Imagen: El País / Julio Grassi llegando al juzgado, Agosto de 2008 |
Julio Grassi fue el sacerdote más mediático de Argentina. Está condenado a 15 años de cárcel. Bergoglio no lo ha expulsado ni contesta las cartas de las víctimas.
Carlos E. Cué | El País, 2017-04-29
http://internacional.elpais.com/internacional/2017/04/29/actualidad/1493494657_943625.html
Era el cura preferido de los ricos. Una auténtica estrella mediática, el religioso más famoso de Argentina. Desfilaba por todas las televisiones en los noventa, su gran momento. Con apoyo del Gobierno de Carlos Menem y de algunas de las personas más acaudaladas de Argentina, como Amalita Fortabat, Julio Grassi se movía cómodo en los platós y recaudaba enormes cantidades de dinero para su fundación, Felices los Niños, que llegó a acoger a 6.300 menores de la calle. Eran tiempos duros de ajuste en los que era frecuente ver a chavales sin hogar en Buenos Aires. En 2002 llegó el escándalo. El país se paralizó para ver un programa de investigación en televisión, ‘Telenoche’, en el que tres de esos niños desvalidos, de entre 14 y 16 años, que dependían de Grassi para todo, contaban los abusos sexuales a los que les sometía. Argentina enmudeció.
Desde ese día se inició una enorme batalla de poder, con todos los ingredientes habituales de un país acostumbrado a las operaciones oscuras: espionaje, amenazas, chantaje. Grassi se defendió con dureza: acudió a todos sus contactos para reivindicar su inocencia, contrató los mejores abogados, e incluso cuando entró en la cárcel —en 2013, 11 años después— logró un trato privilegiado gracias a sus contactos y el dinero de la fundación. Pero finalmente la justicia le derrotó: la Corte Suprema argentina confirmó el 23 de marzo su sentencia a 15 años por abuso sexual agravado y corrupción de menores, ya inamovible.
Pero el caso tiene un trasfondo aún mayor. A pesar de la política de tolerancia cero con los curas pedófilos impulsada por el Vaticano, aún hoy, 15 años después de la denuncia televisiva, Grassi sigue siendo cura y viste el alzacuellos en la cárcel. El sacerdote reivindica que la Iglesia le sigue apoyando y que tiene el respaldo nada menos que del papa Francisco, que era jefe de la Iglesia argentina en los años del escándalo.
“Bergoglio nunca me soltó la mano. Hablo con él, me apoya mucho espiritualmente y me cree”, llegó a decir. Algunos aseguran incluso que era su confesor. En el entorno de Bergoglio lo desmienten, admiten que alguna vez pudo confesarlo, pero aseguran que no era nada estable y no tenían una relación tan estrecha.
El Papa nunca dijo una palabra del asunto, ni antes ni después de ser elegido. “No apoyó a Grassi, no fue a visitarlo a la cárcel, pero no habló porque no era su obispo [pertenece a Morón, en los alrededores de Buenos Aires] y porque había muchas dudas de la culpabilidad. Detrás de este escándalo hubo una operación económica de los rivales de Grassi en negocios importantes, no estaba claro si era una operación de inteligencia”, señala un religioso argentino cercano al Pontífice. Con otros casos fuera de Argentina, Francisco se mostró más cercano. En este nunca se acercó a las víctimas, que le han hecho llegar varios mensajes a los que no ha contestado.
En la secretaría de prensa de la Santa Sede explican que Bergoglio nunca ha querido entrometerse en un asunto que estaba judicializado. “La respuesta del Papa es siempre tajante: máximo respeto a la justicia civil, tolerancia cero con los culpables y apoyo absoluto a las víctimas”, aseguran. Además, ante la reclamación de las víctimas para que Grassi deje de ser cura y sea convertido en laico, señalan que “la Congregación para la Doctrina de la Fe está justo en estos días dando las indicaciones precisas y terminando de examinar la situación de cara a adoptar una resolución definitiva”.
“La elección del papa Francisco fue recibida con muy buenas expectativas por el mundo, la Iglesia tomó una posición clara sobre la pederastia. Pero las víctimas de Grassi esperan que diga algo. Una de ellas le envió una carta en la que le pedía que lo recibiera y le ayudara a recuperar la fe perdida con los abusos de este sacerdote y le reclamaba que lo redujera a laico. No hubo respuesta”, explica Juan Pablo Gallego, abogado de las víctimas, que aún hoy mantienen en secreto su identidad.
“En noviembre de 2015, fui al Vaticano y hablé unos minutos con el Papa para pedirle que tenga un gesto con las víctimas”, explica Miriam Lewin, la periodista que destapó el escándalo en 2002. “Me escuchó y pensé que lo haría, pero nunca les llamó. Su discurso contra la pedofilia es muy duro, pero debería reflejarse en hechos concretos en este caso. Las víctimas necesitan una reparación, un pedido de disculpas. No se entiende cómo Grassi puede seguir siendo cura. Francisco sabe que las heridas en los niños son muy difíciles de reparar, ellos dependían para todo de Grassi, no tenían familia. Ahora algunas víctimas [de otros casos, como la irlandesa Marie Collins y el británico Peter Saunders] han abandonado la comisión del Vaticano para la protección de los menores. El Papa tiene que hacer un gesto importante”, insiste Miriam Lewin.
Muchos en Argentina creen que el Pontífice apoyó tácitamente a Grassi porque no lo creía culpable. De hecho, Bergoglio encargó y pagó al jurista Mario Sancinetti un trabajo de 2.600 páginas, “Estudios sobre el ‘caso Grassi’”, en el que se concluía que el cura era inocente. Los abogados de las víctimas lo entendieron como un mecanismo de presión a la justicia. Todavía en 2013, cuando entró en la cárcel, cuatro años después de la primera condena, el obispado de Morón le defendía: “Se desprenden dudas acerca de su culpabilidad”, señaló un comunicado oficial.
“El nivel de pruebas en el juicio fue altísimo, se comprobaron aspectos del órgano sexual del sacerdote que conocían las víctimas. Ganamos el juicio contra uno de los hombres más poderosos de Argentina. Era como un poder propio dentro de la Iglesia. Tuvo 26 abogados defensores, los mejores del país, los más caros, algo nunca visto. Fue David contra Goliat, y ganamos porque era culpable”, asegura Gallego. Lo cierto es que, con presiones o sin ellas, la justicia argentina ha sentenciado definitivamente que Grassi abusó de esos niños. Y ahora todas las miradas apuntan al Vaticano, y a Francisco, que ha sido tajante en otros casos internacionales pero tiene un desafío enorme en su propia casa, un país del que sigue muy pendiente pero que, sin embargo, ha decidido no visitar de momento, inquieto por las pasiones, a favor y en contra, que desatan todos sus movimientos.
Una vida de lujo en prisión: Internet y baño privado
El padre Julio Grassi mostró su poder y sus contactos incluso después de ser encarcelado. En 2014, otra investigación televisiva generó un nuevo escándalo. El programa de Jorge Lanata, ‘Periodismo para todos’, mostró imágenes de la privilegiada vida del religioso en la cárcel, siempre vestido de cura. Los contactos —y el dinero— de Grassi le habían permitido tener su propia oficina con ordenador con Internet, una cama y baño privado. Estaba cerca de las cocinas de la prisión de Campana, a unos 80 kilómetros de Buenos Aires.
Tenía tres teléfonos móviles, algo totalmente prohibido, con los que seguía dirigiendo la Fundación Felices los Niños, que de los 6.400 menores de las épocas de esplendor pasó a acoger a unos 50 en situación especialmente delicada, huérfanos o protegidos por casos de violencia familiar.
Además, en su celda había televisión y nevera, algo impensable en las cárceles argentinas. Pero lo que más escándalo generó es que Grassi desviaba a la cárcel en la que está encerrado parte de las donaciones que se hacían a la fundación. Repartía esa comida entre presos y funcionarios de prisiones, y con eso lograba los evidentes privilegios que tenía en la prisión. El escándalo fue de tal calibre que fue destituido el director de la prisión. El poder de Julio Grassi parece infinito.
Desde ese día se inició una enorme batalla de poder, con todos los ingredientes habituales de un país acostumbrado a las operaciones oscuras: espionaje, amenazas, chantaje. Grassi se defendió con dureza: acudió a todos sus contactos para reivindicar su inocencia, contrató los mejores abogados, e incluso cuando entró en la cárcel —en 2013, 11 años después— logró un trato privilegiado gracias a sus contactos y el dinero de la fundación. Pero finalmente la justicia le derrotó: la Corte Suprema argentina confirmó el 23 de marzo su sentencia a 15 años por abuso sexual agravado y corrupción de menores, ya inamovible.
Pero el caso tiene un trasfondo aún mayor. A pesar de la política de tolerancia cero con los curas pedófilos impulsada por el Vaticano, aún hoy, 15 años después de la denuncia televisiva, Grassi sigue siendo cura y viste el alzacuellos en la cárcel. El sacerdote reivindica que la Iglesia le sigue apoyando y que tiene el respaldo nada menos que del papa Francisco, que era jefe de la Iglesia argentina en los años del escándalo.
“Bergoglio nunca me soltó la mano. Hablo con él, me apoya mucho espiritualmente y me cree”, llegó a decir. Algunos aseguran incluso que era su confesor. En el entorno de Bergoglio lo desmienten, admiten que alguna vez pudo confesarlo, pero aseguran que no era nada estable y no tenían una relación tan estrecha.
El Papa nunca dijo una palabra del asunto, ni antes ni después de ser elegido. “No apoyó a Grassi, no fue a visitarlo a la cárcel, pero no habló porque no era su obispo [pertenece a Morón, en los alrededores de Buenos Aires] y porque había muchas dudas de la culpabilidad. Detrás de este escándalo hubo una operación económica de los rivales de Grassi en negocios importantes, no estaba claro si era una operación de inteligencia”, señala un religioso argentino cercano al Pontífice. Con otros casos fuera de Argentina, Francisco se mostró más cercano. En este nunca se acercó a las víctimas, que le han hecho llegar varios mensajes a los que no ha contestado.
En la secretaría de prensa de la Santa Sede explican que Bergoglio nunca ha querido entrometerse en un asunto que estaba judicializado. “La respuesta del Papa es siempre tajante: máximo respeto a la justicia civil, tolerancia cero con los culpables y apoyo absoluto a las víctimas”, aseguran. Además, ante la reclamación de las víctimas para que Grassi deje de ser cura y sea convertido en laico, señalan que “la Congregación para la Doctrina de la Fe está justo en estos días dando las indicaciones precisas y terminando de examinar la situación de cara a adoptar una resolución definitiva”.
“La elección del papa Francisco fue recibida con muy buenas expectativas por el mundo, la Iglesia tomó una posición clara sobre la pederastia. Pero las víctimas de Grassi esperan que diga algo. Una de ellas le envió una carta en la que le pedía que lo recibiera y le ayudara a recuperar la fe perdida con los abusos de este sacerdote y le reclamaba que lo redujera a laico. No hubo respuesta”, explica Juan Pablo Gallego, abogado de las víctimas, que aún hoy mantienen en secreto su identidad.
“En noviembre de 2015, fui al Vaticano y hablé unos minutos con el Papa para pedirle que tenga un gesto con las víctimas”, explica Miriam Lewin, la periodista que destapó el escándalo en 2002. “Me escuchó y pensé que lo haría, pero nunca les llamó. Su discurso contra la pedofilia es muy duro, pero debería reflejarse en hechos concretos en este caso. Las víctimas necesitan una reparación, un pedido de disculpas. No se entiende cómo Grassi puede seguir siendo cura. Francisco sabe que las heridas en los niños son muy difíciles de reparar, ellos dependían para todo de Grassi, no tenían familia. Ahora algunas víctimas [de otros casos, como la irlandesa Marie Collins y el británico Peter Saunders] han abandonado la comisión del Vaticano para la protección de los menores. El Papa tiene que hacer un gesto importante”, insiste Miriam Lewin.
Muchos en Argentina creen que el Pontífice apoyó tácitamente a Grassi porque no lo creía culpable. De hecho, Bergoglio encargó y pagó al jurista Mario Sancinetti un trabajo de 2.600 páginas, “Estudios sobre el ‘caso Grassi’”, en el que se concluía que el cura era inocente. Los abogados de las víctimas lo entendieron como un mecanismo de presión a la justicia. Todavía en 2013, cuando entró en la cárcel, cuatro años después de la primera condena, el obispado de Morón le defendía: “Se desprenden dudas acerca de su culpabilidad”, señaló un comunicado oficial.
“El nivel de pruebas en el juicio fue altísimo, se comprobaron aspectos del órgano sexual del sacerdote que conocían las víctimas. Ganamos el juicio contra uno de los hombres más poderosos de Argentina. Era como un poder propio dentro de la Iglesia. Tuvo 26 abogados defensores, los mejores del país, los más caros, algo nunca visto. Fue David contra Goliat, y ganamos porque era culpable”, asegura Gallego. Lo cierto es que, con presiones o sin ellas, la justicia argentina ha sentenciado definitivamente que Grassi abusó de esos niños. Y ahora todas las miradas apuntan al Vaticano, y a Francisco, que ha sido tajante en otros casos internacionales pero tiene un desafío enorme en su propia casa, un país del que sigue muy pendiente pero que, sin embargo, ha decidido no visitar de momento, inquieto por las pasiones, a favor y en contra, que desatan todos sus movimientos.
Una vida de lujo en prisión: Internet y baño privado
El padre Julio Grassi mostró su poder y sus contactos incluso después de ser encarcelado. En 2014, otra investigación televisiva generó un nuevo escándalo. El programa de Jorge Lanata, ‘Periodismo para todos’, mostró imágenes de la privilegiada vida del religioso en la cárcel, siempre vestido de cura. Los contactos —y el dinero— de Grassi le habían permitido tener su propia oficina con ordenador con Internet, una cama y baño privado. Estaba cerca de las cocinas de la prisión de Campana, a unos 80 kilómetros de Buenos Aires.
Tenía tres teléfonos móviles, algo totalmente prohibido, con los que seguía dirigiendo la Fundación Felices los Niños, que de los 6.400 menores de las épocas de esplendor pasó a acoger a unos 50 en situación especialmente delicada, huérfanos o protegidos por casos de violencia familiar.
Además, en su celda había televisión y nevera, algo impensable en las cárceles argentinas. Pero lo que más escándalo generó es que Grassi desviaba a la cárcel en la que está encerrado parte de las donaciones que se hacían a la fundación. Repartía esa comida entre presos y funcionarios de prisiones, y con eso lograba los evidentes privilegios que tenía en la prisión. El escándalo fue de tal calibre que fue destituido el director de la prisión. El poder de Julio Grassi parece infinito.
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