros y científicos fueron participantes activos en las transformaciones políticas y económicas", asegura el investigador en "Los ingenieros de Franco".
Semillas híbridas de arroz o viguetas de hormigón pretensado, carbón y uranio enriquecido, mapas de corrientes y mareas... Son algunos de los avances científicos que muestran "un retrato del franquismo apegado a las transformaciones materiales, inevitablemente ensambladas a las estructuras sociales e ideológicas", según el historiador Lino Camprubí, investigador en el Instituto Max Planck de Historia de la Ciencia, en Berlín, que acaba de publicar un libro sobre ciencia, catolicismo y guerra fría en el Estado franquista.
Habla de los pantanos de Franco, de los pactos hispano-norteamericanos y Gibraltar, del Parque de Doñana o del conflicto del Sáhara Occidental, pero también vincula la historia de los avances constructivos con Galicia, a través de la empresa "Viguetas García".
En 1959 el Instituto de la Construcción y del Cemento -hoy Instituto de Ciencias de la Construcción Eduardo Torroja-, uno de mejor financiados del CSIC, inició un programa de estandarización de viguetas de hormigón pretensado. Se trataba de una apuesta por la modernización de la construcción y por la industrialización de la economía española.
El programa, Punto Azul, consistía en un sello de calidad que certificaría que las piezas estaban prefabricadas de acuerdo a las normas creadas por Torroja y su equipo. En 1960, la fabrica gallega, ubicada en Ourense de "Viguetas García" fue la primera en recibir este sello. Este paso aparentemente modesto revestía una importancia mayor, dado que la norma se trasladaría a Europa. Torroja era el presidente de la Asociación Internacional de Hormigón Pretensado, así que "Viguetas García" sería la primera piedra de una integración tecnológica europea que precedería a la económica y a la política. El proyecto finalmente fracasó.
"Torroja presentó Punto Azul en 1959, como servicio para certificar los elementos fabricados en serie que habían seguido la norma. En abril de 1960 se aprobaron los estatutos de Punto Azul, la Oficina de la Propiedad Industrial aprobó el logotipo y en mayo se publicitó a los fabricantes de viguetas. Pronto, las viguetas de un fabricante de Ourense quedaron adornadas con el primer sello azul". Pero, pese a todos estos esfuerzos, no sobrevivió el invierno.
Camprubí argumenta en su libro que "el nacionalismo tecnológico se convirtió en una herramienta legitimadora que aglutinó a grupos de intereses muy diversos y permitió a la dictadura sobrevivir a lo largo de los años a pesar de -o, más bien, gracias a- sus contactos crecientes con las democracias occidentales". Es más, el desarrollo técnico fue uno de los pilares de esos contactos internacionales y una fuente de intercambios y alianzas.
"La asociación común entre ciencia y democracia ha llevado a importantes historiadores a dar por supuesto que la situación política del franquismo era incompatible con la ciencia y la tecnología. Pero muchos de los científicos e ingenieros que se quedaron en España y mantuvieron sus puestos se beneficiaron ampliamente de las nuevas oportunidades ofrecidas por la situación excepcional. Algunos pasaron a ocupar los puestos abandonados por profesores e investigadores exiliados o caídos en desgracia. Pero las ventajas iban más allá de las carreras personales", explica.
Semillas híbridas de arroz o viguetas de hormigón pretensado, carbón y uranio enriquecido, mapas de corrientes y mareas... Son algunos de los avances científicos que muestran "un retrato del franquismo apegado a las transformaciones materiales, inevitablemente ensambladas a las estructuras sociales e ideológicas", según el historiador Lino Camprubí, investigador en el Instituto Max Planck de Historia de la Ciencia, en Berlín, que acaba de publicar un libro sobre ciencia, catolicismo y guerra fría en el Estado franquista.
Habla de los pantanos de Franco, de los pactos hispano-norteamericanos y Gibraltar, del Parque de Doñana o del conflicto del Sáhara Occidental, pero también vincula la historia de los avances constructivos con Galicia, a través de la empresa "Viguetas García".
En 1959 el Instituto de la Construcción y del Cemento -hoy Instituto de Ciencias de la Construcción Eduardo Torroja-, uno de mejor financiados del CSIC, inició un programa de estandarización de viguetas de hormigón pretensado. Se trataba de una apuesta por la modernización de la construcción y por la industrialización de la economía española.
El programa, Punto Azul, consistía en un sello de calidad que certificaría que las piezas estaban prefabricadas de acuerdo a las normas creadas por Torroja y su equipo. En 1960, la fabrica gallega, ubicada en Ourense de "Viguetas García" fue la primera en recibir este sello. Este paso aparentemente modesto revestía una importancia mayor, dado que la norma se trasladaría a Europa. Torroja era el presidente de la Asociación Internacional de Hormigón Pretensado, así que "Viguetas García" sería la primera piedra de una integración tecnológica europea que precedería a la económica y a la política. El proyecto finalmente fracasó.
"Torroja presentó Punto Azul en 1959, como servicio para certificar los elementos fabricados en serie que habían seguido la norma. En abril de 1960 se aprobaron los estatutos de Punto Azul, la Oficina de la Propiedad Industrial aprobó el logotipo y en mayo se publicitó a los fabricantes de viguetas. Pronto, las viguetas de un fabricante de Ourense quedaron adornadas con el primer sello azul". Pero, pese a todos estos esfuerzos, no sobrevivió el invierno.
Camprubí argumenta en su libro que "el nacionalismo tecnológico se convirtió en una herramienta legitimadora que aglutinó a grupos de intereses muy diversos y permitió a la dictadura sobrevivir a lo largo de los años a pesar de -o, más bien, gracias a- sus contactos crecientes con las democracias occidentales". Es más, el desarrollo técnico fue uno de los pilares de esos contactos internacionales y una fuente de intercambios y alianzas.
"La asociación común entre ciencia y democracia ha llevado a importantes historiadores a dar por supuesto que la situación política del franquismo era incompatible con la ciencia y la tecnología. Pero muchos de los científicos e ingenieros que se quedaron en España y mantuvieron sus puestos se beneficiaron ampliamente de las nuevas oportunidades ofrecidas por la situación excepcional. Algunos pasaron a ocupar los puestos abandonados por profesores e investigadores exiliados o caídos en desgracia. Pero las ventajas iban más allá de las carreras personales", explica.
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